domingo, 7 de diciembre de 2025

«Las vacaciones, un tiempo esencial para los sacerdotes»

Los sacerdotes, al igual que todo el resto del común de los mortales, acumulamos cansancio. El ejercicio de nuestro ministerio nos mantiene en constante movimiento que a veces termina pasando factura a nuestra salud, por eso no debemos renunciar al necesario tiempo de descanso recordando obviamente que un sacerdote sigue siendo «alter-Christus», otro Cristo, que se pone in persona Christi, en lugar de Cristo, para que Cristo pueda estar presente entre la demás gente que. vacaciona. ¡Los sacerdotes siempre llevamos co nosotros «tatuado», el amor de Cristo durante las vacaciones.

Sabemos que nuestra respuesta vocacional suele malinterpretarse como una obligación de estar disponibles 24/7. Pero el descanso y la relajación son tiempos indispensables para recargar energías, romper con un ritmo a veces abrumador.

Ninguno de los sacerdotes —al igual que el resto del común e los mortales— estamos libres de sufrir un «burn-out» —un estado de agotamiento físico, mental y emocional causado por estrés laboral crónico— por enfrentar una sobrecarga de trabajo en soledad. Para evitar esto es vital tener amigos sacerdotes, un grupo donde podamos hablar, compartir, reír y descansar. El aislamiento es el terreno más fértil para el desgaste espiritual.

San Juan Pablo II hablaba, ya en sus tiempos, de las exigencias del ministerio sacerdotal que por la escasez de sacerdotes se acrecentaban; el Papa Francisco pidió con insistencia sacerdotes alegres; y León XIV nos habló, el 26 de junio de este Año Jubilar, a un grupo de 1,500 sacerdotes diocesanos y religiosos que colaboramos en la formación permanente del clero, de las alegrías y fatigas de los presbíteros diciéndonos, entre otras cosas: «Nadie aquí está solo. Y aunque estés trabajando en la misión más lejana, ¡nunca estás solo! Traten de vivir lo que el Papa Francisco llamaba tantas veces la “cercanía”: cercanía con el Señor, cercanía con el obispo o el superior religioso, y cercanía también entre ustedes, porque realmente deben ser amigos, hermanos; vivir esta hermosa experiencia de caminar juntos sabiendo que estamos llamados a ser discípulos del Señor. Tenemos una gran misión y juntos podemos llevarla a cabo. Contemos siempre con la gracia de Dios, también con mi cercanía, y juntos podremos ser verdaderamente esta voz en el mundo».

Lo sabemos bien: si un sacerdote no está bien en su vida personal, espiritual, física o psicológica, difícilmente será feliz en su ministerio, y eso inevitablemente repercute en las comunidades. No somos héroes. La fatiga puede afectarnos sin importar nuestra edad y los años de ordenados. 

Las vacaciones suelen ser muy beneficiosas. El Papa Francisco no fue muy dado a tomarlas, mientras que San Juan Pablo II y Benedicto XVI se refugiaban en las montañas del norte de Italia, y León XIV se retiró dos semanas a Castel Gandolfo a donde se va, habitualmente cada martes. No puedo hablar por todos por supuesto, pero para mí el día de descanso, la semana de estudio, el retiro, los ejercicios y las vacaciones son esenciales porque como decía alguien por allí: «Quien no descansa, cansa a los demás». 

Aprovechemos nuestros días de vacaciones y termino esta breve reflexión dedicada a mis hermanos Misioneros de Cristo; a uno de mis grupos de amigos sacerdotes muy queridos formado por Toño, Checo, Jaime, Van Troi, Edgar y Rola; también a Julián, José Luis, Florencio, Lauro, Pancho; a Victor y a mis demás ahijados padres y muchos amigos sacerdotes más con las palabras con que el Santo Padre terminó nuestro encuentro de junio pasado: «No somos perfectos, pero somos amigos de Cristo, hermanos entre nosotros y hijos de su tierna Madre María. Y eso nos basta».

¡Felices vacaciones a todos mis hermanos sacerdotes!

Alfredo, M.C.I.U.

sábado, 6 de diciembre de 2025

ORACIÓN A CRISTO REY

Mi padre, don Alfredo (1934-2019), solía rezar mucho y pensar en Cristo Rey como compañero de camino. Muy temprano hacía sus oraciones y en especial, ya anciano, repasaba, después de Laudes, una serie de oraciones entre las cuales me encontré ésta. De niños nos llevó muchas veces a la parroquia de Cristo Rey en Monterrey a misa dominical. Les invito a rezarla ustedes también:

Corazón Sacratísimo del Rey pacífico, 
¡Corazón Santo que adoro con toda las fuerzas de mi ser!
¿Cómo, ni con que se me dará dado 
agradecerte los beneficios innumerables,
de que tu ardientísima caridad 
me ha colmado, en toda mi vida? 

Yo quisiera, dulcísimo Rey, 
poseer el lenguaje de los serafines 
para que mis palabras 
ardiesen en este día, 
tanto como mi corazón, 
al entregarme sin reservas a ti, 
consagrándote, amantísimo Rey 
las potencias de mi alma, 
los sentidos de mi cuerpo, 
mi vida, mi muerte y todo cuanto soy. 

¡Viva Cristo rey, en mi corazón, 
en mi casa, y en mi patria!
Amén.

Parroquia de Cristo Rey
en Monterrey.


lunes, 1 de diciembre de 2025

UNA FE SORPRENDENTE... Un pequeño pensamiento para hoy

El tiempo el Adviento es algo así como un hermoso canto de gratitud al Padre Misericordioso que nos colma con la esperanza de que su Hijo, el Redentor, viene a salvarnos. El Mesías vendrá primeramente a reafirmar la fe de Israel. El profeta Isaías nos lo recuerda en la primera lectura de hoy (Is 4,2-6): «Aquel día, el vástago del Señor será el esplendor y la gloria, y el fruto del país será orgullo y ornamento para los redimidos de Israel». Luego se acercarán las naciones paganas a participar del don de su salvación, como lo vemos en el evangelio de este lunes (Mt 8,5-11). El centurión sabía que era muy probable que Jesús no entrara a casa de un pagano y confiesa con humildad que él no pertenece al pueblo elegido, que la salvación le llegará, todo lo más, en un segundo momento.

Pero, a la confesión de la propia humildad, viene enseguida la impresionante confesión de fe cristológica. El centurión funda una contraposición entre su autoridad y la de Jesús; su autoridad es limitada, subordinada; él no es el césar… pero tiene algún poder sobre soldados y criados, un poder que es «eficaz». Frente a ese poder limitado, reconoce que Jesús posee un señorío absoluto que por la autoridad que muestra, es capaz de trascender espacios. Jesús mismo queda sorprendido de la indefectible fe del pagano; el texto griego dice «etháumasen», que significa que Jesús «se admiró». Al parecer, los judíos, incluso los que estaban más cerca de él, con toda su preparación veterotestamentaria, no habían llegado a percibir esa su ilimitada autoridad mesiánica.

Esto abre nuestro corazón a la gratitud, porque esta acción colma la tarea del Mesías de un sinfín de esperanzas misioneras: «vendrán muchos de oriente y de occidente...». El Adviento es esperanza para todos... ¡para todos! —como decía el papa Francisco—porque el Padre Eterno no considera a nadie como caso perdido, para todos envía a su hijo Jesús. El pagano, el inmoral, el político corrupto o el explotador… no han perdido la capacidad de reconocer en Jesús a su Salvador. Prologuemos este anhelo de nuestro Padre Dios y en este tiempo de Adviento vayamos preparando no solo nuestro corazón, sino el de quienes nos rodean, aunque estén alejados de la fe. Seguro con pequeños gestos de servicio, de atención, de escucha, percibirán que hay «Alguien» que se acerca y nos trae la Buena Nueva. Con María caminemos de la mano en este Adviento. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 30 de noviembre de 2025

Reorientar el corazón... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy comenzamos un nuevo año litúrgico y con él se abre el tiempo de Adviento, una de las etapas más significativas del camino cristiano. Cuatro semanas en las que la Iglesia nos invita a preparar el corazón para recibir al Señor que viene, no sólo en la memoria de su nacimiento sino también en su venida diaria a nuestras vidas y en su retorno glorioso al final de los tiempos. El Adviento es un tiempo de esperanza activa, de vigilancia y conversión en medio de un mundo que como veja extraviada se pierde entre los espinos del consumismo y del materialismo reinante. En medio de todo esto, la liturgia nos invita a detenernos, a mirar más allá de lo inmediato y descubrir los signos discretos de la presencia de Cristo entre nosotros.

La Palabra de Dios de este día —con la voz profética de Isaías que nos invita a «caminar» (Lc 2,1-5), la exhortación de San Pablo a «despertarnos» (Rm 13,11-14c) y el llamado de Jesús a «velar» (24, 37-44)— nos sitúa ante la urgencia de abrir los ojos a lo esencial. Este es el espíritu del Adviento: vivir atentos a la venida del Señor, con fe, con alegría y con esperanza renovada aún en medio de un mundo tan confuso que se pierde entre afirmaciones nada creíbles de algunos gobernantes de las naciones y de opiniones desacertadas de influencers que parecen no saber nada del tema que abordan. En medio de la falta de tiempo para Dios en la que la mayoría de la gente vive hoy, nosotros hemos de ser esperanza para el comienzo de una vida nueva.

Vivamos el Adviento como un tiempo privilegiado para reorientar el corazón. Que cada lectura, cada canto, cada oración de estas cuatro semanas, sea una invitación a dejar que su venida nos renueve por dentro. Preparémonos atentos para la segunda venida de Cristo, porque no sabemos ni el día ni la hora. ¿Cuándo llegará ese momento para nosotros? No lo sabemos. Puede ser nuestra propia muerte, un momento decisivo en el que se resuelva algo importante o una venida multitudinaria. El Señor puede encontrarnos «en el campo» o «moliendo». Y tomar conciencia de que lo más importante es lo que pueda encontrar el Señor en nuestro corazón. Tenemos por delante una hermosa tarea durante estas cuatro semanas: preparar nuestro interior como si fuera el pesebre que va a recibir a Aquél que nos da la vida. Seamos profetas de la esperanza, no del desaliento ni de un optimismo meramente pasajero. ¡Con María, esperemos la llegada del Salvador!

Padre Alfredo.

sábado, 29 de noviembre de 2025

Ya viene el Adviento, tiempo de esperanza... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

Luego de un tiempo de descanso —no sé si merecido o no— regreso a escribir mi «pequeño pensamiento» para hoy sábado, último día del Tiempo Ordinario en la Iglesia. Ya esta tarde serán las primeras vísperas de Adviento y con ello la apertura del nuevo año litúrgico que se identifica en el calendario con el ciclo «A» en el que se lee el evangelio de San Mateo. Las lecturas de estos días tienen, tanto la primera lectura (Dn 7,15-27) como el evangelio (Lc 21,36), un tinte apocalíptico pero que al mismo tiempo son situaciones que suceden en nuestros días, y que por lo mismo alientan nuestra esperanza. Porque, ¿cómo tener esperanza cuando parece que todo parece que se acaba, que ya nada es estable, que las élites altas «viven en las nubes» lejos del pueblo que dicen que tanto defienden y en donde los valores son denostados y nuestra fe es cada vez más insignificante y pequeña frente a la globalización del materialismo?

El Adviento nos invita a tener esperanza, recordando que no es una época para caer en un optimismo fácil envuelto entre venaditos, pinos navideños, luces de colores y escasos «Nacimientos» que todavía se dejan ver, porque… ¡seamos sinceros, la cosa en México y en otras partes no está para ser optimistas ni siquiera con eso! ¡No!, a los católicos se nos pide ser esperanzados, que es tener puesta nuestra confianza en Alguien que tiene el poder para cambiar las cosas y a quien estamos «esperando» con fe. Este tiempo que vamos a iniciar nos mueve a poner toda nuestra confianza y anhelo en el Dios de la historia que hace que todo concurra para el bien de los que lo aman y de manera especial se dejan amar por él. La esperanza se nos presenta hoy como ese pequeñísimo grano de mostaza o esa poca levadura que fermenta la masa sin darnos cuenta.

Por eso el evangelio de este sábado nos lleva a recordar la misión del cristiano hoy día: estar vigilante para no dejar que se abalancen las tentaciones del enemigo, los males que nos acechan, las persecuciones, el pecado. Pero, a la vez, también mirar de reojo las inquietudes de la vida que con su superficialidad quieren distraernos de lo esencial de la vida cristiana, contagiando nuestra vida de banalidad, de superficialidad, de esa mundanidad espiritual de la que hablaba el papa Francisco. El Adviento es tiempo de esperanza que nos lleva a mantenernos ecuánimes en la fe y en la presencia del Señor. Vigilancia, oración y no mero optimismo, son actitudes esenciales de este tiempo litúrgico que pedimos al Señor con todo nuestro corazón. Todo esto nos ayudará a comenzar el año con un corazón renovado y entusiasmado por este nuevo Adviento que el Señor nos regala. Con María esperamos la llegada del Señor. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

martes, 18 de noviembre de 2025

El Señor quiere hospedarse en nuestro corazón... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Hoy por voluntad de Dios y como regalo de su infinita bondad concluye mi viaje más largo de este año que abarcó mi estadía en nuestras comunidades de El Tigre en Michoacán y Cuernavaca en Morelos. Fueron 20 días de gracia sumergido en el ambiente «Inesiano» de nuestra familia misionera en actividades con mis hermanos Misioneros de Cristo, luego con los Vanclaristas para rematar compartiendo ayer un día de fiesta con nuestras hermanas Misioneras Clarisas. Estoy ya en el caótico aeropuerto de mi querida «Selva de Cemento» —CDMX—que tengo tan abandonada y con ello a mis inapreciables amigos de acá, empezando por mi querido padre Abundio a quienes hace mucho no he podido ver. Llegué hace un ratito de la «Ciudad de la eterna primavera» contemplando que la avenida Gonzalitos en Monterrey, no le llega ni a los talones al lento tráfico de esta ciudad sumergida en la tolvanera de un parque vehicular incontable.

Quiero decirles que desde antes de que saliera el sol, en la Casa Madre ya estaba pensando nuevamente en Zaqueo, que hoy se me hace encontradizo en el maravilloso retazo evangélico de San Lucas (Lc 19,1-10) en la liturgia de la palabra de la misa. Y estaba pensando que creo que «yo le ando haciendo al Zaqueo». Y es que yo también entre la multitud, busco siempre a Dios, pero lo busco no trepándome a un árbol, sino buscando su mirada en cada misa y en cada visita al sagrario. Desde allí creo que como a este simpático hombre bajito el Señor me dice: «acércate Alfredo porque conviene que yo viva hospedado en tu corazón». Y, si no reacciono con premura, pierdo la oportunidad y entonces un corazón de un sacerdote que no hospede a Jesús es un corazón vacío... y en realidad el de todo bautizado.

Zaqueo deja entrar a Jesús en su casa y en su corazón, aunque no se sienta muy digno de tal visita. Yo tampoco soy nada digno. De hecho hay acciones que según yo hago en nombre de Jesús y no son bien recibidas o comprendidas incluso por gente «muy de Iglesia» que aspiran encontrarse con un sacerdote pluscuamperfecto que nunca se equivoque y que jale en todo momento 24/7. Creo que lo esencial en Zaqueo, en mí y en cada uno, es mantener siempre vivo el propósito de compartir lo que somos y lo que hacemos a la medida de nuestro alcance, aunque haya gente que de frente me ha dicho: «¡me has defraudado!» por no llenar sus expectativas. Yo sigo convencido de que necesito convertirme cada día como Zaqueo. Pensar en todo lo que tengo —que me viene de Dios— y es para darlo a los demás. Preparando mi reflexión de hoy me encontré con una máxima de san Máximo que dice: «Nada hay más querido y agradable a Dios como que los hombres se conviertan a Él con un arrepentimiento sincero». Estoy seguro que María me ayudará, porque no me deja ni un instante. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 17 de noviembre de 2025

«ASÍ COMO BARTIMEO»... Un pequeño pensamiento para hoy


Todos sabemos que la calle es un lugar ordinariamente de mucho ruido. Hoy San Lucas sitúa a Jesús en la calle, en el camino, en una carretera (Lc 18,35-43) en un relato que aparece también en los otros dos evangelios sinópticos (Mc 10-46.52; Mt 20, 29-34). Jesús va caminando con sus discípulos entre un lugar llamado Jericó y otro del mismo nombre, como me acaba de suceder hace unos días con un sacerdote que nos dijo: «Soy de Jalisco, Nayarit»... y resulta que es de «Xalisco, Nayarit» —se escribe diferente pero se pronuncia igual—. También en Cristo existía esto, por eso Lucas dice que «antes de entrar a Jericó» y Marcos que «después de salir de Jericó», quien además nos dice que el ciego se llamaba «Bartimeo». Pero bueno, aquí lo interesante es que Jesús va de camino y que ante los insistentes gritos de un pobre ciego, él se detiene porque entre el ruido aquel hombre logra captar su atención.

El otro día alguien me preguntaba: —¿padre, usted cómo le habla a Jesús cuando reza? Y le dije: —así como te hablo a ti». —¿con esas palabras padre? —Pues con cuales querías que le hablara, le contesté. Yo no puedo imaginarme en discursos elaborados para hacer oración. Sí, ciertamente tenemos ya fórmulas elaboradas por grandes santos, por grandes místicos, pero a mi me sale gritarle a Jesús así como Bartimeo, que aprovechando que pasa por allí le hace ver su necesidad: «¡Señor, que vea!». ¿A poco no aprovechas tú cuando vas a alguna boda, un quinceaños, un funeral en alguna parroquia que no es la tuya para pedirle algo a Jesús que va pasando por allí por la celebración que acontece? Aquel hombrecillo simplemente estaba sentado al borde del camino tal vez hasta fatigado o aburrido y le dijeron quién era Jesús. Hoy podemos considerar nuestra vida reflejada en Bartimeo: como él, fatigados y sin vista, y como él, nos abrimos a Jesús, pidiéndole «ver».

Nunca debemos dejar de pasar la oportunidad de hacerle llegar a Jesús nuestro grito: «¡Señor que vea!». Que vea a la ristra de personas que a lo largo de mi vida me han ayudado a eso «a ver» la acción de Dios, que vea lo que hay en mi corazón y que deba ser cambiado, que vea la acción directa de Dios en mi vida en los momentos de oración íntima en contacto con él... «¡Señor, que vea!» A veces el mundo que nos rodea nos increpa a que nos callemos como a él. Pero nos da un gran ejemplo que percibimos muchas veces en un dicho popular: ¡Al que no habla, Dios no lo oye! Pidiéndole a María santísima que nos ayude a expresar nuestra necesidad a Dios como Bartimeo, trabajemos por animar a otros a hablarle a Dios así como este hombre, desde lo profundo del corazón. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.