miércoles, 9 de diciembre de 2015

«EL JOVEN RICO»... una reflexión hecha especialmente para la gente joven y de juventud acumulada. (TEMA DE RETIRO)


EL JOVEN RICO...
(Mt 19,16-26; Mc 10,17-27; Lc 18,18-27).

Hay en la Sagrada Escritura, un relato evangélico que narran los tres evangelistas sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) y que, aunque como todo el Evangelio, va dirigido a todos, atañe de una manera especial a los jóvenes. Entre muchos textos bíblicos, para hablar a los jóvenes en la Biblia, este es el primero creo yo.

Me refiero al pasaje del joven rico, que en primer lugar me permito transcribir. Es la narración del Evangelio según San Mateo (Mt 19,16-26):

16En aquel tiempo, se le acercó a Jesús uno que le dijo: Maestro, ¿qué obra buena he de realizar para conseguir la vida eterna? 17El le dijo: ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. 18¿Cuáles? le dice él. Y Jesús dijo: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, 19honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo. 20Le dijo el joven: Todo eso lo he guardado; ¿qué más me falta? 21Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme. 22Al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes. 23Y Jesús dijo a sus discípulos: En verdad les digo: ¡qué difícilmente entra un rico en el reino de los cielos! 24De nuevo se los digo: Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos. 25Oyendo esto, los discípulos se quedaron estupefactos y dijeron: ¿Quién, pues, podrá salvarse? 26Mirándolos, Jesús les dijo: Para los hombres es imposible, mas para Dios, todo es posible”. Palabra del Señor.

Después de escuchar este relato —y luego tal de leer también las narraciones de Marcos y Lucas para comprender más bien el pasaje—, sí yo estuviera en lugar del joven del Evangelio, ¿qué hubiera hecho? ¿Por qué?

Es curioso que de entrada, a la pregunta: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?», Jesús responde con otra pregunta: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios». Y añade: «Ya sabes los mandamientos».Y le recuerda al joven algunos de los mandamientos. Pero la conversación no termina ahí. El evangelista San Marcos —más detallista siempre que San Mateo— nos pone un detalle que no puede pasar inadvertido. Entonces —escribe San Marcos— «Jesús, poniendo en él los ojos, le amó y le dijo: Una sola cosa te falta: vete, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme».

¡Lo miró con amor! —destaca el evangelista— porque sabemos que así mira Jesús a otros jóvenes, a otros adultos, a otros niños en el Evangelio, así mira Jesús a los jóvenes de hoy y de siempre. Así a lo largo de los siglos y de las generaciones Jesús mira con amor, habla con un joven, con un muchacho o una muchacha; conversa en diversos lugares de la tierra en medio de las diversas razas y culturas. Cada uno de los jóvenes de nuestros tiempos puede ser interlocutor en este pasaje como el joven rico.

Vamos ahora al final del relato. El joven se fue muy triste porque tenía muchos bienes. Quizá, y es lo más seguro, el texto se refiere aquí a los bienes materiales de los que el joven era propietario o más bien, casi podemos comprender con claridad «heredero». Tal ves esta sea la situación de algunos jóvenes de hoy, pero diremos, como lo afirmaba san Juan Pablo II, esto no es lo más común. Por eso las palabras del evangelista nos sugieren otra cosa que vale la pena meditar: Se trata del hecho de que la juventud por sí misma es una riqueza.

Yo recuerdo —como muchos otros—, el gran amor que san Juan Pablo II tenía a los jóvenes. Fue él quien instituyó las ahora muy famosas “Jornadas Mundiales de la Juventud” en aquel Domingo de Ramos de 1985 en Roma. ¡Inolvidable para mí como joven novicio estudiando allá! En esa ocasión, san Juan Pablo, en la plaza de san Pedro decía con fuerte voz: Los jóvenes han venido a Roma con muchas dificultades muchos de ellos, no tienen dinero, no tienen cosas, saben que lo que tienen es de sus padres, de sus familias, pero yo se que los jóvenes son ricos, son siempre ricos, son ricos en cualidades, ricos en virtudes, ricos en fuerza física. Los jóvenes poseen una inmensa riqueza al servicio de la Iglesia, al servicio de la humanidad.

En uno de sus incontables viajes misioneros, visitando san Juan Pablo II Lituania, Letonia y Estonia —como en todos sus demás viajes— tuvo un encuentro con los jóvenes y les dijo algo que me hizo pensar en el joven rico del Evangelio: “En vano busca la felicidad quien fija la mirada en sí mismo y presta oídos a las llamadas de los falsos profetas, yendo por el camino del consumismo, del permisivismo moral, del egoísmo cultivado como estilo de vida y de la indiferencia religiosa.”

Yo preguntaría a los muchachos y muchachas de hoy ¿Cuál es su riqueza? En todas las culturas, en todas las naciones, la palabra «juventud» quiere decir: esperanza, futuro, desafió, esfuerzo, búsqueda y empeño por formarse. Yo me pregunto si querrá decir esto mismo la palabra juventud para nuestra gente joven de hoy en la Iglesia.

¿Acaso la riqueza de la juventud debe alejar al hombre de Cristo como sucede en el relato evangélico? No, el joven del evangelio no se retira por causa de esa riqueza interior, sino por lo que lo envuelve desde fuera, los bienes materiales lo enredaron, lo atraparon y no lo dejaron seguir a Jesús. ¿Qué valdrá más? ¿La riqueza exterior o la riqueza interior?

Hoy vemos algunos jóvenes «desinflados», «apachurrados», jóvenes que, sin ese entusiasmo y sin esa vitalidad que caracterizan esta hermosa etapa de la vida se han  alejado de Dios, incluso se han alejado de los suyos. La alegría y el entusiasmo de sus caras brillan menos en el rostro de la Iglesia, esposa de Jesucristo.

Siguen los cuestionamientos, vienen uno detrás de otro y no los podemos dejar. «¿Qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?» cuestiona el joven rico... ¿Qué he de hacer para que mi vida tenga valor? Sí, cuando nos ponemos delante de Cristo, jóvenes y viejos, niños y gente en edad adulta, no podemos hacer una pregunta que sea distinta a la del joven rico: ¿Qué he de hacer? y Jesús nos responde lo mismo que al joven aquel: «¡Ya conoces los mandamientos!»

Yo pregunto en especial a los jóvenes esto mismo: ¿Saben ustedes los mandamientos? cada uno desde que entramos en el uso de razón y luego en la adolescencia y en la juventud, vamos descubriendo la voz de la conciencia que nos va diciendo «esto sí», «esto no». Hace falta, sin embargo, que la conciencia no esté desviada y nos dé por nuestro lado. Ella, la conciencia, acusa o excusa. «Todo esto lo he guardado» —reclama el joven rico en el Evangelio. Ojalá y también nosotros sintonizáramos con Cristo en guardar los mandamientos. Jesús —insisto en esto nuevamente— «poniendo en él los ojos, le amó». Ojalá y nosotros experimentáramos esa mirada de Dios así (1 Sam 16,7), al corazón, con aquella misma intensidad que relata el evangelista y dejemos que esa mirada «amorosa» nos haga cumplir los mandamientos con amor.

Una mirada de Cristo es la misma mirada del Padre misericordioso que, con una mirada profunda al interior de nuestro corazón, nos invita a responder a una llamada que el mismo Dios nos hace a realizamos. Una mirada que debemos experimentar hasta el fondo de nuestro ser para dar una respuesta. Hemos sido elegidos por Dios desde la eternidad (Gal 1,15). La mirada de Dios es una mirada que se fija en nosotros porque espera una respuesta de amor y, como decía, santa Teresita del Niño Jesús: «Amor, con amor se paga».

«Qué más me falta?» se preguntó el joven rico... ¿Hay algo más?, ¿qué me queda aún?... «Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, y ven y sígueme» —responde Jesús.

Pero, ese «ven y sígueme» espero una respuesta pronta... Una respuesta inmediata: «¡Ahora mismo empiezo!», no se puede dejar correr el tiempo, no nos podemos alejar de Cristo llorando, pensando en lo que se tiene que dejar: el pasado, las pocas cosas que un joven puede tener o sumergidos en el miedo del futuro.

A lo largo de mi vida como sacerdote, más de 26 años, me he topado con muchos grupos de jóvenes en diversas partes, con muchos jóvenes de Iglesia. De todos he aprendido algo y he encontrado cosas muy interesantes. Hay algunos grupos juveniles que tienen unos planes de formación fabulosos, hay jóvenes que se sienten muy capacitados, en fin hay de todo, pero hay un grupito muy pequeño con el que me topé algún tiempo y que me enseñó mucho en unos cuantos segundos. No digo el nombre, para que ustedes lo imaginen, tal vez haya otros grupos de jóvenes que hagan como ellos y yo no los conozco.

Un día esos jóvenes me invitaron a celebrar una Eucaristía, yo llegué muy contento y vi que habían decorado el lugar como con unos 15 posters, y todos —eso me llamó la atención— aunque tenían diversos motivos, decían lo mismo: «¡Vive e! momento!»

Sí, hay que vivir el momento, hay que vivir el hoy. ¿Por qué no respondes a la llamada pensando en el ayer que ya pasó y no puede volver? ¿Por qué no te lanzas a seguir a Cristo y dejas de pensar en el miedo del futuro qué vendrá? ¿Qué nos estará pidiendo Dios ahora? ¿Responderemos a su invitación de seguirle? Jesús es bastante claro creo yo. No hay vuelta de hoja, quizá lo que nos falte, empezando por mí, sea vivir el momento del encuentro con Dios.

Sí, aquellas palabras significan una vocación particular, el «sígueme» de Cristo que no podía faltar en toda conversación con el Señor. Es necesario que muchos jóvenes de hoy, se den cuenta de que son llamados por Dios a algo especial. Habrá seguramente algunos jóvenes a los que el Señor está llamando a ser ministros ordenados: sacerdotes y diáconos. Habrá otros a los que invitará a consagrar su vida como religiosos y religiosas o en un instituto secular. Otros, la gran mayoría, dirán por ahora que se sienten llamados a formar una familia y a crear allí la Iglesia doméstica. Algunos otros —no hay que descartarlo— serán llamados o llamadas a una vida de soltería en el mundo.

Yo diría a cada joven de hoy: Si tal llamada llega a tu corazón, no la ahogues, no la mates. «La mies es mucha» (Mt 9,37), colaboren con su respuesta. Hay una gran necesidad de almas consagradas y de matrimonios santos. El mundo necesita que, los que han abrazado la vida de soltería vayan pasen por el mundo como Cristo, haciendo el bien (Hch 10,38)  . La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad de jóvenes generosos... «los obreros son pocos» (Lc 10,2).

¿Qué me queda aún? ¿Cuál es, Señor, tu plan respecto a mi vida? ¿Cuál es tu plan creador y paterno? ¿Cuál es tu voluntad para cumplirla? El joven —continúa narrando el Evangelio— se alejó entristecido. Yo me pregunto: ¿Nos vamos a alejar nosotros también sumergidos en la tristeza? ¡No huyamos de Cristo! ¡No le saquemos la vuelta! ¡No nos sumerjamos en la tristeza!

Todo lo que nos aleje de Cristo debe suscitar preocupación; no escatimemos esfuerzo y fatiga para estar con Él (Mc 3,13-14). Cristo tiene una mirada para cada uno y tiene muchas cosas decisivas que decirnos. ¿Qué buscamos en Él? Cristo miró, como he dicho, a otros en la Biblia. Él miró a Pedro ,que lo había negado (Lc 22,60-62); a los fariseos, que no creían en Él como Dios (Mc 3,5); a los que reconocía como su madre y sus hermanos, porque le seguían (Mc 3,34); a quien le tocaba, para alcanzar la curación (Mc 5,32); al apóstol, cuando quiere apartarlo de su camino pensando como lo hace el mundo (Marcos 8,33); al joven rico, de quien estamos hablando (Mc 10,21); a sus discípulos, para marcarles una advertencia (Mc 10,23); a los mercaderes del Templo, para emitir un juicio (Mc 11,11). Él nos mira a notros también, porque «en Dios vivimos, nos movemos y existimos.” Hch 17,28).

Los jóvenes —siempre lo he visto así— son los engranes de nuestro mundo, la gente joven está llamada a estar activamente presente en el mundo y, por lo tanto, en la Iglesia. Es más, la Iglesia se mira siempre joven en los jóvenes, que deben ser elementos activos, fuertes, llenos de santo valor para luchar. ¡Esperanza de la Iglesia! Con razón la beata María Inés Teresa decía que ella no envejecía, que solamente iba acumulando juventud: “La juventud no se acaba —decía sonriendo cuando rebasaba ya los 70 años de edad— solo se acumula, y yo ya soy de juventud acumulada”.

Como vemos, el diálogo de Cristo con el joven rico no ha terminado. Los jóvenes de hoy, y los que somos de juventud acumulada, no podemos permanecer pasivos; tenemos que asumir nuestra responsabilidad de hoy como discípulos-misioneros: ser creyentes, ser fieles, ser gente de Cristo.

Si hay amistad con Cristo, hay que darse cuenta de que la verdadera amistad no entiende de cálculos fríos, la entrega y la renuncia son consecuencia. Cristo comprende nuestra flaqueza, nuestra debilidad. Pero a la luz de este relato que he comentado, me atrevería a decir que lo que Cristo no comprende es nuestra tacañería.

María, la primera creyente, que de joven fue llamada para una misión muy especial. La mujer que siendo jovencita en Nazareth pronunció un «Sí» (Lc 1,38) que se prolongó durante toda su vida, está con nosotros. Ella nos mira con amor y nos ayuda a seguir a Jesús en cada momento de su vida y a sentirse Iglesia. Ella, mirando nuestras vidas, ve que falta el vino de la alegría y nos dice, tomen sus vasijas de agua, tomen lo que son y lo que tienen, lo que hacen, lo que viven cada día y sígan a mi Hijo: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5).

Les ofrezco mi oración, mi aliento de hermano, mi presencia sacerdotal. Dios los bendiga y acompañe y que bendiga y acompañe a todos los jóvenes del mundo entero. Alabado sea nuestro Señor Jesucristo.

P. Alfredo L. Gpe. Delgado Rangel.

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