domingo, 14 de abril de 2024

Necesitamos un cambio de actitud, empezando por mí...


El teléfono de un hombre maduro sonó en la Iglesia por accidente durante la homilía. El cura lo regañó, el diácono lo amonestó a la salida, algunos feligreses le dijeron algunas indirectas, otros lo regañaron y su esposa siguió sermoneándolo sobre su descuido todo el camino de regreso a casa, se podía ver la vergüenza y la humillación en su rostro... ¡Nunca más volvió a pisar la Iglesia!

Esa noche, buscando remediar su tristeza, se fue a un bar. Todavía estaba nervioso y temblando. Derramó su bebida en la mesa por accidente. El bartender se acercó y le dio una servilleta para que se limpiara. El mesero vino rápido y trapeó el piso. La gerente le ofreció una bebida de cortesía, mientras también le daba un gran abrazo y le decía: «No te preocupes, hombre. ¿Quién no se equivoca y comete errores?». .. ¡No ha dejado de ir a ese bar desde entonces!

Pienso en cuántas veces habré sido yo causa de que alguien deje la Iglesia por un mal testimonio, por una palabra mal aplicada, por un regaño, por una indirecta, por una llamada de atención en público, por una humillación...  ¿Quién no se equivoca y comete errores?» 

A veces nuestra actitud de creyentes —sacerdotes, religiosos, laicos de cualquier edad y condición— aleja a las almas de la Iglesia. Nuestra actitud rompe nuestras relaciones y destruye incluso nuestros grupos, nuestras familias, nuestras comunidades. 

Necesitamos un cambio de actitud que con actos de misericordia pueden marcar la diferencia por la forma en que tratamos a otras personas, especialmente cuando cometen errores.

He tomado esto, que he editado un poco, de un escrito que uno de los Vanclaristas puso en su muro de Facebook. Quiero aprovecharlo para agradecer a todos las oraciones que hacen por mí, por mi vida, por mi conversión, por mi ministerio, por mi fidelidad y perseverancia. Pero también quiero aprovechar para pedir una disculpa a quienes he herido su corazón de hijos de Dios, de miembros de la Iglesia porque a veces no he sido un buen sacerdote, una buena persona, un buen hermano... Si merezco su perdón, yo se los pido.

Este año cumpliré, si Dios me presta vida, 35 años en el ministerio sacerdotal... ¡Cuántos errores en este tema no habré cometido! Pidan al Señor que tenga misericordia de mí. Y yo, por mi parte, les reitero a todos que viven «de a grapa», como dicen los muchachos, en mi corazón.

Padre Alfredo.

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