domingo, 26 de octubre de 2025

Ser el centro y estar por encima... un pequeño pensamiento para hoy

La presunción de la autosuficiencia, la arrogancia por la valoración excesiva de uno mismo, el sentimiento de superioridad por sentirse por encima y la falta de humildad por exhibir soberbia, parecen ser cuestiones reinantes en la sociedad actual. Pero es curioso que estas van unidas a la desesperación, dejando ver en el fondo, una gran negación de la esperanza, porque en estas cosas el hombre rehúsa la propia impotencia, no la acepta y hace un lado el poder del amor de Dios. Me llama mucho la atención el afán de sentirse por encima y «lucirse» como los mejores en el vestir, en el deporte, en el conocer, en el opinar... pensando que se es el «non plus ultra». Hoy vemos un sinfín de mujeres que se niegan a envejecer con naturalidad, hombres metrosexuales que se transforman por completo, deportistas dopados para ganar, políticos egocentristas que buscan fans, artistas que no definen su identidad para llamar la atención... en fin: ¡Ser el centro y estar por encima!

Detrás de estas conductas que parecen estar de moda pero que vienen desde antiguo, se alcanza a ver que la persona que vive así, está vacía de atractivos naturales y por eso presume lo que no tiene, o busca creárselo a la fuerza, para sentirse satisfecha, aunque solamente ella se crea lo que presume. Hay un dicho que todos conocemos y dice: «dime de qué presumes y te diré de qué careces». En el Evangelio de hoy (Lc 18,9-14) aparece alguien así: Un fariseo va al templo y se pone erguido en primera fila, como si él fuera el dueño del templo y reza de tal manera que aquello es más bien un monólogo: Siente que es tan perfecto que no tiene nada que pedir al Señor. Su oración es una lista de méritos que subraya su propia arrogancia. Transita por un camino que conduce directamente al encuentro de sí, pero ese es precisamente el camino que lleva a la perdida de Dios porque no hay esperanza de ser mejor.

El comportamiento del publicano que allí aparece es de signo contrario. Él también sube al templo, pero entra discretamente, se queda atrás, como si no quisiera profanar el lugar porque es consciente de su situación de pecado. Su humilde conducta y la súplica que dirige a Dios denotan un corazón magullado por el dolor de haberlo ofendido, por lo que interpela el perdón divino. Jesús asegura que el publicano volvió a casa justificado, porque «cualquiera que se exalta será humillado y el que se humilla será exaltado» (Lc 18, 14). Esto habla de esperanza, porque si uno camina en humildad, descubre que la esperanza nos lleva a salir de sí mismo, de nuestra autosuficiencia, de nuestra arrogancia y de nuestra ceguera para ver que tenemos mucho que cambiar en nuestras vidas y no quedarse en la superficialidad viéndonos por encima de los demás. El publicano fue a presentarle al Señor su corazón, su interior. Fue a suplicar su misericordia con la esperanza de ser mejor. EL fariseo se sentía ya en el «Top» sin esperar más. Yo creo que este domingo podemos buscar un momento y preguntarnos qué calidad tiene nuestra relación con Dios, a cuál de los dos protagonistas del evangelio de hoy nos parecemos más. Que la Virgen, con su sencillez, reconociendo que el Señor se fijó en su pequeñez, nos ayude. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

P.D. Les recuerdo que mi escrito lleva el encabezado «UN PEQUEÑO PENSAMIENTO» no por la extensión de palabras, sino por lo pequeño, lo poquito que yo puedo aportar al compartir mi reflexión personal.

LA MODA DE PONER LA FOTOGRAFÍA DEL DIFUNTO EN LA MISA DE CUERPO PRESENTE, CENIZAS, NOVENARIOS, TRIDUOS; LAS HOMILÍAS EN ESAS MISAS Y LOS ANIVERSARIOS DE DEFUNCIÓN, RECUERDO DEL CUMPLEAÑOS Y LA INAPROPIADA EXALTACIÓN DE LOS DIFUNTOS


En los últimos años, —copiando a nuestros hermanos separados «esperados»—, se ha puesto de moda poner la fotografía del difunto en la misa de cuerpo presente, cenizas, novenario, triduo, aniversario de defunción, recuerdo del cumpleaños, etc. El uso de fotografías en los funerales protestantes se diferencia de la tradición católica porque ellos no tienen imágenes sagradas de santos o de la Virgen María que para nosotros tienen un significado litúrgico y espiritual. El protestantismo, en general, se enfoca menos en los rituales y más en la celebración de la vida terrena de la persona fallecida. Los católicos, cuando celebramos una Misa pidiendo por un difunto, no podemos olvidar que el centro de toda Celebración Eucarística es siempre Cristo Resucitado, no la persona por la que estamos orando, para quien ciertamente, suplicamos la salvación y por eso elevamos sufragios.

El funeral protestante coloca la fotografía del difunto porque ese momento se convierte, por así decir, en un espacio de libertad para exaltar la memoria de la persona y darle de las formas más originales un último adiós. Un funeral cristiano protestante nunca es exactamente igual a otro, porque no hay rituales y las denominaciones protestantes son muchas y muy diversas. Hay funerales sobrios o más festivos y emotivos; solemnes y más serios; íntimos o multitudinarios. El toque personal hace para ellos la diferencia y retrata la despedida con nombre y apellido. No hay límites para crear ese momento de agradecimiento por haber compartido con alguien. Siempre caben sus historias y anécdotas, su legado y enseñanzas, y los innumerables sentimientos que fue regando a su paso. 

Los protestantes, al no tener un mismo «Ritual de Exequias» como los católicos, hacen más y más creativas las despedidas, no solamente poniendo fotos o recuerdos del difunto sino haciendo celebraciones en diversos lugares. Si a la persona le encantaba el bosque, consideran celebrar su despedida entre árboles. Si la persona era la mejor cocinera, ofrecen algunas de sus mejores recetas para agradecerle tantas veces que cocinó para los familiares y amigos. Si el difunto era deportista y siempre andada en bici, llevan las cenizas en una caravana de bicicletas. Si le encantaban las rosas rojas, le piden a los asistentes que cada cual le lleve una... Todo esto ha motivado a algunos católicos a «ser creativos» queriendo ser originales.

Nuestra Misa, como todos los católicos sabemos, es Cristocéntrica —Cristo va siempre al centro— y no antropocéntrica —colocando el hombre en el centro—. Por eso los católicos hemos de entender que la Misa por un difunto no es una honra fúnebre con aires de homenaje. De hecho por este motivo el Papa Francisco, de feliz memoria, simplificó el rito para la Misa de exequias del Santo Padre.

Al celebrar la Misa de cuerpo presente, cenizas, aniversarios y demás cuestiones relacionadas con nuestros difuntos, celebramos a Cristo muerto y resucitado, celebramos al Viviente, al que vive para siempre, al que ha vencido a la muerte, por eso el centro de la celebración exequial no es el difunto, sino el Señor Jesús, cuya muerte y resurrección es el centro de nuestra fe y el motivo de nuestra esperanza. Por cierto, en la medida de lo posible, hay que tratar de celebrar las exequias de nuestros seres queridos en la parroquia a la que estos pertenecieron, porque en la parroquia está la comunidad que acompaña a los fieles a lo largo de la vida, desde su nacimiento hasta la muerte. La parroquia brinda al cristiano los dones de la salvación, los sacramentos, el anuncio del Evangelio y la formación cristiana. Es lógico, entonces, que la comunidad parroquial le acompañe con su afecto y su plegaria en su despedida de este mundo.

Desde esta perspectiva es fácil comprender que almas de las personas por las que oramos no nrequieren en ninguna circunstancia ser el centro de la celebración o el centro de la atención de la comunidad o de la familia. El problema de las fotografías del difunto es que en lugar de centrar la atención en el altar, que representa a Cristo Sacerdote, que lleva la ofrenda de nuestra oración al Padre, se desvía nuestra atención hacia las personas mismas de los difuntos. Incluso ha que hacer conciencia de que algunas Misas de difuntos —cuando son varios—, parecen competir con alguna galería fotográfica.

Cada vez que la gente lleva la foto a Misa —además de que la mayoría de los asistentes en muchos de los casos, se paran pocas veces en un templo—, en lugar de ayudar a esa alma con la oración personal, estas personas dejan ver, muchas veces, que es más importante para ellos ese familiar o amigo que Dios mismo, que fue quien nos permitió en su Providencia compartir el amor o la amistad por un tiempo. Algunos, inclusive, van y se paran frente a la foto luego de saludar a los familiares que están en la primera banca para recordar deudas que tienen con los difuntos: «No alcancé a hacer esto que quería», «nunca le dije esto», «quedó pendiente una cosa» o lo más común: «Es que no me pude despedir».

En la misa por los difuntos, nuestro mayor anhelo debe ser que esa alma viva ya con Dios en su gloria y por eso oramos juntos, unidos por la fe, recordando que un funeral es para encomendar al difunto, afianzar nuestra fe en la resurrección futura y dejar su vida en las manos de Dios, de manera que esto también nos ayude a los vivos a pensar en la realidad de la muerte y nos anime a vivir mejor como cristianos.

Algunas personas incluso «pelean» el lugar de la fotografía de su difunto, exigiendo un mejor lugar cuando hay varios o quieren ponerlas en el presbiterio, cosa que ni para las cenizas esta permitido, ya que solamente las imágenes de los santos y beatos, y sus reliquias, son las que pueden estar en el presbiterio, porque con la beatificación y la canonización, la Iglesia asegura que ellos pusieron a Dios y a la Eucaristía en el centro de su vida sin ser ellos el centro de atención. Estas imágenes son para veneración pública y para llevarnos a Dios, no un simple recuerdo o «un adiós».

De ninguna manera podemos considerar la Misa exequial no es un acto en honor del difunto, como lo sería una ceremonia de carácter civil, para honrar a una persona fallecida, por ejemplo a un buen gobernante por su labor en beneficio de la comunidad, o a un policía caído en el cumplimiento de su deber, en esos casos, es conveniente poner una fotografía del difunto en el lugar donde se realiza el homenaje, es decir en un recinto público. Las misas por los difuntos no pueden convertirse en una especie de show de exaltación del finado donde la familia aprovecha la misa para hacer un panegírico completamente desproporcionado.

La Instrucción General del Misal Romano en el número 379 apunta: «La Iglesia ofrece por los difuntos el Sacrificio Eucarístico de la Pascua de Cristo para que, por la comunicación entre todos los miembros de Cristo, lo que a unos obtiene ayuda espiritual, a otros les lleve el consuelo de la esperanza». Y en el 382 dice: «En las Misas exequiales hágase habitualmente una breve homilía, excluyendo cualquier género de elogio fúnebre».

Que pena que en algunas Misas de difuntos se encuentra uno con una monición de entrada más larga que la Cuaresma contando las maravillas del difunto y luego el celebrante hace una homilía en la que en lugar de explicar la palabra de Dios aprovecha para explicar que el fallecido está ya en el cielo y lo buenísimo que era... ¿Cómo sabe el celebrante o los familiares que el difunto salió exento del examen en el juicio ante Dios? Y es que, como se eligió a veces la fotografía más tierna y el celebrante pide reunirse con la familia antes... ¡para hablar bonito!

Está claro que, empezando por los celebrantes, los católicos debemos seguir el ritual de exequias, que pide que estas celebraciones cristianas no se conviertan en honras fúnebres, es decir, en una ceremonia para honrar al difunto y recalca que no se asuman elementos extraños a la tradición católica, como querer poner camisetas de clubes deportivos, peluches u otra clase de artilugios que nada tengan que ver con la fe. El ritual de exequias actual, aprobado por la Santa Sede, no contempla la colocación de una fotografía del difunto ni sobre el ataúd, ni cerca de él o junto a las cenizas, aunque sabemos que el Derecho Canónico deja ver que lo que no está prohibido está permitido, así que hay quienes seguirán buscando poner fotografías, aunque en la liturgia que se celebra en la Basílica de San Pedro, que sirve como modelo para la liturgia de toda la Iglesia Católica, no se colocan nunca fotografías de un Papa o de un Cardenal cuando fallece, solo se lleva su féretro.

En la Misa de exequias por uno o varios difuntos, lo que es conveniente, al final de la misma, es hacer un pequeño resumen de la vida de la persona y agradecer en nombre de la familia, la asistencia. Pero yo diría que en una cultura que se rige mucho por imágenes, una cosa es el momento de la Misa de exequias y de cenizas y otra la de novenarios, triduos, aniversarios y demás. Tal vez en la Misa de exequias o de cenizas sea suficiente una fotografía discreta y un pequeño arreglo floral en ese día y nada más junto a la mesa especial que se pone al frente para colocar las cenizas, si eso ayuda a que los familiares cercanos vivan su duelo, aunque sería mejor poner una pequeña vela junto a las cenizas —si es el caso—que ayude a dirigir la mirada hacia el Cirio Pascual.
Hay que tomar en cuenta que a veces—y cada vez es más frecuente—hay varias cenizas en una sola celebración. 

Yo considero que el lugar más idóneo para colocar una fotografía del difunto es la capilla de velación, donde los familiares y amigos del difunto se reúnen para consolar a la familia y estar con el difunto y acompañarlo con la oración, especialmente con el rezo del Santo Rosario suplicando por la intercesión de la Virgen María para que ayude al difunto a llegar al Cielo. En especial creo que el mejor espacio es a la entrada de la capilla ardiente. Este momento es una oportunidad para orar por el difunto y honrar su memoria.

Distinto es el caso de un funeral de una persona que se ha distinguido por su fe profunda, su hacer obras de caridad y es conocida así, por la comunidad, ya sea sacerdote, religioso o laico. Este es el caso de quienes mueren «en olor de santidad» o el de quienes están en proceso de beatificación y canonización y para acrecentar su fama de santidad hay que dar a conocer su imagen.

Esto que comparto, por supuesto, no es un dogma de fe. Yo no soy ningún especialista y de ninguna manera me considero ducho en la materia, pero ante los diversos problemas —pleitos— que se han suscitado por el acomodo de las fotografías, hay que ir a las fuentes que nos iluminen en el ser y quehacer de esto. Bien nos decía un maestro de liturgia en el Seminario en aquellos años, que los padrecitos y la gente terminarían haciendo lo que está de moda. ¡A ver qué sigue!

Padre Alfredo.

sábado, 25 de octubre de 2025

«Vivir según el Espíritu»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


La primera lectura del día de este sábado, tomada de carta de San Pablo a los Romanos (Rm 8,1-11), empieza afirmando que Cristo libera del poder del pecado, porque el Señor en su pasión y resurrección, nos trae la justificación, un don definitivo de Dios que crea una realidad nueva. Esto significa que ya no estamos determinados por la culpa, sino por la filiación, es decir, somos hijos adoptivos, llamados a vivir como tales, confiando en la gracia que nos justifica por el perdón y nos da oportunidad de volver a empezar. Así San Pablo pasa a distinguir entre dos modos de vida: El «vivir según la carne» —una mentalidad enemiga de Dios— y el «vivir según el Espíritu» —el pensar y obrar movidos por el Espíritu—. El nos hace ver que aquel que está dirigido por la carne no puede agradar a Dios. mientras que quien está en el Espíritu participa de libertad filial y de vida.

El Espíritu infunde vida y nos capacita para cumplir la voluntad divina; en palabras del querido y recordado Papa Benedicto XVI: «La acción del Espíritu orienta nuestra vida hacia los grandes valores del amor, la alegría, la comunión y la esperanza.» La persona debe elegir y cooperar con la gracia. No basta saberlo, hay que dejar que el Espíritu nos habite y nos transforme desde dentro. Nuestra tarea es confiar en la acción del Espíritu, con la oración, los sacramentos que nos alimentan con la vida divina y las obras de misericordia, que muestran cómo el Espíritu nos hace creativos en el amor. No se trata de pensar o querer una perfección inmediata, sino de mantenerse en un camino de conversión diaria: reconocer dónde actúa la carne y pedir al Espíritu el don de cambiar una actitud, una palabra, una decisión. Esta vida en el espíritu que nos da Cristo trae esperanza para quien sufre: en la fragilidad del cuerpo y en la oscuridad del ánimo, el Espíritu sopla como un auxilio seguro. Él es la garantía de la resurrección.

Hoy nuestro estimado hermano el padre Pepe —Joseph, allá en Sierra Leona donde vive— cumple 22 años de haber sido ordenado sacerdote. 22 años de un caminar muy de Dios buscando y creciendo, en el sacerdocio misionero, a la vez que los va estableciendo en los demás, esos valores del amor, la alegría, la comunión y la esperanza de los que habla Benedicto XVI y que San Pablo nos presenta como el vivir según el Espíritu. La vida pasa muy de prisa... ¡qué hace que en su natal Acapulco muchos de nosotros vivíamos intensamente aquellos momentos de gracia! Sacerdocio, amor, alegría, comunión y esperanza, son conceptos intrínsecamente ligados, donde la esperanza es el fundamento y la alegría es la consecuencia de una vocación sacerdotal vivida en plenitud. La esperanza sacerdotal se arraiga en la fe en Dios, el amor al pueblo y la certeza del sacrificio de Cristo; la alegría sacerdotal hace fraternidad, brilla en el servicio y la esperanza de la vida eterna. Que la Virgen cobije siempre al padre Pepe y a cada uno de nosotros para que nos mantenemos gozosos de vivir según el Espíritu. ¡Bendecido sábado y felicidades padre Pepe!

Padre Alfredo.

viernes, 24 de octubre de 2025

«Bart y Claudia me callaron la boca»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA MÍ


¡Gracias a Dios vamos llegando de Roma a Ciudad de México las hermanas Juanita Oropeza, Mary Garza, Rosita Rodríguez y un servidor! Apenas amanece y esperamos nuestra conexión a Monterrey luego de la incidencia de anoche en el aeropuerto Leonardo da Vinci de Fiumicino porque habían dejado a Rosita en lista de espera. Así como cerca de los sacerdotes y consagrados no falta la presencia de murmuradores, calumniadores, criticones, gente de mala fe y demás especímenes de especies parecidas; el Buen Dios, que no se deja ganar en generosidad, pone ángeles maravillosos como Bart y Claudia, dos empleados de Aeroméxico que en medio de los desplantes que no faltan en los mostradores, se portaron de maravilla y movieron hilos y anchas sogas para que Rosita no se quedara solita esperando si hoy habría lugar. 

A veces escribo de cómo en la sociedad descristianizada que vivimos se ha perdido el cariño, el respeto, la admiración, la ayuda a los sacerdotes y a los consagrados. Anoche este jovencito y esta mujer madura me callaron la boca. Creo que tanto en la Ciudad Eterna como en el resto del mundo, seguirá brillando la bondad, la compasión, la misericordia como una estrellita que ilumina los momentos de dolor, de congoja, de angustia de muchos misioneros que parecería que vagamos por el mundo sin ton ni son a expensas de lo que el Señor nos tenga. «Confianza y más confianza» decía la beata María Inés. Por cierto que hoy celebramos a un santo obispo que vivió así, con la confianza puesta en Dios. Me refiero a San Rafael Guizar y Valencia, quien en medio de aquellos años de la persecución religiosa en México vivía a la expectativa de la misericordia de Dios para poder mantener el seminario clandestino que tenía y para no ser reconocido por los perseguidores cuando vestido de médico, vendedor o músico se adentraba sigilosamente en los domicilios donde había enfermos para auxiliarlos... ¡Dios no abandona!

El salmo responsorial de la Misa de esta fiesta, nos invita a reconocer al Señor como Pastor que, con su bondad y su misericordia nos acompaña con cariño providente. La frase que se repite hoy como estribillo: «El Señor es mi pastor, nada me faltará», nos hace reflexionar en que tener a Dios como guía y proveedor es suficiente para satisfacer todas las necesidades esenciales de lo que en el momento necesitamos. Y es que estoy seguro de que si por la sobreventa del vuelo 071, la hermana se hubiera tenido que quedar, no hubiera faltado la asistencia divina para sobrellevar esos inesperados momentos. Cierto que el momento que vivimos fue angustiante... ¡cómo la íbamos a dejar! El salmo detalla cómo Dios guía a sus ovejas a lugares de descanso, las protege, renueva su fuerza, las consuela en la adversidad y las acompaña en su camino de regreso a casa y nosotros, ya vamos de regreso a casa. Que esos santos confiados, como Rafael Guizar y María Inés Teresa nos ayuden a confiar como ellos. ¡Bendecido viernes ya en mi México lindo y querido!

Padre Alfredo.

domingo, 19 de octubre de 2025

«NO HAY MISIÓN SIN ORACIÓN»... Un pequeño pensamiento para hoy


Este domingo es siempre especial para todos los misioneros, porque es el DOMUND —Domingo Mundial de las Misiones—, un día maravilloso que la Iglesia destina a pedir por los misioneros del mundo entero y hacer una colecta a nivel mundial de oraciones, sacrificios y ayuda económica sobre todo para sostener obras que están hasta en los rincones más recónditos de la faz de la tierra. Pero, este año, para un servidor y para muchos de los miembros de nuestra Familia Inesiana ha sido muy especial, pues hemos vivido la celebración de la Santa Misa con el Santo Padre el Papa León XIV, quien canonizó a siete nuevos santos, entre ellos dos mártires que ofrecieron su vida por la fe: San Ignacio Choukrallah Maloyan, arzobispo armenio-católico de Mardin y San Pedro To Rot, laico y catequista de Papúa Nueva Guinea. Además de ellos los laicos San José Gregorio Hernández Cisneros, médico venezolano y San Bartolo Longo, el primer santo de Papúa Nueva Guinea y tres religiosas: Santa María Troncatti, salesiana y misionera, Santa Vincenza María Poloni y Santa María del Monte Carmelo Rendiles Martínez, fundadoras.

En el Evangelio de este domingo misionero (Lc 18,1-8), Jesús, el Misionero del Padre, que nos conoce bien, a través de una parábola, nos enseña cómo debemos orar siempre, sin desfallecer, sin desanimarnos porque esa es la principal ocupación de todo misionero, como dice la Beata María Inés, quien por cierto en una de sus cartas escribió: «Nuestra misión en tierras paganas consistirá especialmente en la oración y sacrificio, pues estamos perfectamente convencidos de que, si esto falta, todo lo demás se vendrá abajo». (Carta del 2 de octubre de 1945). El papel de la oración, en nuestro ser de misioneros es imprescindible. La oración, en el misionero, es la expresión de una relación profunda de amistad con Dios, una relación llena de confianza en el Padre, al estilo de Jesús mismo. Y una oración que ayuda, en definitiva, a vivir en cercanía con los misionados. En la oración, los misioneros ponemos nuestro corazón a la escucha de Dios, y también nos ayuda a escuchar a nuestro prójimo.

El Papa León, a la muchedumbre que le acompañamos en la plaza de San Pedro esta mañana, nos dijo en la homilía: «Así como no nos cansamos de respirar, del mismo modo no nos cansemos de orar. Como la respiración sostiene la vida del cuerpo, así la oración sostiene la vida del alma. La fe, ciertamente, se expresa en la oración y la oración auténtica vive de la fe». Una oración perseverante y confiada debe ser necesariamente una oración de sensibilidad y preocupación especialmente por los débiles y por los pobres, que han de ocupar un lugar muy especial en el corazón de todos los que somos misioneros y que esa preocupación debe expresarse administrándoles justicia. En este DOMUND pidamos de nuevo al Señor Jesús: “¡Señor, enséñanos a orar!” y renovemos nuestro compromiso misionero para lograr todos juntos, con esa fuerza que da la oración unida a nuestro trabajo en la misión universal, que todos le conozcan y le amen. Que la Virgen Santísima nos ayude. Termino mi reflexión con las palabras finales de la homilía para este domingo del Santo Padre: «Mientras peregrinamos hacia esa meta, no nos cansemos de orar, cimentados en lo que hemos aprendido y creemos firmemente (cf. 2 Tm 3,14). De ese modo, la fe en la tierra sostiene la esperanza en el cielo». ¡Bendecido DOMUND!

Padre Alfredo.

sábado, 18 de octubre de 2025

«¡Que no falten obreros para la mies!»... Un pequeño pensamiento para hoy


Por fin he encontrado un espacio de tiempo para compartir mi reflexión. En primer lugar pídanle a Dios que no resulte como mi homilía de ayer, que parecí interminable, y no porque no pudiera aterrizar, sino por el cúmulo de ideas venidas de lo alto que invadían mi desacertado corazón. No es fácil partir de un Evangelio como el de ayer (LC 12,1-7), con unos fariseos como protagonistas apoltronados como ejemplo de la hipocresía reinante en el corazón de tanta gente soberbia y arrogante que a veces se infiltra aún en la Iglesia. Hoy el Evangelio es diferente (Lc 10,1-9), nos habla de un realidad que también, como la de ayer, subsiste en la Iglesia: la necesidad de orar por las vocaciones.

La mies sigue siendo abundante y los obreros cada vez más pocos, pero el Señor sigue pidiendo, con insistencia, que confiemos en Él, porque la obra de la salvación es suya, pero no quiere hacerla sin sus instrumentos, que somos cada uno de nosotros que hemos de confiar en Él, apoyándonos no en nuestras seguridades, sino sólo en Él, aún en medio de la oscuridad, porque Él está por encima de todo obstáculo. Los llamados somos cada uno de nosotros, bautizados gracias a la misericordia del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo y enviados a conquistar el mundo para su amor. Dios anhela y espera que nos lancemos a sus brazos providentes y misericordiosos y nos pongamos en camino, sin descentrarnos ni distrayéndonos con nada que pueda dificultar el seguimiento de la persona de Jesucristo.

Escribo estas líneas en el último asiento de un autobús rumbo a Asís, en Italia. Vamos al encuentro de tres grandes bautizados que supieron responder al llamado: San Francisco, Santa Clara y San Carlo Acutis. Ellos, cada uno en su condición particular, entendieron que anunciar a Jesucristo y su  Evangelio, es un mandato, un envío, no una ocurrencia salida de la propia iniciativa. Los tres se sintieron pequeños ante el tamaño inmenso del calibre de la llamada, pero no se desanimaron a la hora de dar testimonio como bautizados, con valentía, porque ante las contrariedades, Jesús siempre estará con nosotros y pondrá en nuestro corazón y en nuestros labios lo que necesitamos para responder. Ciertamente el Señor confía más en nosotros, que nosotros en Él, como confió en Francisco, en Clara, en Carlo… en María Santísima, jovencita también como estos tres. Que Ella y estos tres santitos que nos esperan en Asís, intercedan y nos alienten a seguir pidiendo que no falten obreros en la mies. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

martes, 14 de octubre de 2025

«No por los propios méritos»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


No se imaginan ustedes, mis queridos 5 lectores, cuán emocionado estoy viviendo estos días sumergido en Roma en el Encuentro Internacional de la Familia Inesiana. La experiencia de estar compartiendo el gozo del inesianismo con gente de varias partes del mundo, miembros de las diversas expresiones del rico carisma de esta misionera sin fronteras, la beata María Inés Teresa que dio vida a esta obra maravillosa que desde jovencillo —¡hace ya un buen!— me cautivó, no tiene precio. Bien me viene recordar hasta qué punto y en qué forma el amor de Dios ha sido derramado en mí desde hace ya tanto, tanto, yendo más allá de méritos y deseos personales. Ciertamente estos días he podido reflexionar en que mis méritos son mucho más que escasos y mis deseos siempre muy limitados ante la grandeza de Dios. Me ha dado todo al entregarme a su Hijo y en él muchos hermanos, superando así lo que pudiera imaginar.

Estos días estamos leyendo como primera lectura la Carta a los Romanos. Hoy, en estas letras (Rm 1,16-25), San Pablo escribe poniendo de manifiesto la importancia del Evangelio y deja claro «que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree, sea judío o griego». Él dirá que ha sido enviado a los gentiles para anunciarles el Evangelio, mediante el cual se revela la justicia de Dios y que la salvación llega por medio de la fe y no la originan solamente las obras. El amor de Dios ha hecho capaz al hombre de conocerle y encontrarlo en toda la creación, obra suya. Una hermosa reflexión se nos propone: «lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras; de modo que son inexcusables, pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias; todo lo contrario, se ofuscaron en sus razonamientos, de tal modo que su corazón insensato quedó envuelto en tinieblas».

Quiero tomar este pasaje para seguirme examinando en lo que soy y en lo que hago como misionero para que el Espíritu me lleve a metas más altas sin quitarle, de ninguna manera, el lugar protagónico a Dios. Es muy necesario, actualmente en que hay tantas maneras de hacerse «famoso», escapar de la tentación de sustituir a Dios, ya sea colocándose en su lugar, o ya sea sustituyéndolo por la vanidad de endiosar la obra de nuestras manos. ¡Cómo me ayuda, este pasaje, en el contexto de esta hermosa experiencia del jubileo, a ser consciente de haber sido llamado a administrar y cuidar de todo cuanto existe, como misionero, en nombre del mismo Señor que a todos ha creado! Que María Santísima, la Madre de Dios y Madre nuestra me ayude en el examen, porque sin ella, sin su ejemplo de docilidad, de escucha, de servicio, de atención a la voluntad del Padre... repruebo. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.