Mujer, aquí tienes a tu hijo... (Jn 19,26).
Mirando a su Madre de pie, junto a la Cruz, con el discípulo amado, Jesús, poco antes de morir, le dijo a su Madre: "Mujer, aquí tienes a tu hijo" y puso en su corazón el amor materno. Y María acepto por suyos a todos los hijos de la Cruz y se convirtió en Madre nuestra.
El segundo día del Triduo Pascual tiene como centro de meditación la Cruz pensando en la sepultura del Señor en un día de silencio y contemplación, ayuno y espera; un día de calma tensa porque algo grande va a ocurrir. Por la mañana smuchas comunidades rezan la corona dolorosa, porque la piedad cristiana tiene un recuerdo muy especial en este día para la Virgen María, que en el Sábado Santo, especialmente, vuelve a nosotros “sus ojos misericordiosos” porque nos recibió como Madre.
EI Salvador no quiso dejarnos su testamento hasta la Cruz, un poco antes de morir y allí, antes que nada, lo selló. Su sello no es otro sino Él mismo, como había hecho decir a Salomón, hablando por medio de él a un alma devota: "Ponme como un sello sobre tu corazón" y adorna este sello con su Madre Santísima. Su testamento son las divinas palabras que pronunció sobre la cruz. Dichosos nosotros, que somos hijos de la Cruz con María como Madre, pues tenemos la seguridad de que nuestro Redentor no nos ha abandonado y nos va a dar la gloria.
Mientras como Iglesia esperamos la Resurrección con la Madre del Salvador, se está dando el sueño de Cristo en los brazos del Padre. Cristo, en su infinita misericordia, ha abrazado el trágico destino del hombre en su muerte; ha permanecido en ella y «en la esperanza reposa su carne».
Ayer celebramos la «Adoración de la Santa Cruz». El Misal Romano no dice nada de «Crucifijo» para el Viernes Santo, sino que habla de ostensión y adoración de la «Cruz».
«La genuflexión, que se hace doblando la rodilla derecha hasta la tierra, significa adoración; y por eso se reserva para el Santísimo Sacramento, así como para la santa Cruz desde la solemne adoración en la acción litúrgica del Viernes Santo en la Pasión del Señor hasta el inicio de la Vigilia Pascual» (IGMR n. 274) nos recuerda que lo que se adora aquí, propiamente, aunque con culto de latría relativa, es la Santa Cruz, no el Crucificado.
Por una tradición muy antigua de la Iglesia, para la adoración del Viernes Santo, se utiliza sólo la Cruz, sin la efigie del Cristo crucificado. Además, en la celebración litúrgica de la Pasión del Señor, porque luego de la solemne proclamación del Evangelio que relata la misma, se manifiesta mejor la muerte de Cristo al estar la Cruz desnuda, sin la imagen de Nuestro Señor. La Cruz sola corresponde mejor a la verdad del signo: se adora la cruz «donde estuvo clavado el Salvador del mundo» (como canta el sacerdote invitando a la adoración). Las oraciones, pues, hacen referencia a la Cruz y no a Cristo.
La Cruz «Crucifijo» nos recuerda, en las celebraciones litúrgicas ordinarias, la Pasión de Cristo, pero el momento de la Adoración de la Cruz es posterior a la misma Pasión, que litúrgicamente se celebró en la Primera Parte, con la Liturgia de la Palabra (más aún, teniendo en cuenta que el Viernes Santo no hay celebración sacramental del Sacrificio de la Misa). Se trata de un momento, podríamos decir, de exaltación de la Cruz, un paréntesis en el Viernes Santo, que luego tendrá su magnificación o celebración en «detalle», en la fiesta de la Exaltación de la Cruz.
Lo que venimos afirmando, está de acuerdo con el origen de este antiguo rito, que tuvo lugar en Jerusalén cuando fue encontrada la Santa Cruz de Nuestro Señor (s. IV). Reliquias de la misma fueron repartidas rápidamente, sobre todo a Roma, de manera que el rito suponía que se adoraban o veneraban «las reliquias de la Santa Cruz». Nada hacía suponer que incluyera la imagen del Crucificado. Además, incluso como ornato del Altar, el Crucifijo entró recién en el s. XIV (Cf. RIGHETTI, M., Manuale di storia liturgica, Áncora, Milano 2005, 2ª Anastatica, I, 536).
Así, al concluir la celebración, se queda en el presbiterio «La Cruz», al pie de la cual está María acompañando a todos sus hijos en espera de la resurrección gloriosa de nuestro Salvador.
Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.
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