Precisamente hoy me topo con que la Oración Colecta de la misa habla de la muerte, de la muerte de Cristo y de la nuestra, suplicando al Buen Dios nos conceda permanecer vigilantes en la oración para merecer salir de este mundo sin mancha de pecado y descansar llenos de gozo en el seno de su misericordia. La cultura occidental, sobre todo en las últimas décadas, ha llegado a valorar que la buena muerte es aquella que tiene lugar sin que el que la padece se de cuenta de lo que está ocurriendo, incluso habla del recurso a la eutanasia, para despedirse de este mundo sin sufrir. La fe, a nosotros, que somos hombres y mujeres de fe, nos dice lo contrario: la enfermedad y la agonía se convierten para muchos en una ocasión de gracia para preparar el encuentro con el Señor; son uno de los momentos cumbres de nuestra vida. El vigor físico decae muy pronto, la agilidad psicológica entra en declive un poco más tarde, pero la salud espiritual alcanza en la agonía su corona.
La verdad yo he disfrutado mucho de la vida hasta el día de hoy, a pesar de que, como dice el salmista en el salmo 87, desde niño he sido enfermo. Quienes me conocen saben que cada día lo vivo intensamente con la conciencia de que cada momento puede ser el último sobre la faz de la tierra. En especial, estos días, rodeado de padrecitos que, como yo, han elegido esta maravillosa vocación y gozando de un paisaje maravilloso, se han convertido en un espacio de gratitud por el don de la vida y de la vocación. Hay una oración muy hermosa a San José, el patrono de la buena muerte que estoy seguro que nos hace bien recitar y por eso la comparto aquí: «Oh San José, que dejaste esta vida en brazos de tu Hijo adoptivo Jesús, y de tu dulce Esposa María, socórreme, ¡oh Padre!, junto con María y Jesús, cuando la muerte marque el fin de mi vida; obtenme la gracia —es lo único que pido— de morir también en los mismos brazos de Jesús y de María. ¡En sus manos, Jesús, María y José, encomiendo mi espíritu en la vida y en la muerte! Amén». ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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