La vida de Cristo, en su modo histórico de vivir en totalidad para el Padre Misericordioso y para los hombres, constituye el fundamento último y la definitiva justificación de la existencia de la vida consagrada en la Iglesia. La vida de Jesús, o sea todo su comportamiento, que es la palabra más solemne que Él pronuncia y la clave para entender su mensaje, y sus palabras que revelan y esclarecen el sentido de su vida, va llamando a algunos a seguirlo de una manera más particular y comprometida.
La vida consagrada en la Iglesia y en el mundo, es la presencia sacramental del modo de vida y de existencia de Cristo. Es la presencia real, verdadera y visible de Cristo virgen, obediente y pobre en la Iglesia que llamó a unos para estar con Él y enviarlos a predicar (Mc 3,13-14). La Beata francesa Isabel de la Trinidad —muy admirada y leída por la beata María Inés Teresa y que pronto será canonizada— decía que «somos como otra humanidad de Cristo». El documento del Concilio Vaticano II «Perfectae Caritatis», en el número 2 nos dice que «la última norma de vida de la vida consagrada es el seguimiento de Cristo, tal como se propone en el Evangelio, que ha de ser tenido por todos como regla suprema».
Es fácil darse cuenta de que la vida consagrada es una consecuencia del Evangelio y una prolongación o encarnación del mismo en cada tiempo y lugar en donde los consagrados están presentes. De manera que el primer deber y el mayor privilegio del consagrado, es el de vivir plenamente la vida evangélica en el seguimiento de Cristo, y, para vivir esta vida, no hay otro camino que no sea una continua meditación del Evangelio para hacerlo cercano a todos según la forma determinada, el carisma, espíritu y espiritualidad de cada instituto de vida consagrada. Si quitamos el Evangelio de la vida de un consagrado... ¡no queda nada!
La vida y la misión de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, como virgen, como consagrada y como fundadora no fue otra cosa sino el Evangelio leído, estudiado y meditado con pasión para darlo a todos, de manera que esto queda plasmado en el lema dirigido a Cristo: «QUE TODOS TE CONOZCAN Y TE AMEN, ES LA ÚNICA RECOMPENSA QUE QUIERO».
«Vivir el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo» fue el fin principal de la beata desde el día que ingresó al convento, en Los Angels California, para recorrer el itinerario de santificación que Dios le había designado como religiosa. Desde que ella trabajaba —siendo seglar— en un banco, ya sabía a qué la llamaba el Señor y hacia dónde la conducía. Toda su vida es transparencia evangélica, todo su andar es como el de Cristo, en docilidad al Padre.
La beata Madre María Inés Teresa, dice, en uno de sus escritos que titula «Estudio sobre la Regla —de santa Clara— y el Evangelio», que el consagrado se compromete a guardar todo el santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo para llegar a la cumbre de la perfección religiosa, glorificando a Dios en la sublimidad de la vocación... ¡Y vaya que ella lo logró!
Una vez, a una de sus hijas religiosas, sor Rosario Salazar —que acaba de ser llamada a la Casa Paterna hace unos cuantos días— le dijo algo que a la Hna. Chayito —como muchos le decían— se le quedó muy grabado y que expresa el anhelo evangélico de la beata: «Enamórate de Él aprendiendo a conocerle en los Santos Evangelios y por una meditación seria, en paz, aprovechando para ello no solo los tiempos de oración en la capilla, sino también cuantos ratos puedas darte... y a solas con Él, medita saboreando lo que nos refieren los Evangelios, a través de los cuales conocerás más y más en corazón inmenso de nuestro esposo celestial» (de los escritos personales de la Hna. Rosario Salazar, M.C.).
En estas cuantas palabras, sin duda alguna, queda reflejado cómo vivió el Evangelio la Beata Madre María Inés, pues dicen que «De la abundancia del corazón habla la boca». La Beata Madre María Inés vivió el Evangelio así... ¡Viviéndolo! Lectura, meditación, oración, contemplación, aplicación... ¡Viviéndolo! El Evangelio fue ley de su obrar y regla de su caminar. Ella vivió el Evangelio como realidad dinámica que la mantuvo siempre en acción, siempre en misión: Una misión que no se redujo —como debe ser y ella lo enseñó— a meras tareas externas sino algo más sustantivo y esencial para un alma consagrada que le «urgía» a actuar. La frase bíblica «Oportet Illum Regnare» (1 Cor 15,25) fue el motor que la impulso a ir hacia el encuentro de Cristo en el Evangelio para darlo a los demás con María, estrella de la evangelización... «Si no es para salvar almas, no vale la pena vivir», «¡Vamos, María!»
Ser en la Iglesia y para el mundo, presencia sacramental de Cristo virgen, pobre y obediente, fu su ser y quehacer. Así vivió el Evangelio, con un hacer de carácter «sustantivo» que se identifica en todo tiempo y lugar con la misión, con la consagración, y con el mismo ser de la vida consagrada.
¿Cómo vivió el Evangelio la Beata Madre María Inés como consagrada? Así, con la alegría de la lectura siempre fresca, con la dulzura de la meditación, con la urgencia de estudiarlo para hacerlo vida y darlo a todos con docilidad a la voluntad del Padre hasta ser transparencia de Cristo en todos los momentos de la vida.
Alfredo Delgado, M.C.I.U.
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