Esta fiesta nos invita a dar gracias a Dios por la cercanía que nos hace experimentar a través de estos seres misteriosos, y nos estimula a ser como ellos. A ayudar a todos en la lucha contra el mal. A ser propagadores de las «buenas noticias» de Dios, para gozo y esperanza de todos. También nos ayuda a curar las heridas y las cegueras de cuantos nos rodean. El Evangelio de hoy (Jn 1,47-51) nos recuerda que los arcángeles «suben y bajan» sobre el Hijo del hombre, sirven a Dios, pero lo hacen en beneficio nuestro. Dan gloria a la Trinidad Santísima, y lo hacen también sirviéndonos a nosotros. Y, en consecuencia, veamos qué devoción les debemos y cuánta gratitud al Padre que los envía para nuestro bien.
La Iglesia, que en sus inicios fue protegida y defendida de una manera muy explícita por el ministerio de los Ángeles (cfr. Hch 5,17-20; 12,6-11) y continuamente experimenta su «ayuda misteriosa y poderosa», venera a estos espíritus celestes que tienen una tarea especial y pide con confianza su intercesión. Gabriel, Miguel y Rafael aparecen en la Biblia como presentes en las vicisitudes terrenas y llevando a los hombres —como nos dice san Gregorio el Grande— las comunicaciones, mediante su presencia y sus mismas acciones, que cambian decisivamente nuestras vidas. Pidamos su asistencia junto a la de María Santísima, a quien de una manera particular Gabriel le anunció la concepción virginal del Hijo de Dios, que es el principio de nuestra redención. ¡Bendecida fiesta de los Santos Arcángeles!
Padre Alfredo.
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