domingo, 12 de noviembre de 2023

MENSAJE DE APERTURA DE LA ASAMBLEA PARROQUIAL 2023. NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO EN SAN NICOLÁS


Queridos hermanos miembros de los diversos servicios pastorales, movimientos apostólicos y grupos de nuestra querida comunidad parroquial de Nuestra Señora del Rosario en San Nicolás. Estimado padre Luis, hermano en religión y vicario parroquial (esto si está presente). Muy apreciado diácono Juan, necesario colaborador en nuestra parroquia.

Nos ha convocado el Señor en esta Santa Misa para hacer la apertura de nuestra primera Asamblea Parroquial desde que el Señor quiso ponerme al frente de ella como párroco. Esta reunión, por este motivo, tiene un significado especial al que se une la reciente promulgación del plan de pastoral de nuestra arquidiócesis y la insistente llamada del Santo Padre, sobre todo en la síntesis de la primera fase del Sínodo de los Obispos, que acaba de concluir, para trabajar en sinodalidad.

No solamente el Papa Francisco, sino los papas anteriores, han exhortando a lo largo de un siglo a que todos los bautizados asumamos el compromiso misionero, que es envío y tarea de la Iglesia universal. Las enseñanzas de los Papas siguen orientando, junto al magisterio del Papa Francisco, nuestra acción evangelizadora y pastoral, ayudándonos a superar la idea errónea de que el respeto a las demás religiones y a las culturas de los pueblos tenga que inhibir la proclamación del Evangelio. Tampoco la que hoy llamamos «inculturación» de la fe puede significar capitular ante el reto de las diversas culturas, que han de ser también evangelizadas, porque el Evangelio purifica y transforma todas las realidades humanas y, en consecuencia, también las culturas. El Santo Padre nos invita constantemente a abrir las puertas de la Iglesia para que todos quepan y se encuentren con el Evangelio de la alegría, porque el Evangelio purifica y transforma todas las realidades humanas que convergen en nuestra segunda casa, que es la parroquia.

En el número 20 de la síntesis que el 28 de octubre pasado nos dejó el Sínodo de los Obispos, los participantes, junto al Papa, nos han dicho que «Dios nos está ofreciendo la ocasión de experimentar una nueva cultura de la sinodalidad, capaz de orientar la vida y la misión de la Iglesia. Se ha recordado, sin embargo, que no basta con crear estructuras de corresponsabilidad, si falta la conversión personal a una sinodalidad misionera. Las instancias sinodales, en todo nivel, no reducen la responsabilidad personal de quienes son llamados a tomar parte en ellas, sea por su ministerio o por sus carismas, pero la reclaman después.»

En el número 8, del mismo reciente documento, encontramos lo siguiente: «Los fieles laicos están siempre muy presentes y activos en el servicio al interior de las comunidades cristianas. Muchos de ellos componen y animan comunidades pastorales, sirven como educadores en la fe, teólogos y formadores, animadores espirituales y catequistas y participan en diferentes organismos parroquiales y diocesanos. En muchas regiones, la vida de las comunidades cristianas y la misión de la Iglesia recaen sobre la figura de los catequistas. Además, los laicos prestan el servicio del safeguarding (salvaguardas) y de la administración. Su aportación es indispensable para la misión de la Iglesia; hay que cuidar, por tanto, que adquieran las competencias necesarias.»

Antes de leer este documento, un servidor sentía ya la urgente necesidad de dar paso a nuestra primera Asamblea, para dar paso a ese reto de la sinodalidad que tanto enriquece la vida de la Iglesia. Por muy importantes y útiles que sean el Consejo de Pastoral, la comisión de asistencia parroquial y el Consejo de Asuntos Económicos, se trata siempre de grupos minoritarios en relación con todos los fieles que pertenecen a la parroquia. ¿cómo reunirlos a todos? Resulta, ciertamente, algo imposible. Pero puede haber una institución que, al menos, los represente a todos y les ofrezca la posibilidad de hablar, y colaborar. Esta instancia es la Asamblea Parroquial.

A esto se une, de una manera muy especial, la invitación de nuestro Señor Arzobispo, que estuvo con nosotros presidiendo nuestra fiesta patronal, a trabajar en la puesta en práctica del nuevo Plan de pastoral de esta Iglesia diocesana y el anhelo, de muchos de ustedes, de conocer más la vida y la obra de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento que con su espíritu y espiritualidad impregna, de una manera particular, esta comunidad parroquial haciéndola misionera para que todos conozcan y amen al Señor. 

El nuevo Plan de pastoral, como lo vamos a ver en nuestras diversas sesiones de estudio y trabajo, concreta propuestas y tareas con las que hemos de responder al difícil reto de la evangelización de la sociedad de nuestro tiempo, abierta y plural, enriquecida por muchas cosas, pero amenazada también por una serie de ideologías que llegan de muchos ámbitos y ante las cuales, abriendo las puertas de la parroquia, debemos prepararnos para saber cómo actuar conservando el apostolado de la sonrisa, como dice la beata María Inés. 

Quiero traer a colación, en este contexto, una figura bíblica que siento que viene a iluminarnos con su ejemplo ante una situación muy parecida a la nuestra, en la que hemos de enfrentarnos a un mundo que necesita de conversión para volver al camino del Señor. Me refiero a Jonás, porque, como comunidad parroquial, podemos tener su misma tentación, rebelde a la llamada de Dios a proclamar su palabra y exhortar a la conversión de Nínive, la ciudad símbolo del pecado. Jonás conoce la misericordia de Dios, sabe que es compasivo, misericordioso y perdonador, y siente celos del trato que Dios puede dar a los que se conviertan, los que a su juicio no merecen sino la condena eterna como enemigos de Dios y pecadores. El profeta Jonás representa al nacionalismo judío, refractario a la actitud misericordiosa de Dios con los extranjeros que, aunque son pecadores y enemigos de Israel, pueden responder a la llamada de Dios a la penitencia y convertirse. Jonás trata de convencerse a sí mismo de que los habitantes de Nínive son malos por principio y no merecen el perdón de Dios. Su postura es la misma que la del hermano mayor de la parábola del hijo pródigo: se disgusta por la misericordia gozosa del padre ante el regreso de mal hermano pródigo, que ha vuelto a casa (cf. Lc 15,28-30).

Es la tentación de los buenos que tienden a refugiarse en su propia comunidad de ideas y afectos, excluyendo la novedad y el riesgo de hallarse, en palabras del Papa Francisco, «en salida». No quieren abrir las puertas del cenáculo en el que se han refugiado contra los peligros, y proclamar el Evangelio afrontando dificultades y obstáculos de una sociedad indiferente o marcadamente contraria a su proclamación y vigencia social. Algunos, además de esto, caen en la terrible tentación de criticar y dejar en mal a otros grupos de la parroquia, pastorales o movimientos, pensando que solamente su núcleo es pluscuamperfecto y que todo lo demás está mal, incluso al interno de la parroquia.

Al lado de esta tentación de los buenos está la tentación de los que no dan a la libertad infinita con la que Dios y lentamente han ido convenciéndose de que no es necesario evangelizar, porque Dios tiene caminos de salvación para cada pueblo y cultura, pues «todas las culturas son iguales», dicen con aplomo, y la proclamación evangélica podría atentar contra ellas. Jonás huía de Dios para sustraerse a la misión. Hoy nos parece que la misión ha terminado su tiempo y que es preciso convivir, sin molestarlas con la predicación, con todas las posturas religiosas, la indiferencia y el ateísmo, renunciando a proponer el Evangelio. Se duda de la necesidad de la Iglesia y de los medios de gracia para la salvación y así se relativiza estar o no bautizados, recibir o no los sacramentos de la fe que transmiten la vida sobrenatural a los fieles cristianos y sostienen la comunión de la Iglesia.

No podemos dejar de producir los frutos que Él espera de nosotros mediante la puesta en práctica de los compromisos apostólicos de ustedes, como laicos y el ejercicio pastoral de los que presidimos las comunidades la Iglesia y la pastoreamos con amor, llamados a dar su vida por ella.

Tenemos por delante un arduo trabajo de dos días, nunca antes realizado en esta extensión de tiempo en la comunidad, según me dice la mayoría. A pesar de que no se tratará de pláticas o conferencias solamente, sino de un arduo trabajo en dos días en los que no habrá tiempo de teorizar, hay que agradecer que el Señor nos regala este tiempo que es gracia de salvación. Es tiempo para fortalecer el apostolado de ustedes como laicos, para que la presencia de los cristianos en la sociedad tenga el alcance evangelizador que Cristo ha confiado a la Iglesia. Los diversos apostolados y carismas no pueden encerrarnos en compartimentos estancos en los movimientos o grupos, en una vida a veces paralela a la de Iglesia diocesana como comunidad abarcadora del conjunto de los fieles cristianos, que por el bautismo se hallan integrados en ella.

Todos nosotros, tenemos conciencia de que fuimos creados para alabar a Dios, para estar en contacto con Él, para tenerlo como fundamente de nuestras vidas. En él nos movemos, existimos y somos (Hch 17,28), por eso la Pastoral Litúrgica de nuestra parroquia nos hace vivir, como comunidad, este encuentro profundo con el Señor en la Santa Misa, en la Hora Santa y en las demás expresiones de fe en torno al Señor, a la Santísima Virgen, a los santos ya los beatos.

A nadie escapa que la educación en la fe, la Pastoral Catequética, reviste, al igual que la Pastoral Litúrgica y las demás pastorales, una importancia que no podemos dejar de valorar, cediendo lentamente terreno que el laicismo de una sociedad alejada del cristianismo ha infiltrado en la cultura cristiana. La educación de la fe en la etapa inicial para muchos niños y adolescentes, incluso jóvenes y alguno que otro adulto —tenemos entre el catecumenado para los sacramentos de la iniciación en el curso actual, a una persona de 42 años, que apenas se prepara para recibir el bautismo, la confirmación y la primera comunión—es tarea ineludible de la formación en la fe, de la cual no podemos abdicar en la Iglesia. 

Sin esa formación permanente, estaríamos perdidos, por eso la Pastoral Profética, la pastoral de la Palabra, impregna nuestro caminar como personas y como parroquia. Del mismo modo hemos de fortalecer la formación de todos en la vida familiar conforme a la fe en la Pastoral Familiar, que debe abarcar también el amor a la vida y la defensa de la misma; el acompañamiento de los novios, especialmente a los que caminan ya acercándose al compromiso matrimonial y a los divorciados vueltos a casar o en segunda unión.

Estamos llamados, como comunidad parroquial, a afianzar la dimensión caritativa y social de la vida y la acción de los cristianos en favor de los más necesitados y débiles fortaleciendo la más débiles y olvidadas de nuestras pastorales, la Pastoral Social. A esta se une un área que debemos cultivar, la Pastoral de la Salud. No podemos olvidar, los nuevos retos como el paso de migrantes por nuestro territorio parroquial a quienes nos falta atenderles por lo menos en lo más básico.

Nuestra parroquia, bendecida, además con la presencia y participación de muchos jóvenes, debe tener, también, gracias a la Pastoral Juvenil, un espacio para ellos, porque, como afirma también la síntesis del Sínodo a la que me he referido: «con sus dones y sus fragilidades, al tiempo que crecen en la amistad con Jesús, se hacen apóstoles del Evangelio entre sus coetáneos», y son, como he afirmado varias veces, nuestros relevos en la vida eclesial. Un área importantísima en nuestra parroquia, es la Pastoral del Hermano Mayor, atendiendo a la realidad de que, nuestro territorio parroquial está habitado, en gran parte, por personas que, como su párroco, pasan los sesenta años de vida y requieren, los más grandes, de una atención especial. Falta abrir, entre otras cosas, un espacio especialpara las personas viudas.

Todo esto es evangelizar y hacer de la vida ordinaria de cada día, un campo de misión, sin renunciar a poner mente y corazón en sostener con la plegaria y la colaboración material la acción «ad gentes»: la acción evangelizadora de la Iglesia en los territorios de misión, y el apoyo que hemos de prestar a las Iglesias jóvenes. Para lograrlo también hemos de sentirnos como Iglesia que valora la Pastoral Misionera que envía, porque, como dice el Apóstol en la carta a los Romanos: «¿Cómo van a invocar a Dios, si no creen en él?, ¿Cómo van a creer, si no oyen hablar de él?, y ¿cómo van a oír sin nadie que proclame?, y ¿cómo van a proclamar si no los envían?» (Rm 10,14-15a). Todos los miembros de los grupos que integran nuestra parroquia son hoy como siempre valiosos agentes de evangelización, colaboradores del ministerio pastoral que requieren formación y compromiso.

Un campo especial en esta «Iglesia en salida» es la reciente creación en la parroquia, de la Pastoral Penitencial, que, desde esta condición misionera, lleva, junto a la Palabra de Dios, la esperanza del Señor, que no abandona. 

El número 17 de la síntesis del Sínodo, habla de una Pastoral que en nuestra parroquia está en pañales y que se integra por unas cuantas personas, la Pastoral de las Redes Sociales. Este valioso documento de la Iglesia anota: «Internet está cada vez más presente en la vida de los muchachos y de las familias. Si es verdad que tiene un gran potencial para mejorar nuestra vida, puede también causar daños y heridas, por ejemplo, a través del bullying, la desinformación, la explotación sexual y la dependencia. Es urgente reflexionar sobre cómo la comunidad cristiana pueda apoyar a las familias para garantizar que el espacio online sea no sólo seguro, sino también espiritualmente vivificante. Las iniciativas apostólicas online tienen un alcance y un radio de acción que se extiende más allá de los tradicionales confines territoriales».

Hermanos, vivimos como parroquia, las nuevas realidades del siglo XXI, entre las que destaco que la mayoría de los miembros que están activos en nuestros grupos parroquiales son personas de todas las edades, colores y sabores, que viven fuera del territorio parroquial y que han  encontrado aquí, en esta nuestra segunda casa, un espacio que les abre al encuentro con Dios, con su Madre Santísima, con la beata María Inés y con una comunidad de puertas abiertas

En una carta circular del 29 de junio de 1977, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, expresa algo que ahora, nos viene muy bien: «Lo importante hijos es que no estemos ni un solo momento pasivos ni interior ni exteriormente, que recordemos y en todo momento que «es urgente que Él reine» en los corazones, en las familias, en las comunidades religiosas, parroquiales, diocesanas, nacionales y mundiales. Que Él viva en todos, reine en todos, sea conocido y amado por todos: de palabra y de obra. Mientras vivamos nos movemos y somos».

Hermanos, el Evangelio (Lc 16,9-15) que hemos escuchado en esta Misa de Apertura de nuestra Asamblea Parroquial, viene a iluminar nuestro ser y quehacer en estos días al recordarnos que el que es fiel en las cosas pequeñas, será fiel en las grandes y que no podemos servir a dos amos. De Jesús, queridos hermanos, se burlaron los fariseos, dice también el relato. No entendían ese desapego de las cosas materiales, el dinero en concreto en este pasaje, que él predicaba. También se podrán burlar de nosotros porque ponemos a Cristo y sus intereses en primer lugar y renunciamos, por conciencia ética y cristiana, a hacer los negocios sucios y trampas que otros hacen, al parecer impunemente en el mundo que nos puede contagiar. 

Recordemos el aviso que Jesús repite sobre el peligro de aferrarse a los bienes materiales: nos bloquean para las cosas del espíritu, de modo que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino. Los que aceptan el Reino son los que no están llenos de sí mismos ni de ambiciones humanas sino los que saben, como dice la beata María Inés, que Jesús es la única realidad y que en torno a él, especialmente teniéndolo como centro en la Eucaristía, debe girar nuestra vida. No podemos quedarnos como el joven rico del Evangelio, que no acogió la invitación de Jesús y se marchó triste, porque en el fondo, estaba lleno de sí mismo, cosa que también estorba para el Reino.

Este mensaje de apertura parece interminable, pero ya casi llego al final. Quiero terminar, antes de continuar con la celebración de la Santa Misa, invitando a todos a comenzar con ilusión esperanzada este peliagudo trabajo en nuestra Asamblea Parroquial, dispuestos a fortalecer la vida parroquial y proyectarla con voluntad misionera en la sociedad actual. Pidámosle a la Reina de las misiones y Estrella de la evangelización, a quien en nuestra parroquia la vemos vestida de Nuestra Señora del Rosario, que nos ayude a llevar a Cristo a nuestros hermanos. Ella nos alienta a tener a Jesús en el centro de nuestra existencia en lo momentos de gozo, de luz, de dolor y de gloria. Que su intercesión nos ayude a vivir aquella adhesión a Cristo que es comunión por medio de Él con el Padre en el Espíritu Santo, para que el mundo crea que Jesús es el único Salvador de todos.

¡Buen trabajo para todos en esta Asamblea Parroquial!

Padre Alfredo, M.C.I.U.

11 de noviembre de 2023.

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