jueves, 9 de febrero de 2012

CARISMA, ESPÍRITU Y ESPIRITUALIDAD... Cuáles son las diferencias

En nuestros tiempos, parece muy normal de hablar de carisma, espíritu y espiritualidad, pero muchas veces se hace de una manera confusa y sin aplicar bien el término a lo que se quiere decir. Se habla de hombres y mujeres que poseen «un carisma especial» para la predicación, para aconsejar a las personas, para conocer y transmitir a Dios, se habla de quiénes han fundado una congregación religiosa y por lo tanto tienen el «carisma de fundador». Se dice que algunos tienen «mucho carisma». Por otra parte se habla del «espíritu de servicio», del «espíritu que anima una obra» y de una «espiritualidad específica»; así, «carisma», «espiritualidad» y «espíritu» son palabras de uso común en el lenguaje de la Iglesia.

Conviene, por lo tanto, saber bien lo que cada término significa o quiere significar y cómo y dónde lo podemos aplicar. Sin adentrarnos en muchas complicaciones, explicaremos brevemente cada uno de estos tres términos:

CARISMA.

La palabra «carisma» viene del griego "χάρισμα" y significa "don gratuito". Un carisma, por tanto, es una gracia especial que el Espíritu Santo dona para el bien de la Iglesia. No existe una clasificación de carismas y así los hay de diversos tipos . Pero los elementos esenciales que los conforman serán siempre los dos siguientes: provienen del Espíritu Santo y se dan para la edificación de la Iglesia. Un carisma no está necesariamente ligado a la fundación de algún grupo apostólico, una congregación religiosa o de alguna otra obra de la Iglesia. Se dan casos de hombres y mujeres que poseen un carisma especial para la predicación, para aconsejar a las personas, para conocer y transmitir a Dios, pero que no necesariamente hayan fundado alguna institución.

Cristo es el «carisma» de Dios para todo hombre que desee recibirlo. Los carismas en la Iglesia son la presencia actuante del Espíritu Santo y como el Espíritu habita en todo bautizado, entonces podemos decir que todo bautizado es un carismático, en cuanto que Dios lo ha colmado de gracia (Ef 6,1) y le ha dado toda clase de dones (Rom 8,32). De entre todos los carismáticos —o sea de entre todos los bautizados— a algunos el Señor les ha concedido dones transitorios o dones permanentes específicos para el bien de la Iglesia.

Podemos hablar de «carismas transitorios», que son gracias circunstanciales que Dios otorga a un bautizado para la edificación de la comunidad, de manera que podemos hablar del don de profecía, el de alabanza, el de servicio, el de lenguas, etc.

Por otra parte están los «carismas específicos», que son concedidos por Dios a determinados cristianos para quesean instrumentos de su amor hacia los hombres y mujeres de este mundo, de manera que Él se manifieste en la en la historia de salvación. Dios les ofrece una gracia y ellos aceptan la misión que les encomienda realizar en la Iglesia. Tal es el caso de los fundadores.

Finalmente podemos hablar de los «carismas permanentes», que son aquellos dones que pertenecen a la misma naturaleza de la Iglesia o a su función ministerial, por ejemplo el don de gobierno, el don de dirigir, el de apóstol, el de pastor, el de enseñar.

«Carisma», se entiende entonces como una gracia que Dios ofrece a un cristiano y que éste acepta para que al ser transformado por ese don que viene de lo alto, viva y aplique ello de manera evangélica a su alrededor relacionándose con Dios de manera constante y específica cumpliendo el encargo recibido en favor de la Iglesia y de sí mismo.

ESPÍRITU.

En el pensamiento bíblico, el «espíritu» es lo que hace que una persona exista, lo que hace que tenga vida. El espíritu del hombre es entonces "revestido" del hombre nuevo (Ef 4,23-24), de manera que se hace un solo espíritu con Cristo (1 Cor 6,17; Rom 8,16) para poder mantenerse en comunicación filial con el Padre como lo hizo Jesús, que siempre estuvo unido a Él por la acción del Espíritu Santo (Rom 8,26).

Sin espíritu, no hay vida (dimensión biológica), sin espíritu, no hay sueños, anhelos, metas, gozo ni felicidad (dimensión psicológica), sin espíritu, no hay pasión, no hay dinamismo, no hay transformaciones culturales ni entrega y generosidad (dimensión social) sin espíritu, la experiencia religiosa se hace vieja y muere, no hay creación artística ni científica.

Espíritu es entonces la forma de estar ante Dios, con Dios y en Dios para vivir desde Dios, porque se es hijo en el Hijo y se es santificado por el Espíritu Santo para ser hermano con los hermanos. Así se puede hablar por ejemplo del «espíritu misionero» que impregne una vida o una obra de la Iglesia.

ESPIRITUALIDAD.

Podemos decir, en primer lugar, que «espiritualidad» es vivir según las enseñanzas de Cristo y no según las reglas meramente humanas (Gal 5,25; 1 Cor 2,10-16). Es la forma de vivir que tienen los hijos adoptivos de Dios (Rom 8,14-18). 

La espiritualidad es una parte de la teología que estudia el dinamismo que produce el Espíritu en la vida del alma: cómo nace, crece, se desarrolla, hasta alcanzar la santidad a la que Dios nos llama desde toda la eternidad, y cómo transmitirla a los demás con la palabra, con el testimonio de vida y con el apostolado eficaz.

 Por lo tanto, hablamos de una doctrina teológica y vivencia cristiana a la vez, ya que si la espiritualidad sólo optara por la doctrina teológica quitando la vivencia, tendríamos una espiritualidad racional, intelectualista y sin repercusión en la propia vida. Y si por otra parte solamente optara por la vivencia cristiana, sin dar la doctrina teológica, la espiritualidad quedaría reducida a un subjetivismo arbitrario, sujeta a las modas cambiantes y expuesta al error. Así pues, la verdadera espiritualidad cristiana debe integrar doctrina y vida, principios y experiencia.

La espiritualidad es la manera característica que tiene un cristiano o un grupo de la Iglesia para vivir determinados valores evangélicos que hagan a Cristo presente en sus vidas y lo proyecten a los demás. Así tenemos las diversas espiritualidad de las congregaciones religiosas o de los grupos en la Iglesia.

A MANERA DE CONCLUSIÓN.

Madre Inés solía decir que la Iglesia es como un hermoso jardín en donde los diversos carismas se entrecruzan y enriquecen la Iglesia para seguir a Cristo como María. Ella tuvo el carisma de fundadora y hablaba de que el espíritu que animó siempre su vida y la obra que nos ha dejado en herencia es un espíritu misionero por excelencia y dejó a la Iglesia una espiritualidad eucarística, sacerdotal, mariana y misionera vivida en la alegría de la entrega y fidelidad al Señor para hacerlo conocer y amar del mundo entero.

«Carisma», «espíritu» y «espiritualidad» nos hablan de que Cristo está vivo entre nosotros y continúa pasando por el mundo haciendo el bien. Dios es el artífice de TODO ESTO.  Él vive en nuestras almas, para deificarnos, para espiritualizarnos. Él nos mueve internamente a toda obra buena (Rm 8, 14; 1 Cor 12, 6) y nos purifica del pecado (Mt 3, 11; Jn 3, 5-9; Tit 3, 5-7). Él enciende en nosotros la lucidez de la fe (1 Cor 2, 10-10). Él levanta nuestros corazones a la esperanza (Rm 15, 13). Él nos mueve a amar al Padre y a los hermanos como Cristo los amó (Rm 5, 5). Él llena de gozo y alegría nuestras almas (Rm 14, 17; Gal 5, 22; 1 Tes 1, 6). Él nos da fuerza y carismas para testimoniar a Cristo y fecundidad apostólica, pues la evangelización no es sólo palabras, “sino poder y acción en el Espíritu Santo” (Gal 1, 5; Hch 1,8). Él nos concede ser libres del mundo que nos rodea (2 Cor 3, 17). Él viene en ayuda de nuestra debilidad y ora en nosotros con palabras inefables (Rm 8, 15).

Bastará ver a María para captar cómo hay que vivir todo esto, Benedicto XIV decía que la Virgen “es como un río celestial por el que descienden las corrientes de todos los dones de las gracias a los corazones de los mortales” (Bula “Gloriosae Dominae” del 27 del IX de 1748) y San Pío X afirmaba que María, junto a la cruz “mereció ser la dispensadora de todos los tesoros que Jesús nos conquistó con su muerte y con su sangre. La fuente, por tanto, es Dios; pero María, como bien señala san Bernardo, es el acueducto” (Encíclica “Ad diem illum” del 2 del II de 1891) por donde nos viene todas estas gracias y estilo de vivir para que todos conozcan y amen a Dios.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.



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