martes, 15 de abril de 2025

HOMILÍA DEL LUNES SANTO 2025

Lucas 7:36–50


La historia de la unción en Betania parece, a primera vista, que corresponde al campo de lo anecdótico, pero va mucho más allá. Jesús compara lo que ocurre aquí con el embalsamamiento de los muertos, que era corriente entre los reyes y los potentados. Jesús ve en el rasgo o gesto de María la tentativa de asestar un golpe a la muerte. El reconoce ahí un esfuerzo que es esencial de todo amor: el comunicar la vida a los demás, la inmortalidad. Jesús habrá de morir, pero la pascua será su victoria, en ella Jesús se mostrará perpetuamente como el Cristo, como el «ungido» de Dios.

 

De esta manera, la acción de María que hemos contemplado en el Evangelio, sigue siendo algo permanente, algo simbólico y modélico, puesto que siempre debe existir el esfuerzo para mantener vivo a Cristo en este mundo y para oponerse a los poderes que le hacen enmudecer, que pretenden matarlo.

 

¿Pero cómo puede ocurrir esto? Por cada acción en nuestras vidas, que esté llena de esperanza. Una frase del evangelio puede dar, tal vez, más claridad a esta afirmación. Juan nos cuenta que, por la unción, toda la casa se llenó de la fragancia del perfume (Jn 12,3). Eso nos recuerda una frase de san Pablo: «Porque somos para Dios permanente olor de Cristo en los que se salvan» (2 Cor 2,15). La vieja idea pagana de que los sacrificios alimentan a los dioses con su buen olor, se halla aquí transformada en la idea de que la vida cristiana hace que el buen aroma de Cristo y la atmósfera de la verdadera vida se difunda en el mundo. 

 

Esta escena, por lo tanto, a nosotros nos debe llenar de esperanza, esperanza en que, como María derramó el perfume en Cristo y todo se llenó de esa fragancia, nosotros también, con nuestro testimonio de una esperanza siempre viva, podemos inundar de la fragancia de Cristo nuestro entorno.  ero también hay otro punto de vista. Junto a María, la servidora de la vida, se halla en el evangelio Judas, el cual se convierte en el cómplice de la muerte: respecto a Jesús, primeramente, y también, luego, respecto a sí mismo. Él, que ha perdido la esperanza auténtica o que tal vez nunca la cultivó como virtud, se opone a la unción, al gesto del amor que suministra la vida. A esa unción contrapone él el cálculo de la pura utilidad, el materialismo, el costo de aquella fina loción. Pero, detrás de eso, aparece algo más profundo: Judas no era capaz de escuchar efectivamente a Jesús, y de aprender de él una nueva concepción de la salvación del mundo y de Israel.

 

Él había acudido a Jesús con una esperanza bien determinada, pero una esperanza mundana, como la que tienen muchos y que ponen solamente en el hombre, en los falsos mesías de este mundo que prometen prosperidad, renombre, fama y poder; esta falsa esperanza le midió a él y por ella le negó. Así representa él no sólo el cálculo frente al desinterés del amor, sino también a la incapacidad de escuchar. «La casa se llenó con la fragancia del perfume» ¿sucede así con nosotros? ¿Exhalamos el olor del egoísmo de Judas, que es el instrumento de la muerte, o el aroma de la vida, que procede de la fe de María y lleva al amor?

 

Que la Virgen del Rosario, nos recuerde que el aroma de Cristo debe impregnar todos los misterios que se entrecruzan en nuestra vida.

HOMILÍA DEL DOMINGO DE RAMOS 2025


En este día, queridos hermanos, nos hemos unido, al inicio de nuestra celebración, a la muchedumbre de discípulos que, con alegría festiva, acompañaron al Señor en su entrada en Jerusalén. Como ellos, alabamos al Señor alzando la voz por todos los prodigios que hemos visto. La procesión ha querido ser, ante todo un gozoso testimonio que ofrecemos de Jesucristo, por quien se nos ha hecho visible el Rostro de Dios, y por quien el corazón de Dios se abre a todos nosotros. Esta procesión de Ramos es también una procesión de Cristo Rey: profesamos la realeza de Jesucristo, reconocemos a Jesús como el Hijo de David, el Rey de la paz y de la justicia de quien nos fiamos y a quien seguimos llenos de esperanza. Al seguirle a Él, nos llenamos de esperanza al servicio de la verdad y del amor como caminantes, como peregrinos en esta tierra que juntos, en sinodalidad, nos dirigimos hasta nuestra morada perpetua que es la Jerusalén celestial. 

 

El Domingo de Ramos es el gran pórtico que nos lleva a la Semana Santa, esta semana en la que el Señor Jesús se dirige hacia la culminación de su vida terrena. Él va a Jerusalén para cumplir las Escrituras y para ser colgado en la Cruz, el trono desde el cual reinará por los siglos, atrayendo a sí a la humanidad de todos los tiempos ofreciendo a todos el don de la redención. Sabemos por los evangelios que Jesús se había encaminado hacia Jerusalén con los doce, y que poco a poco se había ido sumado a ellos una multitud creciente de peregrinos como recordamos al inicio de nuestra celebración.

 

La liturgia de la palabra de este día, une a la procesión de los Ramos la lectura de la pasión de Nuestro Señor en el Evangelio, este año tomada de san Lucas. Y es que la esperanza de la entrada del Mesías está centrada, especialmente, en el auténtico gran «sí» que dará a la voluntad del Padre está marcada por la Cruz, ya que la Cruz es el auténtico árbol de la vida. No alcanzamos la vida apoderándonos de ella, sino dándola como la dio Cristo, esa es nuestra esperanza. El amor es la entrega de nosotros mismos y, por este motivo, en la esperanza, la vida auténtica queda simbolizada por la Cruz. Como pergerinos de esperanza —cosa que nos recuerda este año santo con el jubileo de la redención— con el signo de la Cruz, nos hacemos portadores de la paz. 

 

La Cruz se ha convertido, desde aquellos días de la pasión de Cristo, en el centro de nuestras vidas, en el símbolo que da sentido a nuestra esperanza. Hubo un período —y no ha quedado totalmente superado— en el que se rechazaba el cristianismo precisamente a causa de la Cruz, porque la Cruz habla de sacrificio y parece ser que para muchos, en un mundo marcado por la desesperanza y la instalación terrena en el confort, eso ha pasado de moda.

 

Que el Domingo de Ramos sea para nosotros un día de esperanza, el día de la decisión de acoger al Señor y de seguirlo hasta el final, la decisión de hacer de su Pascua de muerte y resurrección el sentido mismo de nuestra vida de cristianos. Pidámosle a María Santísima, que luego de aquella procesión no perdió la esperanza y acompañó a Jesús al pie de la Cruz, que abra nuestros corazones para que, siguiendo a su Hijo en la Cruz, nos convirtamos en auténticos peregrinos de esperanza. Amén. 


Padre Alfredo.