lunes, 17 de abril de 2017

Una oración por la paz en el mundo...


Señor Jesús, tú eres nuestra paz,
mira nuestra Patria dañada por la violencia
y dispersa por el miedo y la inseguridad.
Consuela el dolor de quienes sufren.
Da acierto a las decisiones 
de quienes nos gobiernan.
Toca el corazón de quienes olvidan
que somos hermanos
y provocan sufrimiento y muerte.
Dales el don de la conversión.
Protege a las familias, a nuestros niños,
adolescentes y jóvenes,
a nuestros pueblos y comunidades.
Que como discípulos misioneros tuyos,
ciudadanos responsables,
sepamos ser promotores de justicia y de paz,
para que en ti, nuestro pueblo 
tenga vida digna. Amén.

Santa María de Guadalupe,
Reina de la paz,
ruega por nosotros.

domingo, 16 de abril de 2017

DOMINGO DE RESURRECCIÓN... Una breve reflexión

¡Cristo ha resucitado! Este es el grito de gozo que hoy se alza inundando de fiesta a toda la Iglesia. Su palabra, su persona, su ser y quehacer no pudieron apagarse y quedarse en la oscuridad, no podían terminar en una tumba... ¡Ha resucitado como lo había predicho!

Ha pasado ya la pasión y muerte dolorosa de Cristo, que no podemos ni debemos olvidar. Ahora la resurrección del Señor ilumina su Cruz redentora. Pero lo que nos distingue como creyentes no es afirmar la muerte de Cristo (eso lo afirmaron sus contemporáneos) sino afirmar y sostener el sentido de su muerte redentora y de su gloriosa resurrección.

El Domingo de Resurrección celebramos el triunfo sobre la muerte. Si Cristo no hubiera resucitado, nuestra fe sería vana. Si el Señor Jesús no hubiera resucitado, nosotros estaríamos aún en nuestro pecado. Si Cristo no hubiera resucitado, su causa habría sido devaluada y derrotada por la fuerza del egoísmo, de la mentira, de la injusticia del devenir del tiempo y de la historia...Y Él sería sólo un muerto ilustre como muchos otros más.

Al resucitar Jesús no vuelve a estar vivo, como los personajes «resucitados» que el Evangelio nos presenta, sino que se convierte en  el que vive para siempre, el Señor y dador de vida, cuyo Reino, no tendrá fin. La resurrección de Cristo no es una mera prolongación de la vida de antes, sino la fundación de una vida nueva..., que ha de ser nuestra vida nueva.

Eso es lo que hoy celebramos hermanos, esa es la alegría de la Pascua... nuestra vida nueva. Ese es el gozo del cristiano, del discípulo de Jesús. Por eso san Pablo nos dice: «Si ustedes, pues, han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba» (Col 3,1). No nos quedemos ahora, que hemos llegado al Domingo de Resurrección, como miopes que contemplan solamente nuestras circunstancias actuales, ellas son solamente herramientas de nuestro camino, de nuestra peregrinación.

La Virgen santísima, presente en el Calvario durante el Viernes santo (cf. Jn 19, 25) y en el cenáculo en Pentecostés (cf. Hch 1, 14), fue muy probablemente la primer testigo testigo de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos los momentos esenciales del misterio pascual con la misma serenidad y sobriedad que para nada quita el gozo y la alegría de la Pascua. María, al acoger a Cristo resucitado, es signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los muertos. 

Cristo ha resucitado y regresamos a nuestro diario vivir dando testimonio de una vida nueva bajo la mirada dulce de la Madre del redentor que camina con nosotros como «Causa de nuestra alegría» porque el Señor sigue vivo y presente entre nosotros.

¡Felices Pascuas de Resurrección! 

¡Ojalá en la noche de Pascua sucediera algo parecido en nosotros!


Muerto nuestro señor Jesucristo y enterrado, los discípulos parece ser que desaparecieron de la escena pública, la Palabra de Dios nos dice que «se ocultaron por miedo» (Jn 20,19). Parecía que definitivamente el proyecto de Jesús había fracasado.

En medio de un cima de derrota y desánimo, sucede algo sorprendente, las mujeres que iban a embalsamar el cuerpo de Jesús encuentran la tumba vacía (Mt 28,1-10) y entonces los discípulos se ponen nuevamente en movimiento para ver qué es lo que está sucediendo.

La resurrección de Jesús se fue abriendo paso en los corazones de sus seguidores, triunfando sobre todo lo que en el corazón humanos parecía obstaculizarla: la incomprensión de los designios de Dios, la tristeza, el miedo, la duda... ¡Ojalá en la noche de Pascua sucediera algo parecido en nosotros!

El misterio de la Pascua es de una novedad imprevisible. Lo primero que se le ocurrió a María Magdalena fue pensar que se habían robado el cuerpo del Maestro. Como la Magdalena, el hombre de hoy está en un estado de impotencia para llegar a comprender este misterio por las propias fuerzas. Para todos aquellos amigos de Jesús, la Pascua fue como un despertar de un sueño. Dios ha venido para arrancarlos de su somnolencia, para abrir sus ojos cerrados. ¡Ojalá en la noche de Pascua sucediera algo parecido en nosotros!

María Magdalena no entiende, ella quiere retener a Jesús pero, Él la corrige: «No me toques, porque todavía no he subido al Padre» (Jn 20,17). Jesús quiere hacer comprender a María que su resurrección no es una vuelta al pasado. Desde este momento todo es nuevo. Jesús sube al Padre y quiere llevar a toda la humanidad con Él. María afirma su amor hacia Él, su deseo es ir tras de Él. ¡Ojalá en la noche de Pascua sucediera algo parecido en nosotros!

Poco a poco a aquellas mujeres encabezadas por María Magdalena y el grupo de los Apóstoles, la luz de la Pascua los ilumina, los confirma en el camino emprendido por Jesús, los llena de valor. Sí, y es que el miedo se puede convertir en valor, la guerra en paz, el odio en amistad, la soledad en compañía, el pecado en gracia. Nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad e pecadores y nosotros libres de la esclavitud del pecado; porque si nuestra existencia está unida a la de Cristo en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya. La Pascua cambió la vida de aquellos seguidores de Jesús. ¡Ojalá en la noche de Pascua sucediera algo parecido en nosotros!

Ya tenemos nuestra respuesta rotunda muchas de nuestras interrogantes: ¿Valdrá la pena salir en defensa de los inocentes en un mundo plagado de injusticias? ¿Tendrá sentido enfrentarse a las fuerzas y estructuras que van destruyendo al hombre? ¿Habrá algún camino hacia la vida entre tantos que conducen al hombre de hoy a la muerte? En la celebración de la Vigilia Pascual Cristo nos dice: «No tengan miedo, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). ¡Ojalá en la noche de Pascua sucediera algo parecido en nosotros!

La celebración de la Vigilia Pascual se debe vivir y revivir como una celebración gozosa de la nueva creación, del nuevo comienzo de nuestras vidas. Es la fiesta de la vida y de la esperanza. Es la invitación a renovar nuestro bautismo en Cristo sabiéndose armados con sus armas, las armas de la paz. Es la fiesta en la que se renueva la promesa y el compromiso de seguir luchando por una tierra nueva en la que habite la justicia, trabajando por un hombre nuevo bajo el amparo de María Santísima mientras esperamos la renovación pascual que no conocerá ocaso. ¡Aleluya, Cristo ha resucitado! ¡Ojalá en la noche de Pascua sucediera algo parecido en nosotros!

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

sábado, 15 de abril de 2017

ACTO DE CONTRICIÓN... Breve y sencillo

Señor mío,
me arrepiento de mis pecados
con todo el corazón.
De haber escogido hacer el mal 
y no hacer el bien.

He pecado contra Ti
a quien debo amar
sobre todas las cosas.

Propongo con tu ayuda
hacer penitencia,
nunca más pecar y evitar
todo lo que me lleve
a hacer el mal.
Amén.

Ofrecer y ofrecerse en la Santa Misa...

La Santa Misa es el sacrificio del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo ofrecido a Dios en el altar, bajo las apariencias de pan y de vino, para perpetuar el sacrificio redentor de nuestro Salvador en la cruz.

En la Santa Misa (Eucaristía) ofrecemos el sacrificio que se sí mismo hizo en la cruz Jesucristo y que en cada Misa se renueva sobre el altar.

En la Misa nos ofrecemos a Dios, lo adoramos y le damos el honor que merece. Nos ofrecemos a Él para reparar tantos pecados que se cometen en el mundo. Le damos gracias por todos los beneficios recibidos, espirituales y materiales. 

En la Santa Misa, al ofrecer el Sacrificio  imploramos la gracia y la misericordia de Dios para uno mismo, para los afligidos y atribulados, para lo ateos, impenitentes y pecadores de todo el mundo, así como para las almas del purgatorio y por las intenciones particulares que se presentan en cada celebración de la Misa.

En la Santa Misa, ofrecemos el sacrificio de la cruz junto con Cristo al Padre por la acción del Espíritu Santo, pues cada vez que se celebra la Misa, se repite el sacrificio de la cruz, la única diferencia es que se realiza de forma incruenta, sin derramamiento de sangre. La Misa es el perfecto sacrificio de ofrenda porque la víctima es perfecta.

En la Santa Misa podemos ofrecer un sacrificio digno de Dios, además si ofrecemos nuestros propios sacrificios por pequeños que sean y los unimos al sacrificio de Cristo, estos adquieren el valor de Redención al ser incorporados al propio sacrificio de Cristo.

No dejemos de asistir a la Santa Misa, recordando que es una obligación que tenemos los Domingos y Fiestas de guardar y pidamos siempre a María Santísima, la mujer fiel y oferente, que nos acompañe para alcanzar la gracia de ofrecer y ofrecernos al Dios vivo en cada Misa.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

SÁBADO SANTO... Una breve reflexión


Los salmos de hoy, en el rezo de la Liturgia de las Horas, hacen referencia al misterio de Cristo en la tumba y a su abandono total a la voluntad del Padre. 

Pensemos hoy en esta oración de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento que reza así: «Padre, me pongo en tus manos, me entrego a tu amor, a tu bondad, a tu generosidad; haz de mí lo que Tú quieras, pero dame almas, muchas almas, infinitas almas. Dame almas de niños, de pecadores, dame todas las almas de los infieles y yo te doy mi vida, mi corazón, mi ser todo entero. ¡Haz de mí lo que quieras!, mas déjame vivir y morir en tu amante corazón, para que ahí se caldee el mío y pueda a mi vez calentar a las almas que se acerquen a mí, que todos te conozcan y te amen, es la única recompensa que quiero».

Cada uno de nosotros, en las tareas de cada día, somos invitados a la contemplación del misterio que se hace silencio y que nos invita a ponernos en las manos del Padre como Cristo. «El Espíritu ora en nosotros» (Rom 8,26) y nos hace descubrir que el misterio de Cristo en el sepulcro, se hace invitación a la vida escondida con Él en el camino hacia la Casa del Padre.

Nuestra vida ha de ser «una vida escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3). En la noche de este y de cada Sábado Santo se celebra la «Vigilia Pascual», el gozo del resucitado que vence a la muerte. Pidamos con María, Madre llena de dolor pero colmada de esperanza, ser renovados en el Espíritu para renacer a una vida nueva en la luz del Señor resucitado.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

viernes, 14 de abril de 2017

VIERNES SANTO... Una breve reflexión


Hoy recordamos la muerte de Cristo por cada uno de nosotros... ¿Puede haber amor más grande que el de quien da la vida por sus amigos? La cruz y el sacrificio traen la verdadera redención y la verdadera libertad: «En tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).


Abandonarse en Dios significa disponerse al sacrificio, a la cruz. El Padre Dios quiere que compartamos con Cristo esta prueba; su mirada de amor ilumina cada día nuevos panoramas y perspectivas que no siempre suscitan —hablando humanamente— en nosotros mucho entusiasmo. Dios no abandona, el Espíritu Santo nos acompaña. La beata María Inés Teresa Arias dice: «Si es preciso que pase por todos los desprecios, por todas las incomprensiones, por todos los olvidos, primero  los pasaste Tú, divino enamorado. Enamórame de tu cruz, de tus dolores, de tus desprecios, y mándame lo que quieras, pero que la confianza en Ti crezca también, hasta lo infinito».

El Padre Celestial está a la espera de nuestra entrega, de nuestro sacrificio, que se ofrece libremente y por amor. Cristo dijo: «A mí nadie me quita la vida, yo la doy porque quiero» (Jn 10,18). María, la Madre Dolorosa que estuvo firme al pie de la cruz, es maestra en esta ciencia de la cruz. Ella nos ayudará a valientes y a convertirnos en holocausto en la constante búsqueda de hacer la voluntad del Padre.

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

jueves, 13 de abril de 2017

JUEVES SANTO... Una breve reflexión


El amor de Jesús se manifiesta siempre como una entrega total: «Los amó hasta el extremo». Llenos de admiración y gratitud celebramos hoy «LA CENA DEL SEÑOR» en una solemne Eucaristía. Hoy revivimos el mandamiento del amor, la institución de la Eucaristía y el don del sacerdocio ministerial.

¡Qué impresionante debe haber sido ver al Maestro lavar los pies a los discípulos! La entrega de Jesús nos habla a gritos de una generosidad sin límites. El Hijo en quien el Padre se complace en todo tiempo y lugar, es conducido por el mismo Espíritu a realizar esta acción llena de humildad y sencillez, a los suyos, a los más cercanos, a sus amigos más íntimos, a los que siempre estaban con él. ¿De qué manera lavo yo los pies a mis hermanos? ¿Estoy atento a lo que Dios me pide para con los que tengo más de cerca cada día?

Jesús se ha quedado con nosotros en la Eucaristía. Dirijamos nuestra mirada y nuestro corazón hacia Él. Experimentemos cómo el Espíritu Santo nos hace descubrir la presencia milagrosa de Cristo en aquello que parece pan y vino, pero que es en realidad el Cuerpo y la Sangre del Señor, que nos alimenta para ser «amor», «pan partido» como Él, que se entrega a los demás. La beata María Inés, hablando a Jesús en uno de sus momentos de oración, le dice: «Te encuentro en la Eucaristía, ¡tan real!, ¡tan vivo!, ¡tan Padre!, que los velos que te ocultan a mis miradas, desaparecen por completo en mi fe y te veo en ella, como al dulce Jesús que pasó por el mundo haciendo el bien».

En cada momento de servicio estamos vinculados con Cristo por el Espíritu para dar gloria al Padre. Pidamos unidos a la fiel servidora del Señor, María Santísima, que no nos falten los sacerdotes, que día a día nos traen a Jesús Eucaristía hasta nuestros altares y que todo nuestro ser se abra siempre al servicio de nuestros hermanos, como Cristo, el Sumo y Eterno Sacerdote, que nos amó hasta el extremo y cumplió siempre la voluntad del Padre con amor.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

miércoles, 12 de abril de 2017

MIÉRCOLES SANTO... Una breve reflexión

Cada vez que participamos en la celebración Eucarística, antes de recibir la Sagrada Comunión, dirigimos a Dios una súplica: «Una palabra tuya bastará para sanarme». Hoy, Miércoles Santo, podemos pensar —para hacer nuestra meditación— en la figura de Judas Iscariote, que entrega a Jesús a sus ciegos verdugos.

Jesús, el Cristo, cumpliendo la voluntad de su Padre, hablaba con autoridad y siempre con la verdad... ¿Cuántas palabras diría a Judas una y otra vez? ¿En cuantos de sus sermones estaría presente el traidor, antes de aquel impresionante momento?

«Una palabra tuya bastará para sanarme»... No basta estar presente, hay que escuchar al Señor, hay que llenarse de amor a la Santísima Trinidad para escuchar siempre y con constancia la palabra que sana. Cada gracia recibida, es una palabra de Dios salida de sus labios que destilan, en todo momento, la miel de su infinita misericordia. Con cuánta verdad la beata María Inés Teresa decía: «¡Láncense al mar de la misericordia1». ¿Por qué ponemos obstáculos a las palabras de Nuestro Señor? ¿Por qué no recibimos su gracia?

Al contemplar el día de hoy a Jesús sufriente, antes de iniciar el arduo y penoso camino hacia el Calvario, deberíamos de pensar en nuestra condición de «amadores de Dios», de «amigos suyos»... de «cristianos». Judas no llegó al beso de la traición de la noche a la mañana...

Debemos estar atentos cada día, para superar, junto a la Santísima Virgen María, medianera de todas las gracias, las resistencias que nuestra naturaleza opone a su gracia, y abrir, también junto a ella, nuestro corazón a la llamada del Dios Uno y Trino para exclamar con una confianza desbordante en Él un «sí», cuando todos abandonan a Jesús.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

martes, 11 de abril de 2017

Una persona madura es así...


«Si el que comienza se esfuerza,
con el favor de Dios,
a llegar a la cumbre la perfección,
creo jamás va solo al cielo,
siempre lleva mucha gente tras de sí;
como a buen capitán,
le da Dios quien vaya en su compañía»
Santa Teresa de Ávila.

Es una persona que tiene una eficiente percepción de la realidad y se relaciona fácilmente con ella.

Es una persona que se acepta a sí misma, que acepta a los demás y que acepta y ama la naturaleza.

Es una persona que es espontánea y natural, viviendo la simplicidad de la libertad de los hijos de Dios.

Es una persona que se concentra en los problemas, para poder resolverlos.

Es una persona que experimenta en su vida la necesidad de soledad y el desapego de los demás.

Es una persona que  ama la cultura verdadera y no se deja llevar por las modas pasajeras.

Es una persona que ha educado su voluntad para buscar siempre hacer la voluntad de Dios.

Es una persona que tiene sentido místico con el que sabe reconocer lo que Dios le ha dado y es agradecido con él.

Es una persona de espíritu abierto que vive la misericordia.

Es una persona con un gran sentido de lo social que lo lleva a ejercer siempre la caridad.

Es una persona de relaciones interpersonales profundas y selectivas.

Es una persona que tiene estructurado su carácter.

Es una persona que sabe distinguir perfectamente entre los medios y el fin, entre lo bueno y lo malo.

Es una persona que tiene sentido del humor.

Es una persona que tiene creatividad.

Es una persona que busca la santidad.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

MARTES SANTO... Una breve reflexión


El llamado a una determinada misión viene siempre acompañado de los dones necesarios para la realización de la misma. Hemos venido a este mundo a cumplir la voluntad del Padre, que nos quiere discípulos—misioneros de su Hijo Jesús y de su Reino. 

La tarea que tenemos como discípulos—misioneros es la de buscar la conversión de todos y la reunión, en torno a Cristo para celebrar y hacer vida su pasión, muerte y resurrección no solamente en el Triduo Sacro.

El Señor, con tristeza, en el Evangelio que este martes se escucha (Jn 13,21-33.36-38), expresa que «alguien» lo va a entregar. Es uno de ellos, de los suyos, de los más cercanos colaboradores... ¿Qué ha hecho ese «alguien» con los dones recibidos? ¿Qué le ha movido a actuar de esta manera? A otro de los discípulos, el Señor le asegura que lo va a negar... ¿Por qué irá a suceder esto? ¿Por qué no podrá con valentía defender a Jesús?

Estos dos hechos hacen que brote de nuestro corazón una súplica en este Martes Santo: ¡Señor, que no sea yo un traidor ni te niegue! Que sea valiente como nuestros mártires del tiempo de la persecución cristera en México y pueda decir como la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento: «¡Jesús, tú eres la única realidad!».

El arrepentimiento es doloroso, pero es también consolador. Uno de estos dos discípulos se va a arrepentir y renovará su corazón hasta hacerlo totalmente nuevo y capacitarlo para decirle a Jesús: «¡Tú sabes que te amo!» (Jn 21,17). El otro... sabemos cómo acaba con su vida (Mt 27,5).

Bajo la mirada dulce de María Santísima que nos acompaña en el caminar de estos días santos junto a Jesús, y es testigo fiel de los dones que Dios nos ha dado, puedo preguntarme: ¿Y yo, qué actitud tomo en esta Semana Santa?

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

lunes, 10 de abril de 2017

OREMOS POR LAS VOCACIONES...


ORACIÓN POR LAS VOCACIONES
DE
SAN JUAN PABLO II

Padre santo, Tú nos llamas a ser santos como Tú eres santo.
Te pedimos que nunca falten a tu iglesia 
ministros y apóstoles santos que,
con la palabra y los sacramentos,
preparen el camino para el encuentro contigo.

Padre misericordioso, da a la humanidad descarriada
hombres y mujeres que, con el testimonio de una vida
transfigurada a imagen de tu Hijo,
caminen alegremente con todos los demás 
hermanos y hermanas
hacia la patria celestial.

Padre nuestro, con la voz de tu Espíritu Santo,
y confiando en la materna intercesión de María,
te pedimos ardientemente: manda a tu Iglesia
sacerdotes, que sean valientes testimonios
de tu infinita bondad. Amén. 

LUNES SANTO... Una breve reflexión

Hoy contemplamos a Jesús en una cena especial para él. María hace esa acción ya conocida por todos, de ungir, los pies de Jesús, con un perfume costoso y Judas inmediatamente pregunta en tono de reclamo: —¿Por qué no se ha vendido ese perfume para dar el dinero a los pobres?

Qué poco se valora a veces al Señor, cómo se juzgan a veces con ligereza las acciones que se hacen en su nombre... «A los pobres, siempre los tendrán con ustedes».

Dios no quiere que nos dejemos llevar por las primeras apariencias. Como un rayo dorado de sol, la Santísima Trinidad ilumina las profundidades del alma. El Padre nos hace vivir bajo la acción del Espíritu Santo para Cristo y sólo para Él. Con razón la beata María Inés Teresa no dejaba de recurrir, como ella decía «al Dios tres veces santo» en todo momento. El corazón que se llena del amor a la Trinidad nada teme, ni las críticas, ni las dificultades, ni el ridículo... vive sólo para Dios.

Es Lunes Santo, vamos con Cristo camino a la Pascua. ¿Qué me invita a actuar en su nombre? ¿Cómo me integro a él en estos días santos? ¿Qué espera María Santísima de mí para con su Hijo? Que ella nos ayude para vivir en el amor de la Santísima Trinidad estos días santos, obedeciendo al Padre y dejando actuar al Espíritu Santo que nos conduce hacia el Hijo a vivir con él la pasión.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

sábado, 8 de abril de 2017

DOMINGO DE RAMOS... una breve reflexión

Celebramos el «Domingo de Ramos» una vez más y con esta celebración iniciamos la Semana Santa. Jesús es el camino que nos conduce hacia la casa del Padre. Él hizo siempre la voluntad del Padre por la acción del Espíritu Santo. Él viene a nuestros corazones y hoy la Iglesia exclama: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

Jesús entra triunfante en Jerusalén y es aclamado como yo lo debo aclamar por estos más de 2000 años de su encarnación para salvarme. ¿Cómo entra Jesús a mi corazón? ¿Busco yo también hacer la voluntad del Padre como él? Cristo nos dice: «No los dejaré huérfanos... yo rogaré al Padre, y él les dará otro abogado, el Espíritu de la verdad...» (Jn 14,15-18).

Esta seguridad que nos da Jesús despierta nuestro anhelo de servirlo en esta Semana Santa, y de entregarnos en la misión que tenemos encomendada, ofreciendo, como dice la beata Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento: «Cada latido de nuestro corazón». ¿Cómo quiero vivir estos días santos? ¿Qué me motiva para acompañar a Jesús más de cerca? ¿Anhelo que Jesús entre y reine en todos los corazones de mis familiares, amigos y conocidos? 

Pidamos al Dios tres veces santo que venga a nuestros corazones de discípulos-misioneros. Pidámosle que nos atraiga hacia él para que encontremos el gozo de alabar a la Santísima Trinidad en esta Semana Santa, y que, bajo el amparo de María, la Madre llena de dolor, vivamos plenamente para Dios esta Semana Santa y cada una de las de nuestra vida.

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

viernes, 7 de abril de 2017

LETANÍA DE REPARACIÓN A NUESTRO SEÑOR EN LA EUCARISTÍA...


Señor, Ten piedad de nosotros.
Cristo, Ten piedad de nosotros.
Señor, Ten piedad de nosotros.

Cristo, Óyenos.
Cristo, Benignamente óyenos.

(La respuesta es: Ten piedad de nosotros)
Dios Hijo, Redentor del mundo,
Santa Trinidad, un solo Dios,
Sagrada Hostia, ofrecida por la salvación de los pecadores,
Sagrada Hostia, anonadada en el altar para nosotros y por nosotros,
Sagrada Hostia, despreciada por los cristianos tibios,
Sagrada Hostia, signo de contradicción,
Sagrada Hostia, entregada a los judíos y herejes,
Sagrada Hostia, insultada por los blasfemos,
Sagrada Hostia, Pan de los ángeles, dado a los animales,
Sagrada Hostia, tirada en el lodo y pisoteada,
Sagrada Hostia, deshonrada por los sacerdotes infieles,
Sagrada Hostia, olvidada y abandonada en tus iglesias.

(La respuesta es: Te ofrecemos nuestra reparación)
Por el ultrajante desprecio de este maravilloso Sacramento,
Por tu extrema humillación en tu admirable Sacramento,
Por todas las comuniones indignas,
Por las irreverencias de los malos cristianos,
Por la profanación de tus santuarios,
Por los copones deshonrados y llevados a la fuerza,
Por las continuas blasfemias de los hombres impíos,
Por la impenitencia y traición de los herejes,
Por las conversaciones indignas en tus santos templos,
Por los profanadores de tus iglesias, a las que han profanado con sus sacrilegios,

(La respuesta es: Te suplicamos, óyenos)
Para que plazca aumentar en todos los cristianos la reverencia debida a este adorable Misterio,
Para que te plazca manifestar el Sacramento de tu amor a los herejes,
Para que te plazca que los insultos de aquellos que te ultrajan sean más bien dirigidos hacia nosotros,
Para que te plazca misericordiosamente recibir esta nuestra humilde reparación,
Para que te plazca hacer nuestra adoración aceptable a Ti,

Hostia Pura, Escucha nuestra oración.
Hostia Santa, Escucha nuestra oración.
Hostia Inmaculada, Escucha nuestra oración.

Sé misericordioso con nosotros, Perdónanos, oh Señor.
Sé misericordioso con nosotros, Escúchanos, oh Señor.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, Perdónanos, oh Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, Benignamente óyenos, oh Señor. Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, Ten misericordia de nosotros.

Señor, ten piedad de nosotros. Cristo, ten piedad de nosotros.

V. Mira, oh Señor, nuestra aflicción,
R. Y da gloria a tu Santo Nombre.

Oremos
Señor Jesucristo, que te dignas permanecer con nosotros en tu maravilloso Sacramento hasta el final del mundo, para darle a tu Padre, por la memoria de tu Pasión, gloria eterna, y para darnos a nosotros el Pan de vida eterna: concédenos la gracia de llorar, con corazones llenos de dolor, por las injurias que Tú has recibido en este Misterio adorable, y por los muchos sacrilegios que cometen los impíos, los herejes y los católicos. Inflámanos con deseo ardiente de reparar todos estos insultos a los que, en tu infinita misericordia, has preferido exponerte antes que privarnos de tu Presencia en nuestros altares. Tú, que con Dios Padre y el Espíritu Santo vives y reinas, un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén

jueves, 6 de abril de 2017

«CON MARÍA ANTE JESÚS EUCARISTÍA»... Hora Santa 30 (Orar con el Rosario Eucarístico)


Monitor: Bienvenidos todos a esta Hora Santa en la que tendremos unos momentos de Adoración al Santísimo Sacramento y el rezo del Santo Rosario Eucarístico en honor de nuestro señor Jesucristo, por su amor y en reparación de las ofensas cometidas contra el Inmaculado Corazón de María pidiendo por la conversión de los pecadores.

Permita Dios, en Su Infinita Misericordia, que este momento sea vivido como nos lo pide la Santísima Virgen María en Fátima cuando dice: «Oren, oren mucho y hagan sacrificios por los pecadores. Son muchas almas que van al infierno porque no hay quien se sacrifique y ruegue por ellas» (19 de agosto de 1917). Sabemos que la Virgen María protegerá a todos los que nos unimos con ella en esta Hora Santa, pidiendo a su Hijo Jesús por la redención del mundo y, particularmente para que nuestra Iglesia sea verdaderamente una comunión de fe y fraternidad. Nos ponemos de rodillas.

Canto de Entrada:

«ALABEMOS AL SEÑOR»

ALABEMOS AL SEÑOR
PORQUE SU AMOR NO TIENE FIN.
ALABEMOS AL SEÑOR
DEL UNO AL OTRO CONFIN. 

Grande es Dios en la creación del universo,
grande en las estrellas y el sol del firmamento.

Bueno es Dios en la redención de lo creado,
bueno Cristo muerto en una cruz y resucitado.

Santo es Dios santificador de lo creado,
santo el Espíritu de Dios que nos ha dado.


EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO COMO DE ORDINARIO.

Guía: Señor Jesús te adoramos aquí presente en esta Hostia Santa. Te bendecimos y te damos gracias por tu presencia hoy aquí entre nosotros. Tú has dicho: «Este es mi cuerpo que se ofrece por ustedes». ¡Oh Jesús!, llena nuestros corazones con tu Espíritu Divino para que podamos adorarte, junto a tu Madre Santísima, con fe y esperanza en esta hora de reparación por las ofensas que se hacen a tu Sagrado Corazón y al corazón inmaculado de tu Madre Santísima

Lector 1: Señor, hemos venido a adorarte y agradecerte por tu constante oración al Padre. Te damos gracias por la decisión que tomaste la noche de tu entrega mientras sudabas sangre, tú le dijiste al Padre: ……..«No se haga mi voluntad, sino la tuya».

Lector 2: Tu santísima Madre, en el momento de la anunciación, sin llegar a comprender plenamente tus planes, dijo: «Hágase en mí, según tu palabra», que es lo mismo que decir «Hágase en mí según tu voluntad».

Lector 1: Señor Jesús, te pedimos que nos enseñes a decir siempre : «Padre que se haga tu voluntad». Queremos decirlo en todas las circunstancias de nuestras vidas, sobre todo cuando nos resistimos a aceptar lo que nos pasa y también en todas las situaciones futuras donde seremos tentados a no aceptar la voluntad del Padre, permítenos mantenernos fieles a Su voluntad.s

Lector 2: Señor, Danos un corazón semejante al tuyo, dile a tu Madre Santísima que nos preste su corazón para amarte como Ella, que fue siempre fiel al cumplimiento de tu voluntad.

Monitor: Iniciamos ahora el rezo de nuestro Rosario Eucarístico recitando el acto de contrición:

Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.


PRIMER MISTERIO EUCARÍSTICO

En este primer misterio Eucarístico,  contemplamos cómo Nuestro Señor Jesucristo, reunido con sus Apóstoles, en la última cena, bendijo el pan y lo repartió diciendo: «Tomen y coman, este es mi cuerpo», dejando así instituida la Eucaristía, como manifestación de su amor por los Hombres para quedarse con nosotros hasta que se clausuren los siglos y comience la eternidad.

Jesús Sacramentado, te pedimos por todos aquellos que no creen en tu presencia real en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía y te suplicamos que tu Madre Santísima los atraiga a Ti.
Padre Nuestro, diez Ave Marías y Gloria.

Jaculatoria: ¡Oh! Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia. Amén.

Canto:

«¡OH, BUEN JESÚS!»

¡Oh, buen Jesús!  
Yo creo firmemente
que por mi bien estás en el altar,
que das tu cuerpo y sangre juntamente
al alma fiel en celestial manjar,
al alma fiel en celestial manjar (2 veces).

Dulce maná y celestial comida,
gozo y salud de quien te come bien,
ven sin tardar, mi Dios, mi Luz, mi Vida,
Desciende a mí, hasta mi pecho ven. (bis)


SEGUNDO MISTERIO EUCARÍSTICO

En el segundo misterio Eucarístico, contemplamos cómo Jesús, en su infinito amor, queriendo hacer partícipe a toda la humanidad de las excelencias de la Eucaristía, dio a sus sacerdotes el poder de transformar el pan en el Cuerpo de Cristo y el vino en su Sangre.

Señor Jesús, te pedimos por todos los sacerdotes del mundo entero para que, alimentados de tu Cuerpo y Sangre, y bajo el cuidado amoroso de tu Madre María, se sepan siempre fortalecidos y animados para vivir el ministerio con alegría.

Padre Nuestro, diezAve Marías y Gloria.

Jaculatoria: ¡Oh! Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia. Amén.

Canto:

«¡OH, BUEN JESÚS!»

¡Oh, buen Jesús!  
Yo creo firmemente
que por mi bien estás en el altar,
que das tu cuerpo y sangre juntamente
al alma fiel en celestial manjar,
al alma fiel en celestial manjar (2 veces).

¡Oh buen Pastor! amable y fino amante,
mi corazón se abraza en santo ardor;
si te olvidé, hoy juro que constante,
he de vivir tan solo de tu amor (bis).


TERCER MISTERIO EUCARÍSTICO

En este tercer misterio Eucarístico, contemplamos cómo Nuestro Señor Jesucristo está vivo y verdadero, en cada hostia y aún en cada partícula, repartiéndose en cada una de las misas celebradas hasta en la más lejana de las iglesias de la tierra.

Te pedimos, Señor Jesús, por todos los enfermos que, con un corazón sincero y mucho amor, comulgan de tu cuerpo y sangre y te encomendamos a todos los que les llevan la comunión, para que se sepan siempre acompañados de tu Santísima Madre.

Padre Nuestro, Ave Marías y Gloria.

Jaculatoria: ¡Oh! Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia. Amén.

Canto:

«¡OH, BUEN JESÚS!»

¡Oh, buen Jesús!  
Yo creo firmemente
que por mi bien estás en el altar,
que das tu cuerpo y sangre juntamente
al alma fiel en celestial manjar,
al alma fiel en celestial manjar (2 veces).

Espero en ti piadoso Jesús mío,
oigo tu voz que dice: ven a mí
por que eres fiel, por eso en ti confío,
todo , Señor, espérolo de ti (bis).


CUARTO MISTERIO EUCARÍSTICO

En este cuarto misterio Eucarístico, contemplamos cómo Jesús, después de redimirnos con su muerte y resurrección, quiso también quedarse entre nosotros en el Santísimo Sacramento del Altar, hasta el fin de los siglos, para ser adorado y glorificado en su Cuerpo y Sangre, bajo las especies de pan y de vino.

Santísimo Sacramento, ponemos en tu presencia todos aquellos que no tienen libertad, los que viven en las cárceles y los que están atados al pecado, al miedo y a la angustia. Te rogamos que tu Madre Santísima les acompañe y no se sientan abandonados.

Padre Nuestro, Ave Marías y Gloria.

Jaculatoria: ¡Oh! Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia. Amén.

Canto:

«¡OH, BUEN JESÚS!»

¡Oh, buen Jesús!  
Yo creo firmemente
que por mi bien estás en el altar,
que das tu cuerpo y sangre juntamente
al alma fiel en celestial manjar,
al alma fiel en celestial manjar (2 veces).

Pequé, Señor: Ingrato te he vendido
infiel te fui: confieso mi maldad;
contrito ya, perdón, Señor, te pido:
eres mi Dios apelo a tu bondad. (bis)


QUINTO MISTERIO EUCARÍSTICO

En este quinto misterio Eucarístico, contemplamos cómo Jesús, no sólo quiso ser adorado en la Eucaristía, sino que también quiso darse a los hombres en la Santa Comunión, a fin de ser alimento para el alma y prenda de Vida Eterna.

Jesús, Pan de Vida, te pedimos por todas la comunidades cristianas, para que alrededor de tu mesa santa, comulgando de tu Cuerpo y Sangre, vivan como los Apóstoles y María Santísima, en los primeros tiempos de la Iglesia, siempre como signo de amor y unidad.

Padre Nuestro, Ave Marías y Gloria.


Jaculatoria: ¡Oh! Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia. Amén.


Guía: «Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman» (tres veces).

Canto:

«¡OH, BUEN JESÚS!»

¡Oh, buen Jesús!  
Yo creo firmemente
que por mi bien estás en el altar,
que das tu cuerpo y sangre juntamente
al alma fiel en celestial manjar,
al alma fiel en celestial manjar (2 veces).

Indigno soy, confieso avergonzado,
de recibir la Santa Comunión.
Jesús, que ves mi nada y mi pecado
prepara Tú mi pobre corazón. (bis)


Guía: Dios te salve, Reina y Madre, Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María! Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.  Amén.


Momento de silencio para meditar.

Monitor: Escuchemos ahora la Palabra de Dios:

Lector: Lectura del libro del profeta Isaías.                                                (61,10—11)

Desbordo de gozo en el Señor y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novia que se adorna con sus joyas. Porque como una tierra hace germinar plantas y como un huerto produce su simiente, así  el Señor  Yahvé hace germinar la justicia y la alabanza en presencia de todas las naciones. Palabra de Dios.

Guía: Alabemos a nuestro Dios con las mismas palabras que María pronunció en su Magnificat:

Canto:

«MI ALMA GLORIFICA AL SEÑOR»

Mi alma glorifica al Señor, mi Dios
gózase de mí espíritu en mi Salvador.
Él es mi alegría, es mi plenitud,
Él es todo para mí.

Ha mirado la bajeza de su sierva,
muy  dichosa me dirán todos los pueblos,
porque en mí ha hecho grandes maravillas
el que todo puede, cuyo nombre es: Santo.

Su clemencia se derrama por los siglos
sobre aquellos que le temen y le aman;
desplegó el gran poder de su derecha,
dispersó a los que piensan que son algo.

Derribó a los potentados de sus tronos,
acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a sus padres,
a Abraham y descendencia, para siempre.


Guía: Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoramos profundamente y te ofrecemos el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en el Santísimo Sacramento del Altar en reparación por las ofensas, sacrilegios e indiferencias con los que Él es ofendido.


Canto:

«BENDITO, BENDITO SEA DIOS»

Bendito, bendito, bendito sea Dios,
los ángeles cantan y alaban a Dios (2).

Yo creo, Jesús mío, que estás en el altar, 
oculto en la hostia te vengo a adorar ( 2 )

Espero, Jesús mío, en tu suma bondad, 
poder recibirte con fe y caridad ( 2 )

Por el amor al hombre moriste en una cruz 
y al cáliz bajaste por nuestra salud ( 2 )

Jesús, Rey del cielo está en el altar, 
su Cuerpo, su Sangre, nos da sin cesar ( 2 )

Entre sus ovejas está el Buen Pastor, 
en vela continua lo tiene el amor ( 2 )

Lector 1: La Virgen María es Madre de Misericordia, y lo es por muchos motivos: ante todo, es Madre de Jesús Eucaristía a quien contemplamos en esta custodia. Ella es Madre de Cristo, que es la Misericordia Divina encarnada, y lo es desde su encarnación hasta el pie de la cruz ante la muerte agónica de su Hijo en la Cruz, porque desde su encarnación, lo alimentó, lo cuidó, lo protegió, y no solo durante la gestación, sino durante toda su niñez, adolescencia y juventud, y aun cuando Jesús era adulto, porque fue la única que estuvo al pie de la Cruz, cuidando de su Hijo, mientras Él agonizaba por nuestra salvación.

Lector 2: La Virgen Santísima, mujer eucarística, es Madre de Misericordia, porque así como gestó, cuidó, alimentó y protegió, desde su nacimiento hasta su muerte al Hijo de Dios, así lo hace con cada uno de sus hijos adoptivos, desde que nacen, hasta su paso de esta vida a la otra, acompañándolos en el Via Crucis y ayudándolos a llevar la Cruz hasta el Calvario, Puerta abierta al cielo.

Lector 1: La Virgen Fiel obró con su Hijo Jesús la Misericordia, y también hace lo mismo con cada uno de nosotros, que somos sus hijos, practicando las obras de misericordia corporales y espirituales. De esta manera, al ser Madre de Misericordia y al obrar Ella misma la Misericordia con su Hijo y con nosotros, nos enseña cómo debemos obrar la Misericordia si queremos entrar en el Reino de los cielos.

Lector 2: Si en el día de nuestro juicio particular queremos escuchar la dulce voz de Jesús que nos diga: «Vengan, benditos de mi Padre, al Reino de los cielos», entonces debemos obrar la Misericordia para con nuestros hermanos, imitando a la Virgen, Madre de Misericordia.

Guía: Virgen Santísima, infunde en nuestros corazones el amor misericordioso a los que nos rodean, para que obrando con todos la caridad y la compasión, pasemos a la vida eterna a través de la Divina Misericordia. Amén.

(Si está presente un sacerdote o un diácono, éste dará la bendición del forma acostumbrada).

Canto de preparación para recibir la bendición:

«BENDIGAMOS AL SEÑOR»

Bendigamos al Señor, que nos une en caridad
Y nos nutre con su amor, en el Pan de la Unidad
¡Oh Padre nuestro!

Conservemos la unidad, que el Maestro nos mandó,
donde hay guerra que haya paz, donde hay odio que haya amor.
¡Oh Padre nuestro!

El Señor nos ordenó devolver el bien por mal,
ser testigos de su amor, perdonando de verdad.
¡Oh Padre nuestro!

Al que vive en el dolor y al que sufre en soledad,
entreguemos nuestro amor y consuelo fraternal.
¡Oh Padre nuestro!

Ministro: Nos diste, Señor, el Pan del Cielo
Todos: Que en sí contiene todas las delicias.

Ministro: Oh Dios que bajo este admirable sacramento del Altar, nos dejaste el memorial de tu pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal manera los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Ultimas oraciones.

Bendito sea Dios
Bendito sea su santo nombre
Bendito sea Jesucristo verdadero Dios y verdadero Hombre
Bendito sea el Santo Nombre de Jesús
Bendito sea su sacratísimo corazón
Bendita sea su preciosísima sangre
Bendito sea Jesucristo en el santísimo Sacramento del altar
Bendito sea el Espíritu Santo Consolador
Bendita sea la gran Madre de Dios: María santísima
Bendita sea su santa e inmaculada concepción
Bendita sea su gloriosa Asunción
Bendito sea el nombre de María: Virgen y Madre
Bendito sea san José su castísimo esposo
Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos.

CANTO FINAL PARA LA RESERVA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO:

«VASO NUEVO»

Gracias quiero darte por amarme,
gracias quiero darte yo a ti Señor,
hoy soy feliz porque te conocí
gracias por amarme a mí también.

Yo quiero ser, Señor amado,
como el barro en manos del alfarero,
toma mi vida hazla de nuevo,
yo quiero ser un vaso nuevo.

Te conocí y te amé,
te pedí perdón y me escuchaste
si te ofendí perdóname Señor
pues te amo y nunca te olvidaré.

lunes, 3 de abril de 2017

ORACIÓN A SAN JUDAS TADEO...


¡Oh glorioso Apóstol san Judas Tadeo! 
Siervo fiel y amigo de Jesús, 
el nombre del traidor que entregó a tu querido Maestro 
en manos de sus enemigos,
ha sido la causa de que muchos te hayan olvidado, 
pero la Iglesia te honra e invoca universalmente 
como patrón de las casos difíciles y desesperados. 

Ruega por mí que soy tan miserable; 
y haz uso, te ruego, 
de ese privilegio especial a ti concedido 
de socorrer visible y prontamente 
cuando casi se ha perdido toda esperanza. 

Ven en mi ayuda en esta gran necesidad, 
para que reciba los consuelos y socorro del cielo 
en todas mis necesidades, tribulaciones y sufrimientos, 
particularmente (se hace aquí la petición) 
y para que bendiga a Dios contigo 
y con todos los escogidos por toda la eternidad. 
Amén.

sábado, 1 de abril de 2017

LA DIVINA PROVIDENCIA... Para cada primer día del mes

La devoción a la Divina Providencia es una práctica muy antigua en la Iglesia. Cada día primero del mes, nos confiamos  a Dios Providente mediante una oración y de manera especial, el día primero del año. Dios, en su Divina Providencia, conoce todas nuestras necesidades mejor que nosotros mismos y se ocupa de ellas.  Tener confianza en su Divina Providencia es  saber que todo está en sus Manos.

La Divina Providencia es Dios mismo, quien en su sabiduría él ordena todos los seres y eventos del universo de manera que se realice el fin para el cual fueron creados. Ese fin es que todas las criaturas deban manifestar la gloria de Dios, y en particular que el hombre lo glorifique, reconociendo en la naturaleza la obra de su mano, que no nos abandona nunca y nos da lo necesario para vivir, invitándonos a ser agradecidos y a vivir en obediencia y amor. Y por lo mismo logrando el completo desarrollo y la felicidad eterna en Dios. 

Dios providente preserva el universo en la existencia. Actúa dentro y con cada criatura en cada y todas sus actividades. A pesar del pecado, debido a la voluntaria perversión de la libertad humana y a pesar del mal que es consecuencia del pecado. Dirige todos, incluso el mal y el pecado mismo a su finalidad por el cual el universo ha sido creado. Todas estas operaciones de parte de Dios, con la excepción de la creación, son atribuidas en la Teología Católica, a la Divina Providencia.

Aunque el termino «Providencia» es aplicado a Dios en pocas ocasiones en el Antiguo Testamento (Ecl 5,5; Sab 6,17;14,3; Jdt 9,5), las enseñanzas —muchas de ellas veladas— en el Antiguo Testamento sobre la Divina Providencia, son asumidas por Nuestro Señor Jesucristo, quien obtiene de ello lecciones practicas en relación a la confianza en Dios (Mt 6,25-33; 7,7-11; 10,28-31; Mc 11,22-4; Lc 11,9-13; Jn 16,26, 27). En San Pablo se convierte en la base de una teología definitiva y sistemática. A los atenienses en el Areópago, san Pablo les enseña que Dios hizo el universo y es su supremo Señor (Hech 17,24). Que sostiene el universo en su existencia, dando vida y aliento a todas las cosas (versículo 25) y, por lo tanto, como la fuente de donde todo procede, Él mismo no carece de nada ni tiene necesidad de ningún servicio humano; el mismo Dios ha dirigido el crecimiento de las naciones y su distribución (versículo 26) y esto, al punto que ellos deben buscarlo a él (versículo 27) en quien vivimos, nos movemos y somos.

De los credos, a través de la historia, hemos aprendido que Dios Padre es omnipotente, creador del Cielo y la tierra; que Dios, el Hijo, que descendió del Cielo, se hizo hombre, sufrió y murió por nuestra salvación y será el juez de los vivos y los muertos; que el Espíritu Santo inspiro a los Profetas y a los Apóstoles y habito en los santos – todo lo cual implica la Providencia natural y sobrenatural. La Profesión de fe de los valdenses en 1208 declara a Dios como el gobernador y dispensador de todas las cosas corporales y espirituales (Denzinger, 10ma ed., 1908, n. 421). El Concilio de Trento (Sess. VI, can. VI, A.D. 816), definió que el mal esta en poder del hombre y que los frutos del mal no son atribuibles a Dios en el mismo sentido como lo son los buenos frutos, sino solo como permisivo, de modo que la vocación de Pablo es obra de Dios en un sentido mas verdadero que la traición de Judas. El Concilio Vaticano agrega a esta doctrina declarando que Dios en Su Providencia protege y gobierna todas las cosas. (Sess. III, c. I, d. 1784).

Hablando del Credo, san Juan Pablo II, en su libro «Creo en Dios Padre» pregunta: —¿Qué es la Divina Providencia?. Y él mismo nos da la respuesta: —Decir Creo en Dios... creador… es creer en la Divina Providencia. Dios como Padre Omnipotente y Sabio está presente y actúa en el mundo, en la historia, en cada criatura y sobre todo en el hombre, que, guiado por Él debe llegar a la meta final: la vida eterna. La Teología nos enseña que las funciones de la Providencia son tres: Como física, conserva lo que es y concurre con lo que ocurre o se transforma; como moral, opera sobre el hombre la ley natural, una conciencia, sanciones – física, moral y social / responde a las oraciones humanas, y en general gobierna tanto a la nación como al individuo. 

La oración para acogerse a la Divina Providencia suele ser breve. Yo propongo una oración larga y otra muy breve que solía recitar la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, que la rezaba todos los días antes de sentarse a la mesa a tomar el primer alimento del día. Es bueno hacer esta oración a la luz de una vela que nos recuerde la luz de Cristo y nuestra fe en Él y mantener la vela encendida el día 1 de cada mes. Eso nos recuerda nuestro bautismo y también nuestro compromiso de ser «luz del mundo» (Jn 8,12), dando testimonio de nuestro cristianismo ante los demás. Que Dios deba responder a las oraciones no se debe entender como una violación al orden natural de la Providencia, si no más bien como llevar a efecto la Providencia “porque el arreglo mismo, de conceder al peticionario, cae dentro el orden de la Providencia Divina. Por lo tanto, decir que no debemos orar para ganar algo de Dios porque el orden de su Providencia es inmutable, es como decir que no debemos caminar para llegar a algún lugar o comer para apoyar la vida” (Contra Gentiles, III, XCV).

En su libro «La Lira del Corazón», la beata María Inés dice que «todos nuestros cuidados y diligencias serían inútiles, si no están todos ellos encerrados en ese marco de oración y entrega total en la Providencia Divina» (pp. 173-174). En los apuntes personales de sus ejercicios espirituales de 1950 escribe: «Tú no necesitas, Dios infinitamente rico, nuestros miserables dones, pero sí me pides el corazón todo entero, y con él mi gratitud, mi confianza, mi fe en ti, mi abandono a tu Providencia, mi donación total». (f. 879). Y en el «Estudio sobre la Regla y el Evangelio»  dice: «Una y otra vez en su Evangelio, me enseña el Señor a no preocuparme por el mañana, a no angustiarme por el qué comeremos o qué vestiremos, a abandonarme por entero en su amor, en todas mis cosas, con todos mis quereres, con todos mis anhelos. Él los saciará plenamente, en el momento escogido por él, en el cual resplandecerá más su poder y su amor» (f. 698).

La oración más larga es esta:

Dios y Señor Nuestro, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
cuya Providencia no se equivoca en todo lo que dispone,
y nada acontece que no lo ordene,
rendidamente te pedimos y suplicamos
que apartes de nosotros todo lo que nos pueda separar de Ti,
y nos concedas todo lo que nos conviene.

Haz que en toda nuestra vida busquemos primeramente Tu Reino
y que seamos justos en todo;
que no nos falte el trabajo,
el techo bajo el cual nos cobijamos,
ni el pan de cada día.

Líbranos de las enfermedades y de la miseria;
que ningún mal nos domine.
Sálvanos del pecado, el mayor de todos los males,
y que siempre estemos preparados santamente a la muerte.

Por Tu Misericordia, Señor y Dios Nuestro,
haz que vivamos siempre en Tu Gracia.
Así seremos dignos de adorar Tu amable Providencia
en la eterna bienaventuranza.
Amén.

La oración que rezaba a diario la beata María Inés y que es bastante conocida es esta:

La Divina Providencia nos asista en cada momento,
para que nunca nos falte honra, casa, vestido y sustento,
buen espíritu, vocaciones y todo lo necesario,
culto y adoración al Santísimo Sacramento.

y añadía esta jaculatoria:

Santos ángeles custodios de nuestros bienhechores,
rogad por nosotros y dadles la perseverancia.

Esta oración, hasta la fecha, es recitada antes del desayuno en todas las comunidades que integran la Familia Inesiana.

Finalmente, sin olvidarnos nunca de la Santísima Virgen María, maestra en esa confianza en la Divina Providencia, dejo esta oración dirigida a la Virgen de la Divina Providencia:

Virgen María Inmaculada, Madre de la Divina Providencia, 
protege mi alma con la plenitud de tu gracia; 
gobierna mi vida y dirígela por el camino de la virtud 
al cumplimiento de la voluntad divina.

Alcánzame el perdón de mis culpas. 
Sé mi refugio, mi protección, mi defensa y mi guía 
en la peregrinación por este mundo. 
Consuélame en mis aflicciones, rígeme en los peligros, 
y en la tempestades de mi adversidad, 
ofréceme tu segura tutela.

Alcánzame, ¡Oh Maria!, 
la renovación interior de mi corazón 
para que se convierta en morada santa de tu divino Jesús. 
Aleja de mi que soy débil, toda suerte de pecado, 
de descuido, de pereza, de debilidad y de respeto humano.

¡Oh, dulcísima Madre de la Divina Providencia! 
Dirige hacia mí tu mirada maternal 
y si por fragilidad o por malicia 
he provocado las amenazas del eterno juez, 
y he amargado el corazón sacratísimo de mi amado Jesús, 
cúbreme con el manto de tu protección y seré salvo.

Tú eres madre misericordiosa; 
tú, la virgen del perdón; tú, mi esperanza en la tierra. 
Haz que pueda yo tenerte por madre en la gloria del cielo.
Amén.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.