1. LA IGLESIA VIVE DE LA EUCARISTÍA.
El Sacramento de la Eucaristía, es el «pan vivo bajado del cielo» (Jn 6, 51), es la fuerza que nos nutre y nos acompaña todos los días de nuestra vida. Es Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento del Altar, como centro de nuestra fe. La Eucaristía es lo más Santo que tenemos en la Iglesia y en el mundo.
«La Iglesia vive de la Eucaristía», nos recordaba san Juan Juan Pablo II en la Encíclica «Ecclesia de Eucharistia». Esta verdad encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia y cómo se realiza continuamente la promesa del Señor «He aquí que Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
Cuando decimos que «La Iglesia vive de la Eucaristía», afirmamos que la Iglesia experimenta con alegría cómo se realiza en múltiples formas, esa promesa del Señor en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor —momento que se llama litúrgicamente «transubstanciación»—. De manera particular, la Iglesia Universal se alegra de esta presencia con una intensidad única, porque a cada momento, sobre la faz de la tierra, se está celebrando la Eucaristía.
La razón fundamental por la cual la Iglesia vive de la Eucaristía, que es «la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana» (LG11) es porque «la sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo» (PO 5). Por eso, la Iglesia ha de custodiar como su mayor tesoro la Sagrada Eucaristía como presencia real de Jesucristo, el Señor, a quien comulgamos y adoramos.
La beata María Inés Teresa, quien hacía cada día la intención de «oír las Misas que se celebren en el mundo entero» y que pasaba largas en adoración ante Jesús Eucaristía, nos dice: «La Misión de Jesús Visible en el mundo ya terminó, Él ya acabó su carrera, más se quedó en la Eucaristía hasta la consumación de los siglos para seguir desde allí siendo el promotor, el auxiliador, el sostén, el refrigerio, el guía, el consuelo de todos aquellos que quieren como Él: PASAR POR EL MUNDO HACIENDO EL BIEN.» (Lira del Corazón, Primera parte, Capítulo V).
AL hablar de la Eucaristía, estamos hablando del sacramento que nos regaló Cristo en la Última Cena al querer quedarse con nosotros para siempre, dándonos su Cuerpo y Sangre, alma y divinidad, para alimentarnos, unirse a nosotros, entregarnos su vida divina, entrar en comunión con nosotros, acompañarnos durante esta peregrinación terrena hacia la Patria Celestial, donde le disfrutaremos cara a cara sin los velos del pan y del vino. Aquí en la tierra la Eucaristía es el sacramento más sublime, porque en él no sólo recibimos la gracia de Cristo, sino al autor de la gracia, en Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad.
2. EL DESCUIDO Y EL MALTRATO A JESÚS EUCARISTÍA, PROFANACIONES Y SACRILEGIOS.
Es inmenso el dolor y la tristeza que causa a la Iglesia cuando se comete el terrible pecado de profanación y sacrilegio contra lo más sagrado, lo más importante, lo más central de nuestra vida cristiana, porque se trata nada menos que del cuerpo de Cristo, Cristo mismo en Persona, el Hijo único de Dios que nació de la Santísima Virgen María, que se entrega por nosotros, que nos ha amado hasta el extremo y que nos salva. En no pocos lugares, de diversas diócesis del mundo, se sufren con profundísimo dolor y total rechazo de los fieles, varias profanaciones de robos y ultrajes al Santísimo Sacramento, además del maltrato que se da a las especies eucarísticas por parte de quienes, siendo ministros ordinarios o extraordinarios, descuidan el decoro y el manejo de las especies sagradas y de sus elementos accesorios, como sagrarios, copones, cálices, relicarios, custodias, corporales y purificadores.
Es importante recordar que quien cometa una profanación contra la Eucaristía queda inmediatamente en estado de excomunión, según lo enseña el Código de Derecho Canónico, y este gravísimo pecado solamente lo puede absolver el Papa o su delegado: ya sea un sacerdote penitenciario o un sacerdote que tenga el nombramiento pontificio de misionero de la misericordia, como un servidor. Todas las comunidades deben ser profundamente amantes de Jesús Eucaristía, y los ministros extraordinarios de la comunión eucarística, en primer lugar, son quienes deben dar este testimonio en el trato reverente a las especies eucarísticas. No se puede admitir que, por haber caído en la rutina, un Ministro Ordinario o Extraordinario no se dé cuenta de situaciones de falta de limpieza o de decoro, porque si sabemos quién es el Señor, debemos darle lo mejor.
El Papa Francisco dice que hay sitios donde se constata un abandono casi total del culto de la adoración eucarística, y que, por lo tanto, ahí no puede haber progreso, ni solidaridad, ni paz, la Iglesia no crece, y vería cada vez más menguadas sus fuerzas y su avance en la misión evangelizadora que el Padre le confía.
3. LA IGLESIA NOS EXHORTA A SER SIEMPRE MUY ATENTOS CON JESÚS EUCARISTÍA.
La Iglesia, como madre y maestra, exhorta siempre a los sacerdotes, a los ministros extraordinarios de la Comunión Eucarística, a los agentes de pastoral y a todos los fieles, a redoblar el cuidado, la custodia y la seguridad de los sagrarios en donde se reserva tan augusto sacramento. Los ministros extraordinarios de la comunión eucarística tienen una tarea relevante al respecto, al prestarse como colaboradores —según las posibilidades de cada quien— a cuidar el decoro sobre todo del sagrario y de todo lo relacionado con la presencia de Jesús en la Eucaristía.
La razón fundamental de reserva de la santa Eucaristía en el sagrario de las parroquias y demás lugares autorizados por los ordinarios, es la adoración de los fieles y la sagrada comunión para los enfermos. Por eso la Iglesia cuida de que en las comunidades en donde no se celebra la santa misa diariamente y donde por esta razón, el templo permanece cerrado, no se mantenga la reserva, para evitar una posible profanación del Santísimo Sacramento.
En la distribución de la Sagrada Comunión, tanto ministros ordinarios como extraordinarios, deben tener la mayor reverencia y respeto a este sacramento. Se hace necesario enseñar y recordar con frecuencia a los ministros extraordinarios de la comunión eucarística y en general a los fieles más cercanos, la forma correcta de dar y recibir la comunión: Todo feligrés debe comulgar inmediatamente frente al sacerdote o ministro extraordinario. Al estar dando la comunión hay que vigilar que nadie se lleve la Sagrada Comunión para ser consumida en algún otro lugar dentro o fuera del templo (Redemptionis Sacramentum 92). Todos los fieles, y en especial los ministros extraordinarios deben colaborar para el cumplimiento como es debido con esta norma —sin exageraciones— estando atentos a corregir y denunciar cualquier anomalía en este sentido.
Un ministro extraordinario de la comunión eucarística, cuando es consciente de su vocación tan especial, busca siempre reparar y desagraviar las dolorosas ofensas a Jesús Sacramentado con la oración y con actos de devoción que acompañen a Jesús Eucaristía. todo ministro extraordinario, como todo agente de pastoral, debe siempre orar por sus pastores y por sus hermanos en el ministerio. De manera especial, no hay que olvidar elevar una oración por aquellos que han cometido errores por haber descuidado el trato con el Señor, con la seguridad que no lo volverán a cometer y confiando que el mismo Señor a quien han ofendido, los perdona y los ama.
Estas son unas cuantas pinceladas que quiero compartir, porque del tema de la eucaristía se podría decir lo mismo que de María, en frase de San Bernardo: “Acerca de María, nunca es suficiente”. En nuestro caso: “Acerca de la eucaristía nunca es suficiente”.
Que Jesucristo el Señor, siga iluminando nuestro camino y haga de cada uno de los ministros ordinarios y extraordinarios de la comunión eucarística, hombres y mujeres verdaderamente eucarísticos a semejanza de María Santísima, la Mujer Eucarística por antonomasia.
Padre Alfredo.