La
Palabra de Dios es una semilla que el mismo Dios ha sembrado en todo corazón
humano, para que, escuchando y admirando, se haga hermano universal en la
armonía de toda la creación. La tierra buena para recibir esa semilla de
comunión es el corazón bueno y recto que sabe escuchar, conservar... y dar
fruto con perseverancia. Como dice el Papa Francisco en Laudato Sii: "La convicción de haber recibido este regalo de Dios hace que «nada de este mundo nos resulte indiferente»".[1]
El corazón de la santísima Virgen María fue así, pero eso con ella se aprende a
admirar el misterio de nuestro propio corazón, donde ya habla y se refleja Dios
amor.
La
vocación de todo creyente, se alimenta, sobre todo, de la Eucaristía y de la escucha de la
palabra de Dios, de conservarla en el corazón y de dar fruto, como María. Es de
todos conocido cómo la lectura, meditación
y contemplación de la Sagrada Escritura en su totalidad ha constituido siempre la principal
ocupación de los grandes hombres y mujeres de Dios, muchos de ellos canonizados por la Iglesia, y en ella, muchos de los que han cimentado nuestra fe descubrieron su primera y fundamental norma de
vida. Seguir a Jesús, en cualesquiera de las vocaciones especificas del cristiano, supone conocer todo su misterio y retraducirlo vital y
experiencialmente a nuestro hoy. El Concilio Vaticano II pidió, especialmente a los religiosos —pero vale para todo creyente— tener
«diariamente en las manos la Sagrada Escritura, a fin de adquirir, por la
lectura y la meditación de los sagrados libros, el sublime conocimiento de
Jesucristo» (Flp 3,8.).[2]
La totalidad del pueblo de Dios, debe ser, en todo tiempo y lugar, memoria
permanente de la palabra de Dios, uniendo la palabra de Dios en la escritura
con la palabra de Dios en la vida. La práctica de la lectura de la Palabra en familia o en la comunidad eclesial, coincide con el origen comunitario de la Escritura. Desde la lectura y
meditación de la palabra de Dios vamos descubriendo el verdadero rostro de
Jesús y las exigencias de su seguimiento, al igual que la dimensión comunitaria
de la historia de la salvación y la dignidad de la persona humana.
Este
tipo de lecturas, como sabemos, recibió en la Iglesia un nombre técnico: «Lectio divina». Esta lectio hace ver al pueblo
de Dios que la Biblia no es un libro de historia o de doctrina, sino un libro
por el cual el Espíritu Santo revela, en la existencia concreta, la voluntad de
Dios Padre y su misterio. La doctrina y la historia se leen para poder
encontrar en ellas el sentido de la vida.
La
lectura bíblica participada; las actitudes de escucha y acogida, de éxodo y
conversión; la observancia del compromiso bautismal —o en el caso de los consagrados, de los votos que se inspiran sobre todo en la
Sagrada Escritura— las relaciones fraternas entre clérigos y laicos; la lectura y profundización de diversos temas desde el espíritu de la Sagrada Escritura;
una devoción mariana fundada en la Biblia y el gran amor a la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, pueden ser
medios valiosos que nos ayuden a crecer en este aspecto vivencial y de compromiso.
Para todo católico, en el contacto con la Sagrada Escritura, hay un camino del corazón que incita a vivir
plenamente su vocación específica. Con su lectura contemplativa, el bautizado se siente
mirado y llamado por Cristo con amor (Mc 10,21), buscado y acompañado por sus
pies (Lc 8,1; 10,39), bendecido y sanado por sus manos (Mt 8,3; 19,13-15),
invitado a entrar en su corazón (Mt 11,28-29; Jn 20,27). Así, en cuanto más
contacto se tiene con el Evangelio, la persona se convierte, para los demás, en
mirada, pies, manos y corazón de Cristo: «Somos el buen olor de Cristo» (2 Cor
2,15).
“Cuando
alguien va conociendo a Jesús y va viviendo el Evangelio, siente que en su ser
se va imprimiendo el semblante de Jesús como el del Ser que más se ama. Él
llama y uno se va configurando con Él en respuesta a una vocación, la vocación
a ser como Él”.[6] La
beata María Inés, supo que el «sígueme» que Jesús pronunció en el Evangelio, lo
sigue diciendo día tras día esperando una respuesta de amor, por eso ella,
misionera siempre, vivió con el Evangelio en el corazón y en los labios. En sus
“Notas Íntimas”[7]
encontramos dos escritos que se refieren directamente a los Evangelios: “Composición
sobre los Evangelios” y “Estudio sobre la Regla y el Evangelio”.
La
“Composición sobre los Evangelios” fue escrita el 18 de octubre de 1943. Ella
misma en el escrito dice que se trata de
«pequeños estudios, sacados de la
narración de los cuatro evangelistas». Allí va realizando un análisis
sinóptico de algunas partes de los Evangelios y presenta a cada uno de los
evangelistas. Se trata de 13 páginas de teología bíblica, fruto de su
meditación.[8]
El
“Estudio sobre la Regla y el Evangelio” fue escrito cuando se le dio el cargo
de maestra de novicias en el monasterio del “Ave María”, en el año de 1944. En
este pequeño ensayo, la beata hace una síntesis y descripción del primer número de la Regla que vivía como Clarisa de Clausura en aquellos años: “Guardar
el santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo y va analizando los primeros 16
capítulos de san Mateo con aplicaciones a la vida religiosa. Es un escrito de
42 páginas.[9]
En "La Lira del Corazón", tiene 50 referencias al evangelio de san Mateo, 15 de san
Marcos, muchísimas citas de san Lucas y podemos decir, respecto a san Juan, que
tenía preferencia por leer a este evangelista.
Hoy
el Evangelio sigue siendo gracia y
conquista para todo bautizado, palabra viva del Señor para todos sin rebajas. El Evangelio, el anuncio y fuente
de gozo y salvación, tiene que seguir llegando a todos los rincones del mundo;
a todos los hombres y mujeres de la humanidad. «¡Qué todos te conozcan y te
amen es la única recompensa que quiero», decía la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento,
y vaya que ella se adentró en conocer y amar a Dios.[10]
Mucho se valió del Evangelio, ya en su casa, antes de ingresar al Monasterio del “Ave María”. Luego, en ese mismo monasterio —en especial en los domingos— dedicaba largas
horas a la meditación del Evangelio, y en su vida activa, como misionera de
primera línea siguió haciendo del Evangelio, junto con la Eucaristía, el motor que la impulsaba a vivir en plenitud.
La presencia de los bautizados, en medio de los hombres de hoy, en el diario acontecer de este mundo
que parece que sufre la ausencia de Dios y el indiferentismo religioso, tiene
que ser anuncio del Evangelio de la alegría, presencia de Cristo, fuente y salvación para
todos. Como hombres y mujeres de fe, los bautizados le mostramos al mundo el Cristo que
llega con sencillez y desbordando misericordia, a tocar las puertas del corazón de cada hombre y mujer de hoy. Por eso, necesitamos empaparnos
del Evangelio para poder ser testigos coherentes y heraldos creíbles de la fe,
de manera que todos los cristianos, al vernos, experimenten la vida en Cristo y sepan discernir
las realidades divinas y humanas según el Espíritu de Dios. “Una sociedad que
ya ha oído y leído el Evangelio; ahora necesita signos, gestos, actitudes y
experiencias del Evangelio”[11].
La sociedad en que vivimos pide signos, gestos y experiencias. Hoy son muchas
las personas que han oído o que han leído algo sobre Jesús y sobre su
Evangelio, pero no lo han visto, lo quieren ver vivo en nosotros.
En
la vivencia del Evangelio, todo bautizado puede irse
configurando con Cristo para realizar plenamente su vocación y dar una
respuesta de amor a la llamada que Dios le hace. En el contacto frecuente con
el Evangelio se puede aumentar la fe, buscando pensar como Cristo, se puede
avivar la esperanza, sintiendo y valorando las cosas como Cristo, y se puede
aumentar la caridad, al reaccionar amando como Él.
Sólo
si nos adentramos en el Evangelio podremos ser católicos de verdad y amar con un corazón universal. Nuestras vivencias,
nuestras preocupaciones, nuestras actitudes, nuestras motivaciones..., deben
estar siempre condicionadas por el
Evangelio. Si está de moda o no el Evangelio, al bautizado no le
interesa. Lo importante es encontrar la manera de vivirlo y anunciarlo. El
Evangelio nunca estará de moda, pero nunca pasará de moda; será siempre la solución para la raíz de
todo problema personal, familiar y comunitario. Ahí está nuestra flaqueza y nuestra
fuerza. Ni podemos estar sobre el candelero de la moda, ni podemos ser un
objeto de museo; la verdad del Evangelio es mucho más sencilla y profunda.
Cuando no vivimos intensamente la intimidad con Cristo en el Evangelio, no hay
quien nos entienda, ni nosotros mismos, por eso no podemos hacer el Evangelio a
un lado.
«Estar
con quien sabemos que nos ama» siempre es posible, así que siempre será posible
tener un tiempo para el Evangelio, para esa «Lectio divina» en la que
encontraremos fuego que incendiará más el deseo de vivir nuestra vocación. Tal
vez no todos podemos estar asistiendo a clases sobre el Evangelio, quizá no tenemos clases de Sagradas Escrituras como se tienen en los seminarios y casas de formación de los religiosos,
pero ciertamente, después de una jornada pesada, es posible estar con Cristo en
el Evangelio, una frase, un versículo, un capítulo... será hasta un relax antes de ir a dormir. Pero
las cosas cambian cuando uno considera estos momentos de estar con el Señor en
el Evangelio como una obligación o una carga. Y, naturalmente, entonces es
pesadísimo, si no imposible, encontrar gusto a nuestra vivencia del compromiso bautismal.
Todo
es cuestión de saber dónde está el peso del amor. Nuestra suerte está ligada a
la de Cristo. Nuestra vida está enrolada en la dinámica del Evangelio hacia el
Padre para llevar a todos los hombres hacia Él. En el Evangelio, Cristo nos ha
hecho entrar en los secretos de un Dios amor que es eterno y cuya misericordia es infinita. Vivir nuestrao compromiso bautismal, es también saber disfrutar del Evangelio como herencia de amor, Él
lo ha dejado para nosotros... entrando en el silencio y en la elocuencia del
Evangelio, encontraremos nuestra razón de ser y nuestra identidad. María de
Nazareth, la mujer del Evangelio, la llena de Gracia, nos ayudará.
Presento,
para terminar, unos pensamientos de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento con algunas
ideas sobre el Evangelio:
“No nos hagamos ilusiones hijos, no hay otra santidad que la del
EVANGELIO, bien interpretado, no acondicionado a nuestra comodidad”.
(Carta colectiva, 28 de enero de 1971).
“Pidan que seamos verdaderamente
misioneros, que todos meditemos, estudiemos y saboreemos el santo
Evangelio”. (Carta a las hermanas de Indonesia, Roma 25 de mayo de 1975).
“Tú Jesús mío, que te gozas en
consentir, que tus hijos se sientan necesarios a tu corazón, para la difusión
del Evangelio, sacia los deseos de mi alma, colma los anhelos de mi corazón,
que todos ellos no tienden sino a hacerte amar de todas las Naciones.” (Ejercicios espirituales de
1944, p. 13).
“En fin, todo, todo el Evangelio, no
es otra cosa sino una continua manifestación de las ternuras del Corazón de
Jesús, de su infinita misericordia”. (Ejercicios espirituales de 1941, P. 57).
“¿No quieres servirte de mi, como instrumento
para tu Gloria, para llevar a tantas almas tu Santo Evangelio, y con él la
comprensión de tu bondad, de tu caridad, de tu ternura, DE TU AMOR
INFINITAMENTE MISERICORDIOSO, de todo lo que Tú sabes hacer en favor de un alma
que espera y confía en Ti?”. (Notas Íntimas, p. 37).
“Soy imagen viviente de la divinidad.
Por eso, si no vivo para Él y por Él únicamente, desdichada de mi, estoy
perdiendo miserablemente el tiempo. Me revestiré de las vestiduras inmortales
del mismo Dios”. (Ejercicios espirituales de 1943, p. 15).
“Y tomando el prototipo de la
humanidad, Cristo Jesús, ¿cuál fue su vida cuando su tiempo hubo llegado de
darse a conocer, de predicar, de mostrarse a las multitudes enseñándoles que el
Reino de Dios había llegado? Fue un continuo darse, un entregarse sin reservas,
un sacrificio sin medida, un ejercicio infinito de paciencia. Y su unión con su
Padre era la misma, sus comunicaciones con Él continuas, su oración
ardientísima” (Notas Íntimas, p. 54).
Algunos puntos de reflexión bíblica:
Amistad con el Cristo de los
Evangelios: Lc 10,21ss; Heb 7,25.
Sequela Christi: Mt 4,19-22; 19,27.
Vivir de su presencia: Mt 28,20.
El don del Señor: Jn 15,16.
Alfredo L. Gpe. Delgado Rangel, M.C.I.U.
[1] LS 3, Cfr. Lc 8,11-15.
[2]P.C. # 6.
[3]R.H. # 13.
[4]Pasaje de 1 Cor 15,5 que Nuestra Madre toma como lema para la
familia misionera que funda: “Oportet Illum Regnare”.
[5]V.C. # 40.
[6]DELGADO RANGEL Alfredo Leonel Gpe., “Qué alegría ser Misionero
de Cristo”, Monterrey, sin fecha.
[7]Las “Notas Íntimas” están formadas por una serie de escritos de la beata María Inés que fueron agrupadas en un libro después de su muerte
[8]Es conveniente, para ampliar el tema, leer: HERNÁNDEZ MARTÍN DEL
CAMPO Martha Gabriela M.C., “Cantaré eternamente las misericordias del Señor”,
Editorial Paolo de Savorgnani, México 1992.
[9]En una grabación, años después, cuando ya ha fundado la
congregación de las Misioneras Clarisas, ella misma relata, en una conferencia
que queda grabada, cómo estas meditaciones eran fruto de su oración y de su
deseo de vivir el Evangelio. Una copia del cassette se encuentra en la Casa
Madre, en Cuernavaca.
[10]Palabras que constantemente repetirá nuestra madre la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento.
[11]ESQUERDA BIFET Juan, “Testigos de la esperanza”, Ediciones
Sígueme, Salamanca 1981, p. 33.
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