Jesús, queridos hermanos, no es un personaje del pasado. Él vive y, como ser viviente, camina delante de nosotros; nos llama a seguirlo a Él, el viviente, y a encontrar así también nosotros el camino de la vida.
«Ha resucitado..., no está aquí». Recalca el evangelista. Cuando Jesús habló por primera vez a los discípulos sobre la cruz y la resurrección, estos se preguntaban qué querría decir eso de «resucitar de entre los muertos» (Mc 9, 10). En Pascua nos alegramos porque Cristo no se ha quedado en el sepulcro, su cuerpo no ha conocido la corrupción; pertenece al mundo de los vivos, no al de los muertos; nos alegramos porque Él es —como proclamamos en el rito del cirio pascual— Alfa y Omega, y existe no sólo ayer, sino también hoy y por la eternidad (cf. Hb 13,8). Pero, ¿en qué consiste propiamente eso de «resucitar»? ¿Qué significa para nosotros? La resurrección de Cristo es el salto más decisivo hacia una dimensión totalmente nueva, que no se ha producido jamás en la larga historia de la vida y de sus desarrollos: un salto de un orden completamente nuevo, que nos afecta y que atañe a toda la historia.
Jesús ya no está en el sepulcro. Él pudo dejarse matar por amor, pero justamente así destruyó el carácter definitivo de la muerte, porque en Él estaba presente el carácter definitivo de la vida. Él era una cosa sola con la vida indestructible, de manera que ésta brotó de nuevo a través de la muerte. En la última Cena, Él anticipó la muerte y la transformó en el don de sí mismo. Su comunión existencial con el Padre misericordioso era concretamente una comunión existencial con el amor de Dios, y este amor es la verdadera potencia contra la muerte, es más fuerte que la muerte. La resurrección fue como un estallido de luz que inauguró una nueva dimensión del ser, de la vida, en la que también ha sido integrada la materia, de manera transformada, y a través de la cual surge un mundo nuevo. No puedo dejar de imaginar el gozo de la Virgen santísima en el momento de ver a su Hijo resucitado.
Solamente podemos entender esto mediante la fe y el bautismo. Por eso el Bautismo es parte de la Vigilia pascual. El Bautismo significa precisamente que nuestra fe no es un asunto del pasado, sino un salto cualitativo de la historia universal que llega hasta cada uno de nosotros. Es realmente muerte y resurrección, renacimiento, transformación en una nueva vida. El gran estallido de la resurrección nos ha alcanzado en el Bautismo para mantenernos en este mundo como peregrinos de esperanza.
Ésta es la alegría de la Vigilia pascual. La resurrección no ha pasado, la resurrección nos ha alcanzado e impregnado. De este modo, llenos de gozo, hemos podido cantar una vez más el Pregón Pascual celebrando la resurrección como un acontecimiento cósmico, que comprende cielo y tierra, y asocia el uno con la otra. Y podemos proclamar también con este Pregón: «Cristo, tu Hijo, que se encarnó en el seno de María y a quien celebramos de una manera particular en este Año Santo de la Redención y en este año jubilar de nuestra parroquia, ha resucitado... brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos». Amén.
Padre Alfredo.
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