Cada año, al acercarse la Semana Santa, gran cantidad de apóstoles, miembros de las diversas vocaciones y carismas en la Iglesia, parte a tierras de misión con el anhelo de compartir la fe, que, como decía el ya casi santo Juan Pablo II, se fortalece dándola.
Ya sabemos cuál es el espíritu que anima a todos estos hermanos y amigos que haciendo a un lado las actividades de cada día, se lanzan a los pueblos y ciudades a llevar el mensaje que nos ha traído el Mesías Redentor; pero, hay que saber también meditar en el espíritu que debe acompañar el regreso de la misión; porque siento que es poco lo que se escribe sobre el volver a casa y a veces uno se topa con algunos misioneros «desinflados» al regreso a la vida de cada día por diversas circunstancias que pueden haber aparecido durante los días de misión.
En el Evangelio hay un pasaje (Lc 10, 17-24) que puede iluminar en mucho este punto que en esta entrada quiero compartir.
"17Regresaron los setenta y dos, y dijeron alegres: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.» 18Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. 19Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño; 20pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos.»
21En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a ingenuos. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. 22Mi Padre me lo ha entregado todo, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
23Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! 24Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.»”
En una carta de noviembre de 1977, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento escribía, hablando sobre el tema de las misiones: "Todo el mundo es país de misión. Dios quiere para todos la salvación eterna, por eso derramó hasta la última gota de su sangre". Sí, no podemos hablar ya de países de misión, o tierras de misión; el neo-paganismo se ha globalizado junto con otras muchas cosas más y por todas partes encontramos esa necesidad de llevar la Buena Nueva y sembrarla en los corazones. Pero, junto a esta realidad hay una certeza: la misión nunca ha sido fácil. La misma beata decía que la misión es «pura prosa, ¡y pura prosa prosaica!"
En especial durante la Semana Santa, en muchos de los pequeños poblados a los que llegan muchos misioneros, se instalan cantinas ambulantes para los vacacionistas, se organizan bailes y se promueve toda clase de eventos que, a cambio de una buena cantidad de dinero, hacen «descansar» a la gente alejándola de Dios.
Jesús, al enviar a los misioneros, sabe perfectamente que el Espíritu Santo es el protagonista de la misión y confía en que se manifestará mejor en los que son dóciles a su acción: los que están humanamente limitados y dan desde su pobreza. La decisión de Jesús, de enviar enviar a misión a los pequeños e incipientes discípulos y desde ellos construir el Reino nos anima; porque nosotros también siempre seremos pequeños e incipientes en la misión.
Los discípulos misioneros de hoy parecería que quedan desarmados si se ponen a analizar lo difícil del mundo al que llevan el anuncio de la misión: ¿Cómo hablar de paz en una sociedad que se revuelca en la violencia? ¿Cómo hablar del valor de la fidelidad matrimonial a tantos hombres machistas que tienen dos o tres mujeres o un grupo de mujeres que ya no quiere entenderse de la casa? ¿Cómo anunciar hoy a la juventud que el cuerpo humano es templo del Espíritu y no objeto de placer y fornicación? ¿Cómo anunciar hoy la Buena Nueva si los poderosos que promueven la pornografía, el aborto, etc., tienen mucho más recursos que lo que en la Iglesia logramos reunir para ir de misión?
Es verdad lo que dice Nuestro Señor en otro pasaje del Evangelio que completa nuestra reflexión: “Yo los envío como ovejas en medio de lobos. Sean pues astutos como serpientes y sencillos como palomas.” (Mt 10, 16.20). Los misioneros vamos siempre como ovejas en medio de lobos, pero, como dice la beata María Inés en la misma carta que he citado: "La fe tiene que intervenir como objeto de nuestra formación. En estos tiempos, más que en los pasados, tenemos que enfrentarnos con un mundo que… va perdiendo la fe. Que nosotros, misioneros, seamos testigos de Cristo por la fe, la esperanza y el amor. No sólo la fe teologal sino también el espíritu de fe, para encontrar a Cristo nuestro Señor en todos y cada uno de los acontecimientos de nuestra vida, aun en un ambiente de los tiempos actuales, en que, en varias ocasiones, no será favorable”.
En la «Evangelii Gaudium», el Papa Francisco contrasta la tristeza individualista del materialismo aislador que se vive en nuestras sociedades modernas, con la alegría del discípulo misionero que librado del egoísmo de buscar sus propios intereses, lleva el anuncio de la Buena Nueva por el amor eterno de Cristo. El Papa nos invita a “recuperar la frescura original del Evangelio”, encontrando “nuevos caminos” y “métodos creativos”, a no encerrar a Jesús en nuestros “esquemas aburridos”. El nos habla de la necesaria “conversión pastoral” que no deje “las cosas como están” y una “reforma de estructuras” para que “todas ellas se vuelvan más misioneras” y lleven el Evangelio a “tantos hermanos nuestros que viven sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida” (EV, 49).
Las ovejas que van entre lobos, son los pequeños del Reino, que, aparentemente están desarmados y débiles frente a los lobos fuertes y poderosos que quieren destruir la obra de Dios, pero son ovejas llenas de fe, son pequeños obreros que han sido elegidos por el Señor para estar con Él y para enviarlos a predicar la Buena Nueva. Recordemos como desde el primer capítulo de su Evangelio, uno de los evangelistas, san Marcos, proclama que Jesús es el Mesías esperado por Israel, el Hijo de Dios, que llama a los que él quiere para formar una comunidad de amigos con quienes compartir su misión y los ha llamado para estar con Él y para enviarlos a predicar (Mc 1,14-19; 3,13-19; Lc 6,12-16; Mt 10,1-4). Jesús afirma claramente que se trata de su misma misión: "Como mi Padre me ha enviado, sí os envío yo" (Jn 20,21; cfr. 17,18).
La misión de Jesús fue de anuncio, de entrega de sí mismo y de cercanía a todo ser humano sin esperar grandes resultados. Cristo, se presentó como Hijo de Dios e hipotecó su vida no como una inversión esperando algo a cambio, sino dándolo todo con un amor incondicional. Ahora, el discípulo misionero es enviado por el Padre y el Espíritu Santo, para invitar a todos a abrirse a los nuevos planes salvíficos de Dios Amor. Todo ser humano es llamado a un proceso de transformación, "conversión" y "bautismo" (Mc 15; Mt 28,19), para recibir la "vida nueva" (Rom 6,4) de un "nuevo nacimiento" (Jn 3,5)
La tarea misionera consiste en prolongar la palabra de Cristo (anuncio, testimonio) y su llamada a la conversión y bautismo (como cambio profundo de actitudes); hacer presente su sacrificio redentor y su acción salvífica y pastoral; imitar su cercanía al hombre concreto, prolongando su acción salvífica y pastoral, así como su diálogo con el Padre por la salvación del mundo (oración). La comunidad convocada por los misioneros ("ecclesia") en torno a la Palabra y si es posible, en torno a la Eucaristía (porque no siempre se puede tener la celebración de la Misa o la Reserva Eucarística en Misión) queda invitada a acoger los signos salvíficos y a transformarse en familia de hermanos (EN 24) que seguirán haciendo crecer la fe.
En realidad, la presencia del misionero prolonga la misma misión de Cristo que «pasaba», «enseñando», «curando», «apacentando» (Mt 9,35-36; Mc 6,34). Los discípulos misioneros son enviados como signo de Cristo, nunca solos, y "delante de él... adonde él había de ir" (Lc 10,1). "El misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida... Cristo lo espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88).
El Papa Francisco, en la Evangelii Gaudium dice: “Si alguien ha acogido el amor de Cristo que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?” (EG, 8). Podemos pensar en María, la mujer pequeña y sencilla que vivía en una comunidad rural recibe al Espíritu Santo y es elegida para ser madre de Jesús, se sabe discípula misionera y va corriendo buscando a Isabel para anunciarle la Buena Nueva de la que es portadora y exclama: «Mi alma glorifica al Señor… ha mirado la humildad de su esclava...derribó del trono a los poderosos y engrandeció a los humildes» Lc. 1,47-48.52. Podemos pensar también en Juan el Bautista, cuando manda preguntar a Jesús si él es el Mesías o hay que esperar a otro le responde: «Vayan y cuenten a Juan lo que acaban de ver y oír: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Nueva» Lc 7,21-22.
Hermanos y amigos que van a misión en los días santos, sean pues astutos como serpientes y sencillos como palomas, sabiendo que ser ovejas en medio de lobos no es nada fácil pero nunca lo ha sido y por eso hay que ser astutos. La paloma al igual que la oveja representa la sencillez, la paz, la sencillez. La serpiente es un reptil astuto: observa, vigila y luego atrapa a su presa. Jesús nos invita a aprender de su astucia. Hay que ser sencillos como palomas, pequeños, sí, pero astutos, es decir: poner al servicio del bien los dones recibidos. La alegría de los cristianos será siempre la “alegría misionera” (EG, 21) de compartir la fe llegando a los alejados y estar cerca de todo el que aún no conoce a Cristo o no ha captado que allí está Él.
Alfredo Delgado, M.C.I.U.
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