Durante el andar hacia estos momentos, el Señor Jesús ha cantado con sus Apóstoles los Salmos de la liberación y de la redención de Israel, que recuerdan la primera Pascua en Egipto, la noche de la liberación. Como él hacía con frecuencia, se va a orar solo para hablar como Hijo al Padre. Pero, a diferencia de lo acostumbrado, quiere cerciorarse de que estén cerca tres discípulos: Pedro, Santiago y Juan. Son los tres que habían tenido la experiencia de su Transfiguración y que lo habían visto en el centro, entre la Ley y los Profetas, entre Moisés y Elías. Habían escuchado cómo hablaba con ellos de su «éxodo» en Jerusalén.
¿Qué aspecto tendría aquella noche el éxodo de Jesús, en el cual debía cumplirse definitivamente el sentido de aquel drama histórico? Este era el paso esencial para salir hacia la libertad y la vida nueva, hacia la que tiende el éxodo. Los discípulos, cuya cercanía quiso Jesús en esta hora de extrema tribulación, como elemento de apoyo humano, pronto se durmieron.
Los evangelistas Mateo y Marcos dicen que en aquella noche Jesús «cayó rostro en tierra» (Mt 26,39; cf. Mc 14,35). San Lucas, en cambio, afirma que Jesús oraba arrodillado. En los Hechos de los Apóstoles, habla de los santos, que oraban de rodillas: Esteban durante su lapidación, Pedro en el contexto de la resurrección de un muerto, Pablo en el camino hacia el martirio. Los cristianos, al postrarnos o arrodillarnos, nos ponemos en comunión con la oración de Jesús en el Monte de los Olivos. Este momento de angustia mortal de Jesús es un elemento esencial en el proceso de la Redención. Por eso, la Carta a los Hebreos ha definido el combate de Jesús en el Monte de los Olivos como un acto sacerdotal. En esta oración de Jesús, impregnada de una angustia mortal, el Señor ejerce el oficio del sacerdote: toma sobre sí el pecado de la humanidad, a todos nosotros, y nos conduce al Padre, haciéndose así, modelo de todos los sacerdotes del mundo entero que hemos de ser «pan partido» como él, en la Eucaristía, para llenar de esperanza al mundo, amando sin medida, como él, hasta dar la vida si es necesario.
Me he querido detener, este año, en la oración del Monte de los Olivos, donde hace años pude yo también orar, porque creo que aquí cobra sentido el sacerdocio de Cristo, cobra sentido su abajarse para quedarse en la Eucaristía, cobra sentido la esperanza de que nos amemos unos a otros como él nos amó. Que la Virgen Madre, que seguramente vivió con intensidad estas horas, nos acompañe para que con ella, podamos acompañar a Jesús en esta noche de vela agradeciendo que se ha quedado en la Eucaristía y que nos ha dejado a los sacerdotes para hacerle presente y conducirnos en el amor.
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