¿Cómo puedo hacer un buen examen de conciencia?
1) Se comienza pidiendo al Espíritu Santo luz para recordar cuáles son los pecados que más le están disgustando a Dios.
2) Se puede hacer repasando los diez mandamientos para saber qué faltas se han contra ellos.
Los Diez Mandamientos de la Ley de Dios son:
PRIMERO:
Amarás a Dios sobre todas las cosas.
SEGUNDO:
No tomarás el Nombre de Dios en vano.
TERCERO:
Santificarás las fiestas.
CUARTO:
Honrarás a tu padre y a tu madre.
QUINTO:
No matarás.
SEXTO:
No cometerás actos impuros.
SÉPTIMO
No robarás.
OCTAVO:
No darás falso testimonio ni mentirás.
NOVENO:
No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
DÉCIMO:
No codiciarás los bienes ajenos.
Los primeros tres mandamientos tienen que ver con nuestra relación con Dios, mientras que los últimos siete rigen nuestra relación con el prójimo. El amor que le tenemos al prójimo es meramente una extensión o una expresión de nuestro amor a Dios. Si no veo al otro en relación con Dios, es decir, como perteneciente a Él, no pasará mucho tiempo antes de que comience a amarlo principalmente por lo que él hace por mí. Sólo cuando lo veo desde el punto de vista de Dios puedo amar a mi prójimo por su bien, y no por mi propio bien, porque Dios amó a cada una de las personas que existen por su bien.
El examen puede hacerse así:
PRIMER MANDAMIENTO:
Sin importar la forma que tome, la violación del primer mandamiento, que es el pecado de la idolatría, no es más que egolatría; dado que la búsqueda del poder y del dinero como meta principal es, en definitiva, la búsqueda de uno mismo como centro de la propia vida.
¿Realmente ocupa Dios el primer lugar en mi vida o lo hago a un lado? ¿Me acuesto o me levanto ordinariamente sin rezar? ¿Me avergüenzo de aparecer como creyente ante los demás? ¿He creído en supersticiones, por ejemplo; amuletos, sales, brujas, lectura de cartas o de humo de cigarro, de café o recurro a espiritistas? ¿He blasfemado? ¿Le doy al poder o al dinero el primer lugar entre mis intereses?
SEGUNDO MANDAMIENTO:
La forma principal de violar este mandamiento es jurar utilizando el nombre de Dios: «... te lo juro por Dios santo que me ayude" (invocando a Dios como testigo de que se está diciendo la verdad) y luego mentir. Eso es jurar en falso.
¿He dicho el Nombre de Dios sin respeto y por cualquier tontería? ¿He puesto a Dios de testigo de algo que luego no he cumplido? ¿He mencionando el nombre de Dios en forma frívola, sin ningún tipo de reverencia?
TERCER MANDAMIENTO:
Para los miembros de la Iglesia Católica, como Cristo resucitó de entre los muertos un domingo, el día santo comienza el sábado por la tarde y continúa a lo largo de todo el domingo. El domingo está apartado de los demás días como un día de adoración y contemplación, dedicado al Señor. La cultura occidental ha perdido el sentido de esta noción del domingo como día santo. El consumismo se ha transformado en la nueva religión y los centros comerciales se han convertido en nuevas iglesias, así, el pecado más grave contra este mandamiento es el no vivir el di¡omingo como día dedicado al Señor.
¿He faltado a misa los domingos y fiestas obligatorias (1 de Enero, Corpus Christi, Virgen de Guadalupe y 25 de diciembre? ¿Cuántas veces? ¿Cuántos domingos voy a misa cada mes?
CUARTO MANDAMIENTO:
El no ver por nuestros padres en la mayor medida que podamos, es la falta más grave contra este mandamiento. Estamos llamados a honrar a nuestros padres y a quienes, en nuestro diario vivir, representan una autoridad.
¿He desobedecido a mis padres o autoridades competentes? ¿No les he querido ayudar? ¿Los he tratado mal? ¿He perdido el tiempo en vez de estudiar o trabajar? ¿Me he burlado de quienes para mí representan autoridad?
QUINTO MANDAMIENTO:
El valor de la vida y por consiguiente de la persona humana no puede calcularse en base a su utilidad, ya que ello implicaría reducirla a un mero instrumento. La diseminación de esta mentalidad utilitaria en la cultura trae aparejado un aumento en el número de asesinatos directos e indirectos (aborto, infanticidio, eutanasia, fraude, asesinato de reputaciones, indiferencia hacia los enfermos, los que sufren y los pobres, etc.) El pecado contra este mandamiento es negar la vida o atacarla conscientemente.
¿He deseado que a otros les vaya mal? ¿He peleado? ¿He dicho maldiciones o groserías que ofenden a mi prójimo? ¿Tengo resentimientos contra alguna persona y no le quiero perdonar? ¿No rezo por los que me han tratado mal? ¿Me he burlado de alguien? ¿He puesto sobrenombres? ¿He tratado con dureza? ¿He dicho palabras ofensivas e hirientes? ¿He hablado mal de otras personas? ¿He contado lo malo que han hecho o lo que dicen de ellos? ¿He escandalizado? (o sea, ¿he enseñado lo malo a los que no lo saben?) ¿Cuántas veces? ¿Me he aprovechado de los más débiles para golpearlos o humillarlos? ¿Me he practicado o he participado en un aborto? (El pecado del aborto causa excomunión*).
SEXTO MANDAMIENTO:
La sexualidad es un don que Dios ha dado al ser humano. El acto de la unión sexual es una expresión de la unión del hombre y la mujer en una sola carne. El acto de infidelidad a Dios, en este mandamiento, reduce la vivencia de la sexualidad a un mero instrumento de placer. El pecado contra este mandamiento incluye, dentro de su alcance, a toda otra actividad sexual que se practique fuera de los designios naturales que Dios ha marcado, por eso la masturbación y la práctica de la homosexualidad son pecados graves.
¿He mirado películas impuras, o revistas pornográficas o escenas impuras en Internet o por televisión? ¿He dicho o celebrado chistes malos? ¿He hecho acciones impuras conmigo mismo o con algunas personas? ¿Tengo alguna amistad que me hace pecar? ¿Estoy a favor del mal llamado «matrimonio igualitario»? ¿Recurro a la masturbación? ¿Practico o estoy de acuerdo con relaciones homosexuales?
SÉPTIMO MANDAMIENTO:
Todos tenemos derecho a los bienes que necesitamos para vivir, pero esos bienes deben comprarse y la primera medida que debemos tomar para comprar esos bienes consiste en desarrollar nuestra capacidad para generar las riquezas necesarias (es decir, bienes y/o servicios). Robar es tomar un bien que por legítimo derecho le pertenece a otra persona. Esa conducta viola la justicia.
¿He robado? ¿Cuánto vale lo que he robado? ¿Pienso devolverlo o dar eso a los pobres? ¿He devuelto lo prestado? ¿He tenido pereza en cumplir los deberes? ¿He cobrado de más al prestar algún servicio? ¿Me he quedado con cambio que me han dado de más? ¿He cometido algún fraude? ¿Si tengo personas a mi cargo, les pago lo justo?
OCTAVO MANDAMIENTO:
La mentira es una violación inmediata de la «integridad» de alguien o de algo; dado que existe una separación entre lo que aparece en las palabras del mentiroso y lo que está en su mente. A pesar de que la verdad está en su mente, no lo está en sus palabras. Si nuestras palabras están cada vez más unidas al contenido de verdad que está dentro de nosotros y cada vez más llenas de dicha verdad, nos pareceremos cada vez más a Dios. Cuanto más vacías de ese contenido estén nuestras palabras y cuanto más se utilicen para expresar una falsedad en vez de lo que tenemos dentro seremos cada vez más diferentes a Dios. El único remedio contra la mentira es un compromiso que la excluya por completo, para siempre, en todo lugar y bajo cualquier circunstancia.
¿He dicho mentiras? ¿He inventado de otros lo que no han hecho o dicho? ¿He hecho trampas en negocios o estudios? ¿He creído que Dios no me va a ayudar? ¿Me he habituado a vivir en un mundo de mentira presumiendo lo que no soy o lo que no tengo? ¿Celebro las mentiras de los demás y sigo la corriente?
NOVENO MANDAMIENTO:
El corazón es la sede de la personalidad moral: «de dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones» (Mt 15, 19). La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación del corazón, por eso es tan importante este mandamiento. La «permisividad de las costumbres» es el pecado que va contra este mandamiento, porque se basa en una concepción errónea de la libertad humana que, para llegar a su madurez, necesita dejarse educar previamente por la ley moral. Es necesario auto-formarse en las cualidades del corazón y de la dignidad moral y espiritual del ser humano para no faltar.
¿He detenido en mi cerebro por varios minutos pensamientos o deseos impuros? ¿He codiciado la mujer o el esposo de mi prójimo? ¿He mirado a un hombre a una mujer de manera impura? ¿He vivido el pudor de los sentimientos como también un pudor del cuerpo, de acuerdo al momento y espacios como se requiere?
DÉCIMO MANDAMIENTO:
Codiciar significa tener un deseo desordenado de algo o alguien. Quién codicia está insatisfecho con lo que tiene; o más específicamente, con lo que es. El pecado se suscita aquí porque nos amamos demasiado a nosotros mismos y por eso debemos pasar el resto de nuestras vidas trabajando para ir disminuyendo la intensidad de ese amor desmesurado hacia nosotros mismos con el objeto de ir aumentando cada vez más el amor a Dios. Codiciar es un signo de que falta mucho por hacer, es un indicio de que hay que superar nuestras limitaciones naturales, ser más de lo que somos. Y esa es la raíz de el pecado de la codicia y de muchos otros en este mundo; nos amamos demasiado a nosotros mismos y no tanto a los demás.
¿He codiciado los bienes ajenos? ¿He sido envidioso deseando lo que no es mío? ¿He sido avaro? ¿He comido más de lo que necesito? ¿He sido orgulloso, vanidoso o soberbio? ¿Me la paso pensando en lo que hacen los otros sin valorar y dar gracias por lo que yo soy y hago? ¿Tengo envidia de posiciones o puestos que ocupan los demás?
¿Qué otras preguntas me puedo hacer al examinar mi conciencia?
¿Cuáles son las faltas que más cometo y repito? ¿Cuáles serán las causas por las cuales cometo esos pecados de forma repetitiva? Por ejemplo: Soy muy flojo: ¿Por que será? ¿será que no descanso bien? ¿Será que me entretengo en pequeñeces y pierdo el tiempo o no rindo lo suficiente? Soy muy enojón: ¿Por qué será? ¿Será que quiero que todos piensen como yo? ¿Será que exijo demasiado? ¿Será que tengo un problema interno que no he resuelto? ¿Será que me preocupo demasiado como si Dios no cuidara de mí y no me fuera a ayudar? ¿Será que no me conformo con lo que Dios permite que me suceda?
Otros ejemplos: Hablo mal de los demás y critico: ¿Por qué será? ¿Será que vivo juzgando a los otros olvidando lo que dijo Jesús: «no juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados» (Mt 7,1), o será que trato con personas murmuradoras que me contagian de su murmuradera? Me vienen pensamientos o deseos impuros: ¿Por qué será? ¿será que veo cosas impuras o malas en Internet o Televisión, o veo pornografía o no hago bastante ejercicio físico?
Otra pregunta que nos podemos hacer: ¿Cuál será el pecado mío que más le está disgustando a Dios? Si Cristo se me apareciera a ofrecerme quitarme un pecado, ¿Cuál le pediría que me quitara? ¿Qué voy a hacer para tratar de no cometer ese pecado?
¿Qué es arrepentirse de los pecados?
Arrepentirse de los pecados es sentir tristeza o pesar de haber ofendido a Dios que es tan bueno y por haber hecho, pensado o dicho lo que nos hace daño a nosotros mismos o a los demás.
Terminar haciendo un breve acto de contrición que puede ser:
«Dios mío me pesa haberte ofendido porque eres tan Bueno, perdóname, no quiero ofenderte más».
Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.
Misionero de la Misericordia
* El Canon 1398 del Código de Derecho Canónico menciona que «una persona
que realiza un aborto exitoso, incurre en la excomunión automática»(latae
sententiae). Esto significa que en el mismo momento en que el aborto
es consumado exitosamente, la mujer y todos los participantes son excomulgados.
La excomunión es la expulsión, permanente o temporal, de una persona de la
Iglesia. Durante el período de la excomunión, el afectado sigue formando parte
de la comunidad, pero debe cumplir sentencia de ahí el nombre de la misma, del
latín ex communicatio[ne] latae sententiae. La Iglesia cuenta con normas para
la excomunión o el trato con los excomulgados y ordinariamente no cualquier
sacerdote puede perdonar esta falta. El Papa Francisco ha dado autorización,
desde el Año de la Misericordia, a todo sacerdote para perdonar este pecado y
ayudar a quienes están excomulgados por lo mismo, a regresar a la Iglesia
cumpliendo la debida penitencia.