Para acoger a Jesús en nuestra existencia y contagiar la alegría de ser sus discípulos–misioneros como san Benito, el camino lo marca el Evangelio. Estamos llamados a testimoniar a Jesús en la humildad, en el servicio silencioso, sin miedo a ir contracorriente y pagar en persona, como nos invita a hacerlo la perícopa evangélica de hoy (Mt 10,16-23). Y, si no todos están llamados, como san Benito, a dejar totalmente la vida ordinaria para irse a un monasterio, a todo cristiano se le pide, sin embargo, que sea coherente en cada circunstancia con la fe que profesa. Es una gracia que debemos pedir al Señor. Ser coherentes, vivir como cristianos. Hoy mucha gente en las diversas encuestas que se hacen, a la pregunta de qué religión profesan, responden: «¡soy católico! pero viven como paganos. La coherencia es una gracia que hay que pedir constantemente.
Cristo nos llama para ser sus testigos frente al mundo. Él nos invita a salir del mezquino horizonte de esta sociedad deteriorada, violenta y agresiva, que margina, deshecha y destruye, descarta; para ser evangelizadores en nuestra casa, trabajo y sociedad en general. Somos enviados como corderos en medio de lobos... ¡no podemos perder el rumbo! ¿Seremos capaces de cumplir la misión? ¿Podremos llevar la cruz sobre los hombros a pesar de lo débiles que somos? Sí. Yo creo que sí, ya que Cristo le pide a cada uno lo que está a su medida. Pidámosle a María Santísima que nos ayude para ser los colaboradores que necesita la Iglesia para la edificación de la Jerusalén celestial entre nosotros, para que este mundo, que en mucho ha olvidado el valor de la dignidad de la persona humana, vuelva a encontrar el camino de la vida. Mientras tanto nosotros, acá en la Casa Madre, llegamos hoy casi al final de nuestros ejercicios espirituales reflexionando en la esperanza que no defrauda (Rm 5,5). ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.