El día 2 de febrero representa para miles de mexicanos un
día de celebración, un día de fiesta: “El día de la Candelaria”. Un día en el
que, como marca una antiquísima tradición, se comparten los ricos tamales —en
Nuevo León que sean de Villa de Juárez— acompañados de atole, café, champurrado
o refresco de Cola, según el gusto y el gasto de cada quien. Todos los que se encontraron con un «Niño», «Muñeco» o «Mono»
(como se le llama a la pequeña imagen escondida entre la masa) en la Rosca de
Reyes al partir su pedazo, quedan comprometidos a compartir los tamales en casa, en la reunión de grupo o de amigos, y si no es posible, entonces en el
trabajo.
Este día, en los Templos Católicos —especialmente en los del
centro de México— desfilan miles de imágenes del Niño Dios con distintos
atuendos que van desde el clásico “ropón” de bautizo pasando por los trajes que
portan el Santo Niño de Atocha, el Niño de las Palomitas, San Francisco de Asís,
San Judas Tadeo y toda clase de vestimentas confeccionadas especialmente para
las imágenes y que igualan, algunas veces, hasta la camiseta del equipo de
futbol de quien posee la imagen o del padrino que lo viste. Así, la festividad
se enriquece con el «compadrazgo» tan típico de México.
Los tamales, atole y demás, son comidas de fiesta que vienen
desde la época prehispánica, cuando los Aztecas, en un día de fiesta, honraban
a Tláloc y a Chalchiuhtlicue agradeciendo y encomendando las cosechas del maíz,
por eso, sobre todo el el centro de México, es en este día cuando muchos campesinos llevan
sus semillas a bendecir. Así, entre nuestro pueblo se conjugan las razones para
estar de fiesta y aunque esta fiesta del 2 de febrero cae fuera del tiempo de
navidad, es, para los creyentes, una parte integrante del relato de navidad. Es
como una especie de chispa del fuego de la navidad, una epifanía de la
cuarentena. Navidad, epifanía, presentación del Señor son tres paneles de un
tríptico litúrgico.
Cierto que para mucha gente pasa por alto ese verdadero y
original sentido de la fiesta de hoy: «LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO» (Lc 2, 22-40) y que es lo que todos los
Católicos celebramos alrededor del mundo recordando que según la ley mosaica,
María y José llevaron al niño Jesús al templo de Jerusalén para ofrecerlo al
Señor. Simeón y Ana, inspirados por Dios, reconocieron en aquel Niño al Mesías
tan esperado y profetizaron sobre él. Pero somos muchos los que sabemos que, en este día, entre el compartir los
tamales, la Iglesia celebra el misterio, sencillo y a la vez solemne, en el que
Cristo, el Consagrado del Padre, es presentado como el primogénito de la nueva
humanidad.
En Oriente esta fiesta se llamaba "Hypapante", (fiesta del
encuentro) porque de hecho, Simeón y Ana —representando a la humanidad que encuentra
a su Señor en la Iglesia— encuentran a Jesús en el Templo y reconocen en Él al
Mesías tan esperado, Sucesivamente esta fiesta se extendió también en
Occidente, desarrollando sobre todo el símbolo de la luz, y la procesión con
las candelas, que dio origen al término tan extendido en México de “Fiesta de
la Candelaria”. Con este signo visible se quiere significar que la Iglesia
encuentra en la fe a Aquel que es “la luz de los hombres” y lo acoge con todo
el empuje de su fe para llevar esta “luz” al mundo.
En concordancia con esta fiesta litúrgica, el beato Juan
Pablo II, a partir de 1997, instituyó la Jornada de la Vida Consagrada, recordando al mundo que
la oblación del Hijo de Dios — simbolizada por su presentación en el Templo— es
un modelo para todo hombre y mujer que consagra toda su propia vida al Señor. El
objetivo de esta Jornada, conocida como la “Fiesta de la Vida Consagrada” es
triple: ante todo alabar y dar gracias al Señor por el don de la vida
consagrada en la Iglesia y para el mundo; en segundo lugar, promover su
conocimiento y estima por parte de todo el Pueblo de Dios y de la humanidad
entera; finalmente, invitar a cuantos han dedicado plenamente su propia vida a
causa del Evangelio a celebrar las maravillas que el Señor ha obrado en ellos.
En realidad, es precisamente y sólo a partir de la presencia
de Cristo, como consagrado del Padre, que tiene sentido una vida consagrada a
Dios mediante Cristo, de lo contrario se trataría sólo de una forma de
sublimación o de evasión del mundo. Si Cristo no fuese verdaderamente Dios, y
no fuese, al mismo tiempo, plenamente hombre, vendría a menos un fundamento de la
vida cristiana en cuanto tal. La vida consagrada quiere testimoniar y expresar
de modo “fuerte” precisamente la mutua búsqueda de Dios y del hombre, el amor
que les atrae; la persona consagrada, por el mismo hecho de existir, representa
como un “puente” hacia Dios para todos aquellos que la encuentran, una llamada,
un envío. Y todo esto en base a la mediación de Jesucristo, el Consagrado del
Padre. ¡El fundamento es Él! Él, que ha compartido nuestra fragilidad, para que
nosotros mismos pudiésemos participar de su naturaleza divina. (cf. Homilía de
Benedicto XVI, 2 feb. 2010). El niño, que María y José llevaron con devoción y emoción
al templo, es el Verbo encarnado, el Redentor del hombre y de la historia.
Hoy, conmemorando aquello que sucedió aquel día en
Jerusalén, nosotros también somos invitados, según nuestra propia vocación,
pero todos con la consigna misionera de “hacerle amar del mundo entero” como
decía Madre Inés, a entrar en el templo para meditar en el misterio de Cristo,
unigénito del Padre que, con su Encarnación y su Pascua, se ha convertido en el
primogénito de la humanidad redimida y ha sido hecho “Luz de las Naciones”.
¡Felicidades a todos los Consagrados en este día tan
especial!
Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.
padre. muy buena manera de explicar este dia. Una manera mas de acercar mas gente a dios y hacerlos devotas. felicidades!
ResponderEliminar-Madali Gutierrez Silva