“CREO QUE ESTE
ES EL TIEMPO
DE LA
MISERICORDIA”
Francisco.
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En el año de 1980 el Papa Juan Pablo II terminó de escribir su segunda encíclica[1], fechada el 30 de
noviembre de 1980 y titulada "Dives in misericordia", un bellísimo
escrito con el tema central de "La Misericordia Divina".
El santo Papa, anotaba al inicio el objetivo de la misma: “Una exigencia de
no menor importancia, en estos tiempos críticos y nada fáciles, me impulsa a
descubrir una vez más en el mismo Cristo, el rostro del Padre, que es «misericordioso
y Dios de todo consuelo»; Dios, es rico en misericordia, por el gran amor con
que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por
Cristo”.
Este tema de la Divina Misericordia, como bien lo sabemos, está presente
durante toda la vida del cristiano, en las penas y en las alegrías, en los
logros y los sinsabores de nuestra existencia. Es fácil darse cuenta de que la
elección del II Domingo de Pascua, que concluye la octava de la Resurrección
del Señor, indica la estrecha relación que existe entre el misterio pascual de
la Salvación y la fiesta de la Misericordia. La Pasión, Muerte y Resurrección
de Cristo son, en efecto, la más grande manifestación de la Divina Misericordia
de Dios Padre hacia los hombres, especialmente hacia los pecadores. Esta
relación está subrayada por la novena que precede a la fiesta, que se inicia
precisamente el Viernes Santo, cuando Cristo, respondiendo y a la vez
prolongando la misericordia del Padre, se entrega por nuestra salvación. La
novena termina el sábado previo al II Domingo de Pascua que es el día domingo
de la Divina Misericordia.
Nuestro Señor Jesucristo habló por primera vez a Santa Faustina de
instituir esta fiesta, el 22 de febrero de 1931 en Plock, el mismo día en que
le pidió que pintara su imagen y le dijo: "Yo deseo que haya una Fiesta de
la Divina Misericordia. Quiero —le dijo nuestro Señor— que esta imagen que
pintarás con el pincel, sea bendecida con solemnidad el primer Domingo después
de la Pascua de Resurrección; ese Domingo debe ser la Fiesta de la
Misericordia".
Durante los años posteriores, Jesús le repitió a Faustina
este deseo en catorce ocasiones, definiendo precisamente la ubicación de esta
fiesta en el calendario litúrgico de la Iglesia, el motivo y el objetivo de
instituirla, el modo de prepararla y celebrarla, así como las gracias a ella
vinculada.
Algunos santos y beatos, secundaron aquellos anhelos, entre ellos la beata
María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, quien llegó a decir que sor
Faustina sería canonizada y se atrevió, en aquellos años, a escribir al Papa en
turno para suplicarle que se estableciera una fiesta dedicada al Padre
Misericordioso, porque ese era un deseo que venía del mismo Dios.
Pasaron muchos años y, sabiendo que no se puede comprender a san Juan Pablo
II sin comprender lo que significa este tema de la Divina Misericordia,
llegamos al día de la canonización de santa Faustina, nombrada "Apóstol de
la Divina Misericordia", el 30 de abril de aquel jubileo del año 2000. El
Papa, luego de la homilía, anunció el gran regalo que llenó de alegría al mundo
entero: «En todo el mundo, el segundo Domingo de Pascua recibirá el nombre de
"Domingo de la Divina Misericordia". Una invitación perenne para el
mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las
dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros»,
dijo el Santo Padre aquel día ante la multitud que estallaba de aplausos.
Así, Juan Pablo II instituyó oficialmente esta Fiesta de la Divina
Misericordia a celebrarse todos los años en esa misma fecha, domingo siguiente
a la Pascua de Resurrección. Con la institución de esta Fiesta, san Juan Pablo
II concluyó la tarea asignada por Nuestro Señor Jesús a Santa Faustina en
Polonia, 69 años atrás, cuando en febrero de 1931 le dijo: "Deseo que haya
una Fiesta de la Misericordia".
En su resurrección, el Hijo de Dios ha experimentado de manera radical en
sí mismo la misericordia, es decir, el amor del Padre Misericordioso que es más
fuerte que la muerte y más fuerte que el pecado.
En esta fiesta de la Divina Misericordia, al igual que en el magisterio de
Juan Pablo II, ocupa un lugar preponderante la Santísima Virgen María, que es quien
conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina, y por eso se le llama
“Madre de misericordia”, “Virgen misericordiosa” o “Madre de la divina
misericordia”.
La Iglesia, que camina cobijada por el manto de María como Madre del
verdadero Dios por quien se vive, tiene el derecho y el deber de recurrir a la
misericordia de Dios, implorándola frente a todos los fenómenos del mal físico
y moral, ante todas las amenazas que pesan sobre el entero horizonte de la vida
de la humanidad contemporánea.
El Papa Francisco, con sus palabras y con su ejemplo, nos ha recordado
constantemente que la auténtica
misericordia es la fuente más profunda de la justicia, la más perfecta
encarnación de la igualdad entre los hombres... "Todos somos
pecadores", ha exclamado varias veces en sus discursos y homilías, y
"todos estamos necesitados de la infinita misericordia de Dios".
"Después que Jesús
vino al mundo —exclamó en uno de sus discursos el Papa Francisco[2]—no se puede hacer como si a Dios no le conociéramos. Dios tiene un rostro y un
nombre: Dios es misericordia, es fidelidad, es vida que se dona a todos
nosotros”.
Ahora, al canonizar a estos dos Juanes maravillosos, Juan
XXIII y Juan Pablo II, Francisco nos deja dos grandes figuras que no hicieron
otra cosa que vivir de la misericordia de Dios y derramarla por el mundo
entero. Las mas de 60 ocasiones que tuve oportunidad de escuchar en vivo a san
Juan Pablo II, en Roma, en México y aquí en Estados Unidos, dejaron en mi
corazón una huella imborrable de aquel “Dulce Cristo de la Tierra” —como
llamaba al Papa la beata María Inés Teresa— y no terminaría de contar mis
impresiones sobre esos encuentros de los cuales, además de lo que hay en mi
corazón, han quedado algunas fotografías que andan por aquí y por allá, menos
en mis manos. A san Juan XXIII, no lo conocí en persona, yo nací en 1961y el
murió el 3 de junio de 1963, cuando era yo muy pequeño, sin embargo, en casa de mis padres me topé con
un libro titulado “Las Florecillas del Papa Juan” y es una delicia que lo lleva
a uno a conocerlo y quererlo.
En 1997, el Papa Juan Pablo II en su viaje al barrio Lagiewniki de
Cracovia, donde vivió y fue sepultada sor Faustina, declaró: «El mensaje de la Divina
Misericordia en cierto sentido ha formado la imagen de mi pontificado». Luego,
en un libro que publicó el mismo santo Papa pocas semanas de la hora de su
muerte, nos explica cómo había preparado aquel documento sobre la Divina
Misericordia, del que he hablado al iniciar esta reflexión y que fue clave en
todo su magisterio. El Papa escribió: “Las reflexiones de la "Divina
Misericordia" fueron fruto de mis experiencias pastorales en Polonia y
especialmente en Cracovia. Porque en Cracovia está la tumba de santa Faustina
Kowalska, a quien Cristo concedió ser una portavoz particularmente inspirada de
la verdad sobre la Divina Misericordia. Esta verdad suscitó en sor Faustina una
vida mística sumamente rica. Era una persona sencilla, no muy instruida y, no
obstante, quien lee el Diario de sus revelaciones se sorprende ante la
profundidad de la experiencia mística que relata.
Digo esto —continúa explicando san Juan Pablo— porque las revelaciones de sor Faustina, centradas
en el misterio de la Divina Misericordia, se refieren al período precedente a
la Segunda Guerra Mundial. Precisamente el tiempo en que surgieron y se
desarrollaron esas ideologías del mal como el nazismo y el comunismo. Sor
Faustina se convirtió en pregonera del mensaje, según el cual la única verdad
capaz de contrarrestar el mal de estas ideologías es que Dios es Misericordia,
la verdad del Cristo misericordioso. Por eso, al ser llamado a la Sede de
Pedro, sentí la necesidad imperiosa de transmitir las experiencias vividas en
mi país natal, pero que son ya acervo de la Iglesia universal”[3].
Entre otras cosas, san Juan Pablo II quiso también que la iglesia del
Espíritu Santo de Roma, que se encuentra a unos pasos del Vaticano, a la
entrada de la Vía de la Consolación, se convirtiera en el santuario romano de
la Divina Misericordia, donde se venera la imagen del Jesús misericordioso que
se manifestó a sor Faustina. San Juan Pablo II, hermanos y amigos, falleció
precisamente cuando litúrgicamente comenzaba el Domingo de la Misericordia,
proclamado por él mismo en aquel glorioso año 2000. Sería muy difícil o más
bien imposible no ver en esta coincidencia un signo del Cielo.
La Misericordia, hermanos y amigos, no es un amor cualquiera, sino un amor
gratuito, generoso, al estilo de Juan XXIII y Juan Pablo II. Un amor manifestado
en el Hijo encarando, muerto y resucitado por nosotros y por nuestra salvación.
Un amor que, proviniendo de Dios, es siempre más fuerte que nuestras
debilidades, pues el amor misericordioso viene en búsqueda del hombre pecador
para llevarlo a la salvación.
Como religioso y sacerdote misionero, estoy convencido de que la
comprensión de este amor misericordioso, puede estimular un nuevo empuje
misionero en el mundo entero. La comprensión de la misericordia nos hará
comprender a todos que lo importante, tanto para clérigos y laicos no es ocupar
los primeros lugares, tener poder de mandar o anhelar cubrirse de ropajes
principescos, sino sentarse al último, como el más necesitado de la infinita
misericordia del mismo Cristo que lavó los pies a sus hermanos, aun al que
sabía que lo iba a traicionar.
Debemos convencernos de que, como decía san Juan Pablo
II, es en la misericordia de Dios donde el mundo volverá a encontrar la paz y
el hombre la felicidad.
Voy ahora a unas cuantas palabras del diario de sor Faustina en donde dice:
«Ayúdame, Señor, para que mi corazón sea misericordioso de manera que participe
en todos los sufrimientos del prójimo. A nadie negaré mi corazón. Me comportaré
sinceramente incluso con aquellos que sé que abusarán de mi bondad, mientras yo
me refugiaré en el Corazón misericordiosísimo de Jesús».
Vale la pena leer una vez más el diario de santa Faustina Kowalska y
hacerlo a la luz de la “Dives in Misericordia”. Así no olvidaremos nunca que,
por esta infinita misericordia, Dios nos ama con locura. Una verdad que es
capaz de cambiar cualquier historia humana y de salvar al mundo de sus
angustias y miserias.
Quiero terminar esta mal hilvanada
reflexión, con unas palabras del Papa Francisco, que quisiera resonaran en
nuestros corazones como una preparación a esta hermosa fiesta del Divina
Misericordia:
"Creo que este es
el tiempo de la misericordia. Este cambio de época, también con muchos
problemas de la Iglesia —como un mal testimonio de algunos presbíteros,
incluso los problemas de corrupción en la Iglesia, también el problema del
clericalismo, por ejemplo—, han dejado muchos heridos, muchos heridos. Y la
Iglesia es Madre: debe ir a curar a los heridos, con misericordia. Pero si el
Señor no se cansa de perdonar, no tenemos otra opción que esto: en primer
lugar, atender a los heridos. Es madre, la Iglesia, y debe ir por este camino
de la misericordia. Y encontrar una misericordia para todos. Pero creo que,
cuando el hijo pródigo ha vuelto a casa, el padre no le dijo: "Pero, tú,
escucha, siéntate: ¿qué hiciste con el dinero?". ¡No! ¡Hizo fiesta! Luego,
tal vez, cuando el hijo ha querido hablar, ha hablado. La Iglesia tiene que
hacerlo así. Cuando hay alguien... no solo esperarlo: ¡hay que ir a buscarlo!
Esta es la misericordia. Y creo que este es un kairós: este tiempo es un kairós
de misericordia. Pero esta primera intuición la tenía Juan Pablo II, cuando
comenzó con Faustina Kowalska, la Divina Misericordia... tenía algo, se dio
cuenta de que era una necesidad de este tiempo"[4].
Hermanos y amigos: Que
María, Madre de la Divina Misericordia venga en nuestro auxilio y prepare
nuestros corazones para esta hermosa Fiesta que hoy empezamos a celebrar
uniendo a la novena estas reflexiones y la alegría de la procesión que nos
recuerda nuestro andar en este mundo hasta llegar al cielo,
Alfredo Delgado Rangel,
M.C.I.U.
(Conferencia pronunciada el 25 de abril de 2014 en la parroquia de Santa Martha de la Arquidiócesis de Los Angeles, California.)
[1] La palabra proviene del latín Encyclia y
del griego ἐκκύκλιος ("ekkyklios") que significa "envolver
en círculo". La Iglesia utiliza el término para referirse a las El título de
la encíclica es normalmente tomado de sus primeras palabras en latín. En la
Iglesia católica, en los últimos tiempos, una encíclica se utiliza generalmente
para cuestiones importantes, y es el segundo documento más relevante emitido
por los papas, después de la Constitución Apostólica. Las encíclicas papales
indican una alta prioridad para un tema en un momento dado. Son los sumos
pontífices quienes definen cuándo y bajo qué circunstancias deben expedirse
encíclicas.
[4] Palabras del Papa Francisco sobre la Divina
Misecordia, una vez finalizada la JMJ; en la Rueda de prensa posterior durante
el vuelo de regreso a Roma. CIUDAD DEL VATICANO, 30 de julio de 2013
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