jueves, 7 de noviembre de 2024

«¡Nos hemos reestrenado!»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy hemos tenido el último día completo de nuestra Experiencia Jubilar Sacerdotal. De verdad tengo que volver a decir lo que he expresado varias veces a mis hermanos sacerdotes: ¡Han sido unos días de adelanto de cielo! ¿Imaginan ustedes lo que puede llegar a ser una comunidad en la que 42 hermanos sacerdotes que celebramos 7, 14, 21, 28 y 35 años de ordenación sacerdotal y compartimos el júbilo de estos aniversarios? No podemos más que agradecer al Señor el gran don del sacerdocio que nos ha concedido inmerecidamente y que hoy, al llegar la noche, podemos decir: ¡Nos hemos reestrenado!

La oración colecta de la misa que hemos celebrado al atardecer, junto al rezo de vísperas, nos llevó a dirigirnos a Dios nuestro Padre contemplándolo como Aquel que ha llevado acabo la obra de la redención humana por el misterio pascual de su hijo Jesucristo para pedirle que, siendo benigno, nos conceda, a los que anunciamos llenos de fe, por medio de los signos sacramentales su muerte y su resurrección, experimentar un continuo aumento de la gracia de la salvación. 

Díganme ustedes si estas palabras no nos caen como anillo al dedo para volver el día de mañana nuestras comunidades y seguir salvando almas, muchas almas, infinitas almas, como decía la beata María Inés Teresa. Nuestro corazón desborda de alegría porque, sabiéndonos desprendidos de los bienes materiales, de la dicha del hogar y de sí mismos para hacernos «pan partido» como Cristo en la Eucaristía, nos sabemos más en el corazón de la humanidad. Juntos hemos vuelto a descubrir el gozo que da el haber encontrado el único Bien, lo hemos disfrutado en toda su riqueza interior y lo llevamos ahora a repartir en la palabra y en la acción. Que María, Madre de todos los sacerdotes, nos mantenga en nuestro júbilo. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 6 de noviembre de 2024

«Como San José, custodios de Jesús y de la Iglesia»... Un pequeño pensamiento para hoy

Cuando llega el miércoles yo creo que todos pensamos: ¡ya estamos en el ombligo de la semana! Y yo creo que, entre más viejo estoy, más rápido se me pasa la vida, pues ya casi llegamos al final de estas tres semanas inolvidables de mi Experiencia Jubilar Sacerdotal en esta preciosa casa de El Refugio, el oasis de paz de la arquidiócesis de Monterrey enclavado en las montañas de la Sierra Madre. Esta mañana hemos gozado con la visita de nuestro queridísimo amigo el señor obispo don José Lizares Estrada quien, a sus noventa años, sigue tan sensacional como siempre. Un hombre de fe lleno de Dios, un hombre de oración que irradia el gozo de su vocación, un hombre que, con su sola presencia es ya un regalo de Dios y que nos ha compartido tanto a lo largo de su fecunda vida episcopal.

La visita de don José y su espléndida conferencia sobre el sacerdote y su ministerio, coincide con que la liturgia propone la celebración de la misa en honor de San José y nos invite a pedir la intercesión del fiel esposo de la Virgen María y custodio de Jesús en sus primeros años de vida. Al ver esta oración, pienso en la tarea tan comprometedora que los sacerdotes tenemos como custodios, porque, así cómo San José fue elegido por Dios para custodiar la vida de Jesús y al mismo tiempo la misión de custodiar la vida del Cuerpo de Jesús, que es la Iglesia, el sacerdote debe cumplir con alegría y sencillez esta misma misión. San José –expresa el Papa Francisco en uno de sus discursos en el año 2021– es un padre que custodia, y esa es una tarea que vivió «con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad total». También con «atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio».

Esos temas, salidos también esta mañana de la boca de monseñor Lizares, se convierten en palabras de aliento para reestrenarse en la vocación. Y es que, escuchando la charla de la mañana, meditando la oración colecta de hoy y leyendo al Papa Francisco, concluyo que siguiendo el ejemplo de San José, el «padre que sueña», en el sentido no solo literal de esta expresión, sino de que «sabe mirar más allá de lo que ve», también para nosotros los sacerdotes es necesario saber soñar no limitándonos a querer conservar lo que existe, puesto que «conservar y custodiar», como advierte el Papa, «no son sinónimos». Siento, pues, una fuerte invitación a tratar de seguir mirando con mirada profética, después de estos 35 años de vuelo, sabiendo reconocer el plan de Dios donde todavía no se ve nada, con una meta clara hacia la cual tender que es la propia santificación y la santificación del pueblo de Dios encomendado. No dejen de encomendarnos a san José y a su bendita esposa María. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 5 de noviembre de 2024

Corazones que sintonizan... la Encíclica del Papa Francisco «Dilexit Nos» y la beata María Inés

«Que te alaben, Señor, todos los pueblos». Estas palabras del salmo 66, en las que el que el escritor sagrado se hace portavoz de los que anhelan la misericordia del Señor, nos vienen muy bien para recordar una vez más a la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento y compartir algo más sobre ella, su ser y quehacer como misionera sin fronteras.

Dios, que nos ha elegido para permanecer en su amor, como dice el Evangelio y también san Pablo a los Efesios (1,4), actúa como quiere, cuando quiere y con los instrumentos que quiere. Ordinariamente se vale de la colaboración libre y responsable de hombres y mujeres que captan sus designios para con ellos y para con toda la humanidad. El ser humano, tan limitado en sus posibilidades, tan pequeño, cuando se le compara con la omnipotencia del Señor; cuando vive y trabaja por Dios y unido a Dios, logra cosas verdaderamente inimaginables. Ésta ha sido la experiencia de muchas de nuestras hermanas misioneras clarisas que vivieron al lado de la beata María Inés y es ahora la experiencia de todos nosotros que celebramos su fiesta.

La beata María Inés Teresa Arias Espinosa, vivió siempre sumergida en el amor de Dios y concretizando su respuesta de amor en la fundación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, de Van-Clar y casi al final de su vida terrenal, llena de ese ardor misionero que siempre le caracterizó, y llevada por la vía de la caridad sin fronteras, con la fundación de los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal. Al recordarla damos gracias a Dios por la vida y el ejemplo de ella como nuestra fundadora; una mujer siempre enamorada de Dios y adelantada a los proyectos de la nueva evangelización de los que hoy se habla en el mundo de los creyentes.

A lo largo de los años de la vida de Madre Inés, Jesús fue plasmando sus huellas de amor en la sencillez de su corazón, que se hacía las mismas preguntas que se hizo el apóstol de las gentes: «¿cómo van a invocar al Señor, si no creen en él? ¿Cómo van a creer en él, sin no han oído hablar de él? ¿Cómo van a oír hablar de él, si no hay nadie que se lo anuncie? ¿Y cómo va a haber quiénes lo anuncien, si no son enviados?»  

La beata María Inés, con su misma vida, forjada en un corazón sin fronteras, nos ha dejado la tarea de vivir la caridad cristiana enraizado en el Corazón de Jesús. Ella, con su testimonio de vida, nos ha alentado a que la caridad cristiana, el ambiente de amor, se haya hecho casa y hogar para todos. La beata nos ha enseñado, con su doctrina y sus consejos en cartas y circulares leídas una y otra vez, que la caridad cristiana que brota de ese Sagrado Corazón de su amado Jesús, se ha de hacer ternura para los que sufren y para los enfermos. Nos ha animado a hacer de la caridad cristiana perdón, paz, gozo, alegría, presencia. 

Su recuerdo y la súplica de su intercesión, nos debe reafirmar a todos en la maravillosa vocación a la que hemos sido llamados: «Ser santos e irreprochables por el amor» enraizados también nosotros en el Sagrado Corazón de Jesús. 

Apenas hace unos días, el Papa Francisco nos ha regalado su cuarta Encíclica titulada «Dilexit nos» sobre el amor humano divino del Corazón de Jesucristo. 

Ciertamente me ha sorprendido la sintonía entre lo que el Papa escribe y lo que la beata María Inés, en torno al Sagrado Corazón de Jesucristo y a la caridad que brota de Él nos ha dejado en herencia. En cada miembro de la Familia Inesiana y de quienes comparten sus ideales misioneros, por la propia y específica vocación, la beata María Inés quiere que la caridad cristiana se haga sencillez y alegría, testimonio del amor del Señor que permanece en una vida de santidad que hace de cada uno «una copia fiel de Jesús».

Su figura de santidad, nos deja ver claramente un corazón que fue dócil a la acción de Dios, un corazón que desde que ella era pequeña, fue descubriendo el valor de amar al «estilo divino», como ella misma decía. Ella nos hace descubrir el «Corazón traspasado de Cristo» que ha dejado huella en el suyo y una huella imborrable que le hizo latir sólo para Él, salvando almas. En una de sus anotaciones, la beata escribe: «Hubiera querido que Él me metiera por la herida de su adorable Corazón y no salir más de allí». 

En el número 87 de esta Encíclica, el Papa muestra algunas de sus preocupaciones en el momento actual: el avance de un mundo libre de Dios, religiosidades sin referencia a una relación personal con Dios, desencarnar el mensaje del cristianismo... En una de sus cartas, Madre Inés escribe: «El corazón de Dios es para los pequeños y miserables que nada pueden, que nada tienen, pero que reconocen alegremente su necesidad, y... todo, ¿lo oyen? todo, lo esperan de su Padre Dios, tan bueno, tan misericordioso, tan cariñoso, y que está dispuesto a dar sus gracias a sus hijos pequeños que confían ciegamente en él y saben que únicamente cuentan con él... para todo. Dios quiera que seamos siempre así. No dejaré de decírselos ni después de muerta. Por eso: Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío.» (Cfr. “Cartas Colectivas”, f. 3163). Ella, al igual que el Santo Padre, vivía con el mundo en su corazón, pendiente de que su misericordia llegara a todos. En su diario, escrito entre los años de 1932 a 1934 anota: «Mi oración consiste sólo en jaculatorias, en la aceptación de todo eso que le ofrezco a Nuestro Señor, y en cortas peticiones con el corazón. Una que me es muy familiar y me ayuda muchísimo, a vaciar, por así decir mis aspiraciones es esta: «Sagrado Corazón de Jesús en ti confío». Porque al decirla le manifiesto todo lo que quiero, todo lo que de él espero y todo lo que en él confío. Me quedo muy satisfecha, y él también. ¡Le agrada tanto la confianza de sus pobres criaturas!»

En medio de las ocupaciones habituales de una fundadora que era al mismo tiempo superiora general, tuvo acceso al misterio «escondido desde los siglos, en Dios» (Ef 3, 9): Jesucristo, que es el Salvador de la humanidad y se dio a la incansable tarea de salvar almas para Él en este mundo, porque este, el misterio de la revelación del amor del Padre en Jesucristo, debe ser considerado como el acontecimiento decisivo de la historia humana. Esta afirmación central de la fe, la llevó ella en el corazón de su existencia. Fue, de verdad, la luz que iluminó su camino bajo la viva compañía de santa María de Guadalupe.

Ella, en perfecta sintonía con lo que ahora el Papa escribe, forjó su vocación en el Corazón de Jesús, ese corazón que construye, que une, que permite superar la fragmentación y el individualismo de nuestro mundo. Solo desde allí, sumergida en ese sagrado recinto, ella fue encontrando respuestas a sus anhelos misioneros más acuciantes. Allí su corazón se fue haciendo semejante al Corazón del Señor y desde allí  nos invita a vivir un caminito espiritual que tiene consecuencias que trascienden todo tipo de fronteras. Por algo Madre Inés es conocida como «La Misionera Mexicana sin Fronteras».

Madre Inés comprendió, desde muy joven, que la condición normal del cristiano es la de ser discípulos- misioneros entre los demás hombres y mujeres sin perder de vista que el Evangelio es ante todo una Persona, Alguien, un Corazón que late de amor por la humanidad. Es el corazón «que tanto amó». Quienes convivieron a diario con ella expresan que era habitual escucharle decir: «Sagrado Corazón de Jesús en ti confío» y encomendarle a ese misericordioso corazón al mundo entero. En un escrito que forma parte de sus experiencias espirituales anota: «Cabe tu corazón sagrado, como Juan en el día de la cena, nuestros corazones se inflamarán; al escuchar tus latidos de amor nuestras almas se abrasarán y sabrán transmitir a otras almas los sentimientos que embargan tu corazón; la sed de almas que lo devora y cómo tú solo quieres que los corazones se inflamen en el fuego que has venido a traer a la tierra».

Hoy, que la Iglesia está un poco por todas partes en estado de misión, cristianos y no cristianos nos encontramos a diario y el Concilio Vaticano II, en la constitución dogmática sobre la Iglesia —entre otras cosas— nos recuerda que todos los hombres, de una manera o de otra, pertenecen al Pueblo de Dios. 

En verdad, decía la beata madre, la única realidad propia del cristianismo tiene un nombre: «Jesucristo». En Él y solo en Él tienen consistencia los designios divinos de salvación. El Sagrado Corazón, del que el Papa Francisco deja ahora esta bellísima y comprometedora encíclica, nos invita a profundizar en este dato fundamental para ver lo que se deduce de él para la vida cristiana y el contenido del testimonio de la fe. 

Desde toda la eternidad, Dios tuvo el designio de crear por amor y de llamar a los hombres y mujeres a ser sus hijos. Nuestra beata madre captó que la iniciativa divina de la salvación, que tiene lugar en la creación, es la misma que se manifestará en Jesús de Nazaret.

El misterio oculto desde todos los siglos ha sido, por fin, revelado. La historia de la salvación comienza verdaderamente en Cristo nuestro Señor y el amor de su Corazón debe ser revelado a todas las naciones. El mundo no cambiará, si no es teniendo un corazón que vaya latiendo al mismo ritmo del Corazón de Jesús, como sucedió con el corazón de Madre Inés. El Cuerpo resucitado de Cristo, vivo y presente en el mundo en la Eucaristía,  es ya para siempre el «sacramento» primordial del diálogo de amor entre Dios y la humanidad. 

El origen de esta dinámica del banco de las almas en el corazón de nuestra querida beata Madre Inés, como ella expresaba, fue el Espíritu Santo. Sus dones, infinitamente variados, encontraron en el corazón de Manuelita de Jesús —su nombre de pila— la base firme para la edificación del Reino, porque ese corazón, se había arraigado en el amor de Cristo. Es preciso amar como Cristo ha amado, sin que nos detenga ninguna frontera, amar hasta el don total de sí mismo como hizo ella, hasta el don de la vida. 

Con un acceso muy especial a la revelación del misterio oculto en Dios desde los siglos, esta amada madre fundadora se vio empujada por el dinamismo irresistible de su fe a anunciar a sus hermanos la Buena Nueva de la salvación, que de una vez para siempre nos ganó Jesucristo. San Pablo expresa el objeto de la Buena Nueva con estas palabras: «es la incomparable riqueza de Cristo».

Misionar fue para ella ofrecer en participación una riqueza que no se posee y de la que no tenemos ni la exclusividad ni el monopolio. El misterio de Cristo trasciende toda expresión particular. Cualquiera que sea la diversidad y la profundidad, los caminos espirituales de todos los hombres y de todas las culturas encuentran en su Corazón, y solo en Él, su punto de cumplimiento y de convergencia. Por tanto, anunciar a Cristo a todos los que no le conocen y no le aman aún, es estar uno mismo esperando también un nuevo descubrimiento de su misterio en el corazón de los hombres y de los pueblos que se han de convertir a Él; es hacer posible el que la acción del Espíritu, que está obrando en el mundo pagano, fructifique en Iglesia y adquiera una expresión inédita hasta entonces. Misionar, para la beata Madre María Inés, fue vaciarse de sí, hacerse más pobre que nunca para llenarse de los intereses del Corazón de Jesús y así acompañar a las almas en su propio camino, participando en su búsqueda y, en esta participación fraterna, hacer aparecer a Cristo como el único que puede dar sentido a esta búsqueda y llevarla hasta su meta.

El corazón misionero de Madre Inés, unido al Corazón Sacratísimo de Jesús y sumergido en el Corazón Inmaculado de María, se hace hoy, para cada uno de nosotros, invitación a poner manos a la obra, a explotar recursos personales, a hacer que la tierra sea cada vez más habitable para el hombre, a dar todo su valor a la riqueza de la creación de Dios en un mundo que se desgarra entre el egoísmo y el placer, entre el consumismo y la ceguera espiritual. Nuestra beata viene a gritar a nuestro corazón a veces mezquino y triste, que el amor que edifica el Reino es inseparable del amor que hace que progresivamente la humanidad acceda a su verdad definitiva, y que esta verdad no se consigue sino más allá de la muerte, pero se va construyendo en este mundo sobre un terreno en el que sin cesar encontramos a la cizaña mezclada con el buen trigo. La separación no se hace hasta después de haber pasado por la muerte.

El desarrollo de la historia de la salvación va unido al desarrollo de la sacramentalidad. El templo del reencuentro perfecto de Dios y de la humanidad debe crecer, y los momentos privilegiados de este crecimiento están marcados por la celebración del bautismo y de la Eucaristía. Por eso Madre Inés llevó a plenitud su bautismo, viviendo las virtudes en grado heroico y por eso puso en el centro de su vida a Jesús Eucaristía y tanto el significado del bautismo como el de la Eucaristía hacen referencia al sacrificio de la cruz. 

Estamos agradecidos por este don, estamos contentos por este regalo, pero más que nada, estamos comprometidos con la beata Madre Inés porque algo tenemos que ver con ella y su amor a Dios y a las almas;  y ella no tuvo tiempo de teorizar. La Palabra de Dios poco a poco, seguirá labrando nuestro corazón como hizo con el de ella y el de su amada María, para que también nosotros, nos convirtamos en compañeros de Cristo en el cumplimiento de los designios de la salvación. 

Quiero terminar esta mal hilvanada reflexión, invocando el cariño del Inmaculado Corazón de María porque donde su corazón maternal late, allí está el de Jesús y transcribiendo el número 220 de la Encíclica «Dilex Nos» —el último— precedido de unas palabras de la Beata Madre María Inés Teresa. La beata María Inés nos dice: «No se fíen mucho, en sus propias fuerzas y en su propia habilidad. Confíen sí, inmensamente, que Dios estará con ustedes; que el sagrado Corazón de Jesús será su fuerza, su sostén, en todo cuanto necesiten, en la seguridad que él obrará por ustedes y en ustedes, por el bien de las almas que se les ha confiado. Necesitan amar mucho a las almas, inmolarse por ellas, aceptando y recibiendo con amor, pequeños y grandes sacrificios que la misericordia Divina les depare; de lo contrario todo se vendrá abajo, y ante todo hay que ver por la propia santificación, que redundará en bien de todas las almas que tienen bajo su cuidado. Oración y más oración por ellas. Y el apostolado que se cumpla íntegro, y con sumo cuidado, en las horas prescritas, sin perder un minuto de tiempo». (Cfr. "Cartas Colectivas”, f. 3185)

Y el Papa Francisco, en el número 220 de la Encíclica escribe: «Pido al Señor Jesucristo que de su Corazón santo broten para todos nosotros esos ríos de agua viva que sanen las heridas que nos causamos, que fortalezcan la capacidad de amar y de servir, que nos impulsen para que aprendamos a caminar juntos hacia un mundo justo, solidario y fraterno. Eso será hasta que celebremos felizmente unidos el banquete del Reino celestial. Allí estará Cristo resucitado, armonizando todas nuestras diferencias con la luz que brota incesantemente de su Corazón abierto. Bendito sea».

P. Alfredo Delgado, M.C.I.U.

«Por una buena muerte»... Un pequeño pensamiento para hoy


Entre broma y hablando en serio, antes de venir a esta Experiencia Jubilar Sacerdotal en la que estamos en la última semana, les decía a algunos de mis hermanos sacerdotes de la pastoral sacerdotal que seguramente a mí me serviría mucho, a estas alturas de 35 años de vida sacerdotal y a mis 63 años de edad, venir a oír unas conferencias sobre el buen morir. Y no es que me sienta viejo, aunque la ONU marca que la ancianidad empieza a los 60 años. Si bien la edad cronológica es uno de los indicadores más utilizados para considerar a alguien viejo o no, ésta por sí misma no nos dice mucho de la situación en la que se encuentra una persona, de sus sentimientos, deseos, necesidades, relaciones y más si uno es hijo de la beata María Inés Teresa, que hablaba más bien de «juventud acumulada». Pero, fuera de esto, sí veo con más claridad que conforme pasa el tiempo yo estoy, por lógica, más cerca del encuentro con el Señor en el juicio final y hay que estar alerta, viviendo en alegría a la espera de la llegada del novio, como dice el Evangelio.

Precisamente hoy me topo con que la Oración Colecta de la misa habla de la muerte, de la muerte de Cristo y de la nuestra, suplicando al Buen Dios nos conceda permanecer vigilantes en la oración para merecer salir de este mundo sin mancha de pecado y descansar llenos de gozo en el seno de su misericordia. La cultura occidental, sobre todo en las últimas décadas, ha llegado a valorar que la buena muerte es aquella que tiene lugar sin que el que la padece se de cuenta de lo que está ocurriendo, incluso habla del recurso a la eutanasia, para despedirse de este mundo sin sufrir. La fe, a nosotros, que somos hombres y mujeres de fe, nos dice lo contrario: la enfermedad y la agonía se convierten para muchos en una ocasión de gracia para preparar el encuentro con el Señor; son uno de los momentos cumbres de nuestra vida. El vigor físico decae muy pronto, la agilidad psicológica entra en declive un poco más tarde, pero la salud espiritual alcanza en la agonía su corona. 

La verdad yo he disfrutado mucho de la vida hasta el día de hoy, a pesar de que, como dice el salmista en el salmo 87, desde niño he sido enfermo. Quienes me conocen saben que cada día lo vivo intensamente con la conciencia de que cada momento puede ser el último sobre la faz de la tierra. En especial, estos días, rodeado de padrecitos que, como yo, han elegido esta maravillosa vocación y gozando de un paisaje maravilloso, se han convertido en un espacio de gratitud por el don de la vida y de la vocación. Hay una oración muy hermosa a San José, el patrono de la buena muerte que estoy seguro que nos hace bien recitar y por eso la comparto aquí: «Oh San José, que dejaste esta vida en brazos de tu Hijo adoptivo Jesús, y de tu dulce Esposa María, socórreme, ¡oh Padre!, junto con María y Jesús, cuando la muerte marque el fin de mi vida; obtenme la gracia —es lo único que pido— de morir también en los mismos brazos de Jesús y de María. ¡En sus manos, Jesús, María y José, encomiendo mi espíritu en la vida y en la muerte! Amén». ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 4 de noviembre de 2024

«En el día de San Carlos Borromeo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Al celebrar hoy la memoria de San Carlos Borromeo, la Oración Colecta nos lleva a agradecer el espíritu de renovación que inundó el corazón de este santo obispo que, sin cesar, acatando el llamado insistente de Dios, alcanzó la renovación espiritual de una Iglesia que, en su tiempo, se había acomodado mucho a los criterios del mundo, haciendo a un lado tareas que él sabía eran primordiales para la Iglesia. 

San Carlos fundó más de 40 escuelas de catequesis con 3,000 catequistas y más de 40,000 alumnos en Milán y sus alrededores, allá en Italia. Estableció 6 seminarios para formar sacerdotes bien capacitados para la época. Él quería que todas la personas se dieran cuenta de que la Iglesia se e ocupaba por ellas, por eso us cambios y reformas, cambiaron la manera en que la Iglesia escuchaba a las personas, a todas, no solamente a los pequeños círculos que, por diversos motivos, se habían hecho.

Este hombre maravilloso, abogado, cardenal, pastor, maestro, hombre santo y reformador, puede hacer ahora mucho por nosotros si lo invocamos con fe, sobre por nuestras comunidades parroquiales hoy tan necesitadas de estar atentas a la voz del Papa.Que éste gran hombre junto a María santísima nos alienten a crecer en la escucha. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 3 de noviembre de 2024

«Mientras hagan estas cosas, no tropezarán»... Un pequeño pensamiento para hoy


Este domingo, nos topamos con una Oración Colecta que nos lleva a pedir al Señor que nos conceda caminar sin tropiezos hacia los bienes que nos tiene prometidos. Contemplando estas palabras, me viene a la mente lo que san Pedro nos dice en su segunda carta: «mientras hagan estas cosas nunca tropezarán» (2 Pe 1,10). Pero, ¿cuáles son esas cosas? Creo que todas esas cosas de las que habla san Pedro las conocemos. Bien que sabemos, los bautizados, que cosas debemos hacer para mantenernos firmes en el camino, así como el que compite en una carrera de caminata y sabe todo lo que tiene que hacer. Sin embargo, como otras veces lo he expresado, nos hemos despistado y nosotros mismos, como creyentes, vamos poniendo obstáculos para hacer eses cosas que sabemos nos llevan alcanzar la salvación.

Apenas acabamos de celebrar la solemnidad de Todos los Santos y el día de todos los fieles difuntos. Sin embargo, sobre todo nuestra gente joven —casados, solteros incluso muchos niños y adolescentes— se engolfaron celebrando el Halloween y llegaron desguanzados a estas dos grandes celebraciones que en el fondo, nos hablan de vida, de esa visa eterna que nos espera y que, como tarea y conquista, por la misericordia de Dios hemos de alcanzar. Antes se hablaba de la «santidad de vida», como una meta anhelada echando manos de una serie de virtudes para llegar. Haciendo a un lado esto hoy se habla de alcanzar una buena «calidad de vida», pero como algo ilusionante, es decir poder disfrutar de todo lo que el cuerpo pida: ocio, salud, nivel económico, medios tecnológicos, sexo... Y todo ello para disfrute propio y sin tener en cuenta a los demás. Es el claro testimonio de que nos hemos despistado influenciados por la mundanidad y el «todo vale» si a mí me beneficia.

San Juan Pablo II llamaba a todo esto «cultura de la muerte». Esta cultura ha avanzado con paso acelerado desde finales del siglo XX hasta nuestros días. Las consecuencias pueden verse en los altos índices actuales de depresión, angustia, drogadicción, abortos, conducta autodestructiva, suicidios y masacres. Este domingo podemos, con la esperanza puesta en el Señor —porque esa nunca muere— echar mano de esas cosas que tenemos que hacer para caminar sin tropiezos. Termino la reflexión recordando a san Agustín que, al contemplar en sus tiempos la caída del Imperio Romano en el Norte de África ante el empuje de los vándalos de Genserico dijo: «no teman, este no es un mundo que termina, sino un nuevo mundo que comienza». Que María santísima nos ayude. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 2 de noviembre de 2024

«El día de los Fieles Difuntos»... Un pequeño pensamiento para hoy


La ordenación general del Misal Romano estipula que la Iglesia ofrezca por los difuntos, el Sacrificio Eucarístico de la Pascua de Cristo para que, por la comunicación entre todos los miembros de Cristo, lo que a unos obtiene ayuda espiritual, a otros les lleve el consuelo de la esperanza. (OGMR 379). La tradición de rezar por los muertos se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, en donde se ha descubierto que ya se honraba su recuerdo y se ofrecían oraciones y sacrificios por ellos. Cuando alguien muere, ya no es capaz de hacer nada para ganar el cielo; sin embargo, los vivos sí podemos ofrecer nuestras obras para que el que nos ha dejado alcance la salvación. Con las buenas obras y la oración se puede ayudar a los seres queridos a conseguir el perdón y la purificación de sus pecados para poder participar de la gloria de Dios. A estas oraciones se les llama «sufragios». Y sabemos que el mejor sufragio es ofrecer la Santa Misa por los difuntos. Por eso, desde tiempos ancestrales, la Iglesia dedica un día especial para orar por ellos.

Ayer celebramos la solemnidad de Todos los Santos. Seguramente algunos de nuestros familiares, amigos y conocidos ya estarán gozando de la visión beatífica de Dios, pero eso nosotros no lo sabemos, no nos consta. Por eso, al día siguiente, la Iglesia nos convoca para orar por todos los difuntos. De esta manera, nuestra oración por ellos, puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión a nuestro favor. Porque los que ya están en el cielo interceden por los que están en la tierra para que tengan la gracia de ser fieles a Dios y alcanzar la vida eterna y los que están en el purgartorio, necesitan de nuestras oraciones para alcanzar la purificación y terminar de preparar «el traje de fiesta» necesario para gozar de la gloria de Dios. Para aumentar las ventajas de esta fiesta litúrgica, la Iglesia ha establecido que si nos confesamos, comulgamos y rezamos el Credo por las intenciones del Papa entre el 1 y el 8 de noviembre. No olvidemos que «podemos ayudarles obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados». (CEC 1479).

La Conferencia Episcopal de algunos países, como México, ofrece para hoy el esquema de tres misas diferentes. Esto se debe a que, en 1915, Benedicto XV concedió a todos los sacerdotes el derecho a celebrar tres Misas en este día, con la condición de que: una de las tres se aplique libremente, con la posibilidad de recibir una oferta; la segunda Misa, sin ninguna oferta, se dedique a todos los fieles difuntos; y la tercera se celebre según la intención del Sumo Pontífice. Por lo tanto hoy tenemos tres oraciones colectas que se pueden utilizar. La de la primera Misa nos invita a afianzar nuestra esperanza en la resurrección, la de la segunda Misa nos invita a pedirle a Dios que le conceda, a nuestros difuntos, alcanzar los gozos de la eterna bienaventuranza y, la tercera Misa, nos lleva a rogar al Señor que puedan contemplarle por toda la eternidad. Roguemos hoy, bajo el amparo de María santísima por todos los que ya no están entre nosotros y no olvidemos hacer una oración por quienes no tienen quien ore por ellos. Dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua. Descansen en paz. Amén. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.