lunes, 23 de junio de 2025

«Sacerdotes felices, llenos de esperanza»... Un pequeño pensamiento para hoy

En unas horas, Dios mediante, vuelo a la Ciudad Eterna con motivo del jubileo de los sacerdotes en este año santo. Además de celebrar este jubileo, algunos sacerdotes de diversas partes del mundo tendremos un encuentro con el papa León XIV el jueves 26 por la tarde, para tratar el tema: «Sacerdotes felices». Hoy, precisamente el salmo responsorial de la Misa (Salmo 32) toca el tema de la felicidad: «Feliz la nación cuyo Dios es el Señor», dice el salmista junto al tema de la esperanza, eje de este año jubilar 2025: «En el Señor está nuestra esperanza».

No podemos negar que no solo los sacerdotes, sino todos miembros del Pueblo de Dios, vivimos tiempos difíciles. Parecería que la tristeza, la angustia, la incertidumbre y otras cosas por el estilo, en un mundo que pende de un hilo de una tercera guerra mundial, invaden el corazón de muchos. Los hombres y mujeres de fe sabemos que la alegría y la esperanza van de la mano y, ante las adversidades por las que atravesamos, no podemos perder ninguna de las dos ni mucho menos desasociarlas. La alegría puede surgir de la esperanza, especialmente en momentos difíciles, y la esperanza puede ser una fuente de alegría cuando parece verse todo oscuro. La alegría puede fortalecer la esperanza y viceversa, creando un ciclo positivo. 

Saber que hay algo mejor por venir, un futuro lleno de posibilidades, puede generar alegría en el presente, incluso cuando las circunstancias no son ideales. Por otro lado, la esperanza puede ser una fuente de alegría. Tener esperanza en algo, ya sea un objetivo personal, un futuro mejor o la promesa de algo positivo, puede generar sentimientos de alegría y optimismo. Esta alegría puede a su vez alimentar la esperanza, creando un círculo virtuoso.  Y que mejor que quienes somos sacerdotes y tenemos la tarea de guiar, como el Buen Pastor, el rebaño por él encomendado reflexionemos en esto. No dejen de encomendarnos a todos los que viviremos este jubileo. Colóquenos entre las manos de la Madre de los sacerdotes para que ella nos mantenga ante su Hijo Jesús alegres y llenos de esperanza. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 22 de junio de 2025

«LA CRUZ DE CADA DÍA Y LA BEATA MARÍA INÉS TERESA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO»... Un pequeño pensamiento para hoy

El papa Benedicto XVI, de feliz memoria, comentando la parte final del Evangelio de este domingo (Lc 9,18-24) en la que Jesús dice: «El que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ese la encontrará» afirma que  esta es la paradoja que debemos tener presente ante todo en la opción por la vida. No es arrogándonos la vida para nosotros como podemos encontrar la vida, sino dándola; no teniéndola o tomándola, sino dándola. Este es el sentido último de la cruz: no tomar para sí, sino dar la vida. (2 de marzo de 2006). Pero sabemos que hay en el ambiente una especie de miedo a la cruz, a la cruz del Señor. Y es que mucha gente llama «cruces» a todas las cosas desagradables que suceden en la vida, y no saben llevarlas con sentido de hijos de Dios, con visión sobrenatural. Este domingo XII del tiempo ordinario coincide con el día que la Iglesia dedica a la memoria litúrgica de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, la fundadora de la familia misionera a la que pertenezco. Madre Inés decía que «la cruz, debe acompañar al misionero en toda su vida, debe ser la compañera inseparable, la dulce compañera que, ¡oh paradoja! llenará de alegría, de dicha inexplicable, los instantes todos de su existencia». (La Santísima Trinidad Misionera).

Seguir a Jesús, al estilo de madre Inés y de todos los beatos y santos, no es fácil en un mundo que parece siempre, a lo largo de la historia, olvidarse de la existencia de Dios y de su interacción con nosotros. Ser discípulo–misionero de Cristo, ser auténtico cristiano, no siempre es una cosa cómoda. Porque muchas veces nos exige ir «contra corriente» y plantar cara a la mentalidad humana, a veces demasiado humana, o sea, como decía el papa Francisco, «mundana» propia del mundo y de la cultura de nuestro tiempo. Ser un cristiano de verdad respondiendo a la pregunta de Cristo, también presente en el Evangelio de hoy: «¿Quién dicen ustedes que soy yo?», es un compromiso exigente. Y en ocasiones también misterioso. Porque Dios nos desconcierta y sus modos de actuar no son como los de los hombres, ni siempre inteligibles para nuestra razón. Vivir el Evangelio exige mucha fe, porque Dios es misterioso y casi siempre se nos presenta envuelto en el misterio. Y exige también mucha valentía, generosidad y amor porque, para seguir a Jesús hay que ir por la vía de la cruz. Y sólo con mucha fe y con un amor muy grande y generoso, lleno de esperanza, la cruz no será para nosotros un motivo de escándalo, sino un instrumento bendito de salvación y de santificación que nos hará salir de nosotros mismos para llevar a Dios a los demás.

La beata María Inés siempre habló de la cruz dándole el sentido que debe tener: «Espero en Dios que todos mis hijos estén bien, muy contentos en el desempeño de sus ocupaciones cada uno, no teniendo otra mira que agradar a Dios y salvarle almas, observando aquello que nuestro Señor nos indica en su santo evangelio: “Negarse a si mismo, tomar cada día su cruz, y seguirle”». (Carta Colectiva desde San Francisco, California, el 25 de octubre de 1956). La cruz de cada día, nos enseña la beata, con su testimonio de vida, son todos los trabajos, mortificaciones, sacrificios, acciones, obras, quehaceres, servicios, ofrendas, responsabilidades de cada día según los dones recibidos, para cumplir la misión que a cada uno se le ha encomendado, para unirlos en una sola cruz, la de Cristo, para vivir en armonía en un solo cuerpo y un mismo espíritu y lograr que todos le conozcan y le amen para vivir la alegría del Evangelio. Que María santísima y la beata María Inés intercedan por nosotros para que nuestra respuesta sea valiente, generosa, decidida, consecuente. Entonces podremos llamarnos y ser en verdad auténticos discípulos–misioneros de Cristo. O sea, seguidores de un Cristo crucificado y resucitado. ¡Bendecido domingo y felicidades a todos los miembros de la Familia Inesiana!

Padre Alfredo.

sábado, 21 de junio de 2025

«Bombardeados por la publicidad»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

En el mundo moderno, la publicidad está en todas partes. Es algo que tiene un gran impacto en la sociedad y en el comportamiento de las personas. Cuando caminamos por la calle, podemos ver los anuncios en las tiendas o mercados. Cuando estamos viendo las redes sociales o la televisión, aparecen anuncios. Cuando estamos leyendo periódicos, hay anuncios en las diferentes páginas. Quienes vivimos en ciudades cosmopolitas como Monterrey, vivimos, además, «bombardeados» por anuncios panorámicos creados para atrapar nuestra atención y avivar no solamente la pupila, sino la mente, el corazón y el deseo de obtener aquello que se anuncia. Enormes edificios, fachadas, vallas de obras, mobiliario urbano, camiones de transporte público, paradas de autobuses, estaciones de metro y el mismo metro, sirven como soporte de todo tipo de elementos publicitarios: lonas gigantescas, rótulos luminosos, pantallas… que asaltan a un espectador cada vez más aturdido.

Los artículos que nos gustan y que allí se presentan pueden llegar al punto de casi controlarnos; si no somos cuidadosos, aquello que nos ha cautivado en un gran cartel se convierte pronto en realidad entre nuestras manos para luego no saber que hacer con aquello o lamentarnos de haber gastado dinero inútilmente. En el Evangelio de hoy (Mt 6,24-34) Jesús nos invita a no preocuparnos por la comida, la bebida o la ropa, recordándonos que Dios ya sabe lo que necesitamos y él proveerá. Utiliza el ejemplo de las aves del cielo, de las flores del campo e incluso del hombre mas sabio que existió sobre la tierra para decirnos, que, si no cambiamos nuestro enfoque, entonces nuestra confianza en Dios se debilitará. ¡Tal vez sea difícil captar esto para algunos! Pero es que nuestro corazón solamente será pertenencia de Dios cuando ponemos sus prioridades en primer lugar. Por eso dice: «busquen primeramente el reino de Dios y su justicia»... lo demás, vendrá por añadidura.

¿Significa esto que debemos descuidar todo lo que ayuda a mantener nuestra vida bien? Ciertamente no. Pero para el hombre de fe, debe haber una diferencia en nuestra actitud referente a ellas. Si cuidamos de los asuntos de Dios como una prioridad, buscando su salvación, viviendo en dependencia a él y compartiendo las buenas nuevas del reino con otros, entonces Dios va a cuidar de nuestros asuntos como prometió, y, entre otras cosas, sabremos hacer un buen discernimiento ante la publicidad que nos rodea. Por ejemplo, atraídos por un anuncio podremos ver nuestra necesidad como obtener aquello, pero tal vez Dios sabe que lo que realmente necesitamos es un tiempo de pobreza, de pérdida o de soledad y eso, eso no está en ningún panorámico. Cuando esto sucede, estamos en buena compañía. Dios amó tanto a Job como a Elías, sin embargo él permitió que Satanás destruyera a Job —todo bajo su ojo vigilante—, y dejó que la mujer malvada, Jezabel, quebrantara el espíritu de su propio profeta Elías (Job 1-2; 1 Re 18-19). En ambos casos, Dios hizo que después de estas tribulaciones viniera un tiempo de restauración y sustento. Que María nos ayude a buscar el reino sin dejarnos cautivar por la distracción del consumismo que crece y crece más cada día. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 20 de junio de 2025

«Con dinero puedes...» UN pequeño pensamiento para hoy


Los discípulos–misioneros de Cristo tenemos muy en claro que hay cosas, incluso las de máximo valor, que no se pueden comprar con dinero. La fe, el amor, el cariño, la amistad, la alegría plena. Estas son las cosas que realmente necesitamos para tener una vida plena y no se pueden adquirir ni con todo el oro del mundo. Lo que se puede comprar con dinero no es más que una burda copia o mala imitación, son solamente momentos que, ante una inmensa eternidad, se convierten en ráfagas de segundos que pasan sin quedarse. Nada que sirva de verdad. Hay una canción de Humberto Galindo que cantan «Los Cardenales de Nuevo León» y que retrata muy bien esto. Se llama «Con Dinero». Transcribo algunos párrafos esperando que nadie se escandalice: «Con dinero puedes comprar una iglesia pero no la gloria... Con dinero puedes comprar una amante, pero no una novia... Con dinero puedes comprarte pasiones, placer y emociones, pero no cariño. Con dinero puedes comprar un momento, pero no el destino... Con dinero puedes comprar un boleto, pero no el camino».

El dinero, ciertamente, sobre todo en una sociedad consumista y materialista como la de muchos de nosotros, puede dar mucho, pero no puede comprar la verdadera felicidad. Mucha gente hoy podrá decir lo contrario, pero basta mirar a muchas personas que tienen mucho dinero y de todas maneras caen en las drogas, en problemas del alcohol y adición al sexo. Si fueran felices, esas cosas no les saltarían por el camino. Es evidente, entonces, que no son felices; el dinero les da la ilusión de que están contentos. Pero tan pronto como se sumergen un poco en su interior, se dan cuenta de que están vacíos. Sienten ese hueco que nada ni nadie lo puede llenar. Ese algo que están perdiendo es el amor de Dios, porque es la única cosa verdadera que satisface y no se puede comprar con dinero. Dios es quien nos llena con una eterna felicidad, incluso cuando caminamos en el valle de la sombra de la muerte. Esto nos lo recuerda el Evangelio de hoy (Mt 6,19-23). Por su parte, el libro del Eclesiastés alerta: «Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las riquezas nunca tiene suficiente. ¡También esto es absurdo!» (5,10).

Lo único que hay duradero y eterno y de un valor incalculable, es la infinitud del misterio de Dios. Nuestra alma, que ha tenido un comienzo, pervivirá por siempre y lo mismo, unidos a Cristo, el cuerpo resucitado y glorificado al final de los tiempos. Siguiendo las huellas del que nos salva por amor es el modo más eficaz de acrecentar los verdaderos tesoros en la vida, las riquezas seguras y duraderas por toda la eternidad. Estos tesoros, estas riquezas, son lo que exige mayor dedicación mientras dura la vida y se van incrementando a medida que nos prodigamos en el amor: en amor para con Dios y amor para con los demás. Hoy el Evangelio nos habla también del ojo sano y del ojo enfermo. Si nuestro ojo está enfermo, entonces todo lo vemos deformado. Por eso es importante limpiar nuestros ojos, quitar las opacidades que causan el consumismo y el materialismo. Solamente con un «ojo sano» nos encontraremos con el verdadero tesoro, con el único tesoro que vale la pena. Que María santísima nos ayude a abrir bien los ojos del alma, los ojos del corazón. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 19 de junio de 2025


Hoy celebramos en México y en algunas otras naciones, la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo recordando, en la presencia de la Eucaristía, la entrega de Jesús por la humanidad, para que esta tuviera vida y la tuviera en abundancia. Jesús quiso hacer de su entrega nuestra propia entrega y de su vida nuestra propia vida, por eso se quedó así, en la Eucaristía. ¿Qué significa entonces en nuestra vida como creyentes el cuerpo de Cristo entregado y la sangre de Cristo derramada? ¿Qué significa esta fiesta para nosotros? ¿A qué nos compromete? Si Él nos amó hasta entregar su vida por nosotros, de la misma manera, nosotros también estamos llamados a entregar nuestra vida por los demás en nuestra propia cotidianidad y allí donde nos encontremos, haciéndonos «pan partido y repartido» como Él.

Estamos llamados, como discípulos–misioneros, a llevar a nuestra vida lo que fue la vida de Jesús mientras pasó por este mundo haciendo el bien (cf. Hch 10,38). La celebración de hoy nos recuerda que estamos llamados a vivir desde la entrega y el servicio, y lo hemos de hacer en nuestro ser y quehacer de cada día, allí donde nos encontramos: con nuestra familia, con nuestros amigos, en la parroquia, en nuestro trabajo, en nuestro entorno, en nuestra ciudad. Comprometidos a hacerlo con los de cerca y también con los de lejos, dirigimos nuestra mirada al Señor que, compadecido de todos, nos alimenta, para que todos comamos y nos saciemos. Eso nos lo recuerda el Evangelio de hoy con el pasaje de la multiplicación de los panes y los peces (Lc 9,11-17).

Después de que todos comieron y quedaron satisfechos, nos dice el evangelista que «de lo que sobró se recogieron doce canastos.» (Lc 9,17) ¡La generosidad de Dios siempre desborda, siempre es más de lo que esperamos! El amor que Cristo nos brinda en la Eucaristía no es para guardarse; la vida de fe es para desbordarse, para compartirse. Este paso nos reta a ser canales vivos de la gracia de Dios para los demás, desbordando amor, paz, esperanza, consuelo y ayuda. Si hemos recibido tanto de Jesús, especialmente en la Eucaristía, que tantas veces hemos celebrado y recibido ¿cómo podemos no compartirlo con un mundo que tanto lo necesita? Hemos de llevar Jesús Eucaristía en nuestra propia vida a cada rincón de nuestro mundo. ¡Cuánto gozaba la beata María Inés esta fiesta! No hay mayor honor que ser instrumento vivo de Dios, sus «canastos desbordantes» de gracia. Vivamos, acompañados de María, esta fiesta con alegría. ¡Bendecido jueves de Corpus!

Padre Alfredo.

miércoles, 18 de junio de 2025

«Repartió a manos llenas»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

Después de un viaje relámpago a la frontera con los Estados Unidos, debido a una encomienda a solicitud de mi congregación religiosa, me dispongo a compartir la reflexión que hice esta mañana y que por no haber llevado ni iPad ni computadora pude compartir por escrito. Monterrey queda a menos de tres horas de la frontera y a veces surgen asuntos que me encomiendan debido a que conozco algunas ciudades de la frontera americana desde pequeño y me sé ubicar muy bien. Ser parte de una congregación religiosa que es misionera y estar cerca de la frontera de los vecinos del norte trae muchas ventajas para nuestras misiones, especialmente de la de África. Esta mañana, en Laredo, amanecí pensando en mi padrino monseñor Juan José Hinojosa, y es que un día como hoy, pero de hace diez años, fue llamado a la presencia del Señor luego de un tiempo de sufrimiento debido a un extraño accidente: ¡un coche cayó exactamente encima de donde él iba sentado! No cabe duda de que vivimos a la sorpresa de Dios. 

Al toparme con la primera lectura (2 Cor 9,6-11) y ver estas frases: «Cada cual dé lo que su corazón le diga»... «Dios ama al que da con alegría»... «serán ustedes ricos en todo para ser generosos en todo», me venían a la mente diversas escenas de los gratos y edificantes momentos que compartí con mi padrino, sobre todo en mi época de seminarista, cuando lo acompañaba varias veces a la semana a sus grupos de meditación bíblica, distribuidos en diversas zonas de Monterrey. No es que quiera adelantarme al juicio de la Iglesia, pero lo que yo vi siempre en mi padrino —como mucha gente más— fue el Evangelio de la alegría hecho vida en un hombre sencillo, humilde, servicial, generoso, espiritual y puro de corazón. ¡Cómo recuerdo su gozo, junto a monseñor Juan Esquerda —mi otro padrino— al estarme revistiendo con la casulla y la estola el día de mi ordenación sacerdotal!

Quisiera cerrar esta reflexión compartiendo una anécdota relacionada con la frase, también de la primera lectura de hoy que reza: «Repartió a manos llenas a los pobres; su justicia permanece eternamente». Una vez iba con «el padre Juanjo» como le decíamos mucho, a una de las reuniones de uno de los grupos de meditación bíblica. En una de las calles por las circulamos, se veía venir un señor —albañil seguramente— con una carretilla. De repente mi padrino detuvo el carro y me dijo: —abre la guantera, allí hay un dinero, es para este hombre que viene allá porque él está muy necesitado. Ese dinero es para él. Yo le pregunté: —¿Lo conoce padrino? Me contestó: —No, no sé ni quién es, pero está muy necesitado, lo sé; dale el dinero y no le digas nada, solamente dile que Dios se lo manda porque sabe de su necesidad. Avanzamos y entregué al hombre un fajo de billetes enredados y sujetos con una liga. Era una buena cantidad de dinero que el hombre recibió lleno de lágrimas y mirando al cielo, se santiguó y monseñor solamente le sonrió... Así son los hombres de Dios, ricos para ser generosos. Que Dios haya premiado a mi padrino Juanjo con el gozo del cielo encontrando allá a María a quien tanto quiso, y que nosotros sigamos el camino que gente como él que ya no está aquí, nos ha dejado. ¡Bendecida noche de miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 17 de junio de 2025

«LA FÁBULA DEL LEÓN Y EL RATÓN»... Un pequeño pensamiento para hoy


En este espacio que llamo «Un pequeño pensamiento», no por lo corto que pudiera ser, sino por la pequeñez de mi reflexión en medio del océano inmenso de comentarios de la Palabra y los acontecimientos que giran en torno a nuestro Dios, me gusta compartir diversos temas que botan de mi oración, de la contemplación de esta Palabra que es viva y eficaz y de las vivencias diarias. Hoy quiero detenerme en la primera lectura de la Misa (2 Cor 8,1-9) para desmenuzar el tema central de «la generosidad». La lectura ofrece un motivo para que analicemos el nivel de nuestra generosidad, como medida de nuestra humanidad. San Pablo, que veía el crecimiento en muchos aspectos en esa comunidad de Corinto, quiere que también se distingan en la generosidad y que la practiquen no porque él se los está ordenado, sino por convicción.

Hay una fábula muy bonita que dice: «Érase una vez, un ratón que iba caminando muy distraído cuando, sin darse cuenta, se encaramó el lomo de un león que andaba echándose la siesta. El león, que comenzó a notar por unas leves cosquillas, se rascó pero... al pasar la zarpa por su lomo, notó algo extraño: El león sujetó al ratoncillo con sus garras y, viéndose aprisionado, comenzó a llorar desconsolado y a suplicar al león que le perdonara y le dejara marchar. —Señor león, no sabía que estaba sobre usted, tiene que perdonarme iba despistado. Sálveme la vida y quizás, algún día, pueda yo salvar la suya. El león, al escuchar aquella vocecilla no pudo por menos que echarse a reír pero, una ola de generosidad le invadió y, conmovido, le dijo: —¡Te perdono! Y el ratón, se alejó de allí corriendo. Pasaron los días, las semanas y los meses y, un buen día el ratón comenzó a escuchar unos fuertes aullidos. Se acercó con cuidado hasta el lugar de donde procedían y, no lo van a creer, allí estaba el león, atrapado en una red que los hombres habían puesto para cazar al rey de la selva. El ratón, al verle atrapado y acordándose de la benevolencia del león que lo había dejado en libertad, corrió en su ayuda para roer la cuerda hasta deshacer la red que lo aprisionaba. El fiero y temible león, pudo escapar de los cazadores gracias a la ayuda de un pequeño e insignificante ratón».

Algunas personas, en nuestros tiempos, les gusta pensar que pueden amar sin dar olvidando lo que dice 1 Juan 3,17-18: «El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad». Jesús también dijo mucho al respecto en Mateo 6,21: «Porque donde esté su tesoro, allí estará también su corazón». Lo que damos, la manera en que lo hacemos, y nuestro compromiso para dar, son pruebas válidas de nuestro amor. Creo que al leer estas líneas a los Corintios nos queda bastante claro que la generosidad es la virtud que nos impulsa a dar o compartir con los demás de manera desinteresada, sin esperar nada a cambio. Implica la disposición de ayudar a otros, ya sea a través de acciones, bienes materiales, perdón o tiempo. La generosidad construye la comunidad. Bien decía Santa Teresa de Calcuta: «Dar hasta que duela». Que María, la humilde sierva del Señor nos ayude a ser generosos. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.