sábado, 30 de abril de 2016

«La vocación a la vida matrimonial»... Para hablar a los niños y adolescentes sobre la vocación al matrimonio*.

Todos hemos venido al mundo como fruto del amor entre una mamá y un papá. Antes de venir a este mundo éramos un pensamiento de Dios, un latido de su corazón y él quiso que naciéramos, y nuestros papás nos amaron y le prestaron sus corazones para recibirnos con amor. Muchos niños no nacen, porque hay mamás y papás que no han amado al bebé por nacer, ni han querido colaborar con Dios. Nosotros debemos estar muy agradecidos por este regalo maravilloso que Dios nos ha dado.

Los fines de esta vocación que sella con una bendición el amor entre un hombre y una mujer, nos dejan ver claramente, que el matrimonio es un regalo que Dios ha dado a la humanidad. Estos fines se pueden resumir en tres palabras: “Formar una familia”. La vocación al matrimonio fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados y el elemento esencial de la realización de esta vocación en el sacramento del matrimonio es el intercambio del consentimiento entre los esposos; “si ese consentimiento falta, no hay matrimonio”.

El “Yo, n. te acepto a ti n. …” debe ser algo libre porque como vocación es un llamado de Dios que necesita una respuesta del ser humano para perfeccionar el amor de los esposos, para fortalecer su unidad. Por medio de esta gracia "se ayudan mutuamente a santificarse con la vida matrimonial y en la acogida y educación de los hijos que Dios les quiera dar". Con la vocación del matrimonio, los casados reciben una verdadera misión eclesial, que consiste en crear una verdadera «Iglesia doméstica». En la familia los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada y perpetuar la Iglesia con los hijos, a quienes deben educar en la fe.

Los papás son los principales y primeros educadores de sus hijos. En este sentido, la tarea fundamental del matrimonio y de la familia es estar al servicio de la vida. El matrimonio cristiano es así una verdadera vocación, y un camino de santidad. Para responder al llamado vocacional, la persona tiene que prepararse muy bien, por eso existe la obligación y la necesidad de prepararse bien para el matrimonio y vivir un noviazgo limpio que verdaderamente prepare para la vida matrimonial.

En la vocación al matrimonio, como en las otras vocaciones específicas de la Iglesia, el amor se funda en el Amor de Cristo, que es entrega y sacrificio... Además, como recordaba Tobías a Sara, en el relato de la Sagrada Escritura, los esposos saben que son hijos de santos, y no pueden juntarse a manera de los gentiles, que no conocen a Dios. El matrimonio y la familia se cuentan entre los bienes más valiosos de la humanidad. Son la célula fundamental de la comunidad humana: El bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad nupcial y familiar.

Jesús estuvo presente en una boda en Caná de Galilea, reconociendo con su presencia el valor humano del matrimonio. Además recogiendo la imagen matrimonial de la alianza que sugieren los profetas, compara el Reino de Dios con un banquete de bodas en el que se identifica con el esposo. Durante este banquete los amigos del novio no ayunan (Mt 9, 14-15), son invitados los que están en los caminos mientras que algunos rechazan la llamada (Mt 22, 1-14; Lc 14, 16-24), y es preciso estar alerta para participar en la fiesta (Mt 25, 1-13).

En Mt 19, 3-9 Jesús reafirma el ideal originario de la creación (Gen 2,24) al defender la firmeza y permanencia de la alianza matrimonial. Jesús en este momento, supera la Ley, manifestando la profunda relación que existe entre el orden de lo creado y la Alianza. Aquí esta el origen del sacramento del matrimonio: Jesús le reconoce como instituido desde la creación, cobrando para él una dimensión especial. Esta significación particular será claramente expresada por San Pablo en la carta a los Efesios: "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser. Este símbolo es magnífico; yo lo estoy aplicando a Cristo y a la Iglesia, pero también vosotros, cada uno en particular, debe amar a su mujer como a sí mismo, y la mujer debe respetar al marido" (Ef 5, 31-33)

Para todos nosotros en la Iglesia, esta vocación de la mutua entrega de un hombre y una mujer bautizados es sacramento, es decir, un signo que expresa y realiza la alianza de amor y fidelidad de Cristo con su pueblo, la Iglesia. Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la "familia de Dios". Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, con toda su casa, habían llegado a ser creyentes. Cuando se convertían, deseaban también que se salvase toda su casa. Estas familias convertidas eran islas de vida cristiana en un mundo no creyente.

*Con el deseo de que estas reflexiones ayuden a los catequistas para que hagan a los niños y a los adolescentes cercana la tarea de descubrir la vocación, les dejo en sus manos este material que cada uno, que cada una, podrá fácilmente ampliar.


Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

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