Cada vez que nuestros hermanos Vanclaristas se reúnen en «Retiros», «Ejercicios» y «Jornadas de Estudio» están en una especie de «Cenáculo con Jesús y María» para salir de allí y ser enviados como discípulos misioneros que viven para Cristo y dan testimonio de vida cristiana en el lugar donde se encuentren, porque ese es el ser y quehacer del apostolado del Vanclarista.
El apostolado del Vanclarista consiste toda la vida en «dar testimonio de vida cristiana en cualquier ambiente», y ese ambiente es el de hoy, un mundo desgarrado por múltiples y difíciles problemas de todo tipo. Por lo tanto, un espacio amplio y abierto en donde el Vanclarista está llamado a concretizar su respuesta misionera, pues no olvidemos que, como decía la beata María Inés, ser Vanclarista es «una vocación», un llamado que compromete.
Conviene que cada uno de los Vanclaristas piense en la tarea misionera que tiene encomendada, según su condición de laico comprometido y de acuerdo a su vocación específica, estado de vida, edad y condición. Y para eso, no hay necesidad de recurrir a grandes tratados, sino de captar lo que Dios va diciendo a su Iglesia, como lo ha hecho recientemente en las palabras del Papa Francisco en la exhortación apostólica "EVANGELII GAUDIUM".
Entre los motivos centrales de la exhortación apostólica "EVANGELII GAUDIUM" del Papa Francisco y que todos deberíamos leer, está la afirmación de que la evangelización es tarea de todo el pueblo de Dios (cf. EG 11-134), y que “los laicos son simplemente la inmensa mayoría del Pueblo de Dios” (EG 102). Por ello, esta exhortación se presta muy bien para que se convierta en el vademécum de los Vanclaristas de hoy, una especie de mapa detallado para orientarse en el dinamismo de la acción y la contemplación en la alegría del Evaneglio. Evangelii Gaudium debe ser para todos los miembros de este grupo misionero —y en general para todos los laicos— un nuevo e imprescindible punto de referencia que, en su función de promoción de la vocación y misión del laicado, se apoya en la exhortación apostólica postsinodal Christifideles Laici (1988) de san Juan Pablo II. Nuestro tiempo, tal como observa Francisco —como gusta que le llamen— se caracteriza por un individualismo exacerbado (EG 78); así las comunidades cristianas corren también el riesgo de caer en una especie de individualismo estéril, fruto de un relegamiento temeroso en sí mismo, olvidándose de la propia identidad de bautizados (cf. EG 78).
Los Vanclaristas no se pueden ni debe quedarse relegados, sumergidos en una serie de reuniones sociales o de juntas para pasar el rato y comentar el punto. Basta que echen una simple ojeada a los Estatutos de Van-Clar, para que vean la inmensa riqueza que tienen en su tarea apostólica como discípulos misioneros al estilo inesiano. Los Estatutos marcan su vida de especial consagración a Dios mediante un compromiso que hace vivir en primer lugar de contemplación, para lanzarse, en segundo lugar, como marcan sus Estatutos a la acción, de manera que sean, como su fundadora la Beata Madre Inés... «Apostólicos y contemplativos».
Algunos de los Vanclaristas comentan que cuando leen detenidamente los Estatutos se dan cuenta de que queda mucho por hacer para sacarle jugo a toda la fuerza apostólica como discípulos misioneros. ¡Qué riqueza tan grande tienen en sus Estatutos nuestros hermanos Vanclaristas!
Allí, en esos preciosos y preciados números, se transparenta claramente el corazón sin fronteras que no descansa nunca; el corazón sin fronteras que espera prolongarse en cada uno para que todos conozcan y amen a Dios; el corazón de la Beata Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento que les ha dejado esta herencia diciéndoles: "Si no es para salvar almas, no vale la pena vivir". Ella y su anhelo misionero, vive en cada uno de nuestros hermanos Vanclaristas para los pobres y sufridos, para los ignorantes y los afligidos, para los solitarios y deprimidos. Ella prolonga su acción apostólica y contemplativa en cada niño, en cada joven, en cada adulto, en cada anciano, en cada enfermo miembro del grupo de Van-Clar y exclama con cada uno: "Señor, dame almas, muchas almas, infinitas almas". Ella vivió la misión apostólica desde jovencita como seglar comprometida comunicando a los demás la alegría y la riqueza de formar parte, como ella decía: "del sacerdocio seglar".
En su libro "Espiritualidad Misionera" —un clásico que no pasa de moda— el padre Esquerda nos dice que «para vivir la fe, tenemos que ser instrumentos para que otras la vivan», y eso, precisamente, es lo que hizo la beata María Inés. Ella fue, y sigue siendo, un instrumento que, puesto en manos de "la Madrecita del cielo" —como ella decía—, de manera que tenemos que vivir la misión como la Santísima Virgen, protectora especial de la Familia Inesiana en su advocación de Guadalupe, que se encaminó presurosa a América de la misma manera que se había encaminado a visitar a su prima Isabel, haciéndose servidora y compañera (Cf. Lc 1,39-56).
Sí, cada Vanclarista tiene que ser misionero a la manera de la Santísima Virgen María, que está presente en la misión de la Iglesia como Madre y compañera, como cooperadora y formadora, como guía y consuelo, como amiga y hermana que lo debe llevar a exclamar: "Vamos, María". Si no vivimos la misión de la Iglesia con María, no sólo no se avanza en el camino de la fe, sino que se retrocede y no se deja caminar a los demás, porque, con María, se llega a Jesús.
Al leer los Estatutos, el Vanclarista debe contemplarlos y vivirlos con el mismo Jesús, que pasó por el mundo siempre pensando en los demás... ¿o es que podemos imaginarnos un Jesús pensando siempre en Él mismo y sin interés por los demás?... ¡No! No podemos sino contemplar un Jesús que se siente enviado (Cf. Jn 12,49; Jn 17,8; Jn 7,17; Jn 8,38), un Jesús que anuncia la paz (Cf. Ef 2,17), un Jesús que es pastor (Cf. Jn 10,1ss; Jn 17,12; Heb 13,20; 1 Pe 2,25), un Jesús que enseña (Cf. Mt 26,55; Mc 1,21), un Jesús que cura (Cf. Mt 4,24), un Jesús que es modelo, roca fundamental, camino, verdad y vida a quien nosotros anunciamos.
¿Y los Apóstoles? ¿Qué podemos decir de los Apóstoles, que dejándolo todo lo siguieron (Cf Mt 4,19.21; Mc 1,16; Mt 9,9), ellos fueron a enseñar, a curar... a misionar. ¿Y san Pablo? No podemos olvidar su humilde y ferviente testimonio: "El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio, y ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!" (1 Cor 9,16). Si el Vanclarista se llena de Jesús, es lógico que sienta, como la Santísima Virgen y los Apóstoles, es lógico que se sienta una verdadera necesidad de darse a los demás.
Esto es lo que les pasó a tantos santas y santas de la Iglesia, entre ellos Francisco de Asís, Teresa de Ávila, Juan Bosco, Vicente de Paúl, Teresita del Niño Jesús y claro, la beata María Inés Teresa. Pero en la lista de santos no hay solamente personas consagradas, sacerdotes y religiosos, sino una lista inerminable de laicos como Santa Elena la mamá del emperador Constantino, santa Mónica la mamá de san Agssutín, la jovencita italiana santa María Goretti, el doctor san José Moscati, la beata Laura Vicuña, santa Rosa de Lima, san isidro Labrador y Gianna Beretta Mola... ¿queremos más ejemplos? Los tenemos vivos y están aquí caminando a nuestro lado como discípulos misioneros que han sido cautivados por la alegría del Evangelio.
Si el Vanclarista se impregna de lo que le dicen sus Estatutos, puede escuchar con más claridad la invitación constante de Cristo que hace eco en tantos santos y santas, como en san Juan Pablo II que dice a los laicos: "El futuro de la misión y de las vocaciones misioneras depende de la generosidad de su respuesta a la llamada de Dios, a su invitación a consagrar la vida al anuncio del Evangelio. Aprendan también ustedes de María a decir el «Sí» de la adhesión plena, gozosa y fiel a la voluntad del Padre y a su designio de amor".
Por mi parte, para cerrar esta reflexión, les digo a nuestros hermanos Vanclaristas unas cuantas cosas a manera de exhortación que me sale del corazón: ¡No se dejen cautivar por las cosas pasajeras, ustedes se han encontrado con la alegría del Evangelio y sus Estatutos les marcan el camino para hacerlo vida! ¡Láncense a vivir su compromiso misionero no solamente el día del DOMUND! ¡Vivan cada día para Cristo dando testimonio en el lugar donde se encuentren, de una vida que, como la beata María Inés, se ha apasionado por Cristo! ¡Renueven su compromiso cada día, no solamente una vez al año! ¡Dejen que el contacto constante con Jesús y María —como lo dicen sus Estatutos— les avive el espíritu misionero que llevan dentro! ¡Sean discípulos misioneros, testigos del amor de Dios y portadores de esperanza sembrando paz! ¡Pónganse en los brazos de María, como un niño pequeño que requiere de la protección maternal para poder crecer impregnándose en su regazo de los mismos intereses de Cristo! ¡Dejen que la Palabra de Dios llene sus corazones, léanla, medítenla, profundicen en ella y dejen que la semilla crezca hasta hacer de cada uno un árbol frondoso que cobije a muchas almas! ¡Prolonguen con su «sí» la tarea evangelizadora de su fundadora la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento! Amén.
Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.
Hola padre me podria dar algun correo para cominicarme con usted gracias es para solicitar una reliquia de la beata maria ines
ResponderEliminar