Cuando Juan murió, Herodes oyó todavía más acerca de Cristo, de tal forma que, maravillado por los hechos que estaban ocurriendo, se enfrascó en la creencia de que Juan el Bautista, a quien él había decapitado, había resucitado de los muertos. Es fácil imaginar que Jesús se convirtió en una especie de pesadilla para su conciencia: estaba turbado y alarmado por lo que oía que el profeta de Nazaret estaba haciendo y por eso mantenía viva su curiosidad. Pero nosotros sabemos bien que para conocer a Jesús de manera auténtica no es suficiente la curiosidad, sino que se requiere un compromiso total del corazón, la práctica de la humildad, el servicio y el amor por encima de las motivaciones personales y la disposición a tomar la cruz de cada día como un acto de entrega y sacrificio, culminando en una relación de transformación y vida para conocerlo y crecer en semejanza a Él.
Con frecuencia nos topamos hoy con hombres y mujeres que, en estos tiempos, asisten a Misa para oír al predicador; no porque quieran ser convertidos, no porque tengan alguna idea de volverse alguna vez seguidores de Jesús, sino porque han oído algo que provoca su curiosidad. Sin embargo, no es suficiente se curiosos. La fe comienza cuando dejamos que Él se revele en nuestra vida y somos capaces de responder con la vida: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (cf. Lc 9,20). Es entonces, cuando se da el paso de la curiosidad a ser discípulo–misionero: escuchando, acogiendo y convirtiéndonos en testigos. Los ejercicios espirituales que el grupo de sacerdotes estamos haciendo, despiertan, por supuesto, una sana curiosidad, la fomentan como una cualidad necesaria para la profundidad del proceso espiritual abandonando la comodidad, permitiendo la apertura a la experiencia, el pensamiento espontáneo y la admiración para reforzar el «sí» auténtico, que hemos de mantener para seguir a Jesús. Pidamos a María santísima para que ella nos ayude a estar atentos y dar el paso, porque el quedarse en la pura curiosidad puede nublar el corazón, impidiendo reconocer la presencia de Dios en nuestro día a día. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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