La fe es adhesión a Dios en el claroscuro del misterio; sin embargo es también búsqueda con el deseo de conocer más y mejor la verdad revelada. Por este don que viene de lo alto, se van escrutando las profundidades de Dios y se agudiza la inteligencia en las cosas divinas y en los signos de los tiempos.
El don de Inteligencia, ayuda a entender los misterios más escondidos y difíciles de la Fe. Ilumina nuestro entendimiento y nos hace caminar con la luz de la verdad. Enseñándonos, entre otras cosas sublimes, el valor de la eucaristía y de los sacramentos, nos hace disfrutar y sacar conclusiones prácticas de la presencia y los silencios de Dios.
Este don nos facilita la lectura de la enseñanza de Jesús y nos hace comprensibles sus gestos. Nos anima a poner los medios necesarios para que Jesús sea entendido y comprendido en la sociedad en que nos toca vivir.
A este, don corresponde la sexta bienaventuranza: «Bienaventurados los limpios de corazón». Dice Santo Tomás que esta pureza se extiende a todas las potencias del alma, quitando todo le que la puede manchar: las pasiones, los movimientos desordenados del apetito concupiscible, los afectos viciosos de la voluntad, los errores y las falsas máximas del entendimiento. Incluso regula de tal manera la imaginación, que no le viene ningún pensamiento más que en el tiempo y lugar conveniente y con la duración necesaria. Así San Bernardo, cuando quería rezar, dejaba los pensamientos de las demás ocupaciones y los recogía una vez terminada la oración. Esto es lo que sucede a las almas que están muy purificadas. Por su pureza han logrado este perfecto dominio sobre ellas mismas. Cuentan que San Antonio de Padua, meditando sobre este don, solía exclamar: “qué cortas se hacen las noches meditando y contemplando la belleza de la Biblia"
La Venerable Sierva de Dios María Inés Teresa Arias tiene un estudio sobre «El Credo» en el que va desarrollando las verdades de la fe. Se ve que en él va anotando la reflexión profunda, consecuencia del toparse a cada momento con el Creador. Tiene un encuentro profundo con María Santísima, que le hace la promesa de dar la gracia y la perseverancia final, por los méritos de su Hijo, a quien tuviera alguna relación con ella.
Amante de la Sagrada Escritura, logró profundizar, mucho más que tantos de su época en el misterio de la Palabra de Dios. Sus escritos están impregnados del Evangelio. Los cita muchas veces de memoria, escucha al Verbo en el recogimiento del alma y en el silencio del corazón y saca consignas para la acción.
Le bastaba decir “Vamos María” para poner su alma en contacto con Dios a través del amor de su Madre Santísima a quien de cariño llamaba: “Mi dulce Morenita del Tepeyac”. Vivía intensamente la Liturgia diciendo que oraba y celebraba por todo el mundo, por aquellos que no conocen a Dios.
Entendiendo los signos de los tiempos supo llegar a los diversos lugares, con su obra, en el momento justo y encontrando el sentido de lo divino para llevar a Dios a todos los rincones. Sus ojos dejaban ver a Dios.
Alfredo Delgado, M.C.I.U.
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