sábado, 30 de abril de 2016

«La vocación a la vida misionera»... Para hablar a los niños y adolescentes sobre la vocación VIII*.

Antes de su ascensión, dijo Jesús a sus apóstoles: «Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a todas las criaturas. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará» (Mc 16, 15-16). Así que la Iglesia es misionera por naturaleza. Las misiones constituyen una de las obras más importantes de la Iglesia. Hay aún muchos millones de seres humanos que están esperando la Buena Nueva. Además, hoy día la incredulidad va creciendo y llega hasta los países más alejados y arrebata a los hombres lo poco que saben de Dios. La caridad de Cristo llama a algunos con una especial vocación para impulsarles a hacer todo lo posible para que también los idólatras y los más alejados conozcan la verdad y alcancen la fe. Más de los dos tercios de la humanidad no es aún cristiana. Todos los años vienen al mundo unos 17 millones de niños a los que no se bautiza.

La vocación misionera es una llamada especial que Dios hace a hombres y mujeres a dejar todo lo que tiene para ir a tierras lejanas o a donde se ha dejado de amar a Dios para anunciar su mensaje de amor. En los países de misiones trabajan sacerdotes, hermanos, hermanas,catequistas, maestros, médicos y otros auxiliares casados y solteros llevando el Evangelio. Muchos de los misioneros y misioneras proceden de países cristianos, otros son del propio país. Todos ellos, obedeciendo al llamado que Dios les hace, tratan de ganar hombres y mujeres para Cristo por medio de la predicación y la enseñanza, la oración y el culto divino, la educación de la juventud y el cuidado de los enfermos.  

Todos debemos ayudar a que se cumpla el mandato misional del Señor. Misioneros y evangelizados esperan nuestra ayuda. Sobre todo podemos ayudar con nuestras oraciones y sacrificios y pidiéndole a nuestro amigo Jesús que si quiere, nos llame para ser nosotros también misioneros y misioneras, pues sin la gracia del llamado ningún hombre y ninguna mujer pueden ir a Cristo. También podemos y debemos sostener el trabajo de las misiones, contribuyendo con dinero y otros donativos, sacrificios, oraciones y suscribiéndonos y propagando las revistas misioneras, recogiendo y pidiendo para las misiones. El dinero sirve para la construcción de iglesias, escuelas y hospitales, para el sostenimiento de misioneros y para la fundación de nuevos centros de catecismo.

El que quiera ir a misiones debe sentir el llamado y el gozo de poder colaboraren la extensión del reino de Cristo ; pero, además, debe disfrutar de buena salud y reunir las cualidades suficientes. Es una gracia especial de Dios el ser llamado a misiones. Quien siente que Dios le llama para las misiones, debe seguir gozoso esta llamada siempre. La beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento decía, hablando de su vocación como misionera: "“Si todos los cristianos debemos ser misioneros por las oraciones y el sacrificio, de manera especial las almas que hemos escuchado este llamado del Buen Pastor, para apacentar a sus ovejas, para llevarlas a pastos fértiles, escuchando la voz de todo un Dios omnipotente que nos pide a nosotros miserables, el que le ayudemos en tan hermoso afán: «Conquistar almas para el cielo..con nuestra acción misericordiosa».”

Todos los cristianos pueden ayudar a los mensajeros de la te por medio de oraciones, donativos y propaganda para las misiones. El penúltimo domingo de octubre se celebra el día mundial de las misiones (Domund); el domingo último de enero, el día mundial de misiones de los niños (día de la Santa Infancia o Dominf). Los santos patronos de las misiones son San Francisco Javier y Santa Teresita del Niño Jesús, quien es también Doctora de la Iglesia. 

*Con el deseo de que estas reflexiones ayuden a los catequistas para que hagan a los niños y a los adolescentes cercana la tarea de descubrir la vocación, les dejo en sus manos este material que cada uno, que cada una, podrá fácilmente ampliar.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

«La vocación a la vida consagrada»...Para hablar a los niños y adolescentes sobre la vocación VII*.

Entre los primeros que siguieron a Jesús, estuvieron, por supuesto, los Apóstoles, los discípulos y algunas mujeres que quisieron seguir más de cerca a Jesús. Jesús a todos ellos los eligió y los llamó, primero, para estar con Él, y luego, para enviarlos a predicar. Los Apóstoles fueron doce. Jesús escogió a sus Apóstoles para que continuaran su obra. Los discípulos fueron 72, a los cuales luego se fueron añadiendo más y más. Las mujeres que seguían a Jesús eran primero unas cuantas, luego el número fue creciendo. Siguieron a Jesús los sencillos, los pobres, los que de verdad quieren reconciliarse con el Padre y quieren convivir con El. Los amigos de Jesús, con su testimonio y su forma de vida anuncian el Reino de Dios en el mundo hasta nuestros días y de una manera especial, los más cercanos son los llamados a la vida consagrada.

Los Religiosos o la Vida Consagrada (aquí utilizamos ambas expresiones como sinónimas) han dado una respuesta particular y radical a la llamada de Dios. Entregados totalmente a Él, con su opción y con su vida, los religiosos y las religiosas levantan muy en alto la bandera del «Solo Dios basta», como santa Teresa de Jesús, o dicen a Jesús como la beata Madre María Inés Teresa Arias: “Que todos te conozcan y te amen es la única recompensa que quiero” para que los demás discípulos no olvidemos lo esencial: amar a Dios sobre las cosas y hacerle amar del mundo entero. (Ese amor a Dios también lo expresan las otras vocaciones cristianas, como el Laicado en la vida matrimonial o de soltería, o el Ministerio Ordenado, pero de una manera distinta).

El compromiso de los Religiosos con Dios y con los hermanos se hace visible en los consejos evangélicos de pobreza (no tienen nada propio), de castidad (no se casan) y de obediencia (tienen un superior o superiora a quienes deben obedecer) y en la vida de una comunidad de hermanos o hermanas. Es decir, abandonan públicamente todas aquellas seguridades que parecen tan indispensables a la gente normal: el dinero, la posición social, el compañero o la compañera en el matrimonio, la cultura, los cargos o el poder, ya que éstas no constituyen la verdadera vocación de todo hombre. Así se convierten en seguidores más libres de Jesucristo y hacen más visibles a todos los fieles los valores del Reino.

La consagración de los religiosos y las religiosas es una opción que se manifiesta en el radicalismo del don de sí mismo por amor a Jesús y, en él, a cada miembro de la familia humana. La vida consagrada imita más de cerca y hace presente continuamente en la Iglesia la forma de vida que el mismo Jesús abrazó y propuso a los discípulos que lo seguían. La vida religiosa, en el corazón de la Iglesia, es un memorial viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como verbo encarnado ante el Padre y ante los hermanos. A través de la historia ha habido gran variedad y riqueza de órdenes, o congregaciones, instituciones y movimientos, que responden a una línea de espiritualidad y a impulsos apostólicos diversos, según el contexto de cada época o de cada país. La vida consagrada proporciona una gran libertad y disponibilidad en el servicio de Dios y de los hermanos.

Los que hacen profesión de los consejos evangélicos han de buscar y amar ante todo, a Dios, que nos amó primero, y preocuparse de favorecer la vida escondida con Cristo en Dios. Es de ahí de donde brota y se impulsa el amor al prójimo para la salvación del mundo y la edificación de la Iglesia.

A grande rasgos, y con una pincelada rápida, la vida religiosa se expresa en la vocación monástica y contemplativa, definida como la escuela del servicio divino, donde se armoniza oración y trabajo y nada se antepone al amor de Cristo. También la hallamos en la vida religiosa apostólica, en las que tantas órdenes y congregaciones, masculinas y femeninas, se dedican a la actividad apostólica y misionera y a múltiples obras de caridad y solidaridad con los más pobres. Y, también en nuestra época, el Espíritu ha suscitado nuevas formas de vida consagrada, aprobadas por la Iglesia, como los Institutos seculares, cuyos miembros viven la consagración a Dios en medio del mundo, con la práctica de los consejos evangélicos, y proponen inyectar la fuerza de las Bienaventuranzas dentro del mundo para transformarlo. Todos debemos hacer oración por aquellas personas que están viviendo su vocación específica en la Vida Religiosa.

*Con el deseo de que estas reflexiones ayuden a los catequistas para que hagan a los niños y a los adolescentes cercana la tarea de descubrir la vocación, les dejo en sus manos este material que cada uno, que cada una, podrá fácilmente ampliar.

Alfredo Delgado R., M.C.I.U.

«La vocación a la vida de soltería»...Para hablar a los niños y adolescentes sobre la vocación VI*.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles leemos de la vida de los primeros cristianos: «Todos acordes acudían con asiduidad al templo, partían el pan en las casas y tomaban su alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios en medio del general favor del pueblo» (Act, 2 46-47). Es decir, este libro de la Biblia nos presenta la alegría de la gente que compartía el gozo de la fe. Entre ellos estaban los sacerdotes, aquellos y aquellas que estaban de alguna manera más consagrados a Dios, los casados y por supuesto, los solteros, lo que no se habían casado y vivían en medio del mundo dando testimonio del amor de Dios.

Aquel que al paso de los años de su vida, va descubriendo que Dios lo llama a no casarse, es quien tiene la vocación a la soltería. Ese es el estado natural de la persona que se encuentra sin una pareja con la que mantener una convivencia el resto de su vida en la vocación matrimonial pero tampoco se siente llamado a consagrar su vida a Dios en la vida consagrada o sacerdotal. Ejerciendo alguna profesión o desarrollando algún oficio, las personas solteras viven en el mundo y cuando son conscientes de su vocación, tiene una vida muy cercana a la Iglesia. 

La vocación a la soltería es un signo de la libertad en Jesucristo, manifestando al mundo que se está dispuesto siempre para la misión de servir a los demás en medio del mundo, más allá de las fronteras de la propia familia (Cf. Mt 19, 11-12). Esta vocación existe en la Iglesia y en el mundo como una opción libre y voluntaria por un estilo de vida que se hace por motivos nobles y legítimos, pero estrictamente humanos y naturales. Se opta por ese estilo de vida como proyecto humano de existencia, como manera de realizarse en cuanto hombre o en cuanto mujer, es decir, en cuanto persona humana: como ser abierto a una relación universal, no acaparada por ninguna persona en particular. No es un replegamiento sobre sí mismo, sino una apertura a los demás. A este hecho y a esta situación se le llama celibato. Se da, además, con esta vocación, la opción libre y voluntaria por un estilo de vida en configuración con Cristo virgen y en respuesta a una especial vocación divina, porque la persona debe ser consciente de que Dios le  ha llamado a vivir así. Por esto debemos guardar sus mandamientos y esforzarnos en evitar todo pecado, por pequeño quesea.

El soltero, la soltera, no pueden seguir a Cristo si no están dispuestos al sacrificio. Cristo dice: «El que no lleva la cruz y no me sigue, no puede ser mi discípulo» (Le 14, 27). Pero si aquel que vive en medio del mundo le sigue en su camino de la cruz y persevera valerosamente en las ocupaciones de cada día, Cristo le promete: «Al que venciere le haré sentarse conmigo en mi trono» (Apoc 3, 21).

Quien vive la vocación a la soltería, tiene una especial tarea de ser para los demás invitación a vivir como discípulo y misionero de Cristo en el mundo. El discípulo de Jesús, al igual que su Maestro, no busca su propia gloria. Es humilde: ante Dios ve su insignificancia, y es modesto y servicial con sus semejantes. A veces el que vive soltero en el mundo tiene una tarea muy específica que ocupa todo su tiempo. A veces en nuestras familias hay alguien que cuida a los papás o está dedicado a alguna tarea específica en la Iglesia como ser catequista de tiempo completo. Jesucristo dijo: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt ir, 29). San Pablo escribe: «Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, que se anonadó tomando la forma de esclavo» (Phil 2, 5-7).

Cristo quiere llevar a quienes viven esta vocación a la perfección. Él les invita con las siguientes palabras: «Sed perfectos, como perfecto es vuestro Padre en el cielo»(Mt 5, 48). Él mismo es el más excelso modelo de perfección; es el reflejo de la santidad de Dios. La perfección se manifiesta ante todo en el amor especial que el soltero y la soltera tienen a Dios y al prójimo. Jesucristo dice : «Alegraos y regocijaos, pues vuestro premio en el cielo es grande» (Mt 5, 12).

*Con el deseo de que estas reflexiones ayuden a los catequistas para que hagan a los niños y a los adolescentes cercana la tarea de descubrir la vocación, les dejo en sus manos este material que cada uno, que cada una, podrá fácilmente ampliar.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

«La vocación a la vida matrimonial»... Para hablar a los niños y adolescentes sobre la vocación al matrimonio*.

Todos hemos venido al mundo como fruto del amor entre una mamá y un papá. Antes de venir a este mundo éramos un pensamiento de Dios, un latido de su corazón y él quiso que naciéramos, y nuestros papás nos amaron y le prestaron sus corazones para recibirnos con amor. Muchos niños no nacen, porque hay mamás y papás que no han amado al bebé por nacer, ni han querido colaborar con Dios. Nosotros debemos estar muy agradecidos por este regalo maravilloso que Dios nos ha dado.

Los fines de esta vocación que sella con una bendición el amor entre un hombre y una mujer, nos dejan ver claramente, que el matrimonio es un regalo que Dios ha dado a la humanidad. Estos fines se pueden resumir en tres palabras: “Formar una familia”. La vocación al matrimonio fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados y el elemento esencial de la realización de esta vocación en el sacramento del matrimonio es el intercambio del consentimiento entre los esposos; “si ese consentimiento falta, no hay matrimonio”.

El “Yo, n. te acepto a ti n. …” debe ser algo libre porque como vocación es un llamado de Dios que necesita una respuesta del ser humano para perfeccionar el amor de los esposos, para fortalecer su unidad. Por medio de esta gracia "se ayudan mutuamente a santificarse con la vida matrimonial y en la acogida y educación de los hijos que Dios les quiera dar". Con la vocación del matrimonio, los casados reciben una verdadera misión eclesial, que consiste en crear una verdadera «Iglesia doméstica». En la familia los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada y perpetuar la Iglesia con los hijos, a quienes deben educar en la fe.

Los papás son los principales y primeros educadores de sus hijos. En este sentido, la tarea fundamental del matrimonio y de la familia es estar al servicio de la vida. El matrimonio cristiano es así una verdadera vocación, y un camino de santidad. Para responder al llamado vocacional, la persona tiene que prepararse muy bien, por eso existe la obligación y la necesidad de prepararse bien para el matrimonio y vivir un noviazgo limpio que verdaderamente prepare para la vida matrimonial.

En la vocación al matrimonio, como en las otras vocaciones específicas de la Iglesia, el amor se funda en el Amor de Cristo, que es entrega y sacrificio... Además, como recordaba Tobías a Sara, en el relato de la Sagrada Escritura, los esposos saben que son hijos de santos, y no pueden juntarse a manera de los gentiles, que no conocen a Dios. El matrimonio y la familia se cuentan entre los bienes más valiosos de la humanidad. Son la célula fundamental de la comunidad humana: El bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad nupcial y familiar.

Jesús estuvo presente en una boda en Caná de Galilea, reconociendo con su presencia el valor humano del matrimonio. Además recogiendo la imagen matrimonial de la alianza que sugieren los profetas, compara el Reino de Dios con un banquete de bodas en el que se identifica con el esposo. Durante este banquete los amigos del novio no ayunan (Mt 9, 14-15), son invitados los que están en los caminos mientras que algunos rechazan la llamada (Mt 22, 1-14; Lc 14, 16-24), y es preciso estar alerta para participar en la fiesta (Mt 25, 1-13).

En Mt 19, 3-9 Jesús reafirma el ideal originario de la creación (Gen 2,24) al defender la firmeza y permanencia de la alianza matrimonial. Jesús en este momento, supera la Ley, manifestando la profunda relación que existe entre el orden de lo creado y la Alianza. Aquí esta el origen del sacramento del matrimonio: Jesús le reconoce como instituido desde la creación, cobrando para él una dimensión especial. Esta significación particular será claramente expresada por San Pablo en la carta a los Efesios: "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser. Este símbolo es magnífico; yo lo estoy aplicando a Cristo y a la Iglesia, pero también vosotros, cada uno en particular, debe amar a su mujer como a sí mismo, y la mujer debe respetar al marido" (Ef 5, 31-33)

Para todos nosotros en la Iglesia, esta vocación de la mutua entrega de un hombre y una mujer bautizados es sacramento, es decir, un signo que expresa y realiza la alianza de amor y fidelidad de Cristo con su pueblo, la Iglesia. Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la "familia de Dios". Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, con toda su casa, habían llegado a ser creyentes. Cuando se convertían, deseaban también que se salvase toda su casa. Estas familias convertidas eran islas de vida cristiana en un mundo no creyente.

*Con el deseo de que estas reflexiones ayuden a los catequistas para que hagan a los niños y a los adolescentes cercana la tarea de descubrir la vocación, les dejo en sus manos este material que cada uno, que cada una, podrá fácilmente ampliar.


Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

«La vocación a la vida sacerdotal»... Para hablar a los niños y adolescentes sobre la vocación IV*.

El sacerdocio es una vocación gracias a la cual la misión confiada por Cristo a sus apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Esta vocación es un único sacramento que comprende tres grados: el episcopado, el presbiterado y el diaconado. Todos los que reciben de Dios esta vocación, quedan consagrados como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote (Hb 5,1-10; 7,24; 9,11-28), para anunciar el Evangelio a los fieles, para dirigirlos y para celebrar el culto divino.

Cristo, a quien el Padre santificó y envió al mundo, hizo a los obispos partícipes de su misma misión por medio de los Apóstoles de los cuales son sucesores. Estos han confiado legítimamente la función de su ministerio en diversos grados a a los presbíteros para que, constituidos en el orden del presbiterado, fueran los colaboradores del Orden episcopal para realizar adecuadamente la misión apostólica confiada por Cristo. Los Obispos son los transmisores de la semilla apostólica. Tienen la plenitud del sacramento del Orden, están incorporados al Colegio Episcopal. En cuanto sucesores de los apóstoles y miembros el Colegio Episcopal, participan en la responsabilidad apostólica y en la misión de toda la Iglesia, enseñan y gobiernan bajo la autoridad del Papa, sucesor de San Pedro y cabeza visible de la Iglesia.

Los Presbíteros están unidos a los obispos en la dignidad sacerdotal y al mismo  tiempo dependen de ellos en el ejercicio de sus funciones pastorales. Son llamados a ser cooperadores diligentes de los obispos, forman en torno a su obispo el Presbiterio que asume con él la responsabilidad de la Iglesia particular. Reciben del obispo el cuidado de una comunidad parroquial o de una función eclesial determinada. A los presbíteros los llamamos comúnmente: «Sacerdotes» o «Padres».

Los Diáconos son ministros ordenados para las tareas de servicio de la Iglesia, no reciben el sacerdocio ministerial, pero la ordenación les confiere funciones importantes en el Ministerio de la Palabra, del culto divino, del Gobierno Pastoral y del servicio de la caridad, tareas que deben cumplir bajo la autoridad pastoral de su obispo. Ellos tienen la vocación de realizar un servicio sobre todo en la caridad, en el amor. 

La vocación sacerdotal, se da a la persona de una vez y para siempre y quien recibe este llamado ha de ser un varón bautizado. Es decir, los niños pueden ser sacerdotes, las niñas no. Esto es porque Cristo, para realizar esta vocación, llamó solamente a varones, que fueron los apóstoles y los apóstoles hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores (1 Tm 3,1-13; 2 Tm 1,6; Tt 1,5-9) que les sucederían en su tarea (S.Clemente Romano Cor, 42,4; 44,3). Es así porque Cristo lo hizo y lo quiso así, y la Iglesia se siente vinculada por esta decisión del Señor.

Aquel niño o joven que cree reconocer las señales de la llamada de Dios al ministerio ordenado, debe someter humildemente su deseo a la autoridad de la Iglesia a la que corresponde la responsabilidad y el derecho de llamar a recibir este sacramento. Como toda gracia, el sacramento sólo puede ser recibido como un don gratuito que viene de Dios. Esta vocación, como hemos dicho, es un sacramento y en la celebración de este sacramento podemos encontrar tres partes: La primera es la preparación, que está integrada por la llamada a los candidatos, presentación al Obispo, elección y alocución del Obispo, un pequeño diálogo y las letanías de los Santos. Luego viene la imposición de manos que conlleva en toda la tradición bíblica (Núm 27, 15-23; Dt 34,9; 1 Tim 4,14; 2 Tim 2,6) la idea de la transmisión de un oficio y la oración consecratoria, que hacen de éste el momento central del sacramento. Por último está el gesto de diferentes acciones explicativas del ministerio que va a ejercerse:

Al Obispo se le otorgan el báculo y se le impone un anillo episcopal, también recibe el libro de los evangelios y se sienta en la cátedra, ungiéndosele la cabeza. Los Presbíteros reciben la patena y el cáliz, se les ungen las manos y se les coloca la estola y la casulla. A los Diáconos se les entrega el libro de los evangelios, imponiéndoles la estola cruzada por el pecho y la dalmática.

Los sacerdotes no se casan. Unida a esta vocación hay un llamado de la Iglesia a vivir el celibato como un don de Dios, y el sacerdotal tiene su razón de ser en la configuración con Cristo y la entrega entera a Dios y los hombres. El Sacerdote —sea quien sea— es siempre otro Cristo. Todos los niños y niñas del mundo entero  deben pedir para los sacerdotes, los de ahora y los que vendrán, que amen de verdad, que amen a sus hermanos los hombres, y que sepan hacerse querer de ellos.


*Con el deseo de que estas reflexiones ayuden a los catequistas para que hagan a los niños y a los adolescentes cercana la tarea de descubrir la vocación, les dejo en sus manos este material que cada uno, que cada una, podrá fácilmente ampliar.


Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

«La vocación a la vida cristiana»... Para hablar a los niños y adolescentes sobre la vocación III*.

Cristo, nuestro amigo y hermano, nos invita a seguirle y nos da ejemplo de entrega libre a la voluntad de nuestro Padre Dios. Durante toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo (cf. Rm 15,5; Flp 2, 5): Él es el "hombre perfecto" (GS 38) que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle. Con su entrega, nos ha dado un ejemplo para que lo imitemos desde pequeños (cf. Jn 13, 15). Con su oración atrae a la oración a todos los niños, jóvenes y adultos del mundo entero.(cf. Lc 11, 1). Con su pobreza, nos llama a aceptar libremente la escasez y las persecuciones (cf. Mt 5, 11-12). 

Al llamarnos por nuestro nombre Dios Padre nos invita a vivir una vida única, singular e irrepetible en la que nuestro amigo Jesús esté siempre presente. Nuestro Padre bueno y cariñoso nos llama a ser amigos de Jesús y a hacerle muchos amigos a Jesús. Dios nos llama en Cristo, él primero piensa en nuestra vida como misión y luego nos otorga las cualidades necesarias para llevar a cabo esa misión que nos ha encomendado. Dios nos llama a todos. Nos ha elegido a todos en Cristo, antes de la creación del mundo, con una vocación común, que nos impulsa a ser santos. Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, somos llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad’ (LG 40). Todos somos llamados a la santidad: ‘Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto’ (Mt 5, 48).

Nuestra vocación a la vida cristiana es al mismo tiempo vocación a la santidad. Para alcanzar esta perfección, todos los creyentes hemos de emplear nuestras fuerzas, según la medida del don de Cristo, para entregarnos totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo haremos siguiendo las huellas de Cristo, haciéndonos conformes a su imagen, y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre. De esta manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos. (LG 40. Catecismo de la Iglesia, 2013). Los primeros cristianos tenían una conciencia clara de la llamada universal (es decir, general, dirigida a todos) a la santidad. Entre los primeros cristianos hay un niño de 11 años que nos ayudará ahora a entender como debe ser nuestra respuesta a esta llamada que Dios nos hace en la vocación a la vida cristiana. 

En el siguiente relato de un autor actual se evoca su martirio: "Es un día especial para los primeros cristianos de Roma. Sixto es ahora el sucesor del pontífice Esteban al que han matado los perseguidores. Todos cantan salmos, en medio de un gran silencio se leen algunos trozos del Evangelio. El diácono Lorenzo pone pan y vino sobre la mesa y el anciano sacerdote comienza la fórmula de la consagración. Antes de comulgar se dan el saludo de la paz. Todos conocen las consecuencias de su vocación cristiana, y la viven con coherencia, aunque pueda llevarlos a la muerte. Antes de dispersarse se habla del encargo de llevar la comunión a los encarcelados; son los confesores de la fe; no han querido renegar. Rezan por ellos, deseando hacerles partícipes de los santos misterios para que le sirvan de fortaleza en la pasión y en los tormentos. ¿Quién puede y quiere afrontar el peligro? Hace falta un alma generosa. Delante del nuevo papa Sixto un niño, Tarsicio, extiende la mano. Aceptan: nadie sospechará de un niño. Jesús Eucaristía es envuelto en un fino lienzo y depositado en sus manos. Sólo tiene once años y es conocido por su fe y su piedad; no se ha amilanado en la furia de la persecución, aunque vio cómo mataban al papa Esteban.

Pasa junto al Tíber. Al verlo, unos amigos le llaman para jugar. Se niega; ellos se acercan: "¿Qué llevas ahí? Queremos verlo". Quiere echar a correr, pero es tarde. Uno de los que se ha acercado al grupo se hace cargo de la situación y dice: "Es un cristiano que lleva sortilegios a los presos". Pequeños y mayores emplean ahora, bajo excusa de la curiosidad, con furia y saña, palos y piedras. Recogieron el cuerpo destrozado de Tarsicio y lo enterraron en la catacumba de Calixto. Al fin de la persecución, el papa Dámaso mandó poner sobre su tumba estos versos: «Queriendo a san Tarsicio almas brutales arrebatar el sacramento de Cristo, prefirió entregar su corta vida antes que los misterios celestiales."

Dios nos da la vocación a la vida cristiana para que seamos todos santos —felices en esta tierra y en el Cielo, unidos a la Cruz de Cristo— recorriendo el camino irrepetible de cada una, de cada uno. La vocación, por tanto, es al mismo tiempo comunitaria (todos tenemos vocación) y personal (yo tengo mi vocación, una vocación singular). Todos tenemos una misión específica. Cada persona es un misterio único de amor y de vocación: “Todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío” (Catecismo de la Iglesia Católica, 864).

Dios, al darnos una vocación, nos concede la gracia necesaria y conveniente para llevarla a cabo, para cumplir su Voluntad: para aceptar y encarnar en la vida la vocación que nos ha dado. Cuando la persona va creciendo, va descubriendo que Dios le confía una misión concreta e irrepetible (una tarea de apostolado, de ayudar a salvar a unas almas determinadas, con nombres y apellidos) que debe realizar durante toda la vida, una vida cuya duración sólo Él conoce. Cada persona debe recorrer ese único camino de santidad por el camino particular por donde Dios le llame: sacerdote, laico soltero o casado, religioso, religiosa o misionero.

*Con el deseo de que estas reflexiones ayuden a los catequistas para que hagan a los niños y a los adolescentes cercana la tarea de descubrir la vocación, les dejo en sus manos este material que cada uno, que cada una, podrá fácilmente ampliar.

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

«La vocación a la existencia»... Para hablar a los niños y adolescentes sobre la vocación II*.

Dios   ha creado a los hombres y mujeres de este mundo. Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.» Y Dios creó al hombre como fiel imagen suya. Lo formó del polvo de la tierra, y le infundió el aliento de la vida. Entonces lo puso en un hermoso y fértil jardín (el paraíso terrenal) para que lo cultivara y conservara. Dios formó el cuerpo del hombre del polvo de la tierra. El alma la creó de la nada; por medio de ella dio al  cuerpo la vida humana. El primer hombre fue Adán, y la primera mujer fue Eva. De ellos procede todo el género humano  (son   nuestros   primeros padres).

El  alma del hombre es una  substancia   espiritual. Tiene   entendimiento   para comprender y voluntad para decidirse libremente. Porque  el   alma   es   sustancia espiritual, por eso  es asimismo inmortal. Por su alma espiritual, el hombre es semejante a Dios, que es espíritu infinitamente perfecto, y está muy por encima de todas las demás criaturas de la tierra. Llevado de su amor, también creó Dios a los hombres para que un día pudieran contemplarle y vivir eternamente junto a Él. Por esto les hizo partícipes de su vida divina. A este grande e inmerecido don lo denominamos la vida de la gracia, o la gracia santificante (don sobre natural). Por la vida de la gracia nuestros primeros padres eran hijos de Dios y semejantes a Él de una manera especial. Dios concedió todavía a nuestros primeros padres otros magníficos dones. Podían vivir en el paraíso, en donde se hallaban particularmente  cerca de Dios. 

Iluminó su entendimiento con luz especial y fortaleció su voluntad con fuerza igualmente especial. Sus ansias y tendencias estaban dirigidas únicamente hacia el bien. Nuestros primeros padres se veían libres de la inclinación al mal y vivían felices en la presencia de Dios. El trabajo no era ninguna carga para ellos. Estaban libres de dolor,   enfermedad  y  demás males; incluso debían verse preservados de la muerte. Todos estos dones los llamamos gracias especiales del paraíso terrenal (dones preternaturales). Al recibir la vocación a la existencia, nuestros primeros padres habían recibido la misión de transmitir los dones recibidos por éstos  a toda  la  humanidad.  Todos los hombres y mujeres del mundo debían heredar de Adán, juntamente con la vida del cuerpo, la vida de la gracia y demás dones especiales de que disfrutaron nuestros primeros padres en el paraíso. 

Dios, nuestro Padre bueno y cariñoso, nos llama a la existencia en este mundo porque antes de venir a este mundo éramos un latido de su corazón. La vocación a la existencia la recibimos gratuitamente. Dios, por medio de los papás, va llamando a la vida a los seres humanos. Nosotros no somos el resultado casual de una unión de un hombre y una mujer, sino que Dios ha asociado en su obra creadora a nuestros papás. Traer a un nuevo ser a la existencia, es la respuesta al deseo de Dios expresado bellísimamente en el libro del Génesis con esas palabras divinas: “Crezcan y multiplíquense, llenen la tierra” (Gen 1,28). No importa la mucha o poca conciencia que los esposos tengan del hecho de traer un niño a este mundo, ellos están de cualquier manera colaborando con la obra de Dios, Y sabemos, por la fe, que el Señor, atento a todo lo que los hombres y mujeres de este mundo hacen, crea personalmente el alma de cada niño concebido, por eso nuestra Madre la Iglesia siempre defenderá la vida desde el primer momento de su existencia en el vientre de la mamá.

Una vocación, es una misión que Dios nos ha encomendado, y vivir la vida como vocación es dejar actuar a Dios en nuestras vidas. Dios toma la iniciativa de llamar a todos los hombres y mujeres de todas las épocas. Los hombres, atentos al plan de Dios, que contempla a toda la humanidad, responden desde su libertad. Decir “Sí” a la propuesta de amor de Dios es dar una respuesta salvadora a las necesidades de los hombres y a las necesidades del mundo. Vivir nuestra vida como vocación, desde niños, es vivir la fe cristiana. Él me llamó a la existencia por mi nombre. Así, la primera llamada es la Creación, la vocación a la Vida. En el origen, Dios creó el mundo pensando en el hombre, es decir, pensando en mí (es muy bonito, ¿no?) Pues es así, pensó en mí desde el principio y mirando a su Hijo, lo creó todo para que nada me faltase y me creó y me dio la vida y así “el universo está lleno de su presencia” y toda “la creación es alabanza de su gloria”. 

Sabemos que Dios tiene un proyecto de amor concreto para todos y cada uno. Su amor es universal y a la vez, su amor es personal: es decir, el amor con que me ama a mí es único, sólo para mí. De tal manera que sólo seremos verdaderamente felices en la medida en que sepamos responder a ese amor con el que somos amados. Descubrir ese amor es descubrir la vocación. Y si todo el mundo es amado, todo el mundo “tiene” vocación. Pero no todos lo saben y no todos lo han descubierto. Dios quiere que todos, desde pequeños, descubran que tienen una vocación. La vocación es un misterio que se va desarrollando conforme vamos viviendo y creciendo. No hay que buscar la vocación como “algo” aparte de la vida de cada día sino que hay que “vivir la vida como vocación”. Y la vocación, como la vida, no consiste en un momento sino que es una totalidad en continuo desarrollo, aunque tenga momentos “inolvidables”.

Qué bonito hubiera sido que nuestros primeros padres hubieran entendido con claridad cuál era el plan de Dios, pero la humanidad —representada en ellos— y que podía haber respondido a la llamada de Dios de un modo libre y total y hacer de la tierra el paraíso, no entendió bien eso de obedecer la vocación de Dios y quiso seguir la terrible tentación de obedecer sólo a su propia voz: “seréis como dioses”  y cayó en la nada maligna del pecado, dando la espalda a Dios. Rota la relación fundamental, rompió todas las demás y tuvo miedo de dar la cara y se escondió de Él, convirtiendo el jardín en un estéril y triste desierto.  Esto no pasó sólo al principio hace mucho tiempo, esto sigue pasando hoy y aquel pecado original sigue causando más pecados que originan la suma de todos los pecados de la humanidad, también los de los niños que se portan mal, que destrozan la unidad de sus familias con caprichos y malas acciones, de los amigos entre sí y del hombre con la entera creación.

Pero Dios, en su entrañable amor lleno de compasión, no se resistió a perder su criatura y ante el pecado irracional, contrapuso el amor de elección y recomenzó una Historia de Salvación, una nueva llamada. Dios llama a hombres de un pueblo elegido: Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés, los jueces, los profetas, los reyes, el resto de Israel... Una dramática historia de amor, de promesas y sacrificios, de alianzas y de destierro, de ira celosa y de tierno consuelo, de fidelidad y de infidelidad... Una historia que prepara el gran acontecimiento, la gran llamada para toda la humanidad.

Y en “la plenitud de los tiempos”, la gran maravilla: Dios nace en su pueblo. Jesús de Nazaret, el hijo de María la virgen y de José el carpintero. Jesucristo, el Hijo llamado y la Palabra  que llama. Cristo, el Único que une de nuevo al hombre con Dios; el que trae el cielo a la tierra, su Espíritu Santo. Él es el que nos revela el gozo de ser hijos de Dios. Cristo, vivo por su Resurrección, es la gran llamada para todo hombre de toda época y lugar, es “la piedra angular”, la “puerta abierta” donde Dios vuelve a ser cercano y nos llama a un paraíso de intimidad. 

*Con el deseo de que estas reflexiones ayuden a los catequistas para que hagan a los niños y a los adolescentes cercana la tarea de descubrir la vocación, les dejo en sus manos este material que cada uno, que cada una, podrá fácilmente ampliar.

Alfredo Delgado R., M.C.I.U.

«La vocación»... Para hablar a los niños y adolescentes sobre la vocación I*.

En el ambiente de Iglesia, sobre todo en los grupos aún de niños pequeños en la catequesis, es común oír hablar del término “vocación” y de por sí en las parroquias o en los mismos grupos se hace referencia a la vocación cuestionando a los niños y niñas acerca de la misma: ¿Has pensado cuál es tu vocación? ¿Te has puesto a pensar que vocación tendrás cuando seas grande?, pero hay una pregunta que poco se toca y es esta: ¿Cuándo nace la vocación? 

La vocación nace cuando es concebida la persona, porque toda criatura, al nacer, tiene una misión que realizar en la vida porque dentro del ámbito de la creación, todo ser humano está llamado a compartir la vida con Cristo. No sabemos el cómo, pero Dios hace nacer la vocación de seguimiento de Cristo en cada uno y el mismo Cristo sale al encuentro de todos: “El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (Gaudium et spes n. 22, Cf. Jn 1,14).

Con la vocación a la vida nace la vocación cristiana, porque todo fue hecho por Él y para Él. Cuando un nuevo ser nace las personas preguntan: ¿Qué fue?, ¿niño o niña? Dentro de esta diferencia de sexo hay un llamado especial que es para todos, un llamado a seguir a Cristo, a configurarse con Él. Este es el nacimiento de la vocación a la vida, a la vocación cristiana. Esta vocación cristiana es el inicio de un camino en el que la llamada de Dios se vendrá repitiendo para invitarnos a seguirle más de cerca en una respuesta que se va a concretizar luego en una vocación específica.

Cada persona es diferente, nunca se da una igualdad en las personas, aún los llamados “gemelos idénticos” tienen sus diferencias de fondo. La vocación nace en cada persona como algo único e irrepetible, no hay dos vocaciones iguales por eso no hay dos santos que sean iguales. Cada persona tiene sus gustos, sus gestos particulares, su forma de ver y vivir la vida y desde allí ha nacido la vocación particular de cada uno. La vocación nace pues, en el momento mismo en que se nace a la vida, pero se va tomando conciencia de este llamado a lo largo de los primeros años de la vida, especialmente con la ayuda de catequistas, orientadores y orientadoras de los colegios, sacerdotes o religiosos amigos de la familia que van haciendo a los niños conscientes de una elección en el tiempo de la adolescencia y de la juventud. Toda persona está llamada a construir la civilización del amor.

Al nacer un nuevo ser, nace alguien que con el tiempo vendrá a ser un buen padre de familia, una madre muy bondadosa, un cristiano ejemplar, un hermano religioso dedicado a la educación o una religiosa enfermera; un sacerdote muy generoso o un obispo entregado de lleno al servicio de su pueblo; un san Juan Pablo II, un san Juan Bosco, una beata Teresa de Calcuta, una beata María Inés Teresa Arias recibieron ese llamado al nacer.

Cada uno tiene una tarea en la vida, una misión que será única e irrepetible. Lo que uno deje de hacer no lo hará nadie de la misma forma. Cada uno tiene una tarea por hacer en la vida de acuerdo a sus propias capacidades. Cada uno es, como dice la beata Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento: “Un pensamiento de Dios, un latido de su corazón” un ser único e irrepetible que ha sido llamado a poner su granito de arena en la edificación de nuestro mundo, en la construcción de la civilización del amor. Cada uno es un ser irrepetible en el modo de vivir la vida de Cristo, que es vida en el Espíritu, y en el modo de prolongar su misión. La vocación no es un modo de instalarse en este mundo, sino una invitación, en declaración de amor, a ser constructores de un mundo que nos vaya acercando al cielo. Cada vocación o llamada tiene como objetivo ordenar las cosas según el amor, es decir, dar un paso más hacia la construcción de la historia según los planes de Dios para el bien de la humanidad.

Todo aquel que ha descubierto que en él ha nacido una vocación que lo hace cumplir una misión en la vida, está obligado a buscar la manera concreta y efectiva de realizar esa vocación. El mundo está siempre incompleto, hay que seguir edificando la parte del Reino de Cristo que empieza en este mundo y por eso el que se sabe llamado no puede esperar. ¿A quién le toca perfeccionar este mundo para llevarlo a metas altas de desarrollo humano y espiritual? Ese perfeccionamiento le corresponde a cada persona que forma parte de la humanidad, esa tarea la ha dejado Dios en el corazón de cada uno de los llamados.

Hay que hacer que los pequeños se pongan a pensar en preguntas como estas: ¿Te has puesto a pensar cuál es tu primera vocación y cuándo nació? ¿En manos de quién está el mundo? ¿Ya es perfecto el mundo? ¿Cómo puedes colaborar cuando seas grande para hacer este mundo mejor? 

Hay muchas personas que no se sienten llamadas. Otras, ya en la pista de una vocación específica, se han hecho unos «arreglos» que no tienen nada que ver con el seguimiento de Cristo. A pesar de todas las limitaciones que pudiéramos encontrar, todas las personas, los acontecimientos y las cosas nos hablan de «alguien» que se nos ha hecho encontradizo para convertir nuestra vida en donación: “Cristo descubre al hombre la sublimidad de su vocación” (Gaudium et spes n. 22).

Si el hombre no descubre que la vocación ha nacido en él desde el momento mismo de su concepción la vida se hace hueca, nada y vacío, un mundo absurdo. Si el hombre no estuviera vocacionado o no fuera fiel a su vocación, surgirían en espiral indefinida un montón de dudas sobre su propia identidad.

Entre tantas figuras que se pudieran presentar, podemos hablar de San Francisco de Asís, que llamaba al sol: «hermano sol» y a la luna: «hermana luna». Cuando el corazón de Francisco de Asís comenzó a latir en sintonía con el de Cristo, las cosas dejaron entrever su mensaje y Francisco se convirtió en el «hermano universal», como anhela ahora ser el Papa Francisco, que, en cierto sentido, por eso adoptó este nombre al llegar al pontificado. El secreto del cambio de Francisco de Asís, estuvo en haber tomado conciencia del nacimiento de la vocación cuando abrió el corazón a Cristo, que sigue llamando a cada uno para compartir la vida con Él. La vida es un encuentro con Cristo para compartir con Él nuestra existencia. Una cara arrugada por el tiempo, unas manos callosas por el trabajo, una salud deteriorada que habla de una entrega de años... todo ello habla de gente que entendió cuándo nació su vocación, la vocación de seguir a Cristo.

«Vocación» significa llamada, insistiremos a los niños. Y Cristo llama a cada uno para comunicarle una vida nueva (Jn 3,5; 4,14) y para hacerle portador de esta misma vida. De cada uno de los que saben que en ellos ha nacido una vocación, Cristo quiere hacer su prolongación, su instrumento, su signo visible, ante el Padre y ante los hombres. La vocación se hace, pues, un desafío permanente. Nace del encuentro con Cristo y se desarrolla en su amistad. La relación personal se hace compromiso esponsal para toda la vida. Cristo sigue llamando a cada uno con un amor irrepetible y para una misión irrepetible, como ya lo hemos dicho. 

En 1985, hablando a los jóvenes san Juan Pablo II decía: “Él mira con amor a todo hombre. El evangelio lo confirma a cada paso. Se puede decir también que en esta mirada amorosa de Cristo está contenida casi como en resumen y síntesis toda la Buena Nueva” (Juan Pablo II, Mensaje a los jóvenes, 31 de marzo de 1985). A partir de esta realidad fuertemente «cristiana», todo llamado siente el respeto y el amor por la vocación de los demás hermanos: casados, solteros, ministros ordenados, religiosos y misioneros. Cada vocación se complementa con las demás para vivir y llevar la Buena Nueva.

En todos nosotros, ha nacido una vocación que nos hace conscientes de que todos somos llamados a amar con todo el corazón y, por ello mismo, a sentirse unidos a los hermanos que construyen en comunión la civilización del amor, Pueblo de Dios, cuerpo místico de Cristo, Iglesia sacramento universal de salvación. Algunos quizá, desde muy pequeños, tuvimos ayuda para irlo descubriendo. Ahora nosotros somos portadores de este gozo de vivir la vocación. Cada uno de nosotros somos una página de la biografía de los demás, porque en todos ha nacido esa vocación a formar la única biografía del «Cristo total». “Nos ha elegido en Él antes de la creación del mundo” (Ef 1,4). Toda llamada de Dios es declaración de amor que espera un «Sí» como el de la Virgen María (Lc 1,38) para compartir la vida con Cristo.

*Con el deseo de que estas reflexiones ayuden a los catequistas para que hagan a los niños y a los adolescentes cercana la tarea de descubrir la vocación, les dejo en sus manos este material que cada uno, que cada una, podrá fácilmente ampliar.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

Una breve reflexión sobre el silencio... Un tema para retiro

Cada día, en este mundo en donde hasta el ruido se ha globalizado, el individualismo está presente en cada paso que damos, lamentablemente todo mundo va de prisa y no tiene tiempo de interiorizar. El ruido caótico define a nuestra sociedad como una cultura desordenada, salvaje y subversiva en la que los individuos no tienen ninguna consideración hacia el otro. Vivimos rodeados de ruidos que nos obligan a mantenernos alejados de nosotros mismos y nos mantienen pegados a las cosas; intentando tapar con música los ruidos de la calle o con conversaciones triviales hablando por el celular, watsapeando y arriesgando la vida por estar desatentos. Es extraño escuchar a alguien decir que se toma unos minutos al día para estar en silencio para encontrarse consigo mismo y para encontrar a Dios. Jesús tenía la costumbre de ir solo a orar en silencio (Lucas 4,42 ).

¡Qué importante es el silencio en nuestra vida y no solamente en el tiempo en que se hace retiro o se participa en unos Ejercicios Espirituales. Dice san Ireneo de Lyon que Abrahán, antes de oír la voz de Dios, ya lo buscaba «ardientemente en su corazón», y que «recorría todo el mundo, preguntándose dónde estaba Dios», hasta que «Dios tuvo piedad de aquel que, por su cuenta, lo buscaba en el silencio». [Demonstratio apostolicae praedicationis, 24: SC 406, 117.] (L.F. 35). Cuando estamos en silencio, hay miles de cosas que escuchamos y a las que de otra manera no se les pone la debida atención… Logramos identificar el canto de los pájaros, escuchar la fluidez del agua, los latidos de nuestro corazón, la quietud de nuestro alrededor y percibir la presencia de Dios. Si realmente un alma quiere conocer las cosas de Dios y adelantar en el camino de la santidad, el silencio no se hace obligación sino «necesidad». “Silencio de los hombres y silencio de las cosas”, decía san Juan Pablo II. 

San Ignacio de Loyola, dice que el silencio tiene dos facetas: Ante todo hay un silencio interior, que consiste en acallar otros pensamientos, preocupaciones e inquietudes que distraen al alma de lo único necesario (Lc 10, 38-42). En segundo lugar está el silencio exterior. Sólo así se podrá obtener fruto, sólo así se podrá escuchar la voz de Dios. El Papa emérito, Benedicto XVI, escribió en uno de sus libros "Introducción al Cristianismo", tal vez el más conocido antes de ser elegido como Sumo Pontífice: “Dios es palabra, pero con eso no hemos de olvidar la verdad del ocultamiento permanente de Dios, sólo si lo experimentamos como silencio, podemos esperar escuchar un día su palabra que nace del silencio". 

Es que el silencio es una excelente herramienta para muchas cosas, desde enriquecer nuestra vida interior a “bajar varias revoluciones” cuando estamos ansiosos, nervioso o estresados sintiendo que Dios no tiene tiempo de escuchar. Los estímulos que nos rodean (publicidad, televisión, radio, PC, ruidos, conversaciones, bocinas) hacen que nuestro cerebro siempre esté en «alerta» y lleno de ruidos. Estamos continuamente pendientes de lo que ocurre más allá de nuestro cuerpo, hasta cuando dormimos. Sin ellos, podemos sentirnos solos, abandonados, con miedo, etc. Es necesario parar de hablar un momento, dejar de escuchar la televisión o a las personas (desde la pareja a los amigos, pasando por los políticos a los periodistas) y comenzar a conectarse más con el silencio, porque en el silencio se puede escuchar a Dios con más claridad y se pueden tomar mejores decisiones. El silencio es la mejor plegaria, el mejor camino hacia el autoconocimiento y la vía recta hacia el encuentro con Dios... ¡Con razón la Virgen habla tan poco en el Evangelio!

Hay que buscar y poner los medios para el silencio, Sobre los frutos de la soledad y el silencio puede ir uno a la Imitación de Cristo I, 20. Necesitamos el silencio para que María, la Madre del Señor, se pueda acercar a nuestro oído y escuchemos sus finas palabras que casi susurrando nos dirán siempre: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5). El silencio además junto al tiempo es una excelente cura para las heridas del alma. Allí donde ese sufrimiento parece interminable, el silencio prepara el camino para la reflexión, el análisis inteligente y el enfoque correcto para una vida con paz mental. El silencio es una bendición.

La beata María Inés Teresa nos dice: “Resolvamonos a ser silenciosos, a no hablar interiormente con nosotros mismos, en disputa con nuestro yo. Hablemos mejor con Dios, de corazón a corazón ya sea en la capilla o en medio de nuestras ocupaciones diarias, con tanta mayor intensidad, cuanto podamos. Y, cuando esto, por el trabajo intelectual que ocupe la mente, no nos sea posible, ofrezcamos entonces al Señor, la intención de orar con él en cada latido de nuestro corazón y ofrezcámosle la acción que realizamos, uniéndola a sus méritos infinitos. Rectifiquemos esta intención con la mayor frecuencia posible. Hagamos de nuestro trabajo una perpetua oración”. (Carta colectiva de Octubre 20 de 1958, f. 3323).

Tal vez valga la pena hacernos algunas preguntas y hacer un espacio de silencio para contestarlas:

¿Hago silencio en mi interior para penetrar en la grandeza de mi vocación de hijo de Dios y como parte de la higiene mental de mi vida?

¿Busco el silencio con el deseo sincero de encontrarme personalmente con Dios, de abrirle mi alma de par en par, de escucharle, de conversar con Él, de convertirme, de acercarme más a Él?

¿Vivo el silencio como un callar práctico o por mera obligación, o trato de vivirlo como silencio que se hace “adoración” y encuentro con Dios y conmigo mismo?

¿Cómo son mis relaciones con Dios en mis ratos de silencio: de indiferencia, superficialidad, autosuficiencia, o de verdadera humildad, de sencillez y de confianza absoluta? 

¿Aprovecho los momentos de silencio para crecer, como María, en el amor de Dios en las cosas pequeñas que puedo hacer, en el cumplimento de mi horario personal, en la delicadeza, en la caridad, en el aprovechamiento del tiempo en lo que puedo adelantar, en tener un pasatiempo lícito que me ayude a crecer, en practicar algún acto de piedad, o es solo un espacio de aburrimiento? 

¿Me ayuda el silencio para crecer en mi vida interior? ¿Lo cultivo todos los días? ¿De qué manera? ¿Vivo el recogimiento de mi alma y de mis sentidos para que mi corazón sea un sagrario donde more la Santísima Trinidad por la vida de gracia y las virtudes?

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

A beautiful song for children...

«Quien no acoja el reino de Dios como un niño no entrará en él»... Marcos 10,13-16)


Hoy la sociedad mexicana, desde 1924, celebra el día del niño, coincidiendo con la presentación del primer documento sobre los derechos de los niños, que se promulgó y aprobó por la ONU hasta 1989. Este día ofrece una buena oportunidad para que los «adultos» meditemos en ese pasaje evangélico en el que Nuestro Señor nos pide ser como niños para acoger el reino de Dios en nuestras vidas. ¿Qué significa «acoger el reino de Dios como un niño»? ¿Qué hay en un niño para que Jesús hable de esta manera? Este pasaje corresponde a una palabra del mismo Jesús en el evangelio de san Mateo: «Si no cambian y no se hacen como niños, no entrarán en el reino de los cielos.» (Mateo 18,3) 

Hace 27 años, en un día como hoy, recibí la ordenación diaconal. No puedo dejar de pensar, cada año, que algo me quiso decir el Señor por haber recibido esta gracia tan especial «en el día del niño» y me viene ahora compartir una reflexión con cosas de aquí y de allá en torno a este pasaje evangélico.

Hacerse como niños para acoger el reino es lo mismo que volver a nacer, o comenzar la vida otra vez con un nuevo optimismo que despierte una vida nueva, haciendo a un lado el pesimismo que tenemos respecto a nuestra propia vida.  Las palabras de Jesús abren un horizonte de esperanza. ¡También nosotros tenemos la oportunidad de realizar nuestra vida como la vive un niño! Un niño no ha cometido tantos errores, como nosotros sí los hemos amontonado. Un niño no ha desperdiciado tantas oportunidades como las que nosotros hemos arruinado. Pero un niño tampoco ha tomado ninguna decisión acertada y tampoco ha aprovechado aún ninguna oportunidad. En esto estamos en igualdad de condiciones. Descubrir que nuestra vida siempre puede ser distinta de lo que ha sido hasta hoy, y animarnos a intentarlo, es realizar las palabras de Jesús sobre hacernos como niños para acoger el reino de Dios..

Un niño es capaz de amar todo, de admirar lo más simple, desde una pequeña conchita a la orilla del mar hasta algo inmenso y maravilloso como el despegue o el aterrizaje de un avión. Para un niño cualquier cosa es impresionante, cualquier momento presente es eterno, el amor es su estado natural. Jesús les enseña a sus discípulos que el comportamiento de todo ciudadano del Reino de los cielos debe ser como el de un niño.

Un niño es humilde, no distingue lo que es ser más que otro, un niño rico puede jugar con un niño pobre y el no se da cuenta de eso. Un niño es servicial, siempre quiere ayudar. Un niño es curioso, todo lo quiere saber, pregunta mucho, todo quiere conocer. Un niño no tiene malicia, por esto no da espacio al pecado. Un niño confía sin reflexionar, no puede vivir sin confiar en quienes le rodean, su confianza es una realidad vital. Un niño no sabe guardar rencor, pelea y olvida. Un niño vive la vida feliz, sin preocupaciones, sin guardar odios ni resentimientos. Un niño siempre sabe que depende de otros, reconociendo que solo no puede hacer muchas cosas. 

Si Jesús, en determinado momento, colocó a un niño en medio de sus discípulos reunidos, es también para que ellos mismos acepten ser pequeños porque solo desde lo pequeño es que se puede acoger lo grande. Volveremos a ser como niños cuando dejemos de «pretender grandes cosas y de tener aspiraciones desmedidas» (Sal 131,1-2). Cuando valoremos las pequeñas cosas de cada día, y no especulemos indefinidamente con las grandes cosas que nunca haremos... Hacerse como niños para acoger el reino de Dios es vivir la infancia espiritual que vivió María, que vivieron los santos, que vivió la beata María Inés Teresa que dice: “Infancia espiritual, vida de Nazareth, sabiduría del pobre, entrega amorosa en manos de Dios nacida de esa íntima confianza en él, llena de esperanza y amor, porque él es amor, y porque sabemos en quien nos confiamos, dando así Gloria al Señor”.

Acoger el reino de Dios como un niño es velar y orar para acogerle cuando venga, siempre al improvisto, a tiempo o a destiempo... ¡Es vivir como un niño... a la sorpresa de Dios!

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

viernes, 29 de abril de 2016

«Mi corazón te busca»... Un canto vocacional para meditar

LEADING THE WORLD TO CHRIST...

Para encomendar a nuestros sacerdotes y seminaristas al Sagrado Corazón Eucarístico... HORA SANTA 27



Se expone el Santísimo acompañando el momento con el canto de entrada.

CANTO DE ENTRADA:
"QUEREMOS SER, SEÑOR"
Queremos ser, Señor,
servidores de verdad,
testigos de tu amor,
instrumentos de tu paz.

Convéncenos que, por tener
un Padre Dios, somos hermanos.
Su voluntad es que haya paz;
justicia y paz, van de la mano.

Queremos ser, Señor...

Enséñanos a perdonar,
para poder ser perdonados.
Recuérdanos por qué tu amor
quiso morir crucificado.

Queremos ser, Señor...

Ayúdanos a comprender
que la misión del bautizado
es compartir con los demás
su fe en Jesús resucitado.

Queremos ser, Señor...


Guía: La búsqueda de Dios es apasionada, gozosa; florece en los que están enamorados de un Dios que ha tocado su corazón. Está llena de imágenes, de colorido, de frescura, de luz; está llena de vida. Muchos orantes han escuchado así la llamada de Dios a seguirle más de cerca en una vocación especial como es la del sacerdocio. San Agustín y San Juan de la Cruz nos prestan sus palabras:

Lector 1: "Exhalaste tu perfume, y respiré, y suspiro por Ti. Gusté de Ti, y siento hambre y sed. Me tocaste, y me abraso en tu paz".

Lector 2: "¿Adónde te escondiste, Amado y me dejaste con gemido? Salí tras ti corriendo...".

Guía: Si no estamos así de enamorados, como muchos que han sido llamados, digamos al menos, que nos gustaría estarlo para buscar a Dios como "busca la cierva las corrientes de agua".


CANTO PARA MEDITAR:
"COMO BUSCA LA CIERVA"
Como busca la cierva,
la fuente del agua,
así mi alma te busca
a ti, Dios mío.

Mi alma tiene sed,
sed del Dios vivo,
¿cuándo entraré a ver
el rostro de Dios?

Como busca la cierva...

¿En dónde está tu Dios?
oh! alma mía,
pronto desea llegar
a tu casa Señor.

Como busca la cierva...

Tu luz y Tu verdad,
envían a mi alma,
ellas me guiarán
a tu morada de amor.

Como busca la cierva...

Y llegaré a tu altar,
Dios de mi gozo,
allí te alabaré
Señor mi Dios.

Como busca la cierva...


Momentos de silencio para meditar.

Lector 1: Corazón Eucarístico de Jesús, estamos ante tu presenta para orar unos momentos por nuestros sacerdotes y seminaristas. Recibe esta ofrenda de nuestro tiempo ante Ti y acrecienta tu amor en todos aquellos que han sido llamados a vivir esta vocación que nos hace tenerte día a día en tu Pan Eucarístico y en el sacramento que nos devuelve tu misericordia y tu perdón.

Lector 2:  El sacerdotes es un hombre configurado sacramentalmente con Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Consagrado por Dios para el servicio de sus hermanos, como continuador de la misión salvadora tuya, Señor. Con potestad recibida de Ti, a través de la Iglesia para evangelizar, santificar y apacentar al pueblo de Dios.

Lector 1: Tú, Señor Jesús, manso y humilde de corazón, actúas a través de ellos, por medio de sus palabras, de sus gestos, de sus acciones... y su sacerdocio está íntima e inseparablemente unido a tu sacerdocio y a la vida y crecimiento de la Iglesia.

Lector 2: El sacerdote es padre, hermano, amigo, compañero de camino... pastor. Su persona pertenece a los demás, es posesión de la Iglesia, que lo ama con amor del todo particular y tiene sobre él relaciones y derechos de los que ningún otro hombre puede ser depositario.

Lector 1: Por el Sacramento del Orden el sacerdote se capacita efectivamente para prestarte, Señor, la voz, las manos, todo su ser; eres Tú Señor Jesucristo quien, en la Santa Misa, con las palabras de la Consagración, cambias la sustancia del pan y del vino en tu Cuerpo, tu Alma, tu Sangre y tu Divinidad" (cfr. J. Escrivá de Balaguer, Amar a la Iglesia, Palabra, Madrid 1986, p. 69).

Lector 2: Y como afirmó una vez san Juan Pablo II, eres tú Jesús quien, en el sacramento de la penitencia, pronuncias la palabra autorizada y paterna: "Tus pecados te son perdonados" (Mt 9, 2; Lc 5, 20; 7, 48; cfr. Jn 20, 23). Y eres tú quien habla cuando el sacerdote, ejerciendo su ministerio en nombre y en el espíritu de la Iglesia, anuncia tu Palabra. Eres tú quien cuida los enfermos, los niños y los pecadores. Eres Tú quien llega a nosotros en el sacerdote.


Momentos de silencio para meditar.


Guía: Nos ponemos de pié para entonar el Aleluya (en Cuaresma Hnor y Gloria).

R./ Aleluya, aleluya.
De ahora en adelante serás pescador de hombres.
R./ Aleluya, aleluya.

Del Evangelio según san Juan                                                                                           Jn 1, 35-43
Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios.» Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí - que quiere decir, "Maestro" - ¿dónde vives?» Les respondió: «Venid y lo veréis.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima.

Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» - que quiere decir, Cristo. Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» - que quiere decir, "Piedra". Al día siguiente, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice: «Sígueme.» Palabra del Señor.


Se puede tener una breve Homilía.

Momentos de silencio para meditar.


Guía: Escuchemos ahora algunos fragmentos del los escritos de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento:

Lector 1: “Roguemos mucho por los sacerdotes. Esta crisis mundial arrastra, como varios de ustedes me dicen, a varios. Y recuerden que, uno de nuestros fines es rogar por el sacerdocio cristiano, católico... La vocación es un don del cielo, preciosísimo, hay que saber aprovecharlo, para rendir después el ciento por uno en favor de las almas que esperan la labor sacerdotal, para salvarse...

Lector 2: El sacerdote es la dignidad más grande que existe sobre la tierra. Y, ¿sabes por qué? Porque el sacerdote hace descender del cielo a Je­sús; cuando él, en el momento de la Consagración dice las palabras consa­bidas, en el mismo instante abandona el cielo y se oculta en las Hostias Consagradas, estando en todas y cada una como está en la gloria... El Sacerdote tiene palabras de vida eterna para consolar a los afligidos, para sostener a los que luchan, para llenar de esperanza a los desesperados, para sostener a los justos, para llevar los niños a Jesús...

Lector 1: Un santo Sacerdote no piensa más que en las almas; no quiere más que almas; solo trabaja por ellas; por salvarlas se impone toda suerte de sa­crificios y va en su busca, como el Buen Pastor por la oveja extraviada; y, cuando la divisa, entre zarzas y matorrales, no teme a las espinas, hasta sacarla de ahí; luego la coloca sobre sus hombros y la lleva al re­dil, lleno de gozo... Llena a tus sacerdotes y misioneros de este amor a María para que así con unción, con íntimo sabor de esta Madre, sepan predicarla y hacerla ­amar de todos los corazones”. Amén.


CANTO PARA MEDITAR:
"SACERDOTE PARA SIEMPRE"
Porque eres la razón de mi vida 
Mi fuerza consuelo y alegría 
Porque eres el amor que yo soñé 
Y sin Ti estoy perdido y nada soy 

Aquí estoy Señor toma mi vida 
Sacerdote para siempre quiero ser 
Aquí estoy Señor toma mi vida 
Sacerdote para siempre quiero ser 

Al postrarme en tu presencia estoy temblando 
Consiente de mi nada y pequeñez 
Y al levantarme con tu Espíritu Divino 
Tu siervo consagrado yo seré 
Mi vida como santo relicario 
Tu presencia a los hombres llevará 
Y en mis manos, tus manos los bendecirá 
Y en mí, tu corazón los amará 

Aquí estoy Señor toma mi vida...

De tu amor estoy sediento oh Señor 
En ti todo lo encuentro y soy feliz 
Y en mi pecho tu palabra incontenible 
Con su fuego al mundo entero abrazaré 
Y no importan ya las dudas y el temor 
Con tu amor todo lo puedo y venceré 
Y no importa lo que venga si a mi lado 
Paso a paso contigo contaré 

Aquí estoy Señor toma mi vida...

Tú eres digno de ser preferido, 
amado y servido sobre todo oh Señor 
Aquí estoy Señor toma mi vida 
Sacerdote para siempre quiero ser 

Aquí estoy Señor toma mi vida...


Guía: La Eucaristía es el centro y la cumbre de la vida de la Iglesia, también lo es del ministerio de los sacerdotes. Por eso, con ánimo agradecido al Corazón Eucarístico de Jesús, oremos por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales.

Lector 1: Jesús, Sacerdote eterno, guarda tus sacerdotes bajo la protección de tu Sagrado Corazón,
guarda las manos ungidas que tocan cada día tu sagrado cuerpo, guarda sus labios, diariamente teñidos con tu preciosa sangre.

Lector 2: Bendice las tareas apostólicas de todos los sacerdotes y seminaristas con abundante fruto,
y haz que las almas confiadas a al celo y pastoreo de los sacerdotes, sean su alegría acá en la tierra y formen en el cielo su hermosa e inmarcesible corona por la misericordia que sobre ellos han derramado de tu parte.

Lector 1: Jesús, Sacerdote eterno, guarda bajo la protección de tu Sagrado Corazón, a quienes se están preparando para el ministerio sacerdotal: que crezcan en gracia y santidad, e intercede para que haya abundantes y santas vocaciones sacerdotales en nuestra Iglesia que sean testigos de tu misericordia y la den a los demás.


Momentos de silencio para meditar.


Guía: Oremos ahora al Corazón Eucarístico de Jesús, rogándole que nos envíe santos sacerdotes. Después de cada invocación diremos:

Todos: Danos muchos y muy santos sacerdotes.

Para congregar a la comunidad cristiana en torno a Ti...
Para comunicar tu vida en el Bautismo...
Para proclamar tu Palabra Divina...
Para avivar la fe de los cristianos...
Para anunciar con gozo el Reino que Tú nos traes...
Para invitar e impulsar el amor a tu presencia en la Eucaristía...
Para perdona los pecados en tu nombre...
Para realiza tu Sacrificio Eucarístico...
Para ofrecer, uniéndose a tu inmolación, la oblación espiritual de los cristianos...
Para alimentar a los fieles con tu Pan Eucarístico...
Para aconsejar y guiar a los hombres que peregrinan hacia tu Padre Misericordioso.
Para promover la justicia en los individuos y en la sociedad...
Para prolongar la acción del Espíritu impulsando a la Iglesia...
Para luchar por la paz y la unidad...
Para fomentar la fraternidad acompañados de María tu Madre...
Para impulsa hacia la santidad a todo tu pueblo...
Para entregar su amor y su vida por la salvación del mundo entero...


Momentos de silencio para meditar.


Si hay un sacerdote o diácono se continúa con la bendición con el Santísimo Sacramento. De otra manera se hacen las oraciones y se reserva con el canto de salida.


Guía: Con la alegría de haber compartido este rato de oración y adoración ante el Corazón Eucarístico de Jesús, nos disponemos a recibir la bendición con el Santísimo Sacramento.


CANTO ANTES DE LA BENDICIÓN:
"CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES"
Cantemos al Amor de los Amores 
Cantemos al Señor, 
Dios está aquí 
Vengan adoradores, 
Adoremos, a Cristo Redentor 

Gloria a Cristo Jesús, 
Cielos y tierra, bendigan al señor 
Honor y gloria a Ti, rey de la gloria 
Amor por siempre a Ti Dios del Amor

Unamos nuestra voz a los cantares 
del Coro Celestial, 
Dios está aquí, al Dios de los Altares 
alabemos con gozo angelical.

Gloria a Cristo Jesús...

Los que buscáis solaz en vuestras penas
y alivio en el dolor;
Dios está aquí,
y vierte a manos llenas
los tesoros de divinal dulzor. 

Gloria a Cristo Jesús...


Sacerdote o diácono: Oh Dios, que bajo este admirable sacramento nos has dejado el memorial de tu pasión, concédenos, venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros los frutos de tu redención. Te lo pedimos a Ti que vives y reinas. Por los siglos de los siglos. Amén.


Ultimas oraciones: (Letanías).


Bendito sea Dios, bendito sea su santo nombre, bendito sea Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre, bendito sea el santo nombre de Jesús, bendito sea su sacratísimo corazón, bendita sea su preciosísima sangre, bendito sea Jesucristo en el santísimo sacramento del altar, bendito sea el Espíritu Santo consolador, bendita sea la gran madre de Dios María Santísima, bendita sea su santa e inmaculada concepción, bendita sea su gloriosa asunción, bendito sea el nombre de María Virgen y Madre, bendito sea san José su castísimo esposo, bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos.


CANTO DE SALIDA:
"DIVINO MANJAR"
Son tu Cuerpo y tu Sangre, Señor,
maravilla y prodigio de amor. 
Alimento del alma, riqueza sin par, 
divino majar (bis).

EUCARISTÍA, DIVINO ALIMENTO, 
CELESTIAL SUSTENTO PARA CAMINAR. 
EUCARISTÍA, DIVINO ALIMENTO, 
DON DEL CIELO PARA EL MUNDO ENTERO.
SACRAMENTO, DIVINO MANJAR.

Anunciamos tu muerte, Señor, 
proclamamos tu resurrección. 
De tu altar recibimos la fuerza, 
el valor para la Misión (bis).

EUCARISTÍA, DIVINO ALIMENTO...

Sacerdotes, ministros de luz,
consagrados por Cristo Jesús.
A sus manos desciendes al oír su voz, 
Cordero de Dios (bis).

EUCARISTÍA, DIVINO ALIMENTO...

En tu seno Jesús se encarnó,
Oh, María, Sagrario de Dios. 
Pura, Llena de Gracia, Madre Virginal, 
Reina Celestial (bis).

EUCARISTÍA, DIVINO ALIMENTO...


algdr2016

viernes, 22 de abril de 2016

Necesitamos Vanclaristas Santos...

Los Vanclaristas y el valor de sus Estatutos...

Cada vez que nuestros hermanos Vanclaristas se reúnen en «Retiros», «Ejercicios» y «Jornadas de Estudio» están en una especie de «Cenáculo con Jesús y María» para salir de allí y ser enviados como discípulos misioneros que viven para Cristo y dan testimonio de vida cristiana en el lugar donde se encuentren, porque ese es el ser y quehacer del apostolado del Vanclarista.

El apostolado del Vanclarista consiste toda la vida en «dar testimonio de vida cristiana en cualquier ambiente», y ese ambiente es el de hoy, un mundo desgarrado por múltiples y difíciles problemas de todo tipo. Por lo tanto, un espacio amplio y abierto en donde el Vanclarista está llamado a concretizar su respuesta misionera, pues no olvidemos que, como decía la beata María Inés, ser Vanclarista es «una vocación», un llamado que compromete.

Conviene que cada uno de los Vanclaristas piense en la tarea misionera que tiene encomendada, según su condición de laico comprometido y de acuerdo a su vocación específica, estado de vida, edad y condición. Y para eso, no hay necesidad de recurrir a grandes tratados, sino de captar lo que Dios va diciendo a su Iglesia, como lo ha hecho recientemente en las palabras del Papa Francisco en la exhortación apostólica "EVANGELII GAUDIUM".

Entre los motivos centrales de la exhortación apostólica "EVANGELII GAUDIUM" del Papa Francisco y que todos deberíamos leer, está la afirmación de que la evangelización es tarea de todo el pueblo de Dios (cf. EG 11-134), y que “los laicos son simplemente la inmensa mayoría del Pueblo de Dios” (EG 102). Por ello, esta exhortación se presta muy bien para que se convierta en el vademécum de los Vanclaristas de hoy, una especie de mapa detallado para orientarse en el dinamismo de la acción y la contemplación en la alegría del Evaneglio. Evangelii Gaudium debe ser para todos los miembros de este grupo misionero —y en general para todos los laicos— un nuevo e imprescindible punto de referencia que, en su función de promoción de la vocación y misión del laicado, se apoya en la exhortación apostólica postsinodal Christifideles Laici (1988) de san Juan Pablo II. Nuestro tiempo, tal como observa Francisco —como gusta que le llamen— se caracteriza por un individualismo exacerbado (EG 78); así las comunidades cristianas corren también el riesgo de caer en una especie de individualismo estéril, fruto de un relegamiento temeroso en sí mismo, olvidándose de la propia identidad de bautizados (cf. EG 78).

Los Vanclaristas no se pueden ni debe quedarse relegados, sumergidos en una serie de reuniones sociales o de juntas para pasar el rato y comentar el punto. Basta que echen una simple ojeada a los Estatutos de Van-Clar, para que vean la inmensa riqueza que tienen en su tarea apostólica como discípulos misioneros al estilo inesiano. Los Estatutos marcan su vida de especial consagración a Dios mediante un compromiso que hace vivir en primer lugar de contemplación, para lanzarse, en segundo lugar, como marcan sus Estatutos a la acción, de manera que sean, como su fundadora la Beata Madre Inés... «Apostólicos y contemplativos».

Algunos de los Vanclaristas comentan que cuando leen detenidamente los Estatutos se dan cuenta de que queda mucho por hacer para sacarle jugo a toda la fuerza apostólica como discípulos misioneros. ¡Qué riqueza tan grande tienen en sus Estatutos nuestros hermanos Vanclaristas!

Allí, en esos preciosos y preciados números, se transparenta claramente el corazón sin fronteras que no descansa nunca; el corazón sin fronteras que espera prolongarse en cada uno para que todos conozcan y amen a Dios; el corazón de la Beata Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento que les ha dejado esta herencia diciéndoles: "Si no es para salvar almas, no vale la pena vivir". Ella y su anhelo misionero, vive en cada uno de nuestros hermanos Vanclaristas para los pobres y sufridos, para los ignorantes y los afligidos, para los solitarios y deprimidos. Ella prolonga su acción apostólica y contemplativa en cada niño, en cada joven, en cada adulto, en cada anciano, en cada enfermo miembro del grupo de Van-Clar y exclama con cada uno: "Señor, dame almas, muchas almas, infinitas almas". Ella vivió la misión apostólica desde jovencita como seglar comprometida comunicando a los demás la alegría y la riqueza de formar parte, como ella decía: "del sacerdocio seglar".

En su libro "Espiritualidad Misionera" —un clásico que no pasa de moda— el padre Esquerda nos dice que «para vivir la fe, tenemos que ser instrumentos para que otras la vivan», y eso, precisamente, es lo que hizo la beata María Inés. Ella fue, y sigue siendo, un instrumento que, puesto en manos de "la Madrecita del cielo" —como ella decía—, de manera que tenemos que vivir la misión como la Santísima Virgen, protectora especial de la Familia Inesiana en su advocación de Guadalupe, que se encaminó presurosa a América de la misma manera que se había encaminado a visitar a su prima Isabel, haciéndose servidora y compañera (Cf. Lc 1,39-56).

Sí, cada Vanclarista tiene que ser misionero a la manera de la Santísima Virgen María, que está presente en la misión de la Iglesia como Madre y compañera, como cooperadora y formadora, como guía y consuelo, como amiga y hermana que lo debe llevar a exclamar: "Vamos, María". Si no vivimos la misión de la Iglesia con María, no sólo no se avanza en el camino de la fe, sino que se retrocede y no se deja caminar a los demás, porque, con María, se llega a Jesús.

Al leer los Estatutos, el Vanclarista debe contemplarlos y vivirlos con el mismo Jesús, que pasó por el mundo siempre pensando en los demás... ¿o es que podemos imaginarnos un Jesús pensando siempre en Él mismo y sin interés por los demás?... ¡No! No podemos sino contemplar un Jesús que se siente enviado (Cf. Jn 12,49; Jn 17,8; Jn 7,17; Jn 8,38), un Jesús que anuncia la paz (Cf. Ef 2,17), un Jesús que es pastor (Cf. Jn 10,1ss; Jn 17,12; Heb 13,20; 1 Pe 2,25), un Jesús que enseña (Cf. Mt 26,55; Mc 1,21), un Jesús que cura (Cf. Mt 4,24), un Jesús que es modelo, roca fundamental, camino, verdad y vida a quien nosotros anunciamos.

 ¿Y los Apóstoles? ¿Qué podemos decir de los Apóstoles, que dejándolo todo lo siguieron (Cf Mt 4,19.21; Mc 1,16; Mt 9,9), ellos fueron a enseñar, a curar... a misionar. ¿Y san Pablo? No podemos olvidar su humilde y ferviente testimonio: "El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio, y ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!" (1 Cor 9,16). Si el Vanclarista se llena de Jesús, es lógico que sienta, como la Santísima Virgen y los Apóstoles, es lógico que se sienta una verdadera necesidad de darse a los demás.

Esto es lo que les pasó a tantos santas y santas de la Iglesia, entre ellos Francisco de Asís, Teresa de Ávila, Juan Bosco, Vicente de Paúl, Teresita del Niño Jesús y claro, la beata María Inés Teresa. Pero en la lista de santos no hay solamente personas consagradas, sacerdotes y religiosos, sino una lista inerminable de laicos como Santa Elena la mamá del emperador Constantino, santa Mónica la mamá de san Agssutín, la jovencita italiana santa María Goretti, el doctor san José Moscati, la beata Laura Vicuña, santa Rosa de Lima, san isidro Labrador y Gianna Beretta Mola... ¿queremos más ejemplos? Los tenemos vivos y están aquí caminando a nuestro lado como discípulos misioneros que han sido cautivados por la alegría del Evangelio.

Si el Vanclarista se impregna de lo que le dicen sus Estatutos, puede escuchar con más claridad la invitación constante de Cristo que hace eco en tantos santos y santas, como en san Juan Pablo II que dice a los laicos: "El futuro de la misión y de las vocaciones misioneras depende de la generosidad de su respuesta a la llamada de Dios, a su invitación a consagrar la vida al anuncio del Evangelio. Aprendan también ustedes de María a decir el «Sí» de la adhesión plena, gozosa y fiel a la voluntad del Padre y a su designio de amor".

Por mi parte, para cerrar esta reflexión, les digo a nuestros hermanos Vanclaristas unas cuantas cosas a manera de exhortación que me sale del corazón: ¡No se dejen cautivar por las cosas pasajeras, ustedes se han encontrado con la alegría del Evangelio y sus Estatutos les marcan el camino para hacerlo vida! ¡Láncense a vivir su compromiso misionero no solamente el día del DOMUND! ¡Vivan cada día para Cristo dando testimonio en el lugar donde se encuentren, de una vida que, como la beata María Inés, se ha apasionado por Cristo! ¡Renueven su compromiso cada día, no solamente una vez al año! ¡Dejen que el contacto constante con Jesús y María —como lo dicen sus Estatutos— les avive el espíritu misionero que llevan dentro! ¡Sean discípulos misioneros, testigos del amor de Dios y portadores de esperanza sembrando paz! ¡Pónganse en los brazos de María, como un niño pequeño que requiere de la protección maternal para poder crecer impregnándose en su regazo de los mismos intereses de Cristo! ¡Dejen que la Palabra de Dios llene sus corazones, léanla, medítenla, profundicen en ella y dejen que la semilla crezca hasta hacer de cada uno un árbol frondoso que cobije a muchas almas! ¡Prolonguen con su «sí» la tarea evangelizadora de su fundadora la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento! Amén.

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.