Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma para recibir y secundar con facilidad las mociones del propio Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano. El alma no podría adquirir los dones por sus propias fuerzas ya que transcienden infinitamente todo el orden puramente natural. Los dones los poseen en algún grado todas las almas en gracia, perfeccionan el acto sobrenatural de las las virtudes infusas y son incompatibles con el pecado mortal.
El Espíritu Santo actúa los dones directa e inmediatamente como causa motora y principal, a diferencia de las virtudes infusas que son movidas o actuadas por el mismo hombre como causa motora y principal, aunque siempre bajo la previa moción de una gracia actual. Por la moción divina de los dones, el Espíritu Santo, inhabitante en el alma, rige y gobierna inmediatamente nuestra vida sobrenatural. Ya no es la razón humana la que manda y gobierna; es el Espíritu Santo mismo, que actúa como regla, motor y causa principal única de nuestros actos virtuosos, poniendo en movimiento todo el organismo de nuestra vida sobrenatural hasta llevarlo a su pleno desarrollo.
La tradición espiritual y teológica de la Iglesia nos enseña que los dones del Espíritu Santo son siete, y halla la raíz de su convencimiento en la Sagrada Escritura, especialmente en algunos lugares principales.
En Isaías 11, 2-3 se mencionan seis de los dones (falta el don de piedad): "Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh. Concretamente, se asegura en este texto, que en el Mesías esperado habrá una plenitud total de los dones del Espíritu divino. No le serán dados estos dones con medida, como a Salomón se le da la sabiduría o a Sansón la fortaleza, sino que sobre él reposará el Espíritu de Yahvé con absoluta plenitud. No entro aquí acerca de si los dones son seis o son siete, según este texto y la versión de los Setenta y de la Vulgata, pues habríamos de analizar cuestiones exegéticas demasiado especializadas para nuestra reflexión.
Hay que recalcar que este texto es mesiánico. Se refiere propiamente, como dije, al Mesías. No obstante, los Santos Padres lo extienden también a los fieles de Cristo en virtud del principio universal de la economía de la gracia que enuncia San Pablo cuando dice: "Porque a los que de antes conoció, a ésos los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo" Rm 8,29.
San Pablo es quien nos describe el don de Piedad: "No han recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes han recibido el espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio de que somos hijos de Dios" Rm 8,14-17
Otros textos que revelan los dones son: En el Antiguo Testamento: Gen 41,38; Ex 31,3; Núm 24,2; Dt 34,9; Sal 31,8; 32,9; 118, 120; 142,10; Sab 7,28; 7,7; 7,22; 9,17; 10,10; Eclo 15,5; Is 11,2; 61,1; Miq 3,8. En el Nuevo Testamento: Lc 12,12; 24,25; Jn 3,8; 14,17; 14,26; Hch 2,2; 2,38; Rm 8,14; 8,26; 1 Cor 2,10; 12,8; Apoc 1,4; 3,1; 4,5; 5,6.
Los Padres de la Iglesia vieron también aludidos los siete dones del Espíritu Santo en aquellos septenarios del Apocalipsis que hablan de siete espíritus de Dios (1,4; 5,6), siete candeleros de oro (1,12), siete estrellas (1,16), siete antorchas (4,5), siete sellos (5, 1.5), siete ojos y siete cuernos del Cordero (5,6).
Éstos y otros lugares de la Biblia fueron estimulando en la historia de la teología y de la espiritualidad una doctrina sistemática de los siete dones del Espíritu Santo, que alcanza su madurez en la teología de Santo Tomás de Aquino, quien enseña que todos los dones del Espíritu Santo están vinculados entre sí, de tal modo que se potencian mutuamente: el don de fortaleza, por ejemplo, ayuda al de consejo, y éste abre camino al don de ciencia, etc. Y a su vez todos los dones están vinculados con la caridad teologal (STh I-II,68,5). A esa doctrina muy firme, añade el Doctor común otras explicaciones más opinables, en las que señala que hay también una especial correspondencia entre cada una de las virtudes y los dones del Espíritu Santo, que vienen a perfeccionarlas en su ejercicio (STh I-II,68-69; II-II, 8. 9. 19. 45. 52. 121. 139.141 ad3m).
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que : La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo (1830) y que estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo (1831). Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
Sabiduría
Nos hace ver todas las cosas a través de Dios y nos impulsa a buscarlo sobre todas las cosas.
«Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el hombre que se cobija en Él» (Salmo 34, 9).
La sabiduría ocupa el primer lugar entre los siete dones del Espíritu Santo. Tener el don de la sabiduría nos permite ver las cosas de acuerdo a como Dios las ve. Podemos adquirirla mediante la búsqueda de la mente y la voluntad del Señor a través de una comunicación regular en la oración, en el estudio de las Escrituras y cultivando una relación íntima con él. La sabiduría nos dirige a la hora de juzgar todo de acuerdo a la perspectiva divina.
Entendimiento
Nos ayuda a comprender la Palabra de Dios y los misterios de la fe.
«Iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús… Y sucedió que mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le reconocieran… Y sucedió que cuando se puso a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición… Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron… Se dijeron uno a otro ¿no estaba ardiendo nuestro corazón cuando nos hablaba…?» (Lucas 24, 13-31).
La comprensión es el regalo que nos da una mejor y más profunda visión de los misterios de la fe cristiana. Este don, también llamado «Inteligencia», nos ayuda a tener un conocimiento más claro de las enseñanzas y las verdades de la iglesia. Da una gran confianza en la palabra revelada de Dios y conduce a los que la tienen para llegar a conclusiones verdaderas a partir de los principios revelados.
Consejo
Nos anima a seguir la solución que más concuerda con la gloria de Dios y el bien de los demás.
«No son mis pensamientos vuestros pensamientos ni vuestros caminos son mis caminos, porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros…» (Isaías 55, 8-9).
El don del consejo nos da la intuición de hacer lo correcto en circunstancias difíciles. Esto nos permite practicar y perfeccionar la virtud de la prudencia, o saber qué hacer y qué evitar en diferentes situaciones.
Fortaleza
Nos alienta continuamente y nos ayuda a superar con fe las dificultades.
«Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: “¡Señor, sálvame!”. Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: “Hombre de poca fe ¿por qué dudaste?”. Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: “Verdaderamente eres hijo de Dios”» (Mateo 14, 29-33).
La fortaleza es el don de la fuerza, la perseverancia y el coraje que nos permite obedecer y seguir la voluntad de Dios en todo momento. Nos ayuda a superar los obstáculos y a perseverar en nuestra fe, siempre confiando en la divina providencia de Dios para equiparnos con la virtud necesaria.
Ciencia
Nos ayuda a conocer rectamente a Dios y a discernir y descubrir su voluntad para seguirla.
«En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios…» (Juan 3, 3).
Con el don de ciencia —llamado también don del «Conocimiento»—, somos capaces de discernir y descubrir la voluntad de Dios en todas las cosas y juzgar todo de acuerdo con esta perspectiva divina. Este don de ciencia es a menudo llamado «la ciencia de los santos», ya que permite a los que lo tienen discernir rápidamente entre los impulsos de la tentación y las inspiraciones de la gracia".
Piedad
Nos mueve a tratar a Dios con la confianza con la que un hijo trata a su padre.
«Vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba sobre él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”» (Marcos 1, 10-11).
El don de piedad perfecciona nuestro amor a Dios. Desarrolla este amor instintivo por él como nuestro Padre, lo que nos permite obedecer de forma más natural y confiada, ya que comprendemos plenamente su amor por nosotros.
Temor del Señor
Nos induce a huir de las ocasiones de pecado para elegir siempre agradar a Dios.
«La riqueza y la fuerza realzan el corazón, pero más que las dos, el temor del Señor. En el temor del Señor no existe mengua, con él no hay ya por qué buscar ayuda. El temor del Señor como un paraíso de bendición, protege él más que toda gloria» (Eclesiástico 40, 26-27).
El temor del Señor nos equipa con un temor del pecado y de ofender a Dios. No es por miedo al castigo del Señor, sino que brota naturalmente de nuestro profundo amor y respeto por Dios.
Que el Espíritu Santo, a través de sus dones, nos conceda el verdadero conocimiento deDios para que seamos uno con Él y «…que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios» (Ef 3, 17-19).
Les dejo una oración para pedir al Espíritu Santo que derrame sus siete dones:
¡Oh Espíritu Santo!, llena de nuevo mi alma con la abundancia de tus dones y frutos.
Haz que yo sepa, con el don de Sabiduría,
tener este gusto por las cosas de Dios
que me haga apartar de las terrenas.
Que sepa, con el don del Entendimiento,
ver con fe viva la importancia y la belleza de la verdad cristiana.
Que, con el don del Consejo,
ponga los medios más conducentes para santificarme,
perseverar y salvarme.
Que el don de Fortaleza me haga vencer
todos los obstáculos en la confesión de la fe
y en el camino de la salvación.
Que sepa con el don de Ciencia,
discernir claramente entre el bien y el mal, lo falso de lo verdadero,
descubriendo los engaños del demonio, del mundo y del pecado.
Que, con el don de Piedad, ame a Dios como Padre,
le sirva con fervorosa devoción y sea misericordioso con el prójimo.
Finalmente, que, con el don de Temor de Dios,
tenga el mayor respeto y veneración por los mandamientos de Dios,
cuidando de no ofenderle jamás con el pecado.
Lléname, sobre todo, de tu amor divino;
que sea el móvil de toda mi vida espiritual;
que, lleno de unción, sepa enseñar y hacer entender, al menos con mi ejemplo,
la belleza de tu doctrina, la bondad de tus preceptos y la dulzura de tu amor. Amén.
Alfredo Delgado R., M.C.I.U.
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