«Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil
porque pasan aprisa y vuelan»
(Sal 90 [89], 10).
Setenta —decía San Juan Pablo II en su Carta a los Ancianos— eran muchos años en el tiempo en que el Salmista escribía estas palabras, y eran pocos los que los superaban; hoy, gracias a los progresos de la medicina y a la mejora de las condiciones sociales y económicas, en muchas regiones del mundo la vida se ha alargado notablemente. Sin embargo, sigue siendo verdad que los años pasan aprisa; el don de la vida, a pesar de la fatiga y el dolor, es demasiado bello y precioso para que nos cansemos de él.
«Verdaderamente la vejez tantas veces es un poco fea, ¡eh! —dijo una vez el Papa Francisco en una homilía— por las enfermedades que trae y todo esto, pero la sabiduría que tienen nuestros abuelos es la herencia que nosotros debemos recibir. Un pueblo que no custodia a los abuelos, un pueblo que no respeta a los abuelos, no tiene futuro, porque no tiene memoria, ha perdido la memoria. (…) nos hará bien —comentó hacia el final de su homilía— pensar en tantos ancianos y ancianas, tantos que están en casas para ancianos, y también en tantos —es fea la palabra, pero digámosla— abandonados por sus familiares. Son el tesoro de nuestra sociedad».
Me encontré este video que, por lo menos a mí, me sensibiliza a pensar en la realidad la vejez, aquella realidad que nos espera a todos si Dios nos presta largos años de vida. Creo que, si lo vemos, nos ayuda a saber valorar y apreciar los diversos dones que Dios pone en nuestras vidas, como la salud y las amistades, y nos lleva a recordar que nuestra caridad cristiana se tiene que vivir especialmente con los más frágiles y necesitados.
Cada vez que llego a casa de mis padres, me encuentro con mis dos viejitos, con estos dos papás maravillosos que nos formaron a Eduardo mi hermano y a mí y que ahora rebasan los 80 años viviendo la experiencia de ser abuelos y bisabuelos... ¡Qué gozo llegarlos a ver aunque sea unos ratitos! ¡Qué alegría compartir el rato aunque hablemos de lo mismo y lo mismo y de repente olvidemos dónde dejamos las cosas o a qué hora quedamos de hacer tal o cual cosa! ¡Qué regocijo sentarnos a la mesa juntos aunque batallemos un poco para masticar o partir algunas cosas! ¡Qué bendición sentir el gozo de la familia resguardada en todo momento por la misericordia infinita de Dios Amor".
Pero no son solo los hijos y nietos de padres ancianos y los enfermeros o religiosos y religiosas que los cuidan en los asilos quienes deben interesarse por los mayores. Comparando a los que formamos la Iglesia con el cuerpo humano, san Pablo escribió: «Dios compuso el cuerpo, dando más abundante honra a la parte a que le hacía falta, para que no hubiera división en el cuerpo, sino que sus miembros tuvieran el mismo cuidado los unos de los otros» (1 Corintios 12,24-25). O según otra versión: «para que cada parte del cuerpo se preocupe por cuidar de las demás». A fin de que nuestras familias y la Iglesia misma funcionen armoniosamente, cada miembro debe interesarse por el bienestar de sus hermanos en la fe, incluidos los mayores (Gálatas 6,2). Les comparto ahora esta Homilía del Papa Francisco que, buscando otras cosas, me encontré en Internet:
Martes, 19 de noviembre de 2013
Homilía en Santa Marta
“Proteger, escuchar y venerar a los abuelos”
«Elegir la muerte, antes que escapar con ayuda de amigos complacientes, con tal de no traicionar a Dios y también para demostrar a los jóvenes que la hipocresía nunca es útil, y mucho menos renegar de la propia fe. Todo esto forma parte de la historia del noble Eleazar, figura bíblica del Libro de los Macabeos propuesta por la liturgia del día, quien, ante los torturadores que querían obligarlo a retractarse, prefiere el martirio, el sacrificio de la vida, antes que una salvación arrancada con hipocresía. Este hombre, frente a la elección entre apostasía y fidelidad, no duda, rechazando la actitud de fingir, disimular piedad, aparentar religiosidad. Es más, en vez de pensar en sí mismo, piensa en los jóvenes, en lo que su acto de valentía podrá dejarles como recuerdo. Es la coherencia de este hombre, la coherencia de su fe, y también su responsabilidad por dejar una herencia noble, una herencia verdadera.
Ahora, en cambio, vivimos en un tiempo en el que los ancianos no cuentan. Está feo decirlo, pero se descartan, ¿verdad? Porque molestan. Pero los ancianos son los que nos recuerdan la historia, nos traen la doctrina, nos trasmiten la fe y nos la dejan como herencia. Son los que, como el buen vino envejecido, tienen esa fuerza dentro, para dejarnos una herencia noble.
Recuerdo un cuento que escuché de pequeño. Los protagonistas son los miembros de una familia (papá, mamá, muchos hijos) y el abuelo que, cuando se toma la sopa, siempre se mancha la cara. Molesto, el padre explica a sus hijos porqué el abuelo se comporta así, y le compra una mesita aparte para que el abuelo coma solo. El mismo papá, un día vuelve a casa y ve a uno de sus hijos jugar con unos trozos de madera. “¿Qué haces?”, le pregunta. “Una mesita”, responde el niño. “¿Para qué? Para ti, papá, para cuando seas viejo como el abuelo”. Esta historia me hizo mucho bien durante toda mi vida, porque los abuelos son un tesoro.
La epístola a los Hebreos (13,7) dice: “Acordaos de vuestros mayores, que os predicaron la palabra de Dios; considerad cuál ha sido el resultado de su conducta, e imitad su fe”. La memoria de nuestros antepasados nos lleva a imitar su fe. Es verdad que la vejez, a veces, es un poco mala, por las enfermedades que comporta y todo eso, pero la sabiduría que tienen nuestros abuelos es la herencia que debemos recibir. Un pueblo que no protege a los abuelos, un pueblo que no respeta a los abuelos, no tiene futuro, porque no tiene memoria, ha perdido la memoria.
Nos vendrá bien pensar en tantos ancianos y ancianas, muchos que están en las casas de reposo, y otros muchos –es fea la palabra, pero digámosla– abandonados por los suyos. Son el tesoro de nuestra sociedad. Pidamos por nuestros abuelos y nuestras abuelas, que tantas veces han tenido un papel heroico en la trasmisión de la fe en tiempos de persecución. Cuando papá y mamá no estaban en casa, e incluso tenía ideas extrañas que la política de aquel tiempo enseñaba, han sido las abuelas las que han trasmitido la fe. Cuarto mandamiento: es el mandamiento de la piedad: ser piadosos con nuestros mayores. Pidamos hoy a esos “viejos” Santos —Simeón, Ana, Policarpo y Eleazar— la gracia de proteger, escuchar y venerar a nuestros mayores, a nuestros abuelos». (Hasta aquí la Homilía del Papa).
Me siento muy contento y agradecido con Dios nuestro Señor de estar a veces con Alfredo y Blanca que me dieron la vida y me siento feliz de tener muchos amigos ancianos.. ¡Aprendo tanto de ellos! Además, ya voy en los «55» —en los Estados Unidos ya soy «Senior Citizen» por lo menos para los descuentos en restaurantes— y tal vez, si Dios lo permite, llegue a ser un anciano al que seguramente le seguirá gustando compartir, como a muchos de ellos, con los jóvenes y los niños. Hagamos memoria: «los abuelos son el tesoro de nuestra sociedad y un pueblo que no los toma en cuenta no tiene futuro porque no tiene memoria».
Alfredo Delgado Rangel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario