miércoles, 15 de junio de 2011

El don de Piedad en Madre Inés...

El Don de Piedad nos recuerda que somos hijos de Dios. La función de este Don es la de hacernos sentir a gusto en las cosas de Dios, como un niño se siente a gusto y seguro en los brazos de su padre o de su madre. Este don es el que nos hace espiritualmente niños capaces de confiar tiernamente en la bondad de Dios.
Un hombre “piadoso” no es el que vive como si fuera una “estampita”, manos cruzadas y ojos en blanco, sino que el piadoso es aquel que de verdad disfruta de Dios y de todas sus cosas y quiere que todos gocen de Él por igual.

El Don de Piedad es el que nos hace adoradores "en espíritu y en verdad", más allá de nuestras debilidades, de nuestras dudas, de nuestra falta de constancia, de nuestras profundas resistencias de adorar en serio a Dios. Nuestra sociedad actual necesita gente “piadosa” en serio, gente de de esa que sirve y adora a Dios "en espíritu y en verdad". No como una postura exterior sino con el corazón ardiendo de fuego de amor para conquistar el mundo para Cristo.

El Don de Piedad es el que llena de vida y plenitud la virtud de religión, es decir, nos cuida de caer en vivir una religiosidad vacía o meramente exterior y nos hace vivir en oración. La oración es la síntesis viviente de un alma. En el momento de orar, todas las riquezas de una personalidad se armonizan en presencia de Dios. La Venerable Madre decía que para ella la oración era “lo que el agua para el pez o lo que el elemento aire para el ave”.

La Biblia fue por excelencia el libro de oraciones de Madre Inés. En su oración, casi siempre afectiva, hacía adoración, alabanza, petición y súplica, reparación de los pecados de la humanidad. Llegaba a cada casa y en las conferencias exhortaba siempre a “Hacer de la vida un himno no interrumpido de alabanza a Dios”. “Quiero que mi vida sea un himno. Que mis obras todas sean un himno de alabanza, de gratitud, de adoración a la Santísima Trinidad, de impetración y de súplica por pecadores y difuntos” (María-Inés-Teresa Arias, “Ejercicios Espirituales”, 1943.) La Sagrada Eucaristía era el centro de sus amores. De allí tomaba toda la fuerza y la energía que la mantenían siempre fiel.

Sus escritos han servido a muchas almas para hacer oración y verdaderamente nos transportan hasta la esfera de lo divino, en una sencillez y profundidad que generalmente son difíciles de armonizar. La oración brotaba del fondo de su ser inspirada por el don de Piedad, a veces en largos momentos de oración y en otros momentos le bastaba una fulgurante brevedad para elevar el alma a Dios.

El don fue haciendo de ella un alma de oración que alcanzó una flexibilidad impresionante ante los designios de Dios y que vivió siempre alegre. Se sintió siempre pobre y necesitada de Dios, decía: “La pobreza pone el alma en la dulce necesidad de recurrir a su Padre Celestial en todo momento, para toda ocasión, puesto que esta excelsa virtud la tiene despojada amorosamente de todo, absolutamente de todo” (María-Inés-Teresa Arias, “Ejercicios Espirituales”, 1950.) Ella sabía que el Espíritu Santo sopla donde quiere y se dejaba conducir por Él.

Alfredo Delgado, M.C.I.U. 

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