viernes, 26 de septiembre de 2025

«Sacerdotes conocedores de Cristio, portadores de su alegría»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


No se puede hablar con alguien, o de alguien, si no se le conoce. Hoy, en el Evangelio (Lc 9,18-22) la figura de Cristo destaca preguntando primero «¿Quién dice la gente que soy yo?» y en segundo lugar, dirigiéndose a sus más cercanos discípulos–misioneros para hacerles también una pregunta: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». En la historia cultural de la humanidad, Cristo es conocido tal vez por muchos no ciertamente por lo que escribió, sino por lo que se ha escrito acerca de él y, de manera muy especial, por lo que su buena noticia, en el Evangelio, representa en los más de dos milenios transcurridos desde su nacimiento. La historia de la humanidad, desde su encarnación, no ha transcurrido al margen de su persona, para seguirlo, para atacarlo o para malentenderlo. Ciertamente Cristo es alguien conocido que está presente en ámbitos sociales de todos los continentes. Incluso en círculos religiosos de diversas denominaciones y e gente atea. No se halla tampoco al margen del llamado «continente digital». 

Hay que aclarar que esta difusión, la hemos hecho los cristianos, sus discípulos–misioneros a lo largo de todas las épocas. El conocimiento de Cristo nos ha llevado a miles y miles de hombres y mujeres de fe a fijar la mirada en Cristo para mejor conocerle y hacerle amar. De hecho hay que tener bien claro que para ser un buen cristiano hay que ir mucho más allá del conocer a Jesús superficialmente y declararlo como «El Mesías de Dios», como afirma Pedro en este relato. Ser un buen cristiano, un católico comprometido, es conocerlo personalmente. El mismo Cristo habló de la necesidad de conocerlo a profundidad cuando en oración exclamó: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Jn 17,3). Conocer bien a Jesús implica, por lo tanto, una respuesta de fe que nos lleve a esforzarnos por imitar sus virtudes, vivir de acuerdo con sus mandamientos y buscar hacer su voluntad en nuestras vidas. Implica confiarle nuestro ser y quehacer, ocuparnos de sus intereses y permitir que su poder transformador actúe dentro de nosotros.

Conocer a Jesús no es un evento único, sino un proceso continuo. Implica crecer en el conocimiento y la comprensión de sus enseñanzas, profundizar nuestra relación con él a través de la oración y los sacramentos, y buscar continuamente alinear nuestras vidas con su ejemplo. A eso hemos venido estos días los sacerdotes que hemos hecho ejercicios espirituales. Los días han pasado y es hora de volver a las tareas pastorales, recordando que la primacía del sacerdote del siglo XXI consiste en el estar muy cerca de Cristo el Buen Pastor y conocerle más y más. Estos días, en fraternidad sacramental lo hemos hecho presente en la Eucaristía y en las reflexiones compartidas por monseñor Carlos Santos; en sus homilías y prédicas, en su cercanía y en el compartir nuestro ser y quehacer. Hemos vivido nuestro sacerdocio recordando, como decía Benedicto XVI, que somos «servidores de la alegría de los demás». Conocemos a Jesús cada día más y más en la sorpresa de cada día, siempre dispuestos a ser enviados por Cristo, que nos conoce mejor que nosotros a él. Regreso ahora a la vida diaria pensando en otro Papa, san Juan XIII, que se empeñó en amar a Cristo y consiguió hacerlo con la misma sencillez cuando era un modesto cura, que cuando fue Papa. Siempre consciente de que su condición de sacerdote estaba por encima de todo bajo el cuidado de María, Madre de los sacerdotes. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

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