Todos hemos pasado por la experiencia de la muerte de una persona querida. Esos momentos de despedida, ¿no son siempre un momento para hacer balance? ¿Para pensar en la vida? ¿Para pensar cómo amamos a Dios y al prójimo? Y algunos, ya de juventud acumulada —como decía la beata María Inés—, tal vez pensamos en nuestra vida porque toda muerte nos hace pensar que sólo tenemos una vida. Oramos por los difuntos, porque sabemos que no fueron perfectos aquí y porque sabemos que nosotros tampoco lo somos, y seguramente necesitaremos también de los sufragios que eleven los demás por nuestras almas.
Como discípulos–misioneros de Cristo, tanto nuestra vida hoy como nuestra esperanza de resucitar, debe estar centrada en Él. Cuando Jesucristo vivía entre la gente, antes de su muerte nos dijo muchas cosas útiles para vivir plenamente, las podríamos resumir diciendo que dijo que quisiéramos a Dios y nos amáramos unos a otros. ¡No dijo esto y se fue! Lo más interesante es que resucitó, se hizo presente y sigue presente entre nosotros y llama a todos a vivir como él vivió, para después poder seguir viviendo con él en la vida que nunca se acaba. Con María, oremos por nuestros difuntos. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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