El Don de Sabiduría es un conocimiento sabroso de Dios, de sus atributos y de sus misterios, como infinitamente adorables y amables. De este conocimiento resulta un sabor delicioso, del que a veces participa aun el cuerpo, y que es más o menos grande según el grado de perfección y de pureza en que se encuentre el alma. Dicen que san Francisco estaba tan lleno de este gusto de la sabiduría, que cuando pronunciaba el nombre de Dios o de Jesús, sentía en su boca y en sus labios un sabor mil veces más dulce que la miel y el azúcar.
Al don de sabiduría pertenecen las dulzuras, los consuelos espirituales y las gracias sensibles. Todo esto proviene de la caridad, cuya perfección, o sea el fervor, es la salud del alma; pues cuando el alma está de una vez bien curada de sus enfermedades, cuando está ya completamente sana, saborea a Dios y las cosas divinas como sus propios bienes, sin sentir las repugnancias, ni los disgustos, ni la dificultades que sentía antes por su insuficiente te preparación.
Así, podemos pensar en un San Ignacio, que tenía todas sus delicias cuando se, burlaban de él; un San Francisco, que amaba con tal pasión el desprecio que hacia cosas por quedar en ridículo; un Santo Domingo, a quien le gustaba más estar en Carcassonne, donde generalmente me mofaban de él, que en Toulouse donde era respetado por todo el mundo, o en la vida de claustro de santa Teresita del Niño Jesús. ¿Qué agrado sentirían con los placeres de la vida y con las grandezas del mundo Nuestro Señor, la Santísima Virgen y los Apóstoles?
El alma de María Inés Teresa Arias se vio atraída siempre por dos tendencias que fueron características en su vida y en su obra: La contemplación y la acción. Supo fundir, por el don de sabiduría a Martha y María en una sola y saborear así la acción de Dios saboreando el hacer en todo su santísima voluntad. Oración silenciosa y acción desbordante se conjugaban en esta mujer incansable que descubría a cada instante que todo lo inspira el Espíritu Santo según los designios de la sabiduría de Dios que conduce el universo para su mayor gloria.
Madre Inés fue un alma verdaderamente contemplativa, de esas que es difícil encontrar. Ella decía que si Santa Teresita encontró una escalera para subir a Dios, ella quería un ascensor para subir lo más rápido y llegar hasta lo más alto y lo encontró en los brazos de María, la Esposa Fiel del Espíritu Santo.
Le atraían las figuras contemplativas de la Sagrada Escritura como Moisés, Elías y María la de Betania, San Juan Evangelista y sobre todo María la Madre de Jesús, de quien el Evangelio nos dice que guardaba y meditaba todo en el corazón. Conocía bien a San Agustín, San Bernardo, San Francisco y Santa Clara y, por encima de todos, a su santita predilecta, la eximia doctora de la Iglesia santa Teresita del Niño Jesús, que parecía susurrarle al oído: “Mi vocación es el amor”. La Madre decía: “Que todos te conozcan y te amen es la única recompensa que quiero”.
En una actividad misionera incansable, unida a la más alta contemplación, pisó los cinco continentes para establecer casas de Misión con el gusto de llevar a todos los corazones el amor de Dios y de su Madre Santísima. San Pablo, Francisco Xavier, Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Vicente de Paúl, Catalina de Siena, fortalecidos con el afán de extender el reino de Dios la animaron con sus vidas ejemplares y la alentaron a profundizar en el don de sabiduría para trabajar por la salvación de las almas. “Señor, -decía- tú sabes que te amo, y esto me basta. Tú sabes que sólo busco tu honra, tu gloria, tus almas, PARA TI” (María-Inés-Teresa Arias, “Ejercicios Espirituales”, 1950).
Gozaba contemplando las maravillas de Dios y no desaprovechaba ocasión para gustar de la obra fascinante de la creación. Todo lo saboreaba. Entre contemplación y acción encontraba momentos para escribir estupendos tratados que en su momento saldrán a la luz y en los que tanto habla de la naturaleza y del amor que Dios tiene a toda la creación.
Numerosas obras brotadas de su corazón sin fronteras hablan del don del Espíritu. La formación de las futuras misioneras, los innumerables viajes alrededor del mundo, para animar a quienes estaban al frente del campo de batalla, muestran la acción del don de Sabiduría en ella, que supo vivir así sin perder nunca la paz.
Alfredo Delgado, M.C.I.U.
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