Mi padre, don Alfredo (1934-2019), solía rezar mucho y pensar en Cristo Rey como compañero de camino. Muy temprano hacía sus oraciones y en especial, ya anciano, repasaba, después de Laudes, una serie de oraciones entre las cuales me encontré ésta. De niños nos llevó muchas veces a la parroquia de Cristo Rey en Monterrey a misa dominical. Les invito a rezarla ustedes también:
Corazón Sacratísimo del Rey pacífico,
¡Corazón Santo que adoro con toda las fuerzas de mi ser!
¿Cómo, ni con que se me dará dado
agradecerte los beneficios innumerables,
de que tu ardientísima caridad
me ha colmado, en toda mi vida?
Yo quisiera, dulcísimo Rey,
poseer el lenguaje de los serafines
para que mis palabras
ardiesen en este día,
tanto como mi corazón,
al entregarme sin reservas a ti,
consagrándote, amantísimo Rey
las potencias de mi alma,
los sentidos de mi cuerpo,
mi vida, mi muerte y todo cuanto soy.
¡Viva Cristo rey, en mi corazón,
en mi casa, y en mi patria!
Amén.
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