Voy llegando a Moravia, en Costa Rica, luego de un rapidísimo viaje relámpago a Cariari, para visitar, en la comunidad de Los Ángeles, a los papás y hermanitos de Eduardo, nuestro hermano Misionero de Cristo que está en África. Allí, en Cariari, en la parroquia de "La Inmaculada Concepción" Dios me permitió participar en la apertura de la Puerta Santa en la ceremonia presidida por Mons. Javier Gerardo Román Arias, obispo de la Diócesis misionera de Limón, en estas hermosas tierras Costaricenses.
El viaje a Cariari se realizó en auto gracias a la bondad de Don Eduardo Hernández, quien junto a su hijo Javier y Yeudy, —Vanclaristas los dos de Moravia— se convirtieron en mis compañeros de peregrinación.
¡Qué regalo de Dios! ¡Nunca pensé que la apertura de la puerta santa me tocara en tierras de misión! Limón es una diócesis que fue erigida el 16 de febrero de 1921 como vicariato apostólico y en 1994 como diócesis, al frente de la cual estuvo, como primer obispo, Mons. Francisco Ulloa, amigo de muchos años y a quien el año pasado pude acompañar, en Cartago, de donde hoy es obispo, en la celebración de sus 50 años de vida sacerdotal. Ahora está al frente de ella un flamante obispo, nombrado por el Papa Francisco en marzo pasado y ordenado apenas el 30 de mayo. Limón tiene pocas parroquias y un total de 20 sacerdotes.
El sábado pasamos el día conversando, comiendo y orando con la familia de Eduardo, en hermosos momentos que consumían nuestros relojes con una rapidez tal, que hacían correr nuestros relojes convirtiendo, en un instante, el presente, en un pasado de esos que quedan almacenados para siempre. Entre arroz con pollo, rosario en familia, visita a la Capilla dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles y largos y sabrosos ratos de conversación en la huerta familiar o donde fuera, se hizo de noche.
Al amanecer del Domingo de Epifanía los Santos Reyes nos esperaban con un riquísimo desayuno que no le pedía nada al almuerzo de ayer y que nos llenó de energía para dirigirnos a Cariari y saludar al señor obispo antes de iniciar la ceremonia de apertura de la puerta santa.
La procesión se inició en un lugar cercano y acompañados por el himno del Año Jubilar de la Misericordia, nos dirigimos sacerdotes y pueblo al encuentro del Sr. Obispo que esperaba en el lugar indicado para iniciar la Liturgia especial de apertura de la Puerta Santa.
El comienzo da cada Año jubilar está marcado solemnemente por la apertura de la Puerta Santa, por el Papa, en la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Pero en este Jubileo de la Misericordia, el Papa Francisco ha deseado igualmente que haya en cada diócesis una Puerta de la Misericordia, de tal manera que, en todo el mundo, todos puedan vivir ese paso jubilar. En Limón, esta Puerta se encuentra a la entrada de la parroquia de la Inmaculada Concepción.
La tradición de una puerta santa con ocasión de un jubileo se remonta al siglo XV, fue el Papa Martín V quien abrió por primera vez en la historia la Puerta Santa de la Basílica de San Juan de Letrán. Sus sucesores, en particular el Papa Alejandro VI en 1499, mantuvieron esta tradición y la extendieron a las cuatro basílicas mayores, es decir, además de San Juan de Letrán, las basílicas de San Pedro en el Vaticano, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros.
Antes del jubileo del año 2000, era costumbre que el soberano pontífice abriera la Puerta Santa de la basílica de San Pedro, después delegaba ese poder a un cardenal para la apertura de las puertas en las otras tres basílicas. El Papa Juan Pablo II rompió con esa tradición procediendo él mismo a la apertura y el cierre de cada una de esas puertas. La de la basílica de San Pedro siempre ha sido la primera que se abre y la última que se cierra.
Una puerta, en la vida diaria, —como explicó el obispo Javier en la Homilía de este día— tiene varias funciones, todas adoptadas por el símbolo de la Puerta Santa: marca la separación entre el interior y el exterior, entre el pecado y el orden de la gracia (Mi 7,18-19); permite entrar en un nuevo lugar, en la revelación de la Misericordia y no de la condenación (Mt 9,13); asegura una protección, da la salvación (Jn 10,7) y sirve, a la vez, para entrar y salir.
Jesús dijo: «Yo soy la puerta» (Jn 10, 7). Efectivamente, tan solo hay una puerta que abre de par en par la entrada en la vida de comunión con Dios, y esta puerta es Jesús, camino único y absoluto de salvación. Solo se le puede aplicar a Él las palabras del salmista: “Ésta es la puerta del Señor: los justos entran por ella” (Sal. 117, 20). Es por eso que la Iglesia de Limón que yo he podido ver al contemplar esa multitud que abarrotó el Templo, se percibe como una Iglesia de puertas abiertas donde hay espacio para todos y donde el Señor, que es «La Puerta» abre su corazón misericordioso para todos. De hecho en estos días el obispo se encuentra visitando una comunidad a la que se llega después de tres días de camino a pie —si no hay helicóptero disponible— y a la que hace 10 años no iba un obispo.
San Juan Pablo II, como Papa había anunciado al mundo el día mismo de su elección: “¡Abran de par en par las puertas a Cristo!” En la diócesis de Limón, pude ver una diócesis misionera en palabras y acción en donde todos son misioneros y todos abren las puertas de sus vidas a la misericordia en una Iglesia con sentimiento, con afectividad, con corazón. Tal vez pocos sacerdotes, unos cuantos religiosos y religiosas pero en una Iglesia de puertas abiertas eso es vida y compromiso misionero intenso.
Como escribió el Papa Francisco en la bula de convocación, este Año jubilar de la Misericordia, se concluirá en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del Universo, el 20 de noviembre de 2016, cerrando la Puerta Santa y encomendando «la vida de la Iglesia, la humanidad entera y el inmenso cosmos a la Señoría de Cristo, esperando que derrame su misericordia como el rocío de la mañana para una fecunda historia, todavía por construir con el compromiso de todos en el próximo futuro».
Oración que realizó el Papa Francisco en la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro:
«Oh Dios, que revelas tu omnipotencia sobre todo con la misericordia y el perdón, dónanos vivir un año de gracia, tiempo propicio para amarte a Ti y a los hermanos en la alegría del Evangelio. Sigue efundiendo sobre nosotros tu Santo Espíritu, para que no nos cansemos de dirigir con confianza la mirada a aquel que hemos traspasado, a tu Hijo hecho hombre, rostro resplandeciente de tu infinita misericordia, refugio seguro para todos nosotros pecadores, necesitados de perdón y de paz, de la verdad que libera y salva. Él es la Puerta, a través de la cual venimos a ti, manantial inextinguible de consolación para todos, belleza que no conoce ocaso, alegría perfecta en la vida sin fin. Interceda por nosotros la Virgen Inmaculada, primer y resplandeciente fruto de la victoria pascual, aurora luminosa de los cielos nuevos y de la tierra nueva, puerto feliz de nuestra peregrinación terrenal. A ti, Padre Santo, a tu Hijo, nuestro Redentor, al Espíritu Santo, el Consolador, todo honor y gloria en los siglos de los siglos». Amén.
Alfredo Delgado Rangel.
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