En estos días de descanso —que por cierto hoy culminan—, he estado leyendo diversos artículos con temas de pascua y de actualidad. Me encontré, entre otras cosas interesantes, un artículo en el que el que se cita un párrafo del libro «Gente di Pasqua. La comunità cristiana, profezia di speranza» del cardenal Luis Antonio Tagle —Chito, como le gusta que le llamen— en el que hablando de la globalización dice: «Al igual que las personas y las ideas, también los capitales se desplazan velozmente en todo el mundo porque también nuestras economías están globalizadas. Pero, naturalmente, el traslado de capitales le sucede solamente a aquellos que ya son económicamente fuertes... Esto se puede verificar solamente en las grandes empresas y las personas más ricas»… El poder del dinero es lo que establece quien puede superar cada obstáculo. Para los pobres sin poder, los muros que les separan de los ricos son tan altos y grandes como antes». Esto me ha hecho ir a la Oración Colecta de este viernes de la Octava de Pascua en la que le pedimos al Señor nos conceda manifestaren las obras lo que celebramos con fe.
Desde ayer he sentido con gran fuerza una inmensa gratitud al Señor por todo lo que me ha dado, no solo en estos días con mi tía, mis primos y sobrinos de Houston, sino a lo largo de toda mi vida. En varios momentos de ayer y hoy me he preguntado: ¿Quién soy yo para que nunca me haya faltado nada, cuando hay tanta gente que carece de todo? Me he quedado pensando, luego de haber leído estas palabras del cardenal Tagle en el muro al que hace referencia al hablar de pobres y ricos y he ido al Documento de Puebla —un valioso documento de la Iglesia del año 1979, que en el número 30 expresa: «Al analizar más a fondo tal situación, descubrimos que esta pobreza no es una etapa casual, sino el producto de situaciones y estructuras económicas, sociales y políticas, aunque haya también otras causas de la miseria. Estado interno de nuestros países que encuentra en muchos casos su origen y apoyo en mecanismos que, por encontrarse impregnados, no de un auténtico humanismo, sino de materialismo, producen a nivel internacional, ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres. Esta realidad exige, pues, conversión personal y cambios profundos de las estructuras que respondan a legítimas aspiraciones del pueblo hacia una verdadera justicia social; cambios que, o no se han dado o han sido demasiado lentos en la experiencia de América Latina.
¡Qué razón hay en estas palabras del ministerio de la Iglesia! Nos falta mucho por hacer, y eso puede empezar con hacer realidad la súplica de esta oración colecta: que manifestemos con las obras lo que celebramos con la fe. Y es que en la Pascua lo que celebramos con fe es el resurgimiento del hombre nuevo, de la persona que después de haber atravesado el lago camino cuaresmal ha renacido y mira el mundo con ojos nuevos. ¿Qué podremos hacer para ayudar a derribar ese muro?… ¿Qué podremos hacer para hacer menos hondo ese abismo? Vivimos, la mayoría de los creyentes, en un mundo impactado por el materialismo que desperdicia mucho, que ciega la mirada ante las necesidades de los demás, que alucina atrapado en lo superfluo, en lo que no se necesita, incluso en lo que aparta de Dios y del sentido de la vida. Que María santísima nos ayude a que de verdad haya un resurgir de nuestras vidas en esta Pascua… Sí, hay mucho que hacer. ¡Bendecido viernes de la Octava de Pascua!
Padre Alfredo.
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