Hace 25 años, en la parroquia del Espíritu Santo, de Monterrey, México, mi ciudad natal, y en esa misma parroquia en donde fui bautizado, recibí la gracia de ser ordenado diácono, en vías a convertirme luego en sacerdote para siempre por el don de la imposición de las manos. Esto se ha unido al gozo del 23 pasado, en que daba gracias a Dios por mi 25 aniversario de Profesión Perpetua como Misionero de Cristo para la Iglesia Universal.
El tiempo ha pasado, la verdad, muy de prisa y cuando menos pienso la vida corrió. He visto algunas fotografías de aquel día, he recordado algunos detalles y sobre todo, le he dado gracias al Señor pidiéndole que nunca desaparezca de mi plan de vida sacerdotal como religioso y misionero el gozo de servir.
Como sacerdote, como religioso y como misionero, he sido enviado siempre a anunciar la Palabra y a dispensar los sacramentos entre creyentes y no creyentes; en un lugar y en otro; a tiempo y a destiempo en el estilo que la beata María Inés marcó para mi vida y la de mis demás hermanos Misioneros de Cristo.
Todos los que hemos sido llamados por el Señor al Orden Sagrado, hemos sido llamados a servir. Me he puesto mucho a pensar cómo es que aquello que me marcó como servidor en el diaconado, no debe, por ningún momento ni en ningún lugar, desaparecer de mi vida. Antes de ser ordenado sacerdote fui diácono y quedé marcado con el sello del Espíritu para ser servidor sin buscar recompensa alguna sino solamente la misma que mi beata fundadora deseó para ella y los miembros de la Familia Inesiana: "Qué todos te conozcan y te amen Jesús, es la única recompensa que quiero".
Quiero en esta ocasión, traer a la memoria algunas de las palabras que tocante al servicio en el ministerio sacerdotal destacó el otro día el Papa Francisco en una audiencia, y que creo me ayudan a vivir en este día mi gratitud por la Diakonia (servicio) en mi vida ministerial.
"El Orden –dice el Santo Padre–, está constituido por tres grados: episcopado, presbiterado y diaconado y es el sacramento que habilita para el ejercicio del ministerio, confiado por el Señor Jesús a los Apóstoles, de apacentar su rebaño, con el poder de su Espíritu y según su corazón. Apacentar el rebaño de Jesús no con el poder de la fuerza humana o con el propio poder, sino con el poder del Espíritu y según su corazón, el corazón de Jesús que es un corazón de amor. El sacerdote, el obispo, el diácono debe apacentar el rebaño del Señor con amor. Si no lo hace con amor no sirve. Y en ese sentido, los ministros que son elegidos y consagrados para este servicio prolongan en el tiempo la presencia de Jesús, si lo hacen con el poder del Espíritu Santo en nombre de Dios y con amor".
Ojalá que si se pudiera exponer la calidad de mi servicio en el amor en este día, luego de esos 25 que han pasado en la Diakonia, se pudiera ver esa caridad al estilo de Cristo, puesto que los llamados al sacramento del Orden, tenemos que ser los representantes de ese mismo Señor que sirvió a todos con alegría.
En esa audiencia, que fue el 26 de marzo pasado, el Papa Francisco dijo también: "Aquellos que son ordenados son puestos al frente de la comunidad. Están «al frente» sí, pero para Jesús significa poner la propia autoridad al servicio, como Él mismo demostró y enseñó a los discípulos con estas palabras: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros; el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 25-28 / Mc 10, 42-45). Un obispo que no está al servicio de la comunidad no hace bien; un sacerdote, un presbítero que no está al servicio de su comunidad no hace bien, se equivoca".
Estoy en mi «Año Jubilar», el próximo 4 de agosto llegaré, si Dios permite, a mis primeros 25 años como sacerdote y el Papa decía ese día: "Una característica que deriva siempre de la unión sacramental con Cristo en el sacramento del Orden, es el amor apasionado por la Iglesia... Cristo «amó a su Iglesia: Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada» (5, 25-27). En virtud del Orden el ministro se entrega por entero a la propia comunidad y la ama con todo el corazón: es su familia. El obispo, el sacerdote aman a la Iglesia en la propia comunidad, la aman fuertemente. ¿Cómo? Como Cristo ama a la Iglesia... Es un misterio grande de amor: el ministerio sacerdotal... camino por el cual las personas van habitualmente al Señor".
Hoy quiero re-estrenar mi anhelo de servir. El Papa nos recordaba cómo el apóstol Pablo recomienda al discípulo Timoteo que no descuide, que reavive siempre el don que está en él. El don que le fue dado por la imposición de las manos (cf. 1 Tm 4, 14; 2 Tm 1, 6). El Santo Padre dijo: "Cuando no se alimenta el ministerio, el ministerio del obispo, el ministerio del sacerdote, con la oración, con la escucha de la Palabra de Dios y con la celebración cotidiana de la Eucaristía, y también con una frecuentación al Sacramento de la Penitencia, se termina inevitablemente por perder de vista el sentido auténtico del propio servicio y la alegría que deriva de una profunda comunión con Jesús. El obispo que no reza, el obispo que no escucha la Palabra de Dios, que no celebra todos los días, que no se confiesa regularmente, y el sacerdote mismo que no hace estas cosas, a la larga pierde la unión con Jesús y se convierte en una mediocridad que no hace bien a la Iglesia. Por ello debemos ayudar a los obispos y a los sacerdotes a rezar, a escuchar la Palabra de Dios, que es el alimento cotidiano, a celebrar cada día la Eucaristía y a confesarse habitualmente. Esto es muy importante porque concierne precisamente a la santificación de los obispos y los sacerdotes".
Gracias a todos los que por estos largos años me han acompañado con la oración, con el sacrificio, con la ayuda en todo sentido... ¡Si me pusiera a escribir los nombres de muchos que ya han sido llamados a la Casa del Padre y de tantos que continúan a mi lado, no terminaría! Dios ha sido tan bueno conmigo que no me ha dejado nunca y me ha sostenido en la oración, en la escucha de la Palabra, en los momentos de adoración y meditación, en cada día de retiro, en Ejercicios Espirituales, en la serenidad de repasar las cuentas del Santo Rosario y en el gozo de celebrar la Eucaristía siempre como si fuera la única vez que pudiera hacerlo.
Como religioso Misionero de Cristo, soy un sacerdote que no puede tener fronteras en su corazón. El camino al que he sido llamado y que libremente he elegido está bastante más que claro y cobijado por Santa María de Guadalupe como Patrona Principal de los Misioneros de Cristo. Con mi ministerio de servicio en el Señor quiero seguir colaborando a hacer el mundo cada día más humano, para luego hacerlo cada momento más divino. Quiero, siguiendo el anhelo de la beata María Inés Teresa, que todos conozcan y amen al Señor.
El Papa Francisco terminó aquella audiencia con unas preguntas y una invitación vocacional. Así quiero yo también que mi «Sí» se convierta en una pregunta y una invitación: "¿Cómo se debe hacer para llegar a ser sacerdote? ¿Dónde se venden las entradas al sacerdocio? No. No se venden –dice el Santo Padre–. Es una iniciativa que toma el Señor. El Señor llama. Llama a cada uno de los que Él quiere que lleguen a ser sacerdotes. Tal vez aquí hay algunos jóvenes que han sentido en su corazón esta llamada, el deseo de llegar a ser sacerdotes, las ganas de servir a los demás en las cosas que vienen de Dios, las ganas de estar toda la vida al servicio para catequizar, bautizar, perdonar, celebrar la Eucaristía, atender a los enfermos… y toda la vida así. Si alguno de ustedes ha sentido esto en el corazón es Jesús quien lo ha puesto allí. Cuiden esta invitación y recen para que crezca y dé fruto en toda la Iglesia.
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