A partir de hoy, y hasta el próximo sábado, el Evangelio de la Misa nos presenta el «discurso escatológico» de Jesús, en el que nos habla de los acontecimientos futuros y los relativos al fin del mundo. Hoy tenemos el segundo lamento de Jesús sobre su ciudad, Jerusalén anunciando su próxima ruina. Pero san Lucas lo cuenta mezclando planos con otro acontecimiento más lejano, el final de los tiempos, porque es difícil deslindar los dos (Lc 21,5-11). La perspectiva futura la anuncia Jesús con un lenguaje apocalíptico y misterioso: guerras y revoluciones, terremotos, epidemias, espantos y grandes signos en el cielo. Pero «el final no vendrá en seguida», y no hay que hacer caso de los que vayan diciendo «yo soy», o «el momento está cerca».
El final de los tiempos, está por llegar. No es inminente, pero sí es serio. El mirar hacia ese futuro no significa aguarnos la fiesta de esta vida, sino hacernos sabios, porque la vida —como la que celebra y agradece hoy mi hermano— hay que vivirla en plenitud, sí, pero responsablemente, siguiendo el camino que nos ha señalado Dios y que es el que conduce a la plenitud. Esta semana, y durante el Adviento, escucharemos repetidamente la invitación a mantenernos vigilantes. Que María santísima, intercediendo por nosotros, nos ayude a permanecer así, atentos, vigilantes, conscientes de nuestra condición de peregrinos que caminan hacia el encuentro definitivo con el Señor. ¡Bendecida noche de martes!
Padre Alfredo.
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