En estos últimos días de Cuaresma, antes del Triduo Pascual, las lecturas de la Misa nos introducen en los aspectos del Misterio Pascual que celebraremos en los próximos días.
Hoy la primera lectura, tomada del profeta Isaías (Is 49,1-6), nos regala uno de los más bellos poemas del Antiguo Testamento y en sí de toda la Escritura. Es el segundo canto del Siervo de Yahvé, hacia el final del libro también llamado «de la Consolación de Israel». Este Libro de la Consolación de Israel, que constituye la segunda parte del Libro de Isaías, fue compuesto durante la deportación a Babilonia, tras la destrucción del Templo, y anuncia ya la esperanza del retorno. Es un poema que describe el sufrimiento del Siervo de Yahvé, pero también canta su plena confianza en Dios. Es un poema cargado de esperanza.
El Papa Francisco, que nos ha dejado como tarea para este año santo no olvidar que somos peregrinos de esperanza, ha hablado varias veces de la esperanza, instándonos a mirar con nuevos ojos nuestra existencia, especialmente cuando pasamos por una dura prueba —como la que él pasa ahora con la enfermedad— y a mirarla a través de los ojos de Jesús, que es, como él lo llama «el autor de la esperanza», para que nos ayude a superar los días difíciles, con la certeza de que las tinieblas se convertirán en luz.
A lo largo de los Evangelios, y en particular en los relatos leídos en la Eucaristía de las últimas semanas, hemos visto crecer la oposición de los fariseos y de los sumos sacerdotes a Jesús y hemos visto su determinación de conducirlo a la muerte. Esto queda muy claro en el relato de la pasión. Ahora bien, lo que hace que este desenlace sea aún más trágico es que se logra a través de la traición de uno de los amigos más cercanos de Jesús, uno de sus doce Apóstoles, con el que celebra la fiesta de la Pascua dejándonos en claro que no basta estar «junto» a Jesús, sino sumergidos en él. Judas cedió miserablemente a una tentación del Maligno. Jesús lo había tratado como a un amigo (cf. Mt 26, 50), pero en sus invitaciones a seguirlo por el camino de las bienaventuranzas no lo forzó, respetando la libertad humana.
Las posibilidades de perversión del corazón humano son realmente muchas. El único modo de prevenirlas consiste en reclinarse en Jesús para sumergirse en él, asumiendo sus intereses como nuestros. Día tras día debemos esforzarnos por estar en plena comunión con él. Preparemos, pues, nuestros corazones para entrar en este Triduo Pascual, durante el cual recordaremos todo lo que Jesús tuvo que sufrir por nosotros, pero con la mirada llena de esperanza, puesta ya, con María, nuestra Madre santísima, en la gloria de su resurrección.
Padre Alfredo.
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