Junto a nuestro arzobispo, hemos recordado aquello que está formulado en las palabras de san Pablo: «Christi bonus odor sumus in omni loco» —somos fragancia de Cristo en todas partes— (2 Cor 2,15). Y es que ser miembros de la Iglesia no puede consistir en añadir un pequeño mundo de domingo a nuestro mundo de los días laborales, de estudio o de otras ocupaciones, o en algo que podemos construir en cualquier momentito de devoción de nuestra vida, sino que es un nuevo fundamento, es transformación que nos cambia llenándonos de esperanza.
El signo del aceite consagrado que esta tarde recibimos en nuestra parroquia, se halla íntimamente unido al misterio de Jesucristo, pues este nombre —Χριστός (Christós)— significa el ungido. Por eso el óleo está presente en los sacramentos de la Iglesia: en la unción de los enfermos es medicina de Dios; en su aplicación antes del bautismo, como óleo de los catecúmenos, nos recuerda que el cristiano es una persona que se arma para la gran lucha de la vida en el drama de la historia. Los atletas que pisaba en la arena urgían su cuerpo con aceite con el fin de qué estuviese flexible, elástico, vigoroso, ágil, no reseco. La unción que después del bautismo se aplica con el Santo Crisma, así como en la confirmación y en la ordenación sacerdotal recuerda la unción de los sacerdotes de los profetas y de los sueños.
La comunidad cristiana contempla a Jesús el «Ungido» del Padre, en estos cánticos del Siervo de Yahvé que en estos días hemos escuchado como primera lectura. Su entrega hasta la muerte no es inútil: así cumple la misión que Dios, al ungirlo con el óleo de la salvación, le ha encomendado, al solidarizarse con toda la humanidad y su pecado.
En el evangelio leemos de nuevo la traición de Judas, esta vez según san Mateo, Precisamente cuando Jesús quiere celebrar la Pascua de despedida de los suyos, como signo entrañable de amistad y comunión, uno de ellos ya ha concertado la traición y las treinta monedas (el precio de un esclavo, según Ex 21,32). En puertas de celebrar el misterio de la Pascua del Señor, junto a la admiración contemplativa de su entrega podemos aprender su lección: reflejarnos bajo la mirada de María, en el Siervo de Isaías y sobre todo en Jesús, que cumple en plenitud el anuncio. ¿Nos sabemos discípulos–misioneros para llevar la unción de esperanza de Jesús a los demás?
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