La Santa Misa es el sacrificio del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo ofrecido a Dios en el altar, bajo las apariencias de pan y de vino, para perpetuar el sacrificio redentor de nuestro Salvador en la cruz.
En la Santa Misa (Eucaristía) ofrecemos el sacrificio que se sí mismo hizo en la cruz Jesucristo y que en cada Misa se renueva sobre el altar.
En la Misa nos ofrecemos a Dios, lo adoramos y le damos el honor que merece. Nos ofrecemos a Él para reparar tantos pecados que se cometen en el mundo. Le damos gracias por todos los beneficios recibidos, espirituales y materiales.
En la Santa Misa, al ofrecer el Sacrificio imploramos la gracia y la misericordia de Dios para uno mismo, para los afligidos y atribulados, para lo ateos, impenitentes y pecadores de todo el mundo, así como para las almas del purgatorio y por las intenciones particulares que se presentan en cada celebración de la Misa.
En la Santa Misa, ofrecemos el sacrificio de la cruz junto con Cristo al Padre por la acción del Espíritu Santo, pues cada vez que se celebra la Misa, se repite el sacrificio de la cruz, la única diferencia es que se realiza de forma incruenta, sin derramamiento de sangre. La Misa es el perfecto sacrificio de ofrenda porque la víctima es perfecta.
En la Santa Misa podemos ofrecer un sacrificio digno de Dios, además si ofrecemos nuestros propios sacrificios por pequeños que sean y los unimos al sacrificio de Cristo, estos adquieren el valor de Redención al ser incorporados al propio sacrificio de Cristo.
No dejemos de asistir a la Santa Misa, recordando que es una obligación que tenemos los Domingos y Fiestas de guardar y pidamos siempre a María Santísima, la mujer fiel y oferente, que nos acompañe para alcanzar la gracia de ofrecer y ofrecernos al Dios vivo en cada Misa.
Alfredo Delgado, M.C.I.U.
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