Los años pasan, la vida da vueltas y más vueltas, y como bien dicen por allí, recordar nuestro pasado enriquece nuestro presente. Soy feliz de ser misionero, volvería a hacer esta elección vocacional siempre, me siento contento de haber podido responder con un "sí" al llamado inicial que Dios me izo y que trato de reestrenar cada día.
Un misionero, por lo general, tiene que viajar mucho. Yo creo que lo traigo en la sangre como herencia de unos padres a los que, desde antes de que yo naciera, ya viajaban y, en unas líneas, quiero hacer remembranza de algunos de esos viajes que han quedado grabados en mi corazón y que me ayudaron, desde pequeño, a valorar la fe recorriendo tantas y tantas iglesias y conventos en diversos lugares. Museos, Catedrales, parques temáticos y de diversiones, ruinas arqueológicas, malls, zoológicos y tantas cosas más.
Tengo vivos recuerdos de infinidad de viajes que hicimos Lalo y yo con papá y mamá. Aquellos veranos en México, visitando al abuelo, aprovechando que papá, por el trabajo, pasaba gran parte de julio y agosto allá; o aquellas cabalgatas en la tierra coahuilense que vio nacer a papá, paseos entre Allende, Zaragoza, Piedras y por supuesto Eagle Pass. Las idas a Laredo los sábados o a McAllen con los padrinos Raúl y Amelia. Según, sé, desde el vientre materno fuí a San Antonio Texas. Me viene ahora a la mente aquel otro viaje con Lalo, Yoyina y las sobrinitas a Houston y las divertidas vacaciones en diversos años a La Isla del Padre.
Me acuerdo de vacaciones en Tampico y Veracruz, acompañados de los tíos y primos en algunas ocasiones o de los padrinos en otras. Los recorridos de San Luis Potosí y San Juan de los Lagos o Zacatecas, Guadalajara y Guanajuato con los amigos de papá y mamá en Guadalajara.
Cómo olvidar los paseos en las playas del Revolcadero o Caleta en Acapulco con los Gómez, o aquellas playas vírgenes de Tuxpan... Algunos de los primos o tíos recordarán aquel viaje que hicimos a México: unos en avión, otros en autobús o en aquella camioneta verde del tío Humberto para luego continuar a Guadalajara con una "fallida" escala en Morelia. Me veo retratado de pequeño en el acueducto de Querétaro o en una trajinera de Xochimilco junto a Lalo y aquellas tías de México que nos llevaban a la Basílica Antigua. Qué días aquellos en los que subíamos corriendo los escalones de la pirámide del sol en Teotihuacán o jugábamos carreritas Lalo y yo en Tajín.
Y pienso también en los viajes que compartimos ya siendo yo seminarista o sacerdote a Cuernavaca, a la Casa Madre; a Tabasco, con la belleza de La Venta y Palenque; o a Puerto Madero y Tapachula en Chiapas; a "La Caldera" en Abasolo y por supuesto a muchos lugares de Michoacán como la ribera del lago de Pátzcuaro que tanto hemos disfrutado hasta hace pocos años.
Por eso ahora, cuando tengo que pasar horas enteras dentro de un autobús o de un avión... contemplo, recuerdo, revivo aquellos momentos y rezo dando gracias a Dios por esta maravillosa vocación de ser misionero y viajar para llevar el mensaje de salvación como misionero, portador del amor de Jesús, el Misionero del Padre que, desde pequeño, hubo también de viajar.
Con estas palabras, he hecho ahora también un viaje, y conste que escribo "estando de viaje", hospedado en el Distrito Federal en frente de la Basílica de Guadalupe y celebrando el día 2 de la Candelaria.
¿Cuántos viajes más haré? No lo sé, porque en tantos años, la tarea misionera me ha hecho ir hasta África, pero sé, definitivamente, que habrá un viaje final, y será hermoso, porque será el regreso feliz a la Casa del Cielo para contemplar a Dios cara a cara. Mientras llega el día... mañana sigo aquí para ir al funeral de la mamá de uno de nuestros vanclaristas más entregados; luego participo en un encuentro sacerdotal misionero; el sábado voy a Puebla y lunes a Cuernavaca , luego regreso a Monterrey y después... ¡Si Dios quiere, a dónde Él quiera!
No hay comentarios:
Publicar un comentario