Regreso a escribir mi mal hilvanado pequeño pensamiento luego de un tiempecito de ausencia por haberme tomado unos días de descanso, aprovechando para visitar con el padre Rolando, entre otros lugares, la casita en donde la tradición asegura que San Juan mantuvo consigo a la Santísima Virgen María en sus últimos días de vida en Éfeso, en la lejana Turquía e ir de allí, en barco a Patmos, la isla griega en la que el apóstol y evangelista, en el pasaje de Apocalipsis 1,9 declara: «Yo estaba en la isla llamada Patmos, a causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo» y escribió el Apocalipsis. Dos naciones, dos culturas... dos espacios en donde pudimos palpar la presencia, en Turquía, de las suntuosas mezquitas de la religión Musulmana con sus imponentes minaretes y, en unas cuantas islas griegas, el arraigo de la tradición cristiana de la Iglesia Ortodoxa.
Y regreso con una noticia impactante para mí, que en las mañanas, luego de rezar y al estar tomando ordinariamente el café espresso matutino con la media fruta y las nueces antes de ir a entrenar, veo el telediario matutino con una de las conductoras más destacadas de Monterrey, Débora Estrella, que ayer falleció en un inesperado accidente en una minúscula avioneta de acrobacias en mi querido municipio de García, aquí en la periferia del Sultana del Norte. La destacada comunicadora encabezaba este noticiero desde el 2018 y Telediario en la Selva de Cemento durante los fines de semana. No puedo dejar de pensar en ella al releer el Evangelio de este domingo y toparme de frente con el comunicador más excelente de todos los tiempos que sabía cómo sorprender y captar la atención de su público. Por supuesto me refiero a Nuestro Señor Jesucristo, que, hablando en parábolas —a veces un poco incomprensibles a primera vista como la de hoy— nos comunica lo que el Padre Eterno —a quien los musulmanes llaman Alá— quiere de nosotros. Con la parábola de hoy (Lc 16,1-13) Cristo nos lleva a pensar en las riquezas de este mundo que todos tenemos de una o de otra manera.
Para explicar esto me pongo como ejemplo, porque no pudiera haber hecho este viaje maratónico de quince días si un matrimonio generoso no me hubiera regalado pasajes y estancias en aviones y barco y si una persona muy querida tuviera la posibilidad de otorgarme por mi aniversario de ordenación y cumpleaños, el dinero para subsistir tantos días. Cierto que todos vamos a pasar por este mundo que dejaremos de forma trágica como Débora o quedándonos dormidos con el beato Juan Pablo I, pero mientras tengamos algo que compartir, hemos de pretender «hacernos amigos» con el dinero, haciendo el bien, en vez de acumular poder. El administrador de la parábola no es de ninguna manera un «ejemplazo» por lo que hacía, sino por la decisión que tomó. Se fue a lo más práctico, a lo más justo y a lo más positivo que los cristianos debemos hacer con los bienes que Dios nos ha encomendado en este mundo. No se puede hacer amigos, si no es compartiendo los bienes. Esta es la mejor manera de usar las riquezas. Lo contrario, además de ser un escándalo en la perspectiva del Reino, nos cierra el futuro que está en las manos de Dios y que marca que, nuestro andar en este mundo, acabará en el momento menos esperado. Que este Dios misericordioso y generoso le permita a Débora Estrella y a cada uno de nosotros, contemplar su rostro. ¡Bendecido domingo... nos vemos en Misa!
Padre Alfredo.