Entre los primeros que siguieron a Jesús, estuvieron, por supuesto, los Apóstoles, los discípulos y algunas mujeres que quisieron seguir más de cerca a Jesús. Jesús a todos ellos los eligió y los llamó, primero, para estar con Él, y luego, para enviarlos a predicar. Los Apóstoles fueron doce. Jesús escogió a sus Apóstoles para que continuaran su obra. Los discípulos fueron 72, a los cuales luego se fueron añadiendo más y más. Las mujeres que seguían a Jesús eran primero unas cuantas, luego el número fue creciendo. Siguieron a Jesús los sencillos, los pobres, los que de verdad quieren reconciliarse con el Padre y quieren convivir con El. Los amigos de Jesús, con su testimonio y su forma de vida anuncian el Reino de Dios en el mundo hasta nuestros días y de una manera especial, los más cercanos son los llamados a la vida consagrada.
Los Religiosos o la Vida Consagrada (aquí utilizamos ambas expresiones como sinónimas) han dado una respuesta particular y radical a la llamada de Dios. Entregados totalmente a Él, con su opción y con su vida, los religiosos y las religiosas levantan muy en alto la bandera del «Solo Dios basta», como santa Teresa de Jesús, o dicen a Jesús como la beata Madre María Inés Teresa Arias: “Que todos te conozcan y te amen es la única recompensa que quiero” para que los demás discípulos no olvidemos lo esencial: amar a Dios sobre las cosas y hacerle amar del mundo entero. (Ese amor a Dios también lo expresan las otras vocaciones cristianas, como el Laicado en la vida matrimonial o de soltería, o el Ministerio Ordenado, pero de una manera distinta).
El compromiso de los Religiosos con Dios y con los hermanos se hace visible en los consejos evangélicos de pobreza (no tienen nada propio), de castidad (no se casan) y de obediencia (tienen un superior o superiora a quienes deben obedecer) y en la vida de una comunidad de hermanos o hermanas. Es decir, abandonan públicamente todas aquellas seguridades que parecen tan indispensables a la gente normal: el dinero, la posición social, el compañero o la compañera en el matrimonio, la cultura, los cargos o el poder, ya que éstas no constituyen la verdadera vocación de todo hombre. Así se convierten en seguidores más libres de Jesucristo y hacen más visibles a todos los fieles los valores del Reino.
La consagración de los religiosos y las religiosas es una opción que se manifiesta en el radicalismo del don de sí mismo por amor a Jesús y, en él, a cada miembro de la familia humana. La vida consagrada imita más de cerca y hace presente continuamente en la Iglesia la forma de vida que el mismo Jesús abrazó y propuso a los discípulos que lo seguían. La vida religiosa, en el corazón de la Iglesia, es un memorial viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como verbo encarnado ante el Padre y ante los hermanos. A través de la historia ha habido gran variedad y riqueza de órdenes, o congregaciones, instituciones y movimientos, que responden a una línea de espiritualidad y a impulsos apostólicos diversos, según el contexto de cada época o de cada país. La vida consagrada proporciona una gran libertad y disponibilidad en el servicio de Dios y de los hermanos.
Los que hacen profesión de los consejos evangélicos han de buscar y amar ante todo, a Dios, que nos amó primero, y preocuparse de favorecer la vida escondida con Cristo en Dios. Es de ahí de donde brota y se impulsa el amor al prójimo para la salvación del mundo y la edificación de la Iglesia.
A grande rasgos, y con una pincelada rápida, la vida religiosa se expresa en la vocación monástica y contemplativa, definida como la escuela del servicio divino, donde se armoniza oración y trabajo y nada se antepone al amor de Cristo. También la hallamos en la vida religiosa apostólica, en las que tantas órdenes y congregaciones, masculinas y femeninas, se dedican a la actividad apostólica y misionera y a múltiples obras de caridad y solidaridad con los más pobres. Y, también en nuestra época, el Espíritu ha suscitado nuevas formas de vida consagrada, aprobadas por la Iglesia, como los Institutos seculares, cuyos miembros viven la consagración a Dios en medio del mundo, con la práctica de los consejos evangélicos, y proponen inyectar la fuerza de las Bienaventuranzas dentro del mundo para transformarlo. Todos debemos hacer oración por aquellas personas que están viviendo su vocación específica en la Vida Religiosa.
*Con el deseo de que estas reflexiones ayuden a los catequistas para que hagan a los niños y a los adolescentes cercana la tarea de descubrir la vocación, les dejo en sus manos este material que cada uno, que cada una, podrá fácilmente ampliar.
Alfredo Delgado R., M.C.I.U.
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