EL JOVEN RICO...
(Mt 19,16-26; Mc 10,17-27; Lc 18,18-27).
Hay en la Sagrada Escritura, un relato
evangélico que narran los tres evangelistas sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) y
que, aunque como todo el Evangelio, va dirigido a todos, atañe de una manera
especial a los jóvenes. Entre muchos textos bíblicos, para hablar a los jóvenes
en la Biblia, este es el primero creo yo.
Me refiero al pasaje del joven rico, que en
primer lugar me permito transcribir. Es la narración del Evangelio según San
Mateo (Mt 19,16-26):
“16En aquel tiempo, se le acercó a
Jesús uno que le dijo: Maestro, ¿qué obra buena he de realizar para conseguir la
vida eterna? 17El le dijo: ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno?
Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los
mandamientos. 18¿Cuáles? le dice él. Y Jesús dijo: No matarás, no
cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, 19honra
a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo. 20Le
dijo el joven: Todo eso lo he guardado; ¿qué más me falta? 21Jesús
le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende cuanto tienes y dalo a los
pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme. 22Al
oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos
bienes. 23Y Jesús dijo a sus discípulos: En verdad les digo: ¡qué difícilmente
entra un rico en el reino de los cielos! 24De nuevo se los digo: Es
más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico en el reino
de los cielos. 25Oyendo esto, los discípulos se quedaron
estupefactos y dijeron: ¿Quién, pues, podrá salvarse? 26Mirándolos,
Jesús les dijo: Para los hombres es imposible, mas para Dios, todo es posible”.
Palabra del Señor.
Después de escuchar este relato —y luego tal de
leer también las narraciones de Marcos y Lucas para comprender más bien el
pasaje—, sí yo estuviera en lugar del joven del Evangelio, ¿qué hubiera hecho? ¿Por
qué?
Es curioso que de entrada, a la pregunta:
«Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?», Jesús responde
con otra pregunta: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios». Y
añade: «Ya sabes los mandamientos».Y le recuerda al joven algunos de los
mandamientos. Pero la conversación no termina ahí. El
evangelista San Marcos —más detallista siempre que San Mateo— nos pone un
detalle que no puede pasar inadvertido. Entonces —escribe San Marcos— «Jesús, poniendo
en él los ojos, le amó y le dijo: Una sola cosa te falta: vete, vende cuanto
tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y
sígueme».
¡Lo miró con amor! —destaca el evangelista—
porque sabemos que así mira Jesús a otros jóvenes, a otros adultos, a otros
niños en el Evangelio, así mira Jesús a los jóvenes de hoy y de siempre. Así a
lo largo de los siglos y de las generaciones Jesús mira con amor, habla con un
joven, con un muchacho o una muchacha; conversa en diversos lugares de la
tierra en medio de las diversas razas y culturas. Cada uno de los jóvenes de
nuestros tiempos puede ser interlocutor en este pasaje como el joven rico.
Vamos ahora al final del relato. El joven se
fue muy triste porque tenía muchos bienes. Quizá, y es lo más seguro, el texto se refiere
aquí a los bienes materiales de los que el joven era propietario o más bien,
casi podemos comprender con claridad «heredero». Tal ves esta sea la situación
de algunos jóvenes de hoy, pero diremos, como lo afirmaba san Juan Pablo II, esto
no es lo más común. Por eso las palabras del evangelista nos sugieren otra cosa
que vale la pena meditar: Se trata del hecho de que la juventud por sí misma es
una riqueza.
Yo recuerdo —como muchos otros—, el gran amor
que san Juan Pablo II tenía a los jóvenes. Fue él quien instituyó las ahora muy
famosas “Jornadas Mundiales de la Juventud” en aquel Domingo de Ramos de 1985
en Roma. ¡Inolvidable para mí como joven novicio estudiando allá! En esa
ocasión, san Juan Pablo, en la plaza de san Pedro decía con fuerte voz: Los jóvenes
han venido a Roma con muchas dificultades muchos de ellos, no tienen dinero, no
tienen cosas, saben que lo que tienen es de sus padres, de sus familias, pero yo
se que los jóvenes son ricos, son siempre ricos, son ricos en cualidades, ricos
en virtudes, ricos en fuerza física. Los jóvenes poseen una inmensa riqueza al
servicio de la Iglesia, al servicio de la humanidad.
En uno de sus incontables viajes misioneros, visitando
san Juan Pablo II Lituania, Letonia y Estonia —como en todos sus demás viajes—
tuvo un encuentro con los jóvenes y les dijo algo que me hizo pensar en el
joven rico del Evangelio: “En vano busca la felicidad quien fija la mirada en
sí mismo y presta oídos a las llamadas de los falsos profetas, yendo por el
camino del consumismo, del permisivismo moral, del egoísmo cultivado como
estilo de vida y de la indiferencia religiosa.”
Yo preguntaría a los muchachos y muchachas de
hoy ¿Cuál es su riqueza? En todas las culturas, en todas las naciones, la
palabra «juventud» quiere decir: esperanza, futuro, desafió, esfuerzo, búsqueda
y empeño por formarse. Yo me pregunto si querrá decir esto mismo la palabra
juventud para nuestra gente joven de hoy en la Iglesia.
¿Acaso la riqueza de la juventud debe alejar
al hombre de Cristo como sucede en el relato evangélico? No, el joven del
evangelio no se retira por causa de esa riqueza interior, sino por lo que lo
envuelve desde fuera, los bienes materiales lo enredaron, lo atraparon y no lo
dejaron seguir a Jesús. ¿Qué valdrá más? ¿La riqueza exterior o la riqueza
interior?
Hoy vemos algunos jóvenes «desinflados», «apachurrados», jóvenes que, sin ese entusiasmo y sin esa vitalidad que caracterizan esta hermosa etapa de
la vida se han alejado de Dios, incluso se han alejado de los suyos. La alegría y el entusiasmo de sus caras brillan menos en el rostro de
la Iglesia, esposa de Jesucristo.
Siguen los cuestionamientos, vienen uno detrás
de otro y no los podemos dejar. «¿Qué he de hacer de bueno para conseguir la
vida eterna?» cuestiona el joven rico... ¿Qué he de hacer para que mi vida
tenga valor? Sí, cuando nos ponemos delante de Cristo, jóvenes y viejos, niños
y gente en edad adulta, no podemos hacer una pregunta que sea distinta a la del
joven rico: ¿Qué he de hacer? y Jesús nos responde lo mismo que al joven aquel:
«¡Ya conoces los mandamientos!»
Yo pregunto en especial a los jóvenes esto
mismo: ¿Saben ustedes los mandamientos? cada uno desde que entramos en el uso
de razón y luego en la adolescencia y en la juventud, vamos descubriendo la voz
de la conciencia que nos va diciendo «esto sí», «esto no». Hace falta, sin
embargo, que la conciencia no esté desviada y nos dé por nuestro lado. Ella, la
conciencia, acusa o excusa. «Todo esto lo he guardado» —reclama el joven rico
en el Evangelio. Ojalá y también nosotros sintonizáramos con Cristo en guardar
los mandamientos. Jesús —insisto en esto nuevamente— «poniendo
en él los ojos, le amó». Ojalá y nosotros experimentáramos esa mirada de Dios así
(1 Sam 16,7), al corazón, con aquella misma intensidad que relata el
evangelista y dejemos que esa mirada «amorosa» nos haga cumplir los mandamientos con amor.
Una mirada de Cristo es la misma mirada del
Padre misericordioso que, con una mirada profunda al interior de nuestro
corazón, nos invita a responder a una llamada que el mismo Dios nos hace a
realizamos. Una mirada que debemos experimentar hasta el fondo de nuestro ser
para dar una respuesta. Hemos sido elegidos por Dios desde la eternidad (Gal
1,15). La mirada de Dios es una mirada que se fija en nosotros porque espera
una respuesta de amor y, como decía, santa Teresita del Niño Jesús: «Amor, con
amor se paga».
«Qué más me falta?» se preguntó el joven rico...
¿Hay algo más?, ¿qué me queda aún?... «Si quieres ser perfecto, ve, vende
cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, y ven y sígueme»
—responde Jesús.
Pero, ese «ven y sígueme» espero una respuesta
pronta... Una respuesta inmediata: «¡Ahora mismo empiezo!», no se puede dejar
correr el tiempo, no nos podemos alejar de Cristo llorando, pensando en lo que
se tiene que dejar: el pasado, las pocas cosas que un joven puede tener o sumergidos
en el miedo del futuro.
A lo largo de mi vida como sacerdote, más de
26 años, me he topado con muchos grupos de jóvenes en diversas partes, con
muchos jóvenes de Iglesia. De todos he aprendido algo y he encontrado cosas muy
interesantes. Hay algunos grupos juveniles que tienen unos planes de formación
fabulosos, hay jóvenes que se sienten muy capacitados, en fin hay de todo, pero
hay un grupito muy pequeño con el que me topé algún tiempo y que me enseñó
mucho en unos cuantos segundos. No digo el nombre, para que ustedes lo
imaginen, tal vez haya otros grupos de jóvenes que hagan como ellos y yo no los
conozco.
Un día esos jóvenes me invitaron a celebrar
una Eucaristía, yo llegué muy contento y vi que habían decorado el lugar como
con unos 15 posters, y todos —eso me llamó la atención— aunque tenían diversos
motivos, decían lo mismo: «¡Vive e! momento!»
Sí, hay que vivir el momento, hay que vivir el
hoy. ¿Por qué no respondes a la llamada pensando en el ayer que ya pasó y no
puede volver? ¿Por qué no te lanzas a seguir a Cristo y dejas de pensar en el
miedo del futuro qué vendrá? ¿Qué nos estará pidiendo Dios ahora? ¿Responderemos
a su invitación de seguirle? Jesús es bastante claro creo yo. No hay vuelta de
hoja, quizá lo que nos falte, empezando por mí, sea vivir el momento del
encuentro con Dios.
Sí, aquellas palabras significan una vocación
particular, el «sígueme» de Cristo que no podía faltar en toda conversación con
el Señor. Es necesario que muchos jóvenes de hoy, se den cuenta de que son
llamados por Dios a algo especial. Habrá seguramente algunos jóvenes a los que
el Señor está llamando a ser ministros ordenados: sacerdotes y diáconos. Habrá
otros a los que invitará a consagrar su vida como religiosos y religiosas o en
un instituto secular. Otros, la gran mayoría, dirán por ahora que se sienten
llamados a formar una familia y a crear allí la Iglesia doméstica. Algunos
otros —no hay que descartarlo— serán llamados o llamadas a una vida de soltería
en el mundo.
Yo diría a cada joven de hoy: Si tal llamada
llega a tu corazón, no la ahogues, no la mates. «La mies es mucha» (Mt 9,37),
colaboren con su respuesta. Hay una gran necesidad de almas consagradas y de
matrimonios santos. El mundo necesita que, los que han abrazado la vida de
soltería vayan pasen por el mundo como Cristo, haciendo el bien (Hch 10,38) . La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad
de jóvenes generosos... «los obreros son pocos» (Lc 10,2).
¿Qué me queda aún? ¿Cuál es, Señor, tu plan
respecto a mi vida? ¿Cuál es tu plan creador y paterno? ¿Cuál es tu voluntad
para cumplirla? El joven —continúa narrando el Evangelio— se alejó entristecido.
Yo me pregunto: ¿Nos vamos a alejar nosotros también sumergidos en la tristeza?
¡No huyamos de Cristo! ¡No le saquemos la vuelta! ¡No nos sumerjamos en la
tristeza!
Todo lo que nos aleje de Cristo debe suscitar
preocupación; no escatimemos esfuerzo y fatiga para estar con Él (Mc 3,13-14).
Cristo tiene una mirada para cada uno y tiene muchas cosas decisivas que decirnos.
¿Qué buscamos en Él? Cristo miró, como he dicho, a otros en la Biblia. Él miró a
Pedro ,que lo había negado (Lc 22,60-62); a los fariseos, que no creían en Él
como Dios (Mc 3,5); a los que reconocía como su madre y sus hermanos, porque le
seguían (Mc 3,34); a quien le tocaba, para alcanzar la curación (Mc 5,32); al apóstol,
cuando quiere apartarlo de su camino pensando como lo hace el mundo (Marcos
8,33); al joven rico, de quien estamos hablando (Mc 10,21); a sus discípulos,
para marcarles una advertencia (Mc 10,23); a los mercaderes del Templo, para
emitir un juicio (Mc 11,11). Él nos mira a notros también, porque «en Dios
vivimos, nos movemos y existimos.” Hch 17,28).
Los jóvenes —siempre lo he visto así— son los
engranes de nuestro mundo, la gente joven está llamada a estar activamente
presente en el mundo y, por lo tanto, en la Iglesia. Es más, la Iglesia se mira
siempre joven en los jóvenes, que deben ser elementos activos, fuertes, llenos
de santo valor para luchar. ¡Esperanza de la Iglesia! Con razón la beata María Inés Teresa decía que
ella no envejecía, que solamente iba acumulando juventud: “La juventud no se
acaba —decía sonriendo cuando rebasaba ya los 70 años de edad— solo se acumula,
y yo ya soy de juventud acumulada”.
Como vemos, el diálogo de Cristo con el joven
rico no ha terminado. Los jóvenes de hoy, y los que somos de juventud
acumulada, no podemos permanecer pasivos; tenemos que asumir nuestra
responsabilidad de hoy como discípulos-misioneros: ser creyentes, ser fieles,
ser gente de Cristo.
Si hay amistad con Cristo, hay que darse
cuenta de que la verdadera amistad no entiende de cálculos fríos, la entrega y
la renuncia son consecuencia. Cristo comprende nuestra flaqueza, nuestra
debilidad. Pero a la luz de este relato que he comentado, me atrevería a decir
que lo que Cristo no comprende es nuestra tacañería.
María, la primera creyente, que de joven fue
llamada para una misión muy especial. La mujer que siendo jovencita en Nazareth
pronunció un «Sí» (Lc 1,38) que se prolongó durante toda su vida, está con nosotros.
Ella nos mira con amor y nos ayuda a seguir a Jesús en cada momento de su vida
y a sentirse Iglesia. Ella, mirando nuestras vidas, ve que falta el vino de la
alegría y nos dice, tomen sus vasijas de agua, tomen lo que son y lo que
tienen, lo que hacen, lo que viven cada día y sígan a mi Hijo: «Hagan lo que Él
les diga» (Jn 2,5).
P. Alfredo L. Gpe. Delgado Rangel.
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