martes, 23 de septiembre de 2025

TU MADRE Y TUS HERMANOS TE BUSCAN... Un pequeño pensamiento para hoy


Gran parte del día —excluyendo a los monjes de clausura— el sacerdote se encuentra rodeado de gente. Un considerable tiempo de su día lo pasa en el templo y en la oficina, atendiendo asuntos pastorales y no tan pastorales. Digo esto porque me viene imaginar a Jesús, por la escena evangélica de hoy y otras más, rodeado siempre de gente, mucha gente. Recuerdo una vez que estaba ante el Santísimo, en un rato de adoración entre Misa y Misa de domingo y llegó una señora a decirme: «Fulanita tiene una sobrina en su casa y quiere que vaya ahorita a verla porque se puso muy grave… ¡Yo le cuido el Santísimo para que vaya!… ¡Qué tantas cosas no le pasarían a Jesús con la gente que incluso no le quedaba tiempo ni para comer por atender a tantos y tantos!

En este Evangelio de hoy (Lc 8,19-21), Jesús aparece rodeado de mucha gente. Así es, como digo, la vida de un sacerdote. En medio de esa muchedumbre, alguien se acerca a Nuestro Señor y le dice: «Tu madre y tus hermanos están allá afuera y quieren verte». De inmediato Jesús aprovecha la ocasión para dejar una gran enseñanza: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra De Dios y la ponen en práctica». ¿Cuánta de esa gente realmente escuchaba a Jesús? ¿Cuántos de esos buscaban poner en práctica lo que escuchaban? ¿Cuántos acudirían seguramente a tratar de conseguir alguna curación, algún buen lugar como Santiago y Juan en el banquete celestial?

Creo que en estos días de retiro, María, la madre de Jesús y madre nuestra, ha venido a buscarnos a nosotros, que intentamos ser «otro Cristo en la plenitud sacerdotal». Seguramente, luego de despachar a la multitud que le rodeaba —porque de seguro no todos le escuchaban como sucede hoy en las homilías— el Señor atendió con gusto a su madre, ejemplo sublime de escucha y puesta en práctica de la Palabra. A ella le pedimos que, en estos días de ejercicios sacerdotales, se mantenga a nuestro lado para animarnos a regresar con la muchedumbre de fieles... Por cierto, a la enferma grave por la que me sacaron del Santísimo no la puede atender, pues se estaba bañando —nada grave como mi hicieron creer— y yo tenía que regresar a la siguiente Misa. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 22 de septiembre de 2025

«Desde el Refugio, en ejercicios espirituales»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Escribo mi reflexión desde el hermoso rinconcito de la naturaleza que se goza en «El Refugio», la casa de retiros del presbiterio de Monterrey y en la que nos encontramos el padre Carlos Careaga, un servidor y 50 sacerdotes más en ejercicios espirituales. El padre Carlos participa porque es decano y, el decanato del que está al frente, está en esta tanda de ejercicios. Yo me encuentro aquí como parte de la comisión del clero, colaborando en la pastoral sacerdotal con el gusto de servir y acompañar a mis hermanos sacerdotes. Recién desembarcado de Turquía y Grecia paso ahora, de los días del descanso corporal al descanso espiritual.

El Evangelio de hoy (Lc 8,16-18), bastante corto por cierto, da luz a mi ser y quehacer de estos días. En este Evangelio se lee que «nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz». Esto me hace ver que, como sacerdotes, no podemos ocultar la luz de la fe como si se tratara de un asunto privado. Todo sacerdote, incluso recién ordenado o de largo kilometraje, como yo, con 36 años de ordenado, ha recibido mucho y, por lo tanto, hay un gran compromiso de dar. Porque no sea que nos acaben quitando lo que creemos tener que definitivamente no es para nosotros, sino, por la caridad pastoral, para los demás... «al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener.»

Los sacerdotes, como todo bautizado, tenemos necesidad de renovar nuestra relación con Dios, y eso para poder ofrecer un servicio de mayor calidad a los hermanos. Es importante poder disfrutar de unos momentos intensos de oración sosegada, de oración permanente, de oración transformadora, de tal manera que recarguemos las pilas. Se trata de que seamos conscientes de que no podemos quedarnos atrapados —por así decir— en la actividad pastoral de cada día, sino de responder al proyecto de Dios sobre nuestra vida y servir con alegría siendo discípulos–misioneros, testigos del Evangelio. Si los sacerdotes no hacemos un espacio para vivir en intimidad con Jesús, no sabremos actuar ni expresar nuestro servicio al estilo de Jesús. Encomiéndenos al cuidado de María Santísima en estos días, para que ella nos siga enseñando a amar a Jesús con todo el corazón y a entregar la vida por Él, con Él y en Él. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 21 de septiembre de 2025

«La vida, un instante para compartir lo que somos, lo que hacemos, lo que tenemos»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Regreso a escribir mi mal hilvanado pequeño pensamiento luego de un tiempecito de ausencia por haberme tomado unos días de descanso, aprovechando para visitar con el padre Rolando, entre otros lugares, la casita en donde la tradición asegura que San Juan mantuvo consigo a la Santísima Virgen María en sus últimos días de vida en Éfeso, en la lejana Turquía e ir de allí, en barco a Patmos, la isla griega en la que el apóstol y evangelista, en el pasaje de Apocalipsis 1,9 declara: «Yo estaba en la isla llamada Patmos, a causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo» y escribió el Apocalipsis. Dos naciones, dos culturas... dos espacios en donde pudimos palpar la presencia, en Turquía, de las suntuosas mezquitas de la religión Musulmana con sus imponentes minaretes y, en unas cuantas islas griegas, el arraigo de la tradición cristiana de la Iglesia Ortodoxa.

Y regreso con una noticia impactante para mí, que en las mañanas, luego de rezar y al estar tomando ordinariamente el café espresso matutino con la media fruta y las nueces antes de ir a entrenar, veo el telediario matutino con una de las conductoras más destacadas de Monterrey, Débora Estrella, que ayer falleció en un inesperado accidente en una minúscula avioneta de acrobacias en mi querido municipio de García, aquí en la periferia del Sultana del Norte. La destacada comunicadora encabezaba este noticiero desde el 2018 y Telediario en la Selva de Cemento durante los fines de semana. No puedo dejar de pensar en ella al releer el Evangelio de este domingo y toparme de frente con el comunicador más excelente de todos los tiempos que sabía cómo sorprender y captar la atención de su público. Por supuesto me refiero a Nuestro Señor Jesucristo, que, hablando en parábolas —a veces un poco incomprensibles a primera vista como la de hoy— nos comunica lo que el Padre Eterno —a quien los musulmanes llaman Alá— quiere de nosotros. Con la parábola de hoy (Lc 16,1-13) Cristo nos lleva a pensar en las riquezas de este mundo que todos tenemos de una o de otra manera. 

Para explicar esto me pongo como ejemplo, porque no pudiera haber hecho este viaje maratónico de quince días si un matrimonio generoso no me hubiera regalado pasajes y estancias en aviones y barco y si una persona muy querida tuviera la posibilidad de otorgarme por mi aniversario de ordenación y cumpleaños, el dinero para subsistir tantos días. Cierto que todos vamos a pasar por este mundo que dejaremos de forma trágica como Débora o quedándonos dormidos con el beato Juan Pablo I, pero mientras tengamos algo que compartir, hemos de pretender «hacernos amigos» con el dinero, haciendo el bien, en vez de acumular poder. El administrador de la parábola no es de ninguna manera un «ejemplazo» por lo que hacía, sino por la decisión que tomó. Se fue a lo más práctico, a lo más justo y a lo más positivo que los cristianos debemos hacer con los bienes que Dios nos ha encomendado en este mundo. No se puede hacer amigos, si no es compartiendo los bienes. Esta es la mejor manera de usar las riquezas. Lo contrario, además de ser un escándalo en la perspectiva del Reino, nos cierra el futuro que está en las manos de Dios y que marca que, nuestro andar en este mundo, acabará en el momento menos esperado. Que este Dios misericordioso y generoso le permita a Débora Estrella y a cada uno de nosotros, contemplar su rostro. ¡Bendecido domingo... nos vemos en Misa!

Padre Alfredo.