domingo, 16 de abril de 2017

¡Ojalá en la noche de Pascua sucediera algo parecido en nosotros!


Muerto nuestro señor Jesucristo y enterrado, los discípulos parece ser que desaparecieron de la escena pública, la Palabra de Dios nos dice que «se ocultaron por miedo» (Jn 20,19). Parecía que definitivamente el proyecto de Jesús había fracasado.

En medio de un cima de derrota y desánimo, sucede algo sorprendente, las mujeres que iban a embalsamar el cuerpo de Jesús encuentran la tumba vacía (Mt 28,1-10) y entonces los discípulos se ponen nuevamente en movimiento para ver qué es lo que está sucediendo.

La resurrección de Jesús se fue abriendo paso en los corazones de sus seguidores, triunfando sobre todo lo que en el corazón humanos parecía obstaculizarla: la incomprensión de los designios de Dios, la tristeza, el miedo, la duda... ¡Ojalá en la noche de Pascua sucediera algo parecido en nosotros!

El misterio de la Pascua es de una novedad imprevisible. Lo primero que se le ocurrió a María Magdalena fue pensar que se habían robado el cuerpo del Maestro. Como la Magdalena, el hombre de hoy está en un estado de impotencia para llegar a comprender este misterio por las propias fuerzas. Para todos aquellos amigos de Jesús, la Pascua fue como un despertar de un sueño. Dios ha venido para arrancarlos de su somnolencia, para abrir sus ojos cerrados. ¡Ojalá en la noche de Pascua sucediera algo parecido en nosotros!

María Magdalena no entiende, ella quiere retener a Jesús pero, Él la corrige: «No me toques, porque todavía no he subido al Padre» (Jn 20,17). Jesús quiere hacer comprender a María que su resurrección no es una vuelta al pasado. Desde este momento todo es nuevo. Jesús sube al Padre y quiere llevar a toda la humanidad con Él. María afirma su amor hacia Él, su deseo es ir tras de Él. ¡Ojalá en la noche de Pascua sucediera algo parecido en nosotros!

Poco a poco a aquellas mujeres encabezadas por María Magdalena y el grupo de los Apóstoles, la luz de la Pascua los ilumina, los confirma en el camino emprendido por Jesús, los llena de valor. Sí, y es que el miedo se puede convertir en valor, la guerra en paz, el odio en amistad, la soledad en compañía, el pecado en gracia. Nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad e pecadores y nosotros libres de la esclavitud del pecado; porque si nuestra existencia está unida a la de Cristo en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya. La Pascua cambió la vida de aquellos seguidores de Jesús. ¡Ojalá en la noche de Pascua sucediera algo parecido en nosotros!

Ya tenemos nuestra respuesta rotunda muchas de nuestras interrogantes: ¿Valdrá la pena salir en defensa de los inocentes en un mundo plagado de injusticias? ¿Tendrá sentido enfrentarse a las fuerzas y estructuras que van destruyendo al hombre? ¿Habrá algún camino hacia la vida entre tantos que conducen al hombre de hoy a la muerte? En la celebración de la Vigilia Pascual Cristo nos dice: «No tengan miedo, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). ¡Ojalá en la noche de Pascua sucediera algo parecido en nosotros!

La celebración de la Vigilia Pascual se debe vivir y revivir como una celebración gozosa de la nueva creación, del nuevo comienzo de nuestras vidas. Es la fiesta de la vida y de la esperanza. Es la invitación a renovar nuestro bautismo en Cristo sabiéndose armados con sus armas, las armas de la paz. Es la fiesta en la que se renueva la promesa y el compromiso de seguir luchando por una tierra nueva en la que habite la justicia, trabajando por un hombre nuevo bajo el amparo de María Santísima mientras esperamos la renovación pascual que no conocerá ocaso. ¡Aleluya, Cristo ha resucitado! ¡Ojalá en la noche de Pascua sucediera algo parecido en nosotros!

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

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