Me da gusto que, en este marco de esta maravillosa experiencia, hoy la liturgia nos sugiera celebrar la misa por los laicos y la Oración Colecta sea una súplica al buen Dios para que los fieles que han sido llamados a vivir en el mundo, en medio de las ocupaciones terrenales, colaboren sin cesar en la instauración de su Reino. Y es que yo me siento feliz con la comunidad parroquial que, como párroco, inmerecidamente me ha sido encomendada. No terminaría de citar nombre de hombres y mujeres de toda clase y condición, que a diario ponen su ser y quehacer para edificar una congregación de fieles que, junto a los dos sacerdotes y al diácono permanente, da testimonio de los valores que Jesucristo ha venido a traernos, de parte de nuestro Padre misericordioso para ser felices y para hacer felices a los demás. Desde el principio de los tiempos, Dios creó al hombre para que viviera en comunidad con los demás. Desde que Adán recibió una ayuda idónea para él y que Moisés recibió la compañía de Aarón, hasta que Jesús eligió a doce discípulos para que vivieran con Él y aprendieran de Él.
Desafortunadamente, la mente occidental de hoy aprecia la autonomía y valora la privacidad, pero, esto ha afectado en gran medida la forma en que muchos católicos piensan acerca de sus relaciones con los miembros de sus comunidades parroquiales. No entienden que la vida de fe es personal pero no privada, y eso es una tragedia. Los cristianos en el mundo están llamados a salir de sí mismos y a unirse a una familia nueva en la que todos los hermanos tienen el mismo Padre. Se aprenden los nombres de los demás, toman las cargas de los demás, aprenden de las vidas de los demás y se animan mutuamente a esforzarse aún más por «el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Flp 3,14). Por eso a mí, y no solamente por las cartitas que recibí, sino por su testimonio de vida, agradezco a Dios por los laicos que forman parte de mi comunidad parroquial y por todos aquellos que han entrelazado sus vidas con la mía en Sierra Leona, en Roma, en Costa Rica, en California, en Irlanda, en España, en Alemania y en tantas otras partes de mi México lindo y querido y otras partes del mundo. Que la Virgen, que se encaminó presurosa, que veló por los que le faltaba el vino y que oró con los discípulos cuando Jesús ya había regresado a la derecha del Padre los aliente. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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