¡Cristo ha resucitado! Este es el grito de gozo que hoy se alza inundando de fiesta a toda la Iglesia. Su palabra, su persona, su ser y quehacer no pudieron apagarse y quedarse en la oscuridad, no podían terminar en una tumba... ¡Ha resucitado como lo había predicho!
Ha pasado ya la pasión y muerte dolorosa de Cristo, que no podemos ni debemos olvidar. Ahora la resurrección del Señor ilumina su Cruz redentora. Pero lo que nos distingue como creyentes no es afirmar la muerte de Cristo (eso lo afirmaron sus contemporáneos) sino afirmar y sostener el sentido de su muerte redentora y de su gloriosa resurrección.
El Domingo de Resurrección celebramos el triunfo sobre la muerte. Si Cristo no hubiera resucitado, nuestra fe sería vana. Si el Señor Jesús no hubiera resucitado, nosotros estaríamos aún en nuestro pecado. Si Cristo no hubiera resucitado, su causa habría sido devaluada y derrotada por la fuerza del egoísmo, de la mentira, de la injusticia del devenir del tiempo y de la historia...Y Él sería sólo un muerto ilustre como muchos otros más.
Al resucitar Jesús no vuelve a estar vivo, como los personajes «resucitados» que el Evangelio nos presenta, sino que se convierte en el que vive para siempre, el Señor y dador de vida, cuyo Reino, no tendrá fin. La resurrección de Cristo no es una mera prolongación de la vida de antes, sino la fundación de una vida nueva..., que ha de ser nuestra vida nueva.
Eso es lo que hoy celebramos hermanos, esa es la alegría de la Pascua... nuestra vida nueva. Ese es el gozo del cristiano, del discípulo de Jesús. Por eso san Pablo nos dice: «Si ustedes, pues, han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba» (Col 3,1). No nos quedemos ahora, que hemos llegado al Domingo de Resurrección, como miopes que contemplan solamente nuestras circunstancias actuales, ellas son solamente herramientas de nuestro camino, de nuestra peregrinación.
La Virgen santísima, presente en el Calvario durante el Viernes santo (cf. Jn 19, 25) y en el cenáculo en Pentecostés (cf. Hch 1, 14), fue muy probablemente la primer testigo testigo de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos los momentos esenciales del misterio pascual con la misma serenidad y sobriedad que para nada quita el gozo y la alegría de la Pascua. María, al acoger a Cristo resucitado, es signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los muertos.
Cristo ha resucitado y regresamos a nuestro diario vivir dando testimonio de una vida nueva bajo la mirada dulce de la Madre del redentor que camina con nosotros como «Causa de nuestra alegría» porque el Señor sigue vivo y presente entre nosotros.
¡Felices Pascuas de Resurrección!
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