«ADVIENTO» es tiempo de espera, es tiempo en
que aguardamos la manifestación de un gran acontecimiento: el nacimiento de
Nuestro Salvador. Es, por lo tanto, un tiempo de espera gozosa y expectante, ya
que lo que esperamos es la llegada de nuestra Salvación; un tiempo importante y
solemne, un tiempo favorable para agradecer la salvación, para pensar en valor
de la paz y de la reconciliación. «ADVIENTO» es el espacio que los creyentes
hacemos en la Iglesia para revivir el tiempo que estuvieron esperando y ansiando
los patriarcas y profetas para ver al Salvador, es el tiempo que Simeón vio
acercarse lleno de alegría y que la comunidad eclesial celebra solemnemente y con
fervor, alabando y dando gracias al Padre Eterno por la misericordia que en
este misterio nos ha manifestado al habernos dado al Salvador.
Es en «ADVIENTO» cuando resuena con más fuerza
la exclamación del profeta Simeón al tener ante sus ojos al Salvador tan
esperado: "Ahora Señor según tu promesa puedes dejar a tu siervo irse en
paz, porque mis ojos han visto a tu salvación, la que has preparado ante todos
los pueblos. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo
Israel" (Lc 2,29) «ADVIENTO» es el
tiempo, que vivió también la profetisa Ana, en oración y ayunos hablando del
niño que nacería a los que esperaban la redención de Jerusalén. «ADVIENTO» es
el tiempo de espera y preparación para las manifestaciones de Dios, esas
manifestaciones del Señor que requerirán siempre, de nuestra parte, una
especial preparación.
Todo período anterior a una manifestación de
Dios debe considerarse un adviento y vivirse como tal. Esperar sin preparar el
corazón para el evento que se espera, es desaprovechar el tiempo de gracia que
el Señor ha determinado para la humanidad.
La historia de la salvación tiene en Cristo su
punto culminante y su significado supremo. Él es el Alfa y la Omega, el
principio y el fin. Todo fue creado por Él y para Él, y todo se mantiene en Él.
Es el Señor de la historia y del tiempo. En Él, el Padre ha dicho la palabra
definitiva sobre el hombre y la historia. (T.M.A. 5). El es el mismo, ayer, hoy
y siempre.
Dios misericordioso y siempre fiel, intervino
en la humanidad a través de la mediación materna de María. Es a través de ella
que viene el Redentor al mundo. Es Ella quien lo trae y presenta al mundo, es
ella quien vive el «ADVIENTO» más profundo e íntimo.
Ella, la humilde sierva del Señor, es instrumento
singularísimo en la encarnación del Verbo. Por su «Sí», Dios se hace hombre en
Ella. San Bernardo dijo: "nunca la historia del hombre dependió tanto,
como entonces, del consentimiento de la criatura humana".
En el tiempo de «ADVIENTO», en que fijamos la
mirada en la primera venida, la encarnación del Verbo y en la segunda venida,
en la que llegará lleno de gloria a juzgar a vivos y muertos, debemos
contemplar en el hoy a María, aquella elegida para estar unida a este gran
misterio de nuestra redención que acontece cada día y que contemplamos, como
dice san Bernardo en esa tercera venida constante del Señor, el Verbo Encarnado,
que llega a nosotros en la Eucaristía.
"La alegría de la Encarnación no sería
completa si la mirada no se dirigiese a aquélla que, obedeciendo totalmente al
Padre, engendró para nosotros en la carne al Hijo de Dios. Llamada a ser la
Madre de Dios, María vivió plenamente su maternidad desde el día de la
concepción virginal, culminándola en el Calvario a los pies de la Cruz. Ella
nos conduce a contemplar el Misterio de la Encarnación, pues es partícipe como
nadie. Ella nos dirige como la Estrella que guía con seguridad sus pasos al
encuentro del Señor” (T.M.A. 59).
¿Quien es la que ha esperado con más
perfección la venida del Salvador? La Virgen Santísima. Ella fue preparada por
el Señor mismo, de manera única y extraordinaria, haciéndola Inmaculada (8 de
diciembre). Tanto le importa a Dios preparar nuestros corazones para recibir
las manifestaciones de su presencia y todas las gracias que Él desea darnos,
que vemos lo que hizo con la Santísima Virgen María. Ella fue concebida sin
mancha de pecado, sin tendencias pecaminosas, sin deseos desordenados, con un
corazón totalmente puro que espera, ansía y añora en todo momento solo a Dios.
Toda esa acción milagrosa del Espíritu Santo en ella tuvo un propósito,
prepararla para llevar en su seno al Salvador del mundo. Eso es lo que requiere
ser la Madre del Salvador.
El Adviento de la Virgen María está marcado
por las tres grandes virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. Nosotros
podemos proponernos vivirlas este Adviento.
1. LA FE DE LA VIRGEN MARÍA:
La Fe es la virtud por la cual creemos
firmemente en las verdades que Dios ha revelado. "La fe es la garantía de
los bienes que se esperan, la certeza de las realidades que no se ven" (Heb 11,1).
La fe es una virtud infusa o sea dada por Dios
directamente en el alma. Pero hay que alimentarla y hacerla madurar a través de
nuestros actos de obediencia y confianza. Creer, lo sabemos todos, nunca ha
sido fácil, ya que siempre implica una renuncia a las medidas propias para
aceptar la medida de Dios, que es infinitamente superior a las nuestras.
La Virgen Santísima, tuvo una fe ejemplar. No
ha existido criatura alguna que se pueda comparar a la fe de Nuestra Madre
Santísima, ya que su vida requirió de su corazón una fe heroica capaz de poder
responder en plenitud al misterio al cual se le llamó y en el cual siempre
viviría.
Según el Evangelista San Lucas, la Santísima Virgen
María se mueve exclusivamente en el ámbito de la fe.
Desde el saludo: "Ave, llena de gracia,
el Señor está contigo" (Lc 1,18), ella requiere fe, pues el ángel le
presentaba toda una identidad de la que ella no estaba consciente. Es por eso
que leemos que María se turbó ante aquellas palabras. La razón de aquello es el
hecho de que el ángel la invita a darse cuenta de lo privilegiada que había
sido por Dios y de lo sublime que era la elección de Dios hacia ella. Solo la
fe le permite aceptarse por lo que el ángel le dice que es en el plan de Dios: «La
llena de gracia». La fe de María la lleva a aceptar con humildad el misterio de
su propio ser, ya que ella es situada en un lugar singular para una criatura
humana.
La pregunta de María: "¿y cómo será esto
pues no conozco varón?" no es una duda o falta de fe, sino como muchos
padres de la Iglesia concuerdan en decir, María, por lo que la tradición nos
enseña, sabemos que había hecho un voto de virginidad y aunque estaba desposada
con José, de hecho no intentaba romper su voto. Y es por eso la pregunta, pues
ella debía oír de Dios como se daría esta concepción siendo ella virgen, ya que
humanamente su maternidad era imposible. Pero es precisamente este camino de la
imposibilidad el que Dios elige para demostrar que en realidad para Dios todo
es posible.
La fe se convierte para María en la única
medida para abrazar no solo su propio misterio, sino el de su mismo Hijo: un regalo
maravilloso que Dios le ha dado no para su propio gozo o su exaltación, sino
para el bien de toda la humanidad.
Las palabras con que la Virgen María da su
asentimiento: "Hágase en mi según su palabra", nos revelan la consciente
aceptación de su función, ante el desafío de una realidad y de un conjunto de
acontecimientos que están mas allá de la medida de la inteligencia, y los
pensamientos humanos. Y esta respuesta solo la pudo dar un corazón lleno de fe.
"He aquí la sierva del Señor" es una
profunda confesión de humildad y obediencia, pero sobre todo de confianza total
en la palabra de Dios Padre que dispuso que la Palabra se hiciera carne en el
seno virginal de María. Ella creía tanto en la Palabra de Dios, que esa Palabra
se hizo carne en su seno virginal alcanzando ese inexplicable milagro: una
concepción virginal. Con razón san Agustín dice: "Ella concibió primero en
su corazón —por la fe— y después en su vientre".
María escuchó plenamente, acogió y meditó
dentro de su corazón, llena de fe y con disponibilidad, humildad y prontitud,
esa Palabra para darla como fruto. En María debemos reconocer las palabras de
Jesús: "Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la
cumplen" (Lc. 11,27) Por lo tanto, la maternidad de María no es solo ni
principalmente un proceso biológico. Es ante todo el fruto de la adhesión
amorosa y atenta a la palabra de Dios en la fe.
Cuando María dijo: "Hágase en mi según su
Palabra" (Lc 1,38), dio su consentimiento no solo a recibir al Niño que
se concebía en su seno, sino un «Sí» a todo lo que conllevaba el ser la Madre
del Salvador. Este consentimiento de María pone de relieve la calidad excepcional
de su acto de fe. Fe, lo sabemos, es ante todo conversión, o sea, entrar en el
horizonte de Dios, en la mente de Dios, en los pensamientos de Dios y de sus
obras.
En el Cántico del Magníficat: Isabel dice a
María: "Bendita Tú por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado
de parte del Señor" (Lc 1,45), e inmediatamente después, María responde a
ese reconocimiento de su fe con el cántico del Magníficat, un canto de fe
profunda, que fluye de un corazón auténticamente humilde. Pues la fe solo nace
en un corazón humilde y sencillo.
"Ha mirado la humildad de su sierva"
—dice María en la Escritura— (Lc 1,48), porque solo reconociéndose nada es que
puede apreciar y a la vez necesitar fe para creer en las maravillas que Dios
había hecho y haría con ella. "En adelante —dice María—me felicitaran
todas las generaciones" (Lc. 1,48), porque ella sabe que la vida plena en
Dios da frutos abundantes. "El poderoso ha hecho grandes cosas en mi"
—exclama— (Lc 1,49), porque por la fe constata que Dios interviene en la vida
de sus hijos. "Su misericordia se extiende de generación en generación
sobre aquellos que le temen" —continúa diciendo— (Lc 1,50). Y empieza
entonces a describir, en este hermoso cántico, lo que por fe sabe que Dios hará
con su pueblo.
Todos los demás acontecimientos de la vida de
María Santísima, pueden comprenderse tan solo a la luz de la fe, que le hace
palpar el sentido de las cosas y el signo de la presencia de Dios incluso en
donde, humanamente, podía parecer que no había ningún sentido, o que Dios se
había ocultado de alguna manera.
Pensemos en la extrema pobreza que le acompañó.
¿No era también una prueba para la fe de María, a quien el ángel había
anunciado el nacimiento del Mesías, un Mesías Rey tan pobre que ni siquiera
tenía casa propia y que recibía tan solo el homenaje de unos humildes pastores?
¿ En que consistía entonces ese reino que había mencionado el ángel? ¿No se
habría engañado ella al interpretar esas palabras?
Las apariencias parecerían desmentir su fe;
pero es por eso que "María guardaba todas las cosas en su corazón"
(Lc 2,19.51), porque quería a través de la fe, descubrir la profundidad de las
cosas y llegar incluso a creer con mas intensidad. Ese guardar todas las cosas
en su corazón, era una búsqueda honesta del sentido de los acontecimientos que
ella se empeña en explorar, porque esta segura de que Dios no puede haberla
engañado ni puede haberla dejado desamparada.
En el documento conciliar “Lumen Gentium”
(Cap.7), la Iglesia nos habla acerca de la fe de María Santísima siguiéndola a
través de las diversas etapas de su itinerario terreno y poniendo de manifiesto
la constante y radical confianza de la Virgen en Dios.
A pesar de que todo lo que ella vive es fruto
de la gracia, es al mismo tiempo obra de la colaboración propia de María con el
plan de Dios. Los padres de la Iglesia nos enseñan que María no fue un
instrumento pasivo en manos de Dios, sino que cooperó en la obra salvación del
hombre con fe y obediencia libres. San Ireneo dice: "creyendo y
obedeciendo se hizo causa de salvación para si misma y para todo el genero
humano". "Lo atado por la incredulidad de Eva lo desató María
mediante su fe. El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia
de María" (L.G.56).
"Así avanzó también la Santísima Virgen
en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la
cruz, junto a la cual, no sin un designio divino, se mantuvo en pie, sufriendo
profundamente con su unigénito y asociándose con entrañas maternales a su
sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella
misma había engendrado" (L.G. 58).
La fe de María es modelo para la Iglesia hasta
nuestros días, pues igual que María, la Iglesia tiene su propio itinerario, y
es la fe la que guiará a la Iglesia por todos los instantes de su vida. ¿No fue
acaso la fe de María la que pidió a su Hijo el milagro en Caná, a través del
cual, los discípulos creyeron?
La fe de María fue la mas perfecta, porque las
verdades sublimes le fueron presentadas y ella las aceptó con prontitud y con
constancia. Ella fue llamada a tener una fe difícil. Pues si es verdad que Dios
hizo en ella "cosas grandes" (Lc 1,49), no debemos olvidar que esto
requirió que ella estuviera a la altura de esa dura tarea que se le fue
confiada. Y la dificultad de su fe se refiere tanto a su maternidad divina y
virginal, como a la capacidad de vivir y convivir permanentemente con el
misterio de la persona de su Hijo y su plan de redención.
María creyó siempre con prontitud, su fe fue
siempre fuerte y generosa, ella no dudó nunca ni un instante. "Hágase en
mi según tu palabra” (Lc 1,38) —exclamó ante el anuncio del ángel y es como
vivió siempre—. María vivió una fe con constancia en las tantas pruebas y
tribulaciones de su vida. Como una roca en medio del mar de la misericordia
infinita de Dios, que ninguna tormenta puede mover.
2. LA ESPERANZA DE LA VIRGEN MARÍA
En el Antiguo Testamento, el salmista,
reconociendo quien es Dios exclama: "Bienaventurado el que espera en
Yahveh" (Sal 33,9). "Bienaventurado aquel cuya esperanza es Yahveh,
su Dios" (Sal 146,5).
La esperanza es una virtud teologal nacida de
la fe; la espera es una actitud vital nacida de la esperanza y del amor.
"Esperar en"... es tener esperanza; "esperar o aguardar
a".. es anhelar al que es objeto de nuestra fe, nuestra esperanza y
nuestro amor. Por esto es que nadie espera si no cree: "Aguardando la
bienaventurada esperanza" (Tit 2,13)
La esperanza se funda en un atributo de Dios;
su bondad y su fidelidad a las promesas; la espera se refiere siempre a un
encuentro personal con el amado.
María Santísima esperó, en primer lugar, el
hecho de que, con la gracia de Dios, podía ser una esposa virgen. Estaba ya
desposada con San José y mantenía ese firme propósito —según nos narra la
tradición— de no conocer varón. El Espíritu Santo, que la iluminó para
mostrarle el camino de la vida consagrada a Dios, la fortaleció para confiar
que pudrían unirse en su vida las dos cosas: el ser verdadera esposa y el
mantenerse siempre virgen. Y no fue defraudada en su esperanza, ya que el mismo
espíritu que a ella la guiaba por el camino de la pureza inmaculada, sembró en
el corazón de San José, el varón justo, un amor tan casto, que hizo posible aquel
matrimonio virginal.
Cuando el ángel le reveló los designios de
Dios, acerca de su maternidad por obra del Espíritu Santo, y no como efecto de
unión con ningún varón, María esperó también, contra toda esperanza natural,
que sin intervención humana se depositase en su seno la semilla de la vida, la
encarnación del Verbo.
María, seguramente, advirtió la angustia y la
duda de su esposo, San José, al conocer de su milagroso embarazo. Ella pudo
sencillamente manifestar a José el misterio que a ella se le había revelado,
con lo cual sus angustias hubieran desaparecido; pero prefirió «esperar» en el
plan perfecto de Dios y repetir con el salmista: "Álzate, Oh Dios, y
defiende tu causa" (Sal 74). Por eso María calló, oró y esperó en Dios. Y
por su valiosa espera confiada, un ángel se le apareció en sueños a José y le
reveló que María había concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y que el
fruto de sus entrañas virginales sería el Salvador del mundo, el Emmanuel, el
Mesías.
Ya antes de que el arcángel visitara a María
en Nazaret, la virginal jovencita esperaba como fiel israelita, con fe
mesiánica, la venida del Redentor. Si las Escrituras nos dicen que Simeón
"esperaba la consolación de Israel" (Lc 2,25) y que José de Arimatea
"esperaba el reino de Dios" (Mc 15,43),
podemos imaginarnos cómo es que María —la Inmaculada—, esperaba tan
ardientemente al Mesías salvador. Lo esperaba con tanta fuerza y anhelo que
mereció ser la escogida para tenerle en su seno, siendo así la mas
"bendita entre las mujeres" (Lc. 1,42).
Desde el momento que María dio su
consentimiento al anuncio del ángel, esperó ella ver con sus propios ojos la
plenitud de la promesa hecha por el ángel. Llevaba en su corazón la expectación
de tener a Dios hecho hombre en sus entrañas, su hijo ya presente dentro de
ella. Es este precisamente el misterio del «ADVIENTO», esperar con alegría y
añoranza la revelación del hijo de Dios. Es María quien inicia el «ADVIENTO», y
es de Ella de quien la Iglesia aprende a esperar, a permanecer en ese estado de
expectación. La Iglesia aprende de María Santísima a vivir el «ADVIENTO» como
tiempo de espera dinámico. Los discípulos misionero de su Hijo Jesús, aprendemos
de ella a vivir el «ADVIENTO» en un dinamismo que espera anhelantemente la
llegada del Señor pero lo anuncia ya: “María se encaminó «presurosa»” (Lc.
1,39), llevando a Jesús en su seno, mientras esperaba el nacimiento glorioso
del Salvador.
A partir de aquel momento de la anunciación
empezó en María una nueva espera. Ya estaba llena de Dios por dentro; pero
quería estarlo también por fuera. Ya tenía al Verbo encarnado en su seno, pero
quería tenerlo también en sus brazos y en su regazo. Ya le notaba en sus
entrañas, pero ansiaba verle con sus ojos, oírle con sus oídos, besarle con sus
labios, abrazarle con sus brazos, amamantarle con sus pechos.
Por eso María le esperaba con tan firme
esperanza. Y a medida que se acercaba el día y la hora, aumentaba en María, el
ansia y el deseo de la llegada del Mesías. Ni los mas arrebatadores anhelos de
los místicos, cuando en su noche oscura esperan que el Señor se les revele, se
pueden comparar al anhelo de la espera de María en la noche de Belén.
Con un ardor inmensamente mas encendido, con
una esperanza sin comparación mas firme, con un anhelo infinitamente mas
vehemente, con un ansia indeciblemente mas sosegada, esperó María la hora del
alumbramiento. "Los fieles, considerando el amor inefable con que la Virgen
madre espero a su Hijo, están invitados a tomarla como modelo y a prepararse a
salir al encuentro del Salvador que viene, velando en oración y cantando su
alabanza" (cf. Misal Romano, prefacio de Adviento)
3. LA CARIDAD DE LA VIRGEN MARÍA.
Pero la espera de María no era egoísta, no se
basaba en la expectación simplemente de su hijo, sino del Mesías, del Salvador
del mundo, quien venía por amor a los hombres a salvarlos. Es por esto que,
desde el principio hasta el final, María tendrá siempre una disposición interior
de caridad y pobreza: nunca poseyendo al Hijo, sino entregándolo. Por lo tanto,
en su espera por el Hijo que nacerá, ella esta consciente de que vendrá para el
mundo y no para que ella lo posea. Es por eso que vemos en las Escrituras que
María lo coloca en el pesebre y lo acuesta, en vez de estrecharlo para sí (Lc
2,7).
La espera de María, el «ADVIENTO» de María, es
también una preparación al sufrimiento, una preparación para el rechazo, para
la pobreza del establo, para la lucha por salvar del martirio al Divino Niño, para
la huida a Egipto sin saber cuando regresarían, para la perdida de Jesús en el
templo hasta encontrarlo, para la separación a la hora de entrar en su vida
publica, para recorrer al lado de su Hijo el camino de la cruz, para esperar la
Resurrección, para separarse de Él en su Ascensión y esperar por el momento en
que se reunieran en el cielo para toda la eternidad.
Toda esta esperanza de María la prepara para
oír a Simeón quien le anunció que, por su unión a la misión redentora de Cristo,
ella participaría de sus persecuciones, hasta el punto de que "una espada
traspasaría su alma" (Lc 2,35). Ella no se atemorizó ante esta profecía,
puso en Dios su esperanza y, cuando llegaron las horas sombrías de Egipto, de
Jerusalén y del Calvario, sostenida por la gracia del Señor, vio siempre que
era verdad que Dios no desampara a los que esperan en El.
Y esta fe y esperanza de María que fluyen tan
abundantemente de su caridad, la preparan para la gran noche del alumbramiento,
la noche de Navidad, cuando el Hijo de Dios y de María, nace en un establo de
Belén en medio de vicisitudes, negaciones, rechazo, pobreza.....Su espera, su
fe, su caridad, la hacen descubrir en esa noche fría y entre animales, la gran
noche de la gloria de Dios, donde el Mesías nace para traer a los hombres la
salvación.
El Evangelio nos deja ver cómo sucede esta
noche tan esperada por María, la noche en que daría a luz al redentor. Dice el
evangelista: "Salieron de Nazaret a Belén para responder a un censo
ordenado por el emperador romano Cesar Augusto” (Lc 2,1). “No encontraron sitio
de alojamiento. Se quedaron en un establo. Dio a luz a su hijo primogénito. Le
envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre" (Lc 2,7).
¡Cu ánto amor el
de María! Creer y confiar en que detrás de la aparente orden del emperador
estaba el designio de Dios, Pues Ella sabía que nada sucede sin que Dios lo
permita. Ella tenía muy en claro que Dios la amaba y que llevaba en sus
entrañas al Amor de los amores, y comprendía que había en este evento un
designio mayor. No es fácil para una mujer que está a punto de dar a luz, el
tener que hacer un viaje de aquella magnitud. Era ir a pie o en burro. María
nunca se quejó de las vicisitudes del momento.
Cuando José y María buscaron albergue en
alguna casa de Belén, todos les cerraron las puertas y María tuvo que dar a luz
en un establo. ¡Imagínense! Cuántas personas que no abrieron las puertas de su
casa a María perdieron la gracia, la bendición de que Jesús naciera en sus
hogares.
El aceptar a María Santísima era —como lo
sigue siendo hasta hoy— aceptar a Jesús. Abrir la puerta a María Santísima,
significaba abrirle la puerta a Jesús...porque la Misión de María es darnos a
Jesús, es dar a luz a Jesús en nuestros corazones.
Imagínense, sobre este tema que nos puede
decir la Virgen Santísima si San Pablo nos dice en una de sus cartas: «Hijos
míos, por quienes sufro dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en
vosotros» (Gal 4,19). ¡Cuánto debe sufrir María cuando ve tantas almas que no
quieren recibir a su Hijo Jesús!
El establo era un sitio para animales, quizás
para los limosneros también, y pensar que un establo sucio y de mal olor fue
donde el Rey de Reyes nació. Me pregunto que habrá sentido la Virgen. Yo estoy
casi seguro de que en todo el camino ella iba orando, rogándole al Padre
Celestial que proveyera un lugar para ellos y para que el Mesías, el Hijo de
Dios, pudiera nacer. La fe de María le hacía ver que la puerta que Dios Padre
abriera sería la que en su plan perfecto debía ser: y el regalo de la
providencia de Dios fue un establo. !Feliz la que ha creído que de cualquier
manera se cumplirían las promesas del Señor! María no tiene expectaciones
propias, Ella espera en el Señor. María es la perfecta solidaria para con
aquellos que viven en espera de la providencia de Dios.
En Belén, en medio de aquel entorno,
experimentó María lo que es ser pobre y carente de fortuna con todas sus
consecuencias: por casa tuvo una cueva; por cuna para su Hijo Divino, un
pesebre; por tibio ambiente de hogar, el frío tajante de la noche; por
compañía, según la tradición, dos animales de establo, un burro y una vaca. Por
eso la Navidad es un evento de pobreza y para los pobres de espíritu y de
materia. Debemos vivir la Navidad y no solo celebrarla. Vivirla es encarnar en
nosotros lo que paso en ese evento, es por eso que la Navidad debe ser más que
nunca, un momento de abrir nuestros corazones y nuestras casas a los
necesitados.
La Virgen tuvo su hijo y lo colocó en el
pesebre. El primer impulso de una madre es estrechar a su hijo hacia sí. María
lo puso en el pesebre. Este es su papel, dar a su hijo al mundo, colocarlo en
el pesebre frío de los corazones humanos. Eso es lo que Ella ha hecho desde el
nacimiento de Jesús, entregarnos a su Hijo. Ese Hijo que los santos, los beatos
y tanta gente de bien quiere que reine en este mundo. La beata María Inés Teresa
decía que ella quería establecer un sagrario en cada uno de los corazones de
los habitantes de la tierra.
Jesús, al llegar a este mundo encontró un
sagrario divino en María, Él dependía de su madre en todo. Ella lo alimentó, lo
limpió, lo cuidó, lo envolvió. La gran pregunta es: Si Dios Padre entregó a su
Hijo al cuidado de María, si Dios hecho hombre, depende de María y de sus
cuidados maternales, ¿como es posible que nosotros no busquemos a esta Madre,
para que lo que Ella hizo en y por Jesús, lo haga hoy en y por nosotros? ¿Por
qué nos cuesta tanto depender de María, si Jesús dependía de Ella?
El relato evangélico del nacimiento de Cristo
nos deja en claro que para recibirle a Él con María se necesita la humildad y
la sencillez de vida. Los pastores, que eran humildes y sencillos, fueron los
primeros en ver al Salvador. A ellos se les anunció la llegada del Mesías. La
señal era ver un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Este acto
tan insignificante realizado por María, se convierte en la señal por la que
identificarían a Jesús Esto nos enseña que todo lo que María hace, es para
hacernos mas fácil el encuentro con Cristo. Ella nos prepara el camino, para
que podamos mas rápidamente reconocer al Salvador.
Al Salvador se le encuentra en lo pequeño, en
lo sencillo, en lo ordinario. Al Salvador, al llegar a este mundo, se le
encuentra en un pesebre y hoy, en nuestros días, se le sigue encontrando así,
en signos pobres, en un pedacito de pan que se parte y se reparte y en un poco
de vino. Encontraron al niño al lado de María. Siempre la madre junto a su
hijo. Donde esta María ahí esta Jesús y donde esta Jesús ahí María.
"María está tan unida a Cristo —decía san
Luis María Grignión de Monfort— que sería mas fácil separar la luz de el mismo
sol, el calor del fuego, los santos de Dios, pero no a María de su Hijo
querido." "No hay lugar donde nosotros —afirma este mismo santo—,
criaturas débiles, encontremos a Jesús mas cercano a nuestra debilidad, que
hecho niño en los brazos de Su Madre ".
San Antonio —Doctor de la Iglesia— hablando de
este hermoso misterio de nuestra salvación comenta: "Oh mi adorado Jesús,
¿donde debo buscarte?, ¿donde te encontraría?, ¿donde vives y descansas? Y el
mismo se responde: en María.
Quiero terminar esta reflexión con una hermosa
oración que san Juan Pablo II compuso:
Ruega por nosotros, Madre de la Iglesia. Virgen
del Adviento, esperanza nuestra, de Jesús la aurora, del cielo la puerta. Madre
de los hombres, de la mar estrella, llévanos a Cristo, danos sus promesas. Eres,
Virgen Madre, la de gracia llena, del Señor la esclava, del mundo la Reina. Alza
nuestros ojos, hacia tu belleza, ¡Amen!
Alfredo Delgado Rangel.
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