martes, 16 de diciembre de 2025

«Hoy empiezan las posadas»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

Oficialmente hoy empiezan las Posadas, esta antiquísima tradición mexicana que se ha extendido por el mundo para revivir el peregrinaje de María y José desde Nazaret a Belén en busca de alojamiento —posada— para el nacimiento del Niño Jesús. Cada uno de los nueve días que anteceden a la Navidad, va marcando un valor específico o virtud, como la humildad, la fortaleza, la esperanza, la caridad, la justicia, la pureza, la alegría, el desprendimiento y la confianza. Las Posadas son mucho más que una simple recreación, son una oportunidad para unir a la comunidad, fomentar la solidaridad y fortalecer los lazos familiares y amistosos. Se trata de reuniones que encapsulan el espíritu navideño mexicano, caracterizado por la generosidad, la hospitalidad y la devoción religiosa. Los peregrinos, llevando las imágenes de María y José y acompañados con velas, cantan pidiendo que les abran la puerta en varios espacios. Una vez aceptados, se les recibe, se apagan las velas y se encienden las luces. Enseguida viene el rezo del rosario con cantos, el romper la piñata que representa las tentaciones y se golpea hasta romperse, simbolizando la victoria sobre el mal. Luego se disfruta de la comida y la convivencia.

Esta tradición, ha experimentado en las últimas décadas una transformación muy profunda. Lo que fue una celebración eminentemente religiosa, hoy se vive, en muchos casos, como un evento predominantemente social. La música, la convivencia marcada por el consuma sumamente excesivo de alcohol y el ambiente festivo han desplazado, en muchos casos, el componente espiritual. La relación de mucha gente con la religión, el tiempo libre y la identidad cultural está mediada por la globalización, la tecnología y los cambios sociales que atraviesan a México y al mundo. Por ello, eso ha influenciado para cambiar las prácticas festivas que les fueron heredadas. Uno de los factores importantes para comprender este fenómeno es la distancia creciente entre el mundo consumista, materialista y hedonista y las instituciones religiosas. Es de todos sabido que actualmente se registra una disminución en la práctica religiosa. Casa vez más personas —incluso miembros de nuestras familias, se identifican como creyentes no practicantes, espirituales pero no religiosas, o simplemente alejadas de cualquier doctrina formal. En este contexto, las posadas ya no despiertan el mismo interés espiritual que antaño.

En medio de este contexto, la liturgia de la palabra de la misa de hoy nos presenta al profeta Sofonías (Sof 3,1-2.9-13), que alza la voz en el nombre del Señor y busca suscitar gente fiel —aunque sea un pequeño grupo— que restaure el verdadero culto al Señor en espíritu y en verdad. Hemos nosotros como aquel «resto fiel» estar muy atentos para escuchar la llamada de Dios y no perdernos en celebraciones en donde el gran ausente es precisamente él, el Señor. Tenemos que darnos cuenta de lo que impide la llegada del Señor a nuestras vidas y a las del mundo que nos rodea y vencer la oscuridad de la negación práctica al Dios que salva. A la luz de Sofonías y los demás profetas que vemos en el Adviento, discernamos cada uno, junto a María y José, si formamos parte de ese «resto» o estamos atrapados por el sin sentido de fiestas vacías, si quizá incluso nos sentimos llamados a ser profeta para los que me rodean, si puedo vivir la humildad y la pobreza que hacen posible «ver» a Dios. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

«UN IMPORTANTE ANTÍDOTO CONTRA LA SOLEDAD, LA DEPRESIÓN, LA ANGUSTIA Y LA ANSIEDAD EN EL SACERDOTE»

Soy consciente de que soy un sacerdote viejo. De hecho el más viejo del círculo de amigos sacerdotes con los que actualmente comparto muchos momentos en Monterrey donde mis superiores me tienen por ahora. 

El papa Francisco decía que uno de los tesoros que se deben cultivar es la amistad sacerdotal. «La amistad sacerdotal —decía— es una fuerza de perseverancia, de alegría apostólica, de valor e incluso de sentido del humor».

Los sacerdotes, tanto religiosos como diocesanos, debemos querernos, apoyarnos, pues tenemos la misma unción, la misma misión y, además, estamos dentro del camino de la misma santificación por el sacramento del Orden recibido. Y la convivencia, la comunión y la amistad nos hacen fuertes, le dan eficacia a nuestro sacerdocio, fortaleciéndolo y llenándolo de entusiasmo apostólico.

Hace poco, en el «National Catholic Register» de Estados Unidos, apareció un artículo tocando el tema sobre lo que pasa con muchos sacerdotes jóvenes abandonan el sacerdocio ministerial. Lo quiero compartir con algunas adaptaciones porque vale la pena porque sé que cada día más sacerdotes jóvenes toman, aparentemente de forma tempestiva, la decisión de dejar el ministerio sobre todo frustrados, solos, sin amigos sacerdotes, religiosos o laicos. 

Los sacerdotes debemos cultivar el don de la amistad entre nosotros y mantener una viva relación cercana con los consagrados y los laicos, especialmente con las familias, con los feligreses del pueblo de Dios. El sacerdote apartado, solitario, distante, lejano «para no contaminarse», no madura afectivamente, sino que más bien decrece, se va para abajo, en el justo sentido del término: se «deprime».

La afectividad sacerdotal crece y madura en relación con una variedad limitada de personas, porque no es que se pueda relacionar con toda gente que nos rodea; imposible; además de ello eso nos sometería a la pérdida de intimidad, que hemos de guardar continuamente. Nos hemos de relacionar también con psicólogos, quizá con un terapeuta, con los otros sacerdotes, con nuestra familia de sangre y las familias de la feligresía. Sin dejar de lado ni descuidar la relación con el director espiritual, que nos ayudará a desarrollar rectamente su vida afectiva.

Por supuesto la relación con las personas, como elemento constitutivo de la afectividad, no excluye -todo lo contrario-, sino exige y supone la relación con las personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. 

Bien, pues estto que viene a continuación es el artículo que me resulta muy ilustrativo y de alguna manera creo que leerlo nos invita a orar por todos los sacerdotes sea cual sea nuestra vocación específica.

«Cuando Toby —nombre ficticio— se acercó al altar durante su misa de ordenación [sacerdotal] hace aproximadamente una década, comprensiblemente estaba nervioso, quizás mucho más [de lo común] que el candidato promedio.

A pesar de haber crecido como católico, amar su fe y recibir constante apoyo durante su experiencia en el seminario, Toby albergaba serias dudas sobre si realmente podría decir "Sí" al sacerdocio. Pero afirma que las expectativas de su familia, sus seguidores y el propio seminario crearon una situación en la que le resultó imposible dar marcha atrás en la ordenación.

Aunque inmediatamente se sintió profundamente inseguro en el sacerdocio, Toby, siguiendo el consejo de un sacerdote mayor, decidió dar lo mejor de sí en el ministerio parroquial. "Para Navidad, estaba al borde de un colapso nervioso", recordó Toby. “Intentaba hacer algo con todo el corazón, de forma correcta y consciente, pero no me sentía capaz. Sobre todo, celebrar la misa se volvió muy doloroso. Experimentaba un abismo entre lo que hacía y mi estado mental.”

Toby solicitó la reducción al estado laical tan solo unos años después de su ordenación. Declaró que siempre había sentido una fuerte atracción por el matrimonio; hoy está felizmente casado.

Sin duda, Toby dedicó mucho menos tiempo al ministerio sacerdotal que la mayoría de los hombres ordenados. Pero el fenómeno de los hombres que abandonan el sacerdocio rápidamente —por razones ajenas a la mala conducta o al escándalo— es más común de lo que se cree. 

Expertos que trabajan con sacerdotes declararon que, en los últimos años, han observado con mayor frecuencia que los problemas de agotamiento y soledad alejan a los hombres de su vocación. Y los datos respaldan esta observación: según un estudio reciente de The Catholic Project, los sacerdotes más jóvenes reportan niveles más altos de agotamiento y soledad en comparación con sus colegas de mayor edad.

Los sacerdotes necesitan interacción regular e intencional con sus compañeros y fraternidad, apoyo de los laicos y formación humana y espiritual continua para persistir en su vital servicio a la Iglesia, según declararon expertos en formación sacerdotal. “De hecho, la formación nunca termina realmente. Debería ser una parte constante de la vida de un sacerdote, pero no siempre es así”, afirmó Anthony Lilles, profesor de teología moral y dogmática en el Seminario de San Patricio en Menlo Park, California.

Se sabe anecdóticamente que un número considerable de sacerdotes solicitan la dimisión del ministerio en la actualidad, pero es difícil saber cuántos con certeza. Lilles y otros comentaron que perciben que un número creciente de jóvenes abandona el sacerdocio poco después de la ordenación, pero hasta la fecha esto no ha sido corroborado por un estudio formal.

En términos generales, dijo Lilles, que un hombre abandone el sacerdocio dentro de los cinco años indica un problema con su formación en el seminario; después de cinco años, la falta de apoyo continuo es probablemente el factor más importante.

El Padre Peter —cuyo nombre también es ficticio—, un joven vicario parroquial ordenado hace aproximadamente una década y que sirve en la Costa Este, declaró que conoce a un número considerable de jóvenes, tanto de su edad como menores, que han dejado el sacerdocio, tanto en su diócesis como en otros lugares. En sintonía con Lilles, el Padre Peter afirmó que la mayoría de los sacerdotes comprenden bien las realidades del sacerdocio a los cinco años, y que su continuidad dependerá de su madurez, formación y vida espiritual. Como sacerdote, «se exige mucho de tu energía y de tu corazón. Si una persona no ha aprendido a equilibrar su propia vida y no cuida de la 'parroquia de su alma', eso se convierte en un problema», afirmó el Padre Peter.

Para muchos de los sacerdotes que el Padre Peter conoce y que han dejado el sacerdocio, las exigencias del sacerdocio no se ajustan a sus expectativas. Ha visto cómo una cultura clerical de "adicción al trabajo" lleva al descuido de la salud espiritual, física y mental de los sacerdotes, abriendo así la puerta a la proliferación de vicios. Recordó a un compañero que dejó el sacerdocio después de tan solo seis años, citando el comportamiento "poco cristiano" de sus compañeros sacerdotes. Otros compañeros, una vez que comprendieron lo "desordenadas y rotas" que pueden ser las personas que trabajan en la Iglesia tras bambalinas, concluyeron que el sacerdocio no es para ellos, dijo.

"He conocido a personas que no quieren dejar el sacerdocio, pero sienten que no tienen otra opción ni apoyo de otros sacerdotes, de su obispo", dijo el Padre Peter. "Básicamente, llegan a un punto en el que dicen: 'Si esto es el sacerdocio, entonces no quiero saber nada de él'", dijo. 

A pesar de su relativamente corto tiempo en el ministerio activo, Toby, quien ejerció su ministerio en el Reino Unido, comentó que pudo observar de primera mano cómo el estilo de vida sacerdotal, a menudo solitario, puede ser perjudicial y empujar a los hombres a abandonar el seminario. “Básicamente, formamos una comunidad [en el seminario], y luego [después de la ordenación] se nos pide vivir prácticamente una vida de aislamiento, de soledad… Vi eso como un factor para otros hombres que básicamente discernieron su salida del seminario antes de ser ordenados. Sé que fue un factor importante para un buen amigo mío”, declaró Toby.

La observación de Toby refleja un problema que enfrentan los sacerdotes en muchas diócesis y comunidades religiosas. Si bien a menudo comienzan con un gran celo, muchos sacerdotes jóvenes hoy en día se encuentran con importantes responsabilidades poco después de asumir el alzacuellos. Cada vez más, a medida que más diócesis cierran y fusionan parroquias, sumado a la continua escasez de sacerdotes, a los pastores jóvenes se les puede pedir que pastoreen varias parroquias a la vez.

Matthew Rudolph, cofundador de Chrism, un ministerio de Colorado que busca brindar apoyo integral y continuo para ayudar a los sacerdotes a prosperar, señaló que Jesús, en los Evangelios, envió a sus discípulos "de dos en dos", reconociendo la necesidad de compañía. Hoy en día, los sacerdotes suelen ser enviados "uno por uno": asignados a las rectorías por sí mismos, a veces en lugares geográficamente distantes de su hermano sacerdote más cercano, dijo Rudolph. Rudolph comentó que conoció personalmente a dos amigos que dejaron el sacerdocio tan solo un par de años después de su ordenación. Ambos experimentaron una profunda desilusión y soledad casi inmediatamente después de comenzar su ministerio activo. Descubrieron que, tras la ordenación, el apoyo y la fraternidad que construyeron durante el seminario pueden desmoronarse abruptamente. El estrés, el aislamiento y la "vida de soltero" en la que caen algunos sacerdotes pueden conducir a la depresión, la desesperanza, el abuso de sustancias e incluso, trágicamente, al suicidio. "Creo que debemos recordar que los sacerdotes también son humanos", dijo Rudolph.

El padre Carter Griffin, rector del Seminario San Juan Pablo II en Washington, D.C., enfatizó que los seminarios desempeñan un papel fundamental en la preparación de los hombres para la fidelidad a largo plazo a su vocación sacerdotal. Señaló que ya se han logrado mejoras significativas en las últimas décadas. Se hace hincapié en garantizar una formación humana integral, que incluye el mantenimiento de la salud y los límites de la castidad, el manejo de las ansiedades y la gestión de la inmensa carga de trabajo de la vida parroquial. También se están realizando esfuerzos para cultivar una cultura de "compromiso", comenzando en el seminario.

“Vivimos en una época y en una sociedad en la que los compromisos no se toman en serio… pero debemos hacer todo lo posible para ayudar a nuestros hombres a asumir y cumplir sus compromisos”, dijo el padre Griffin. Naturalmente, la formación espiritual también sigue siendo de vital importancia. “La respuesta más eficaz para los sacerdotes que abandonan su ministerio es una relación más profunda con el Señor. Todavía tenemos que afrontar las cosas a nivel humano, por supuesto, pero el sacerdocio solo tiene sentido a través de la fe y la relación con Dios. Un buen seminario ayudará a un hombre a cultivar esa relación cada día”, dijo.

“[Los sacerdotes] no priorizan reunirse tanto como les conviene”, comentó el padre Peter, señalando que a veces la falta de fraternidad sacerdotal se debe menos a la logística y más a la falta de motivación.

El padre Sean Conroy, vicario parroquial de Santo Tomás Moro en Centennial, Colorado, se unió a los Compañeros de Cristo durante su seminario, un grupo de sacerdotes diocesanos comprometidos a vivir juntos en comunidad en la medida en que su arzobispo se lo permite. Los compañeros nunca se pierden la comida comunitaria del sábado por la noche: los sacerdotes cocinan para los demás, dedican tiempo a la oración y disfrutan de la compañía mutua. En medio de las responsabilidades y el estrés de ser párroco, puede ser fácil ver el tiempo que pasa en comunidad con sus hermanos sacerdotes como un compromiso más, admitió el padre Conroy. Pero aprecia que le ayude a crecer en santidad y a promover su desarrollo humano y espiritual. “Reconocemos que [la comunidad] es algo que necesitamos para ser sacerdotes santos, y es algo que buscamos”, dijo el Padre Conroy. “Cuando soy fiel al apoyo de los hermanos, siempre me voy sintiéndome mucho mejor… En esencia, la fraternidad sacerdotal es necesaria”.

Bob Schuchts, fundador del Centro de Sanación Juan Pablo II en Florida, comentó que ha observado que la crisis de abuso sexual ha creado un temor generalizado a la intimidad entre laicos y clérigos, reemplazando las amistades sanas entre sacerdotes y laicos por la cautela y la distancia, afirmó. Ante esto, Schuchts sugirió que los católicos deberían considerar dar pequeños pasos para invitar a su sacerdote a la vida familiar, como invitarlo a compartir una comida. “Realmente no amamos a nuestros sacerdotes activamente. La mejor comunidad está entre los hermanos sacerdotes, entre ellos. Pero también es necesario que los sacerdotes y las familias se involucren entre sí”, dijo Schuchts.

Toby dijo que cree que es importante que los sacerdotes se acerquen a los laicos, especialmente a las parejas casadas, ya que las vocaciones matrimoniales y sacerdotales se complementan. “Creo que algo que los laicos pueden hacer es... invitarlo a sus vidas, entablar una amistad con él en cierto sentido, pero también en términos de darle un lugar como alguien que está ahí para acompañarlos espiritualmente, apoyarlos y nutrirlos”, dijo Toby.

Rudolph, por su parte, dijo que cree que muchos párrocos se sienten genuinamente queridos por su feligresía, pero de una manera un tanto anónima. Aconsejó a los feligreses laicos que “conozcan al hombre que está tras el cuello”: que aprendan sobre él, recen y ayunen por él y lo animen de una manera específica y personal. Los sacerdotes a menudo reciben más críticas que ánimos, añadió Rudolph, así que compartan comentarios positivos y expresen su gratitud, aconsejó.

El padre Griffin estuvo de acuerdo. Dijo: “Los sacerdotes estamos muy agradecidos por el amor y el apoyo de las personas a las que servimos. ... Participar en las iniciativas parroquiales y otras necesidades de la parroquia no solo fortalecerá su sentido de pertenencia a la comunidad parroquial, sino que también será un gran apoyo para su sacerdote”.» Hasta aquí el artículo.

Yo espero que la lectura de estas líneas que van sumamente de acuerdo con mi humilde opinión, nos puede ayudar no solamente a orar por los sacerdotes, sino a vernos como seres humanos y no solamente como objeto de consumo. 

Varias veces he comentado el sentir de algunos de mis hermanos hermanos sacerdotes que me dicen que terminan la última misa del día o la última actividad en la parroquia, todos parten a sus casa o trabajos y ellos se quedan allí… en sus oraciones, rodeados por el silencio.

La mayoría de las personas se nos acercan a los sacerdotes por un breve instante cada semana para preguntarnos entre otras cosas: ¿Me puede confesar? ¿Me bendice esta medalla? ¿Puede ir a ver a un enfermo? ¿Me bendice la camioneta?... pero no se involucran para nada en nuestras vidas como seres humanos. No nos preguntan cómo estamos, si nos sentimos bien, si algo nos hace falta, si pueden echarnos la mano en algo... Llegan y se marchan sin intercambiar muchas palabras.

Yo por mi parte no me puedo quejar, tengo muchos amigos sacerdotes y bastante gente que me procura, pero tal vez tú que lees esto seas sacerdote y no te acercas a tus hermanos en el ministerio; eres tal vez una religiosa y rezas solamente de forma abstracta por los sacerdotes sin descender a casos especiales. Eres tal vez un hombre o una mujer que vive en medio del mundo sin ninguna clase de interacción personal con el o los sacerdotes de tu parroquia...

Así como los sacerdotes diocesanos o religiosos somos responsables de cuidar el bienestar del rebaño encomendado y animar a todos en la fe y la vocación específica, todos pueden hacer lo mismo por nosotros. Si tu pastor fuera tu hermano, ¿cómo te gustaría que lo trataran? Comprometamonos al 100% para acompañar, alentar, cuidar a todo sacerdote porque sin el sacerdote, aunque sea el más pecador, el más miserable, el más indigno... no podemos tener a Jesús Eucaristía.

Padre Alfredo.

P.D. No te olvides de orar por mí.

domingo, 14 de diciembre de 2025

«Que brille la alegría»... Un pequeño pensamiento para hoy


Ayer sábado empecé la misa de la mañana con una sola feligresa y Gaby Valero asistiéndome como acólito... ¡esa es la realidad de nuestro mundo, absorbido totalmente por la sociedad consumista, materialista y hedonista!... Ir a misa diaria no reditúa, no deja ganancia, solamente hay que «cumplir» con el domingo y fiestas de guardar. La alegría —según juzga el estilo de vida actual— hay que buscarla en otro lado, en donde sea, menos en las cosas de Dios. El tercer domingo de Adviento, llamado en Latín «Gaudete» —gozo— nos habla de una esperanza que está fundada en la alegría que está puesta solo en el Dios que no nos abandona nunca, que viene a colmar los anhelos más profundos de la humanidad: la muerte de la muerte, el fin de toda lágrima, el triunfo del amor para siempre. Este es un domingo en donde la alegría, porque Jesús viene a nuestro encuentro, debe brillar en plenitud como brilla en cada Eucaristía, en donde el Señor, con su palabra, su cuerpo y su sangre viene a nuestro encuentro. Por eso el papa Francisco hablaba tanto de «la alegría del evangelio».

El hombre y la mujer de hoy buscan la alegría en el afán de consumir para tener lo último que ha salido, lo que es tendencia, lo que parece que colma esa necesidad de ser felices, pero nada del presente parece llenar al ser humano por completo. Nuestro mundo confunde la alegría con placer pasajero y con sentir menos miedo, menos soledad y reír sin parar y sin sentido. Esta búsqueda interminable que hace a muchos disfrutar de una alegría espasmódica nos aparta de ver hacia «lo Alto», en donde está la verdadera alegría. Una alegría verdadera, que no puede ser ingenua, egoísta ni pasajera; una alegría que es la alegría del Evangelio, la alegría que llena el corazón.

El Adviento en su doble dimensión, nos invita notablemente a vivir alegres, pues nos preparamos para celebrar una encarnación que ya es un hecho y una segunda venida que nos llenará de gozo, por tanto, esforcémonos por conocer y reconocer los signos del reino a nuestro alrededor, las señales del cumplimiento de las promesas que hemos recibido. El saber descubrirlas hoy en medio de este mundo, esclavizado solamente por lo material, por lo que se ve, por lo que se toca, por lo que se siente, es todo un reto. Les invito a que a pesar de todo lo que nos pueda pasar, no perdamos la alegría. A pesar de sentirnos incapaces para muchas cosas, sobrepasados de trabajo, olvidados por los hijos o por los amigos, contemplemos la alegría de María que acompañada de José goza porque el nacimiento de su hijo Jesús se acerca y digamos: Ven Señor a salvarnos. ¡Bendecido domingo Gaudete!

Padre Alfredo.








































































ras, que se convierten en el centro de mi reflexión de esta mañana, están tomadas de la primera lectura de este día (Zac 2,5-9.14-15c). Zacarías es un libro lleno de visiones y mensajes de esperanza. Mientras el pueblo está ocupado en la construcción del templo, este profeta los anima recordándoles que Dios no sólo está con ellos, sino que tiene un plan glorioso para el futuro. Sus profecías, entre otras cosas, incluyen la venida del Mesías como rey humilde montado en un asno (Zac 9,9). Este profeta nos enseña que Dios es fiel a su pueblo y cumplirá todas sus promesas. En este capítulo 2, Zacarías nos presenta la visión de un futuro glorioso para Jerusalén. ¿Qué promesas le hace Dios a su ciudad escogida? Pues algo que los llena de esperanza, la futura expansión y prosperidad de Jerusalén con la presencia protectora de Dios invitando a los exiliados a regresar. Dios será su gloria, estando presente y glorioso en medio de ellos. Por eso no podemos desconfiar de Dios. Él nunca abandona.

No solamente en este trozo del libro de Zacarías, sino en toda la Sagrada Escritura de una manera o de otra, podemos percibir que Dios es un Dios que desea morar con su pueblo. En libro de Génesis, Dios crea el Edén que es una especie de templo en el que el ser humano fue creado para habitar delante de la presencia de Dios. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, vemos esta realidad. La nueva Jerusalén —sinónimo de Sión—, nos dice Apocalipsis 21,2-3 desciende del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Dice Juan que oyó una gran voz del cielo que decía: «He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios». Desde el diseño inicial del Creador, hasta su propósito final, él desea habitar con su pueblo. Jesús, presencia del Padre de las Misericordia, hizo su puso su morada entre nosotros, y vimos la gloria de Dios habitando con el ser humano en él como Mesías anunciado desde antiguo.

Al creer y confiar en Cristo, encontramos la máxima expresión de la fidelidad de Dios, quien nunca nos dejará solos en nuestras luchas. Dios nos sorprende siempre en su infinito amor, y es la confianza y el amor lo que nos tiene que mover en la vida porque el temor, ante nuestra condición de frágiles pecadores, paraliza y nos deja sin fuerzas para actuar. La confianza está devaluada. Parece que vivimos con la única certeza de que alguien nos engaña constantemente. ¡Urge devolver la confianza en Dios que quiere morar con y en nosotros! El que ama ha pasado con Cristo, que en el Evangelio de hoy anuncia su muerte (Lc 9,43b-45), de la muerte a la vida. Los que creemos en Jesús, llamados a una vocación y otra, enfrentaremos peligros, desafíos y sufrimientos en esta vida, pero podemos aferrarnos a las promesas de nuestro Dios, que nunca nos abandonará. Gracias a Él, también podemos ser fuertes y valientes como María, cuya actitud ante la adversidad es un ejemplo del que podemos aprender mucho. Para ello, lo primero es fortalecer nuestra fe, tratar intensamente a Nuestro Señor en la oración y pedir su ayuda con humildad y plena esperanza. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 12 de diciembre de 2025

«El aparente dominio de la incredulidad»... Un pequeño pensamiento para hoy

Vivimos en un mundo en donde domina la incredulidad. Es mucha la gente que no le cree a los gobernantes. Hay quienes han dejado de ir a la Iglesia porque no la sienten como una institución creíble, dicen que creen en Dios pero no en la Iglesia. Muchos hijos no creen en sus padres y muchos padres de familia no creen en sus hijos. Creo que todos conocemos personas que no creen a los médicos y no consumen los medicamentos adecuados... Pero quiero centrarme hoy, al celebrar la solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe en la incredulidad en Dios y en las cosas de Dios, una situación que pulula en todos los ambientes. Los estudios muestran que la incredulidad está en aumento. Estamos viviendo en tiempos cada vez más seculares, y, desafortunadamente, aquellos que no creen en la verdad de las Escrituras a menudo parecen tener las voces más fuertes en el dominio público y se hacen «un Dios a su medida». Los escépticos y los agnósticos se están volviendo más atrevidos y vocales, y su influencia se ve en la educación, el entretenimiento, los sistemas judiciales y en los gobiernos... ¡Para muestra un botón! Han hecho un progreso significativo hacia su meta de eliminar la credibilidad en el verdadero Dios por quien se vive.

El miércoles estaba en la estación Padre Mier de Metrorrey, en el centro de Monterrey esperando el tren para el regreso a casa. A mi lado, un jovencito, al verme con mi traje clerical se volvió a verme y me sorprendió preguntándome si alguien me había mandado a su lado. Yo lo miré y luego de saludarlo me dijo: «yo no creo en Dios, hace mucho que él y yo no tenemos nada que ver, él no se mete conmigo y yo no me meto con él. Hace mucho fui al catecismo y recuerdo tiempos bonitos, pero uno se echa sus «chelitas» (cervezas) y se olvida. Por eso no creo en él». Esperando un reproche o un regaño se asombró cuando le respondí como lo hago con otros jóvenes: ¡Muchacho, no te mortifiques, no te preocupes porque lo más importante y lo más valioso es que él cree en ti!». Se quedó «helado, mudo y pensativo». Se bajó tres estaciones más adelante y antes de dejar el tren volvió su mirada y me dijo: «padrecito... ¡muchas gracias! 

Hoy en esta fiesta Guadalupana, en la primera lectura (Is 7,10-14) Ajaz no le creía a Dios. Jesús, más adelante, en el evangelio, llamó a su generación «incrédula y perversa» (Mt 17,17). El Nican Mopohua, por su parte, narra que el obispo Fray Juan de Zumárraga, luego de la aparición de la Virgen Moren en el Tepeyac, no le creyó a Juan Diego. ¡Cómo contrasta esto con el evangelio (Lc 1,39-48) de la misa de hoy que narra la visita de María a su parienta Isabel para recordarnos que María de Guadalupe hace «una visita» a nuestra tierra y que incluso, si con Isabel permaneció 3 meses, con nosotros, en México, su visita ha durado 494 años hasta el día de hoy! En esta perícopa, Isabel, al recibir la visita de la Madre de Dios experimenta que el fruto de su vientre «saltó de gozo» y le dice a María que es dichosa porque... «¡ha creído!» Cuando creemos en Dios todo tiene un nuevo color, el color de la esperanza. Dios se las ingenia para que creamos en él. Por eso hizo el milagros de las rosas que nos dejaron la imagen de su Madre santa plasmada en una tilma. Pidamos, al contemplar a la Guadalupana que nuestra credibilidad en Dios aumente y demos gracias porque Él, el verdadero Dios por quien se vive... «¡cree en nosotros!». ¡Bendecido viernes y felicidades a nuestros hermanos de Van-Clar por el día del Vanclarista!

Padre Alfredo.


jueves, 11 de diciembre de 2025

LOS SIGNOS DEL BAUTISTA... Un pequeño pensamiento para hoy

En la narración evangélica del domingo pasado la figura central, en este devenir del Adviento fue Juan el Bautista. El más grande los profetas y el que anuncia la venida del Señor y llama al pueblo a la conversión. Hoy el evangelio nos recuerda que la misión de Juan está íntimamente unida a la experiencia del encuentro, misión que empieza en el templo con Zacarías, quien al entrar en la presencia de Dios recibe la promesa de un hijo. Este hijo es Juan, que, desde el vientre de su madre, experimenta el encuentro con el redentor del mundo. Estos encuentros dejan entrever la importante misión a la que fue llamado desde el seno materno. Por eso el evangelista (Mt 11,11-15) pone en boca de Jesús esta expresión dirigida a la multitud: «En verdad les digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista».

El nacimiento de Juan el Bautista tuvo signos muy claros y evidentes de la intervención de Dios y de la elección de su persona para ser el profeta que anunció al Salvador del mundo y lo señaló ya entre nosotros; su vocación y su servicio humilde y austero es manifestación de una disposición certera para que se cumpla el plan de Dios, donde él debe disminuir y el Mesías debe crecer. El contemplar estos aspectos de la vida del precursor de Jesús nos ha de llevar a preparar el propio corazón para recibir a Cristo que viene a nuestro encuentro para volcar todos nuestros pensamientos, decisiones y acciones en la persona de Jesús. Juan nos ayuda también en este tiempo de Adviento, a pensar en el valor de nuestro propio testimonio de vida, sencillo y austero, libre y trasparente, convencido y radical que centra la esperanza en Cristo.

Para llevar a pleno cumplimiento la obra de la salvación, el Redentor, del que fue precursor el Bautista, sigue asociando a sí y a su misión a hombres y mujeres, que como Juan, los Doce y los discípulos, estemos dispuestos a tomar la cruz y seguirlo. Como para Cristo, también para los cristianos cargar la cruz no es algo opcional, sino una misión que hay que abrazar por amor, porque el Cristo que ha de venir por segunda vez al mundo, rodeado de gloria y esplendor, es el mismo que nación en Belén y que no deja de proponer a todos su invitación clara: «El que quiera ser mi discípulo, que renuncie a su egoísmo y lleve conmigo la cruz.» Sigamos de camino con María a la espera de Jesús que ya se acerca. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

martes, 9 de diciembre de 2025

YA LLEGA EL BUEN PASTOR... Un pequeño pensamiento para hoy

Mucha gente, en medio de la tolvanera que se levanta constantemente en esta sociedad líquida por ideas que van y vienen aceleradamente se siente perdida. Y es que debido a esta multiplicación excesiva de ideologías de diverso tipo, hay cientos y seguramente miles de personas que no mantienen posturas coherentes, que presentan visiones eclécticas que estructuran la participación política y social con roles que no se alcanzan a comprender o a vivir en plenitud. En los últimos años, ideologías militantes de las que todos sabemos y que se dan en diversas naciones, como el populismo de derecha y el liberalismo de justicia social han cobrado fuerza, conquistando adeptos y sacudiendo al llamado «establishment», ese grupo dominante de élite que controla el poder político, económico o social.

Los cristianos comprometidos, los hombres y mujeres de fe y la gente de buena voluntad, inmersos en las realidades del mundo, caminamos con esa sensación que carcome y que entristece el alma, que hace que de repente todo se vea gris, sin sol y sin colores. Debemos darnos cuenta de que en este tiempo de Adviento el Señor nos busca para recordarnos que vamos solo de paso por esta tierra y que hemos de dejarnos encontrar por él para prepararnos a su segunda venida. El Buen Pastor, al que hace referencia el evangelio de este martes, nos hace pensar en ese Dios que nos cuida y nos protege aún en medio de cuanta adversidad se presente, ayudándonos a avanzar por estos «valles oscuros» esperando la llegada de la luz de la que él es portador (Mt 18,12-14). Esas ovejas somos nosotros. 

Desde los primeros años del cristianismo son constantes las representaciones de ese Buen Pastor con el cordero al hombro, una imagen tierna y entrañable. De hecho las imágenes más antiguas que se han encontrado en las catacumbas son de el Buen Pastor. Hoy Jesús nos vuelve a hablar de ella, de cómo el pastor va en busca de la oveja perdida y de cómo se alegra al encontrarla.  Y llega más lejos al decirnos que no es voluntad de nuestro Padre que se extravíe ni una sola de sus ovejas: un mensaje de esperanza, de futuro, de confianza... ¡de Adviento! Cada año celebramos este tiempo litúrgico que nos recuerda que Dios no se cansa de amarnos, no se cansa de perdonarnos, no se cansa de prepararnos al encuentro definitivo; por eso nosotros no debemos tener reparos en dejarnos encontrar por Él, en dejarnos rescatar para salir de la noche oscura del alma —como decía San Juan de la Cruz— Acrecentemos nuestra confianza en Dios en este Adviento, dejémonos encontrar por el Buen Pastor y refugiémonos en sus brazos como la oveja perdida. Con Él, que ya llega, nada nos falta. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.


lunes, 8 de diciembre de 2025

¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti!... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

Celebramos hoy, dentro de este clima tan especial del Adviento, la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, es decir, el hecho de que María fue concebida sin pecado original desde el primer momento de su existencia. Dios preparó a María de manera especial para ser la madre de Jesús, preservándola del pecado original que todos heredamos. El evangelio de hoy (Lc 1,26-38), muy conocido por todos, nos corrobora este dogma cuando el ángel Gabriel saluda a María, porque se dirige hacia ella como «llena de gracia». 

Son estas palabras del saludo las que la Iglesia comenzó a ver como la base de este dogma —una verdad revelada por Dios y propuesta por el Magisterio (autoridad eclesiástica) como un fundamento de la fe que exige una adhesión irrevocable de los fieles y no puede ser puesta en duda— de la Inmaculada Concepción de María. Y es que esto da a entender que    ella ya estaba llena de gracia antes de que el ángel llegara. El ángel no le dice a la Virgen «recibirás la gracia», sino que se dirige a ella diciéndole directamente: «llena de gracia», porque Dios la había preparado desde su concepción. El ángel viene de parte de Dios, por lo tanto no la puede llevar al engaño como la serpiente sí lo hizo con Eva —primera lectura Gn 3,9-15.20) ni le puede hablar con medias verdades.

María, la «llena de gracia», recibe como don la divinidad; no se apropia, sino que recibe y acoge. Todo gozo de ser de Dios viene siempre de querer, de aceptar, de hacer nuestro lo que Dios quiere ofrecernos y a ella eso de ser inmaculada, se lo regaló Dios desde antes de estar en el seno materno. Gracias a la pureza de nuestra madre santísima, obedece a la voluntad del Señor y con todo su ser pronuncia un «sí» generoso, que compromete toda su vida, se pone plenamente a disposición del designio divino. Por eso ella es la nueva Eva, la verdadera «madre de todos los vivientes», de quienes por la fe en Cristo reciben la vida eterna. Encomendémonos a ella diciéndole: «¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti!» ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.