miércoles, 22 de junio de 2011

60 AÑOS DE NUESTRA FAMILIA MISIONERA...

Hoy nuestras hermanas “Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento” están de fiesta y con ellas toda la Familia Inesiana, porque celebramos con ellas el día en que que la Venerable Sierva de Dios María Inés Teresa Arias, nuestra madre Fundadora, iniciaba esta amada Familia Misionera con la fundación de la congregación de las “Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento”, obra que hoy se extiende por el mundo entero llevando el mensaje de salvación.

Estamos seguros deque el Padre de las Misericordias se complace en ver viva y actuante esta obra de Madre Inés, al palpar la acción del Espíritu Santo en la respuesta al llamado que Dios le hizo, para dar a la Iglesia una fundación misionera comprometida en la acción y en la contemplación para conquistar el mundo para Cristo y hacerle reinar en cuantos corazones sean los habitantes del mundo bajo el cuidado amoroso de Santa María de Guadalupe.

Cuando Madre Inés escribía al Señor Arzobispo de la Cd. de México, dos años antes de que se realizara la fundación, cuando ella ya sabía lo que el Señor le pedía y buscaba cómo realizar los deseos que el Señor le inspiraba, le decía: "Nuestro Señor quiere, según me parece, en este Instituto Misionero, fundir a Marta y María; hacer de las dos una sola alma toda activa y toda contemplativa... Y todo esto bajo la mirada maternal de la Madre de Dios."

Al año siguiente, en 1944, le escribía al Obispo de Tepic y le compartía: "Es mi anhelo fundir en un solo instituto las dos vidas: Contemplativa y activa. No dejar ninguna de nuestras prácticas de piedad, pues considero que este es el principal elemento para la difusión del Evangelio. Solamente que organizaremos de tal manera nuestras prácticas de comunidad, que nos dejen las principales horas del día libres para el apostolado exterior: Misión, enseñanza de la doctrina cristiana, dispensario, colegio y si Nuestro Señor así lo quiere, hasta lazaretos, etc."

¿Quién inspiró en la Venerable Sierva de Dios estos anhelos? sólo Dios mismo pudo haberlo hecho ¡Cómo se complace Dios en el alma que sabe responder a su llamado! Un alma como la de Madre Inés, que en sencillez y confianza se lanzó a seguir en todo momento y en todo punto la divina voluntad. 

"Él solo fue mi Maestro; El desprendió mi alma de las cosas de la tierra, para no querer pensar más que en Él; vivir con Él, de Él, por Él, pero con María, de María y por María" escribía. ¡Cómo le debe haber costado aquella fundación que brotaba de la voluntad de Dios a un alma que vivía feliz en la vida de su monasterio de clausura pero que, al mismo tiempo, se sentía impulsada por el fuego de la misión! Ella misma lo dice: "Lo deseo con toda mi alma y siento un no se qué‚ de indefinible tristeza cuando tenga que salir de esta casa. Yo creo que voy a sufrir más que cuando me separé de mis padres y hermanos. Mas, como entonces, Él me dará  fuerza, pues que la voy a necesitar doblada, triplicada. Viéndome solo a mi, considero demasiado temerario mi anhelo; pero viéndolo en Él y en Ella, veo que en todo es nada y que "todo lo puedo en aquel que me conforta".

Jesús y María de Guadalupe acompañarán a la Venerable Sierva de Dios siempre. María de Guadalupe será  el alma del alma de este Instituto de Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento y de todas las demás obras que Dios inspiraría más tarde a su corazón fecundo siempre joven.

¡Que hermoso es contemplar ahora, después de 60 años, el efecto que aquella disponibilidad al llamado divino produjo! ¡Bendito sea el Señor que infundió en el corazón de Madre Inés el carisma especial para fundar nuestra Familia Misionera.

¡En 60 años cuántos frutos! Generaciones y generaciones de misioneras y misionero de toda clase y condición, precedidos por esta alma grande y por aquellas primeras que supieron seguir su ejemplo de vida contemplativa y activa en la misión. Varios cientos de misioneras y misioneros que se realizan en el mundo entero llevando el mensaje de salvación como miembros de las diversas ramas de la Familia Inesiana. Ciertamente podemos estar seguros de que el Padre se complace con la Venerable Sierva de Dios y con su obra extendida en los cinco continentes.

Aquella aventura misionera que se inició como continuidad y maduración de un carisma recibido desde antes de ingresar al monasterio del Ave María, no se ha terminado. En la vida de la Venerable Sierva de Dios estuvo siempre constante y ahora continúa en la labor de quienes hemos querido seguir sus pasos.

De estos 60 años, 36 los vivió Nuestra Madre aquí en la tierra y al frente de la Congregación de las Misioneras Clarisas, en constante estudio, formación de las hijas, de los Vanclaristas, de los primeros Misioneros de Cristo, revisando y aprobando construcciones, trabajando incansablemente en la expansión misionera en una inmolación alegre, serena y decidida que muchas de nosotros pudimos palpar.

Ahora, a ella la llamamos "Venerable Sierva de Dios", va camino a los altares y esperamos con ansia su beatificación. Dios en ella nos ha dado testimonio de su amor porque ella se ha identificado con su Hijo muy amado. Y el Padre quiere ahora seguir con sus complacencias en cada una de los miembros de la Familia Inesiana, fieles hijas e hijos de esta maravillosa mujer que en el "sí" de cada uno, prolongan su respuesta de amor.

¡Felicidades! Que el Señor ilumine en especial a nuestras hermanas Misioneras Clarisas porque somos conscientes que son nuestras hermanas mayores, pidan hermanas Misioneras Clarisas al Señor que haga arder en ustedes el mismo fuego que ardió en el corazón misionero de nuestra Venerable Fundadora para que nos sigan transmitiendo el fuego de la misión.

Tomados de la mano de María, queremos, en familia, vivir como ella y sentir su presencia de madre, de amiga, de compañera y modelo de vida que alienta en todo momento. Que estos 60 años sean un resurgir, un renacer con ese espíritu del nuevo ardor al que nos invita la nueva evangelización. Una manifestación de que el Carisma de la Venerable Sierva de Dios María Inés Teresa Arias está  vivo y quiere que el Padre se complazca en cada miembro de nuestra Familia Inesiana, como se complace en Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Alfredo Delgado, M.C.

domingo, 19 de junio de 2011

En el día del padre...

La figura paterna ha sido siempre sinónimo de respeto, rectitud, trabajo, seguridad y ejemplo. El día del padre es un día no solamente para honrar a nuestro propio papá, sino a todos los hombres que actúan como figura del padre. Un día para celebrar a los a los tíos, a los abuelos, y en general a la figura paterna, ya que todos los que la hacen presente son acreedores a que se les celebre el Día Del Padre. 

Al papá siempre se le ha considerado el jefe del hogar, es quien sale a ganar honradamente el pan de cada día para su familia y es el referente para sus hijos en todos los actos de la vida. La grandeza de un padre se complementa con lo sublime de una madre, y hoy los roles de cada uno han cambiado según la necesidad que la vida moderna y acelerada lo exige.

Hasta hace pocos años, el padre era considerado como proveedor y quien imponía las reglas en el hogar; el padre era muy respetado y querido pero se mantenía una relación vertical de mando y obediencia dentro del núcleo familiar. Y vale la pena reconocer la disciplina y rectitud con la que «los padres de antes» educaban a sus hijos, cómo no recordar sus enseñanzas y consejos que con sabiduría impartían en largas sobremesas familiares, cómo no enorgullecernos de que nos dieron un nombre limpio, respetable y digno como la más grande herencia del ser humano. 

Ciertamente en la actualidad los roles de los papás han cambiado, si bien es cierto que el padre sigue siendo el eje del hogar, sus actividades son compartidas con la madre y viceversa, es decir los papás y muchas de las mamás trabajan fuera de casa para llevar el sustento al hogar, pero de igual manera ambos comparten los quehaceres del hogar y la crianza de los hijos.

Este cambio en la estructura familiar ha ennoblecido aún más la función del padre, porque vive y comparte más experiencias enriquecedoras con sus hijos y su compañera, haciendo la vida más alegre y llevadera, con mayores manifestaciones de amor, de cariño, de ternura y de respeto, construyendo vínculos familiares indestructibles.

Felicidades a todos los papás, independientemente de la época y el estilo en el que ejercen su rol de padres comprometidos con su hogar y su familia, que Dios los bendiga y los proteja siempre para felicidad de quienes les aman. 

¡Felicidades papá! 

Si tú tienes a tu papá, regálale un beso y un abrazo y siempre respétalo, ámale, cuídalo y agradécele por todo lo que ha hecho por ti; no esperes que se vaya de tu lado para reconocer sus méritos. Si ya partió de este mundo, ora por él en la Eucaristía de este domingo.

Les dejo esta canción de Alberto Carlos pensando especialmente en papá.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

miércoles, 15 de junio de 2011

Decálogo para mantener viva la espiritualidad sacerdotal de Madre Inés en Van-Clar…

Vivir el sacerdocio bautismal significa:
1. Vocación:
Haber sido llamados por él: "Subió al monte y llamó a los que él quiso" (Mc 3,13). "Ustedes no me escogieron a mí; soy yo quien los escogí a ustedes" (Jn 15,16). El sacerdocio bautismal no es un mérito del vanclarista sino un don gratuito recibido en el sacramento que exige pureza de corazón y rectitud de intención para llevar su vivencia a plenitud.

2. Intimidad con el Padre Dios a la manera de Cristo, pues somos sacerdotes en su sacerdocio:
Jesús quiere ante todo amigos que compartan sus mismos amores, por él, con él y en él; que puedan decir como San Pablo: "No soy yo el que vive, sino que es Cristo él que vive en mí" (Gál 2,20).

3. Desprendimiento de la vida anterior y de todo aquello que pueda obstaculizar un fiel y claro seguimiento:
"Y ellos dejándolo todo le siguieron" (Lc 5,11). Vivir el compromiso sacerdotal de nuestro bautismo exige tener una vida totalmente nueva, al estilo de Cristo.

4. Testimonio:
"Ustedes serán mis testigos" Hech 1,8). Vivir el sacerdocio bautismal significa dar la cara por él; no acobardarse; ser coherentes y dar testimonio de vida cristiana ofreciéndolo todo por él.

5. Decisión resuelta y rápida para trabajar en los intereses de Cristo:
"Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos" (Mt 8,22). Jesús, en su sacerdocio oferente no ad­mite titubeos, decisiones a medias, postergaciones reiteradas...

6. Imitación:
Vivir como él; configurarse con su estilo de vida de pureza, de pobreza y de obediencia en la condición laical. Progresivamente ir adoptando sus mismas actitudes intenciones: mentalidad, sentimientos, intereses. Dejarse invadir por su espíritu y su lógica. "Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús" (Fil 2,5).

7. Confianza, fiarse plenamente de él:
Adhesión total a su persona: Él es el Absoluto, todo lo demás es relativo. Como decía Nuestra Venerable Madre Inés: «La única realidad eres tú Jesús». Nada puede ser preferido a él. "Gente de poca fe, ¿por qué tienen miedo?" (Mt 8,26). "No anden preo­cupados por su vida: ¿qué vamos a comer?, ni por su cuerpo: ¿qué ropa nos pondremos?" (Mt 6,25). El sacerdocio bautismal es confianza en aquel a quien nos hemos ofrecido (consagrado).

8. Fidelidad:
Compromiso firme y duradero que prolongue el “Sí” de María al estilo de Nuestra Madre, sin novedades, sin abandonar el propio carisma y en su condición de laicos. "Todo el que pone la mano al arado y mira para atrás, no sirve para el Reino de Dios" (Lc la, 62). "El que se mantenga firme hasta el fin se salvará" (Mt 10,22).

9. Misión:
Seguir a Jesús viviendo en plenitud lel sacerdocio bautismal significa compartir su misión: "Síganme, que yo les haré pescadores de hombres"(Mc 1,17). "Así como el Padre me envió a mí, así los envío a ustedes" (Jn 20,21). "Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación" (Mc 16,15). Jesús ha querido necesitar de este sacerdocio para cumplir una misión o tarea en beneficio de los demás. Decía Nuestra Venerable Madre Inés: «Yo me ocuparé de tus intereses y tú te ocuparás de los míos».

10. Comunidad:
Seguir a Jesús es vivir en intimidad con él y con los demás que han sido llamados a vivir este sacerdocio en este estilo particular (Grupo). Es vivir en armonía y convivencia con los otros. "Constituyó a los Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3,14). Los que han sido llamados para seguir a Jesús como vanclaristas, normalmente crecen, se forman y misionan en comunidad, practicando en ella el mandamiento del Señor: "ámense los unos a los otros como yo los he amado" (Jn 15,13). "Que todos sean uno como Tú; Padre, estás en Mí y Yo en Ti; sean ellos también uno en nosotros: asi el mundo creerá que Tú me has enviado" (Jn 17,21). Madre Inés dice: «Que todos te conozcan y te amen es la única recompensa que quiero».

El don de Temor de Dios en Madre Inés...

El don de temor de Dios es la disposición común que el Espíritu Santo pone en el alma para que se porte con respeto delante de la majestad de Dios y para que, sometiéndose a su voluntad, se aleje de todo lo que pueda desagradarle. El primer paso en el camino de Dios, es la huida del mal, que es lo que consigue este don y lo que le hace ser la base y el fundamento de todos los demás. Por el temor se llega al sublime don de la sabiduría. Se empieza a gustar de Dios cuando se le empieza a temer, y la sabiduría perfecciona recíprocamente este temor. El gusto de Dios hace que nuestro temor sea amoroso, puro y libre de todo interés personal.

Este don consigue inspirar al alma los efectos maravillosos como son: una continua moderación, un santo temor y un profundo anonadamiento delante de Dios; un gran horror de todo lo que pueda ofender a Dios y una firme resolución de evitarlo aun en las cosas más pequeñas y cuándo se cae en una falta o una humilde confusión; una cuidadosa vigilancia sobre las inclinaciones desordenadas, con frecuentes vueltas sobre nosotros mismos para conocer el estado de nuestro interior y ver lo que allí sucede contra la fidelidad del perfecto servicio de Dios venciendo la tibieza.

A este don de temor pertenece la primera bienaventuranza : bienaventurados los pobres de espíritu (Mt 5,1): la desnudez de espíritu que comprende el despego total del afecto a los honores y a los bienes temporales se sigue necesariamente del perfecto temor de Dios ; siendo éste el mismo espíritu que nos lleva a someternos plenamente Dios y a no estimar más que a Dios, despreciando todo lo demás, no permite que nos elevemos ni delante de nosotros mismos buscando nuestra propia excelencia, ni por encima de los demás buscando las riquezas y las comodidades temporales.

Los santos han pasado igual que nosotros por la tierra: entre las oscuridades de la fe, en medio de las dificultades diarias, pero con inquebrantable confianza en Dios. La Venerable Madre María Inés Teresa Arias estaba persuadida de que, como San Pablo decía,  nada podía apartarla del amor de Dios. El amor de Dios la llevó siempre de la mano. “Soy un pensamiento de Dios, porque desde toda la eternidad pensó en darme el ser; Él ya me veía tal cual soy, con mis defectos y mis cualidades, mis promesas y mis inconstancias, mi confianza y mi amor, y con todas mis miserias”. (María-Inés-Teresa Arias, “Ejercicios Espirituales”, 1941.)

La omnipotencia de Dios se manifestó en esta mujer de apariencia alegre y jovial. Su voluntad se vio sostenida siempre por el don de Temor de Dios. Él inspiró todos sus pensamientos, todas sus acciones, todas sus decisiones. Él puso en su ser siempre la caridad, una  caridad  exquisita  que  se  dejaba  sentir  en   todo. “Quiero transformarme en tu amor, quiero vivir de amor, quiero morir de amor, en un acto de suprema y perfecta contrición” (María-Inés-Teresa Arias, “Ejercicios Espirituales”, 1943.)

La Madre dejó que el Temor de Dios la librara de todo mal, de la soberbia, del orgullo, de la vanidad. Supo experimentar su debilidad personal, su posibilidad de caer. “Gracias Señor...” Solía ser siempre alma agradecida con el Creador por las gracias concedidas.

Hija de Dios, se sintió siempre hija de la Iglesia. Con amor entrañable a todos y cada uno de los miembros de la Iglesia. Quería, desde Roma, donde pasó sus últimos años, contemplar la Iglesia del mundo entero y transportarse a los cinco continentes para decir a todos que tenemos un Padre que es Misericordia, que es Amor.

La huella del don de Temor quedó impresa en la Venerable Sierva de Dios hasta los últimos momentos de su vida, que la puso y la mantuvo siempre en disposición de llegar a la casa paterna.

Alfredo Delgado, M.C.I.U. 

El don de Piedad en Madre Inés...

El Don de Piedad nos recuerda que somos hijos de Dios. La función de este Don es la de hacernos sentir a gusto en las cosas de Dios, como un niño se siente a gusto y seguro en los brazos de su padre o de su madre. Este don es el que nos hace espiritualmente niños capaces de confiar tiernamente en la bondad de Dios.
Un hombre “piadoso” no es el que vive como si fuera una “estampita”, manos cruzadas y ojos en blanco, sino que el piadoso es aquel que de verdad disfruta de Dios y de todas sus cosas y quiere que todos gocen de Él por igual.

El Don de Piedad es el que nos hace adoradores "en espíritu y en verdad", más allá de nuestras debilidades, de nuestras dudas, de nuestra falta de constancia, de nuestras profundas resistencias de adorar en serio a Dios. Nuestra sociedad actual necesita gente “piadosa” en serio, gente de de esa que sirve y adora a Dios "en espíritu y en verdad". No como una postura exterior sino con el corazón ardiendo de fuego de amor para conquistar el mundo para Cristo.

El Don de Piedad es el que llena de vida y plenitud la virtud de religión, es decir, nos cuida de caer en vivir una religiosidad vacía o meramente exterior y nos hace vivir en oración. La oración es la síntesis viviente de un alma. En el momento de orar, todas las riquezas de una personalidad se armonizan en presencia de Dios. La Venerable Madre decía que para ella la oración era “lo que el agua para el pez o lo que el elemento aire para el ave”.

La Biblia fue por excelencia el libro de oraciones de Madre Inés. En su oración, casi siempre afectiva, hacía adoración, alabanza, petición y súplica, reparación de los pecados de la humanidad. Llegaba a cada casa y en las conferencias exhortaba siempre a “Hacer de la vida un himno no interrumpido de alabanza a Dios”. “Quiero que mi vida sea un himno. Que mis obras todas sean un himno de alabanza, de gratitud, de adoración a la Santísima Trinidad, de impetración y de súplica por pecadores y difuntos” (María-Inés-Teresa Arias, “Ejercicios Espirituales”, 1943.) La Sagrada Eucaristía era el centro de sus amores. De allí tomaba toda la fuerza y la energía que la mantenían siempre fiel.

Sus escritos han servido a muchas almas para hacer oración y verdaderamente nos transportan hasta la esfera de lo divino, en una sencillez y profundidad que generalmente son difíciles de armonizar. La oración brotaba del fondo de su ser inspirada por el don de Piedad, a veces en largos momentos de oración y en otros momentos le bastaba una fulgurante brevedad para elevar el alma a Dios.

El don fue haciendo de ella un alma de oración que alcanzó una flexibilidad impresionante ante los designios de Dios y que vivió siempre alegre. Se sintió siempre pobre y necesitada de Dios, decía: “La pobreza pone el alma en la dulce necesidad de recurrir a su Padre Celestial en todo momento, para toda ocasión, puesto que esta excelsa virtud la tiene despojada amorosamente de todo, absolutamente de todo” (María-Inés-Teresa Arias, “Ejercicios Espirituales”, 1950.) Ella sabía que el Espíritu Santo sopla donde quiere y se dejaba conducir por Él.

Alfredo Delgado, M.C.I.U. 

El don de Fortaleza en Madre Inés...

La fortaleza es la virtud que nos asegura contra el temor de las dificultades, de los peligros y de los trabajos que se presentan en la ejecución, de nuestras empresas.

Todo esto lo hace admirablemente el don de Fortaleza; pues es una disposición habitual que el Espíritu Santo pone, en el alma y en el cuerpo para hacer y sufrir cosas extraordinarias, para acometer las obras más difíciles, para exponerse a los más espantosos peligros y para soportar los trabajos más rudos y las penas más amargas. Y todo ello constantemente y de una manera heroica.

Este don es muy necesario en determinadas ocasiones: cuando se es combatido por grandes tentaciones, para resistir a las cuales es preciso estar dispuesto a perder las bienes, el honor o la vida. Entonces el Espíritu Santo asiste poderosamente al alma fiel con el don de, consejo y de fortaleza; porque no fiándose de ella misma y convencida de su debilidad y de su nada, implora su socorro y pone en El toda su confianza. No bastan en estas ocasiones las gracias comunes; hacen falta luces y fuerzas extraordinarias; por eso une el Profeta el don de consejo y el de fortaleza: el uno ilumina el espíritu y el otro fortalece el corazón.

Tenemos mucha necesidad de este don por la dificultad de ciertos espacios en que la obediencia puede colocarnos. Hay que convencerse de que por un solo acto de generosidad cristiana, merece uno mucho más delante de Dios que por todo el resto de su vida aunque sea muy larga. Lo mismo que si una persona, al ingresar a la vida religiosa o a un seminario, diera de un golpe todos sus bienes a los pobres, merece tanto como si, permaneciendo en el mundo, hiciera varias limosnas en diversos tiempos. ¿Y qué sabemos nosotros el tiempo que viviremos después y el estado en que estaremos para morir? ¿Qué seria ahora de Orígenes y Tertuliano si antes de su caída, permaneciendo fieles a Jesucristo hubiesen tenido la ocasión de morir por Él?

Según la promesa de Jesús, el Espíritu Santo es un Espíritu que fortalece. En la Venerable María Inés Teresa Arias se encuentran las que son, por así decir, las dos formas clásicas del don de fortaleza: El espíritu de conquista al servicio del Reino de Dios y el espíritu de sacrificio hasta la muerte.

El espíritu de conquista resplandece en ella como apóstol, no sólo en el plano externo, sino partiendo desde las dimensiones internas del amor a Dios. “Quisiera hacer a mi Dios una ofrenda de todas las naciones y para su conquista no tengo más que mi miseria puesta al servicio de su misericordia, pero se la doy de corazón, con la convicción de que Él es poderoso para obrar maravillas”  (María-Inés-Teresa Arias, “Notas Íntimas”, p. 96.) –decía en su oración–.

Parece que Santa Teresita la contagió del celo por las almas y de la valentía espiritual que se apoya en la fuerza de Dios. Santa Teresita decía: “Una sola misión no me bastaría: quería, al mismo tiempo, anunciar el Evangelio por las cinco partes del mundo y hasta en las islas más remotas...” y la Venerable Sierva de Dios, como decimos, se contagió. “El martirio -decía Santa Teresita-: he aquí el sueño de mi juventud...” y la Venerable quería ser mártir como ella e hizo voto de vivir como “Víctima de Holocausto de amor”. “Me he ofrecido víctima a tu amor. Que sea una verdadera víctima, dulce y afable, que te encante y te deleite. Que ya para mi próxima profesión Perpetua quiero ser una verdadera esposa fiel, viviendo vida oculta en mi corazón Contigo y en la Cruz; bien se Dios mío, que no bastan mis propósitos por sinceros y fuertes que sean, si tu gracia no los fecundiza y para que ésta no me falte, que mi oración sea sin interrupción”. (María-Inés-Teresa Arias, “Ejercicios Espirituales”, 1933.)

El espíritu de fortaleza se manifestó en la vida de Madre Inés en el espíritu de sacrificio llevado hasta el heroísmo, aún y sobre todo, en los sacrificios ocultos que pasaban inadvertidos a los ojos de los demás. Por eso amaba la vida de Nazareth.

Su fidelidad en las cosas más pequeñas y aparentemente más insignificantes, no se explica sino por presencia de la misma Fuerza de Dios. Cumplía perfectamente todos los deberes cotidianos y había hecho voto de perfección.

La Cruz marcó su vida de muchas formas y ella fue siempre fiel. Vivió los votos religiosos en todo su esplendor y dinamismo, con una fidelidad impresionante. “Tenemos un esposo de Cruz” solía decir. Sufrió la persecución de muchas formas y se manifestó siempre serena y llena de Dios. En ella, con una extraordinaria sencillez de vida, se desarrollaron en pleno todas las virtudes con la fuerza del Espíritu. “Mi vida -decía- debe ser un espejo en el que se reproduzcan las virtudes de Nuestro Señor”  (María-Inés-Teresa Arias, “Ejercicios Espirituales”, 1933).

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

El don de Consejo en Madre Inés...

El don de consejo actúa como un soplo nuevo en la conciencia del creyente, sugiriéndole lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma. La conciencia se convierte entonces en el «ojo sano» del que habla el Evangelio (Mt 6, 22), y adquiere una especie de nueva pupila, gracias a la cual le es posible ver mejor que hay que hacer en una determinada circunstancia, aunque sea la más intrincada y difícil. El cristiano, ayudado por este don, penetra en el verdadero sentido de los valores evangélicos, en especial de los que manifiesta el sermón de la montaña.

Gracias, en buena parte, a este regalo del Espíritu los misioneros fueron a parar a territorios que ni sabían dónde quedaban en la geografía de los continentes o países. Allí fueron a dar con su enorme carga de fe y de amor, guiados, quizá sin saberlo, por el consejo sutil y cierto del Espíritu Santo. Ayuda mucho, pero mucho, a esa virtud tan rara y muy pocas veces tomada en cuenta que es la prudencia, virtud casi desconocida y raras veces empleada en nuestro vivir y en nuestro actuar. Nuestras grandes determinaciones en la vida están o deben estar signadas por el don de Consejo,  si es que no queremos fracasar con nuestras propias loqueras o nuestros criterios personales.  San Francisco Javier se dejaba guiar siempre por este don y ponía todo su ser apostólico y aventurero en sus manos como un príncipe sabe que todo lo suyo depende del rey.

Este Espíritu de Consejo inspiró a la Venerable Madre Inés en los detalles de la vida. Ella tuvo el alma llena de luz y supo pasar a la acción en las cosas pequeñas de cada día. “En cumplir la voluntad de Dios y mis deberes de estado, encontraré la más exquisita santidad. A ella quiero llegar como han llegado todos los santos, ayudados de tu gracia” (María-Inés-Teresa Arias, “Ejercicios Espirituales”, 1943.)

En su vida se entremezclaron personas y sucesos de toda raza y nación, hombres y mujeres de toda clase y condición que en el momento de estar con ella se convertían en la niña de sus ojos. Vivió sin mirar fronteras, con un espíritu de catolicidad que quedó impregnado en el nombre de nuestra congregación: “Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal”. No supo de nacionalismos estrechos ni de diferencias de pueblos. El empuje misionero le venía del Espíritu, que le hacía recorrer la tierra con el soplo de un nuevo Pentecostés que infundía el olor de Cristo por donde quiera que pasaba. “Tenemos en nuestras manos todo lo necesario para enriquecer a otras muchas almas; tenemos la obligación de ser luz e irradiar luz sobre las almas que Dios ha vinculado a nuestra vida, esas almas esperan mucho de nuestra total donación, serán fruto de ella y mientras más numerosos, alegres y generosos sean nuestros FIAT, más abundante será la cosecha... ella enriquecerá a Dios, a quien tanto debemos; a las almas que anhelamos salvar por millones... A nosotras mismas, para la eternidad” (María-Inés-Teresa Arias, 15 de agosto de 1964.)

No era ella la que hablaba, era el mismo Espíritu a quien ella le entregaba su ser. “... si Tú quieres servirte de mí, pobre y miserable instrumento para tu gloria...”, “manejando Tú este inútil instrumento...”, “¿por qué no te sirves de este inútil instrumento que sólo anhela desaparecer en tus divinas manos?...”, “Instrumentos que quieran dejarse hacer en sus manos creadoras... Señor, mi fuerza, mi poder, mi confianza, mi fe ciega está en mi miseria, puesta al servicio de tu misericordia. Con esto lo digo todo” (María-Inés-Teresa Arias, “La Lira del Corazón”, II Parte, Cap. VI.)

Quería que la palabra de Dios llegara a todos los rincones del mundo y no dudó en mandar a sus primeras hijas a Japón, apenas terminada la segunda guerra mundial.

Fue organizadora, fundadora, madre y maestra, consejera y constructora, misionera y cocinera, administradora y doctora. Bromista, alegre, siempre servicial, sencilla, pobre y humilde, atenta siempre a descubrir qué pedía Dios. Decía, a imitación de Santa Teresita: “Sólo el primer paso cuesta, luego se camina de victoria en victoria”. Firme en sus propósitos, exigente consigo misma y comprensiva con quienes le rodeaban.

Viviendo siempre bajo la acción del Espíritu Santo el don de consejo se explayó en ella y con ella, sobre todos los demás.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

El don de Ciencia en Madre Inés...

El Don de Ciencia es un hábito sobrenatural infundido por la Gracia por el cual la inteligencia del hombre bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo, juzga rectamente de las cosas creadas en orden al fin sobrenatural.

Por el Don de Ciencia, la gente no se aferra a las cosas materiales y se hace libre de usarlas según el fin para el cual Dios las ha creado. Por ejemplo: Santa Teresa no estaba de ningún modo apegada al dinero y sin embargo cuando lo necesitaba no dudaba en buscarlo y conseguirlo. Es conocido como en momentos de necesidad económica la santa de Ávila “cobraba dinero” a ciertas personas muy ricas que querían hablar de cosas espirituales con ella. Como la santa tenía tan poco tiempo y tanto trabajo del que dependían para subsistir ella y sus hermanas, no dudaba entonces en cobrar un arancel por las charlas que tenía con algunas personas. Podríamos decir que Santa Teresa tenía un Don de Ciencia respecto del tiempo y de los bienes materiales en cuanto que eran cosas necesarias para sus hijas.

El Don de Ciencia nos hace ver claramente que detrás de todas las cosas está Dios. Necesitamos el Don de Ciencia para usar de las cosas según el fin para el cual han sido creadas. Con el Don de Ciencia puedo usar de las cosas que me acercan a Dios y alejarme de las cosas que me alejan de Él.

El Don de Ciencia me inspira el modo más apropiado de actuar frente a las demás personas en orden a la voluntad de Dios. Santo Tomás decía que por éste Don nos hacemos más prudentes, ya que al ver a Dios detrás de todas las cosas, actuamos más según su voluntad. Por ejemplo: un predicador sabe que decir a sus oyentes por este Don, una madre qué cosas enseñar y cómo según la necesidad de su hijo…

Gracias al Don de Ciencia la fe, lejos de encontrar obstáculos en las cosas creadas para remontarse hasta Dios el hombre se vale de ellas como un trampolín que lo ayuda a poder hacerlo con más facilidad.

El Señor conduce al justo por caminos rectos y le comunica la ciencia de los santos. El Espíritu Santo advierte también cuándo las cosas buenas y rectas en sí mismas pueden convertirse en malas para el hombre porque le separan de su fin sobrenatural: por un deseo desordenado de posesión, por apegamiento del corazón a estos bienes materiales de tal manera que no lo dejan libre para Dios, etcétera.

Habitualmente, el Espíritu Santo, con su gracia, hace sentir al alma pecadora la nada de las criaturas, la miseria misma. El don de ciencia desempeña entonces un papel preponderante. La Venerable Madre Inés decía que ponía “su miseria al servicio de la misericordia” y se reconocía como “la nada pecadora”, una humilde “piltrafilla”.

Ella distinguió siempre con claridad, el bien del mal y supo seguir en todo momento el camino del bien sin apegarse a nada ni nadie, pero, disponiendo de todo y disponiendo a todos a amar y servir a Dios, aún con lágrimas desgarradoras en medio de la confusión, de la crítica, de la incomprensión.

Con esta ciencia iluminó el estudio, la profundización y la vivencia de las bienaventuranzas, y es celebre un estudio que hizo al respecto, plagado de sencillez y de invitación a admirar y vivir la bondad de Dios.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

El don de Inteligencia en Madre Inés...

La fe es adhesión a Dios en el claroscuro del misterio; sin embargo es también búsqueda con el deseo de conocer más y mejor la verdad revelada. Por este don que viene de lo alto, se van escrutando las profundidades de Dios y se agudiza la inteligencia en las cosas divinas y en los signos de los tiempos.

El don de Inteligencia, ayuda a entender los misterios más escondidos y difíciles de la Fe. Ilumina nuestro entendimiento y nos hace caminar con la luz de la verdad. Enseñándonos, entre otras cosas sublimes, el valor de la eucaristía y de los sacramentos, nos hace disfrutar y sacar conclusiones prácticas de la presencia y los silencios de Dios.

Este don nos facilita la lectura de la enseñanza de Jesús y nos hace comprensibles sus gestos. Nos anima a poner los medios necesarios para que Jesús sea entendido y comprendido en la sociedad en que nos toca vivir.

A este, don corresponde la sexta bienaventuranza: «Bienaventurados los limpios de corazón». Dice Santo Tomás que esta pureza se extiende a todas las potencias del alma, quitando todo le que la puede manchar: las pasiones, los movimientos desordenados del apetito concupiscible, los afectos viciosos de la voluntad, los errores y las falsas máximas del entendimiento. Incluso regula de tal manera la imaginación, que no le viene ningún pensamiento más que en el tiempo y lugar conveniente y con la duración necesaria. Así San Bernardo, cuando quería rezar, dejaba los pensamientos de las demás ocupaciones y los recogía una vez terminada la oración. Esto es lo que sucede a las almas que están muy purificadas. Por su pureza han logrado este perfecto dominio sobre ellas mismas. Cuentan que San Antonio de Padua, meditando sobre este don, solía exclamar: “qué cortas se hacen las noches meditando y contemplando la belleza de la Biblia"

La Venerable Sierva de Dios María Inés Teresa Arias tiene un estudio sobre «El Credo» en el que va desarrollando las verdades de la fe. Se ve que en él va anotando la reflexión profunda, consecuencia del toparse a cada momento con el Creador. Tiene un encuentro profundo con María Santísima, que le hace la promesa de dar la gracia y la perseverancia final, por los méritos de su Hijo, a quien tuviera alguna relación con ella.

Amante de la Sagrada Escritura, logró profundizar, mucho más que tantos de su época en el misterio de la Palabra de Dios. Sus escritos están impregnados del Evangelio. Los cita muchas veces de memoria, escucha al Verbo en el recogimiento del alma y en el silencio del corazón y saca consignas para la acción.

Le bastaba decir “Vamos María” para poner su alma en contacto con Dios a través del amor de su Madre Santísima a quien de cariño llamaba: “Mi dulce Morenita del Tepeyac”. Vivía intensamente la Liturgia diciendo que oraba y celebraba por todo el mundo, por aquellos que no conocen a Dios.

Entendiendo los signos de los tiempos supo llegar a los diversos lugares, con su obra, en el momento justo y encontrando el sentido de lo divino para llevar a Dios a todos los rincones. Sus ojos dejaban ver a Dios.

Alfredo Delgado, M.C.I.U. 

El don de Sabiduría en Madre Inés...

El Don de Sabiduría es un conocimiento sabroso de Dios, de sus atributos y de sus misterios, como infinitamente adorables y amables. De este conocimiento resulta un sabor delicioso, del que a veces participa aun el cuerpo, y que es más o menos grande según el grado de perfección y de pureza en que se encuentre el alma. Dicen que san Francisco estaba tan lleno de este gusto de la sabiduría, que cuando pronunciaba el nombre de Dios o de Jesús, sentía en su boca y en sus labios un sabor mil veces más dulce que la miel y el azúcar.

Al don de sabiduría pertenecen las dulzuras, los consuelos espirituales y las gracias sensibles. Todo esto proviene de la caridad, cuya perfección, o sea el fervor, es la salud del alma; pues cuando el alma está de una vez bien curada de sus enfermedades, cuando está ya completamente sana, saborea a Dios y las cosas divinas como sus propios bienes, sin sentir las repugnancias, ni los disgustos, ni la dificultades que sentía antes por su insuficiente te preparación.

Así, podemos pensar en un San Ignacio, que tenía todas sus delicias cuando se, burlaban de él; un San Francisco, que amaba con tal pasión el desprecio que hacia cosas por quedar en ridículo; un Santo Domingo, a quien le gustaba más estar en Carcassonne, donde generalmente me mofaban de él, que en Toulouse donde era respetado por todo el mundo, o en la vida de claustro de santa Teresita del Niño Jesús. ¿Qué agrado sentirían con los placeres de la vida y con las grandezas del mundo Nuestro Señor, la Santísima Virgen y los Apóstoles? 

El alma de María Inés Teresa Arias se vio atraída siempre por dos tendencias que fueron características en su vida y en su obra: La contemplación y la acción. Supo fundir, por el don de sabiduría a Martha y María en una sola y saborear así la acción de Dios saboreando el hacer en todo su santísima voluntad. Oración silenciosa y acción desbordante se conjugaban en esta mujer incansable que descubría a cada instante que todo lo inspira el Espíritu Santo según los designios de la sabiduría de Dios que conduce el universo para su mayor gloria.

Madre Inés fue un alma verdaderamente contemplativa, de esas que es difícil encontrar. Ella decía que si Santa Teresita encontró una escalera para subir a Dios, ella quería un ascensor para subir lo más rápido y llegar hasta lo más alto y lo encontró en los brazos de María, la Esposa Fiel del Espíritu Santo.

Le atraían las figuras contemplativas de la Sagrada Escritura como Moisés, Elías y María la de Betania, San Juan Evangelista y sobre todo María la Madre de Jesús, de quien el Evangelio nos dice que guardaba y  meditaba todo en el corazón. Conocía bien a San Agustín, San Bernardo, San Francisco y Santa Clara y, por encima de todos, a su santita predilecta, la eximia doctora de la Iglesia santa Teresita del Niño Jesús, que parecía susurrarle al oído: “Mi vocación es el amor”. La Madre decía: “Que todos te conozcan y te amen es la única recompensa que quiero”.

En una actividad misionera incansable, unida a la más alta contemplación, pisó los cinco continentes para establecer casas de Misión con el gusto de llevar a todos los corazones el amor de Dios y de su Madre Santísima. San Pablo, Francisco Xavier, Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Vicente de Paúl, Catalina de Siena,  fortalecidos con el afán de extender el reino de Dios la animaron con sus vidas ejemplares y la alentaron a profundizar en el don de sabiduría para trabajar por la salvación de las almas. “Señor, -decía- tú sabes que te amo, y esto me basta. Tú sabes que sólo busco tu honra, tu gloria, tus almas, PARA TI” (María-Inés-Teresa Arias, “Ejercicios Espirituales”, 1950).

Gozaba contemplando las maravillas de Dios y no desaprovechaba ocasión para gustar de la obra fascinante de la creación. Todo lo saboreaba. Entre contemplación y acción encontraba momentos para escribir estupendos tratados que en su momento saldrán a la luz y en los que tanto habla de la naturaleza y del amor que Dios tiene a toda la creación.

Numerosas obras brotadas de su corazón sin fronteras hablan del don del Espíritu. La formación de las futuras misioneras, los innumerables viajes alrededor del mundo, para animar a quienes estaban al frente del campo de batalla, muestran la acción del don de Sabiduría en ella, que supo vivir así sin perder nunca la paz.

Alfredo Delgado, M.C.I.U. 

domingo, 12 de junio de 2011

Pentecostés... La acción del Espíritu Santo en Madre Inés

La santidad la podemos definir como: «El Espíritu Santo, en todo su esplendor en un alma».

Con el bautismo, todos los fieles recibimos la vida nueva de los hijos de Dios, germen de santidad que debemos desarrollar durante toda nuestra existencia. La vocación a la santidad consiste precisamente en la exigencia de cumplir con la máxima fidelidad posible los compromisos bautismales, llevando la realización de las virtudes hasta la vivencia en grado heroico. Dios da a cada bautizado una vocación específica diversa: unos son seglares, otros sacerdotes; unos elegimos la vida religiosa y otros la matrimonial. Todos misioneros, con un estilo de vida diferente, pero todos llamados a la santidad, imitando a Cristo.

Después de María, los santos han sido quienes han logrado llevar la vivencia de las virtudes al grado heroico y han sido quienes más docilidad al Espíritu han experimentado y mostrado. Su recuerdo nos estimula a seguir sus ejemplos, pues lo que ellos hicieron, bajo el influjo del Espíritu Santo, nosotros también lo podemos hacer. Son, diríamos, unos modelos más a nuestra medida humana, desde el momento que vemos que ellos experimentaron también, las dificultades de la carne.

En Roma, cuando se realiza una beatificación, y la ceremonia se realiza dentro de la Basílica de San Pedro, se coloca en la gloria de Bernini la imagen del nuevo bienaventurado, pintada en un gran estandarte. Al inicio de la ceremonia la imagen está cubierta con una cortina que se deja caer cuando se proclama beato al Venerable Siervo de Dios. Por allí pasan, una tras otra, las imágenes de hombres y mujeres ilustres que supieron vivir bajo la acción del Espíritu Santo, hombres y mujeres que llevaron el desarrollo de las virtudes bajo la acción del Espíritu Santo, a los grados más heroicos de santidad. Cuando termina la ceremonia, cuando la fiesta litúrgica se ha terminado y todos se han retirado, se retira la imagen y queda nuevamente, en el vitral, encima de la cátedra de San Pedro, una paloma de deslumbrante blancor, con las alas desplegadas, como significando que el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, que sin Él nada puede hacer la jerarquía y que este Espíritu de Amor es el principal Artífice de la santidad en la Iglesia de Cristo. 

Todos los santos son formados por el Espíritu de Dios. Él es quien imprime en cada uno de ellos un reflejo especial de la santidad de Cristo. Una gran diversidad de gracias, dones y carismas, dimana de la multiforme actividad de un mismo Espíritu de Amor. El mundo de las almas y de los espíritus ofrece una riqueza de tipos diversificados más sorprendentes que las del universo material. Cada alma humana constituye un universo autónomo. La armonía interna de sus facultades y de sus actos la diferencia de todas las demás que existen. 

La articulación de las virtudes y de los dones del Espíritu Santo varía en cada uno de nosotros como los rasgos personales de nuestra fisonomía. Desde el primer contacto con el mundo sobrenatural se manifiestan diversos tipos de creyentes, según el temperamento personal, la cultura intelectual o artística, la educación familiar y social, la formación religiosa y moral, el medio ambiente. Todos los bautizados recibimos los dones del Espíritu Santo, los cuales evolucionan según la gracia de cada uno.

A partir de hoy, que es día de Pentecostés, quisiera ocuparme en esta y siete reflexiones más, de un alma privilegiada, que aún no ha sido elevada a los altares pero que va en camino y ya está muy cerca precisamente por haber dejado actuar al Espíritu Santo y por haber vivido, las virtudes y los votos religiosos, en un grado heroico. Me refiero a la Venerable Sierva de Dios María Inés Teresa Arias, la fundadora ─por inspiración del Espíritu Santo─ de nuestra familia misionera, la Familia Inesiana.

En la Madre María Inés, el Espíritu Santo ocupa un lugar preponderante, pues vivió siempre bajo su influjo y atenta a sus mociones.

Quisiera detenerme ─aunque sea de manera breve─ en ver cada uno de los dones en la vida de la Venerable Sierva de Dios y eso lo iremos haciendo poco a poco, en siete pequeños artículos posteriores a esta introducción .  

La Providencia dispone de infinitas posibilidades para iluminar las almas, lo mismo que el artista creador posee en su arte ilimitados recursos. Unas veces el Espíritu Santo revela su voluntad por un súbito claror, otras nos deja discurrir lentamente, asistiéndonos con su suavidad, igual que una ligera brisa acompaña y facilita el movimiento de los remos, sin que los remeros la perciban apenas. Esta manera, difusa y latente, trasciende en realidad las fuerzas connaturales del hombre, aun las del divinizado por la gracia. El Espíritu de Dios sopla cuando y como quiere. El Espíritu Santo sigue siendo hasta el día de hoy, «el gran desconocido».

La Venerable Sierva de Dios María Inés Teresa Arias, nuestra amada Fundadora, se dejó mover por el Espíritu, se revistió de su modo de obrar y así incendió el mundo en el fuego de su amor. ¡Envía Señor tu Espíritu y todo será creado y se renovará la faz de la tierra!

Alfredo Delgado, M.C.I.U.