El término posmodernidad o postmodernidad ha sido utilizado desde hace algún tiempo para designar generalmente a un amplio número de movimientos artísticos, culturales, literarios y filosóficos del siglo XX que se extienden hasta hoy, definidos en diverso grado y manera por su oposición o superación de las tendencias de la Edad Moderna. En sociología los términos posmoderno y posmodernización se refieren al proceso cultural observado en muchos países en las últimas dos décadas, esta otra acepción de la palabra se explica bajo el término posmaterialismo.
Las diferentes corrientes del movimiento posmoderno aparecieron durante la segunda mitad del siglo XX y aunque se aplica a corrientes muy diversas, todas ellas comparten la idea de que el proyecto modernista fracasó en su intento de renovación radical de las formas tradicionales del arte y la cultura, el pensamiento y la vida social y ahora se requiere algo totalmente nuevo.
Uno de los mayores problemas a la hora de tratar este tema resulta justamente en llegar a un concepto o definición precisa de lo que es la posmodernidad. La dificultad en esta tarea resulta de diversos factores, entre los cuales los principales inconvenientes son la actualidad, y por lo tanto la escasez e imprecisión de los datos a analizar y la falta de un marco teórico válido para poder hacerlo extensivo a todos los hechos que se van dando a lo largo de este complejo proceso que se llama posmodernismo. Pero el principal obstáculo proviene justamente del mismo proceso que se quiere definir, porque es eso precisamente lo que falta en esta era: un sistema, una totalidad, un orden, una unidad, en definitiva, coherencia.
Algunos estudiosos pensaban que la posmodernidad era solamente una moda pasajera que llegó a nosotros con fecha de caducidad a la vista y que no había que concederle mucha importancia. Yo no lo pensé así y el tiempo me va dando la razón. A mi juicio estamos en una nueva época de la historia que se manifiesta en nuevas situaciones con nuevos descubrimientos, nuevos problemas, nuevos retos y nuevas soluciones para la humanidad y por lo tanto para la Iglesia.
En los años setentas, el documento "Evangelii Nuntiandi" decía: «Lo que importa es evangelizar —no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en prfundidad y hasta sus mismas raíces— la cultura y las culturas del hombre» (E.N. 20). El tiempo apremia y hay que recordar también lo que nos dice aquel famoso "Documento de Puebla": «Es mejor evangelizar las nuevas formas culturales en su mismo nacimiento y no cuando ya están crecidas y estabilizadas» (Puebla 393). ¿Por qué hemos tardado tanto?
La época que estamos viviendo está marcada por profundos cambios que van tan de prisa como la luz y el sonido. Basta ver la diferencia de la proyección de un video que sea «atractivo» a los jóvenes de hoy y uno de hace diez años. La Edad Moderna daba por supuesto el progreso, pero la posmodernidad ha venido a cambiar mucho, muchísimo las cosas. Entre las principales características del pensamiento post moderno que marcan diferencia con el pasado está el que el pensamiento actual asegura que la filosofía occidental creó dualismos y que la verdad es la que parece a cada quien.
La posmodernidad se ha presentado en nuestras vidas no como una era concreta, ubicable entre fechas precisas, ni como la secuencia lógica de la modernidad, sino como su desarticulación y bifurcación. Es como una especie de fenómeno que ha colonizado áreas cada vez más amplias y rechaza las oposiciones y hace énfasis en las diferencias: no acepta al logos como verdad trascendental, sino como encadenamiento de significaciones incesantes; su concepción de lo social —cuando la tiene— es fragmentaria y confusa. Pero, sobre todo, pone en duda (—valiéndose de muchas contradicciones— los principales conceptos emanados de la modernidad: desde el Estado-nación hasta el sujeto soberano, pasando por las mismas nociones de civilización y progreso. En un vaivén interminable, coquetea con el relativismo más extremo y con las proposiciones más cuestionables, desde la perspectiva de lo público. Niega, a su modo, la historia y a las ideologías, aunque ella misma sea parte de un proceso histórico. Posee su propia construcción ideológica y acepta cualquier manifestación como digna de análisis. Su mayor influencia se manifiesta en el actual relativismo cultural y en la creencia de que nada es totalmente malo ni absolutamente bueno.
La verdad no se a ciencia cierta si en las prisas con las que el mundo corre seguiremos viviendo aún en la posmodernidad, pero la existencia de ésta, no deja de recordarnos que vivimos en un mundo tan desigual, que mientras unos luchan por sacar adelante a una humanidad que lo pasa francamente mal, existe una casta de adolescentes y jóvenes caprichosos que se aburren con sus juguetes caros para olvidarse de todos esos problemas reales que tan antiestéticos y molestos les resultan. Siento que existen algunos síntomas alarmantes de que se está olvidando —en gran medida— la visión integral del hombre como persona humana y criatura de Dios, que nos ofrece el cristianismo —como espíritu encarnado o encarnación de un espíritu— como hijo de Dios y centro del universo; y de que se está cayendo en un progresivo reduccionismo en su comprensión. La espiritualidad actual se reduce mucho a mera psicología. La psicología, a biología. La biología a zoología. La zoología, a anatomía. Y la anatomía, a mecánica. El hombre, que anhelaba ser superhombre, se ha convertido no sólo en un subhombre —como afirmó Camus— sino en un robot.
El dilema del posmodernismo es este: ¿cómo es posible afirmar la categoría y validez de sus enfoques teóricos, si no se admiten ni la verdad ni los fundamentos del conocimiento? Si eliminamos la posibilidad de fundamentos o modelos racionales, ¿sobre qué base podemos operar? ¿Cómo podemos entender qué clase de sociedad es aquella a la que nos oponemos y, menos aún, llegar a compartir semejante entendimiento? Cuando se analiza detalladamente, el posmodernismo nos deja desesperanzados en un corredor interminable; sin una crítica viva; en ninguna parte.
Creo que es preciso que todo hombre y mujer de fe, atienda con mirada crítica este fenómeno. Es urgente ofrecer un mensaje de sencillez, frente a tanta complicación, sólo así podríamos empezar a atender las causas de estos malestares posmodernos que unidas al relativismo van construyendo, como bien lo decía san Juan Pablo II en sus tiempos de Pontífice, una cultura de la muerte.
Alfredo Delgado Rangel.
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