sábado, 1 de abril de 2017

LA DIVINA PROVIDENCIA... Para cada primer día del mes

La devoción a la Divina Providencia es una práctica muy antigua en la Iglesia. Cada día primero del mes, nos confiamos  a Dios Providente mediante una oración y de manera especial, el día primero del año. Dios, en su Divina Providencia, conoce todas nuestras necesidades mejor que nosotros mismos y se ocupa de ellas.  Tener confianza en su Divina Providencia es  saber que todo está en sus Manos.

La Divina Providencia es Dios mismo, quien en su sabiduría él ordena todos los seres y eventos del universo de manera que se realice el fin para el cual fueron creados. Ese fin es que todas las criaturas deban manifestar la gloria de Dios, y en particular que el hombre lo glorifique, reconociendo en la naturaleza la obra de su mano, que no nos abandona nunca y nos da lo necesario para vivir, invitándonos a ser agradecidos y a vivir en obediencia y amor. Y por lo mismo logrando el completo desarrollo y la felicidad eterna en Dios. 

Dios providente preserva el universo en la existencia. Actúa dentro y con cada criatura en cada y todas sus actividades. A pesar del pecado, debido a la voluntaria perversión de la libertad humana y a pesar del mal que es consecuencia del pecado. Dirige todos, incluso el mal y el pecado mismo a su finalidad por el cual el universo ha sido creado. Todas estas operaciones de parte de Dios, con la excepción de la creación, son atribuidas en la Teología Católica, a la Divina Providencia.

Aunque el termino «Providencia» es aplicado a Dios en pocas ocasiones en el Antiguo Testamento (Ecl 5,5; Sab 6,17;14,3; Jdt 9,5), las enseñanzas —muchas de ellas veladas— en el Antiguo Testamento sobre la Divina Providencia, son asumidas por Nuestro Señor Jesucristo, quien obtiene de ello lecciones practicas en relación a la confianza en Dios (Mt 6,25-33; 7,7-11; 10,28-31; Mc 11,22-4; Lc 11,9-13; Jn 16,26, 27). En San Pablo se convierte en la base de una teología definitiva y sistemática. A los atenienses en el Areópago, san Pablo les enseña que Dios hizo el universo y es su supremo Señor (Hech 17,24). Que sostiene el universo en su existencia, dando vida y aliento a todas las cosas (versículo 25) y, por lo tanto, como la fuente de donde todo procede, Él mismo no carece de nada ni tiene necesidad de ningún servicio humano; el mismo Dios ha dirigido el crecimiento de las naciones y su distribución (versículo 26) y esto, al punto que ellos deben buscarlo a él (versículo 27) en quien vivimos, nos movemos y somos.

De los credos, a través de la historia, hemos aprendido que Dios Padre es omnipotente, creador del Cielo y la tierra; que Dios, el Hijo, que descendió del Cielo, se hizo hombre, sufrió y murió por nuestra salvación y será el juez de los vivos y los muertos; que el Espíritu Santo inspiro a los Profetas y a los Apóstoles y habito en los santos – todo lo cual implica la Providencia natural y sobrenatural. La Profesión de fe de los valdenses en 1208 declara a Dios como el gobernador y dispensador de todas las cosas corporales y espirituales (Denzinger, 10ma ed., 1908, n. 421). El Concilio de Trento (Sess. VI, can. VI, A.D. 816), definió que el mal esta en poder del hombre y que los frutos del mal no son atribuibles a Dios en el mismo sentido como lo son los buenos frutos, sino solo como permisivo, de modo que la vocación de Pablo es obra de Dios en un sentido mas verdadero que la traición de Judas. El Concilio Vaticano agrega a esta doctrina declarando que Dios en Su Providencia protege y gobierna todas las cosas. (Sess. III, c. I, d. 1784).

Hablando del Credo, san Juan Pablo II, en su libro «Creo en Dios Padre» pregunta: —¿Qué es la Divina Providencia?. Y él mismo nos da la respuesta: —Decir Creo en Dios... creador… es creer en la Divina Providencia. Dios como Padre Omnipotente y Sabio está presente y actúa en el mundo, en la historia, en cada criatura y sobre todo en el hombre, que, guiado por Él debe llegar a la meta final: la vida eterna. La Teología nos enseña que las funciones de la Providencia son tres: Como física, conserva lo que es y concurre con lo que ocurre o se transforma; como moral, opera sobre el hombre la ley natural, una conciencia, sanciones – física, moral y social / responde a las oraciones humanas, y en general gobierna tanto a la nación como al individuo. 

La oración para acogerse a la Divina Providencia suele ser breve. Yo propongo una oración larga y otra muy breve que solía recitar la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, que la rezaba todos los días antes de sentarse a la mesa a tomar el primer alimento del día. Es bueno hacer esta oración a la luz de una vela que nos recuerde la luz de Cristo y nuestra fe en Él y mantener la vela encendida el día 1 de cada mes. Eso nos recuerda nuestro bautismo y también nuestro compromiso de ser «luz del mundo» (Jn 8,12), dando testimonio de nuestro cristianismo ante los demás. Que Dios deba responder a las oraciones no se debe entender como una violación al orden natural de la Providencia, si no más bien como llevar a efecto la Providencia “porque el arreglo mismo, de conceder al peticionario, cae dentro el orden de la Providencia Divina. Por lo tanto, decir que no debemos orar para ganar algo de Dios porque el orden de su Providencia es inmutable, es como decir que no debemos caminar para llegar a algún lugar o comer para apoyar la vida” (Contra Gentiles, III, XCV).

En su libro «La Lira del Corazón», la beata María Inés dice que «todos nuestros cuidados y diligencias serían inútiles, si no están todos ellos encerrados en ese marco de oración y entrega total en la Providencia Divina» (pp. 173-174). En los apuntes personales de sus ejercicios espirituales de 1950 escribe: «Tú no necesitas, Dios infinitamente rico, nuestros miserables dones, pero sí me pides el corazón todo entero, y con él mi gratitud, mi confianza, mi fe en ti, mi abandono a tu Providencia, mi donación total». (f. 879). Y en el «Estudio sobre la Regla y el Evangelio»  dice: «Una y otra vez en su Evangelio, me enseña el Señor a no preocuparme por el mañana, a no angustiarme por el qué comeremos o qué vestiremos, a abandonarme por entero en su amor, en todas mis cosas, con todos mis quereres, con todos mis anhelos. Él los saciará plenamente, en el momento escogido por él, en el cual resplandecerá más su poder y su amor» (f. 698).

La oración más larga es esta:

Dios y Señor Nuestro, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
cuya Providencia no se equivoca en todo lo que dispone,
y nada acontece que no lo ordene,
rendidamente te pedimos y suplicamos
que apartes de nosotros todo lo que nos pueda separar de Ti,
y nos concedas todo lo que nos conviene.

Haz que en toda nuestra vida busquemos primeramente Tu Reino
y que seamos justos en todo;
que no nos falte el trabajo,
el techo bajo el cual nos cobijamos,
ni el pan de cada día.

Líbranos de las enfermedades y de la miseria;
que ningún mal nos domine.
Sálvanos del pecado, el mayor de todos los males,
y que siempre estemos preparados santamente a la muerte.

Por Tu Misericordia, Señor y Dios Nuestro,
haz que vivamos siempre en Tu Gracia.
Así seremos dignos de adorar Tu amable Providencia
en la eterna bienaventuranza.
Amén.

La oración que rezaba a diario la beata María Inés y que es bastante conocida es esta:

La Divina Providencia nos asista en cada momento,
para que nunca nos falte honra, casa, vestido y sustento,
buen espíritu, vocaciones y todo lo necesario,
culto y adoración al Santísimo Sacramento.

y añadía esta jaculatoria:

Santos ángeles custodios de nuestros bienhechores,
rogad por nosotros y dadles la perseverancia.

Esta oración, hasta la fecha, es recitada antes del desayuno en todas las comunidades que integran la Familia Inesiana.

Finalmente, sin olvidarnos nunca de la Santísima Virgen María, maestra en esa confianza en la Divina Providencia, dejo esta oración dirigida a la Virgen de la Divina Providencia:

Virgen María Inmaculada, Madre de la Divina Providencia, 
protege mi alma con la plenitud de tu gracia; 
gobierna mi vida y dirígela por el camino de la virtud 
al cumplimiento de la voluntad divina.

Alcánzame el perdón de mis culpas. 
Sé mi refugio, mi protección, mi defensa y mi guía 
en la peregrinación por este mundo. 
Consuélame en mis aflicciones, rígeme en los peligros, 
y en la tempestades de mi adversidad, 
ofréceme tu segura tutela.

Alcánzame, ¡Oh Maria!, 
la renovación interior de mi corazón 
para que se convierta en morada santa de tu divino Jesús. 
Aleja de mi que soy débil, toda suerte de pecado, 
de descuido, de pereza, de debilidad y de respeto humano.

¡Oh, dulcísima Madre de la Divina Providencia! 
Dirige hacia mí tu mirada maternal 
y si por fragilidad o por malicia 
he provocado las amenazas del eterno juez, 
y he amargado el corazón sacratísimo de mi amado Jesús, 
cúbreme con el manto de tu protección y seré salvo.

Tú eres madre misericordiosa; 
tú, la virgen del perdón; tú, mi esperanza en la tierra. 
Haz que pueda yo tenerte por madre en la gloria del cielo.
Amén.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

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