¿Quién evangeliza hoy? ¿Cuál es el sujeto agente de la nueva evangelización? ¿Cómo evangelizar de nuevo al pueblo de Dios, usando de la imposición o de la proposición? ¿Cómo llevar a todos la Palabra y el espacio de silencio en el que habla Dios? ¿Cómo llevar a todos el conocimiento de la encarnación del Señor y el valor de su muerte redentora? ¿Cómo aportar, desde el propio estado de vida, elementos que ayuden a la nueva evangelización? Éstas y otras muchas cuestiones, circundan el corazón del hombre y de la mujer que, en los inicios del tercer milenio, se saben sujetos portadores de la evangelización para reconstruir un mundo que se ha alejado de Dios, que lo ha sacado —como dice el Papa Francisco— de su ambiente vital.
Si la Iglesia —nacida de la misión del Espíritu Santo por el Padre y el Hijo crucificado y resucitado— es fundamentalmente comunión, la evangelización es una tarea que compete a todo el pueblo de Dios en su conjunto. Todos los miembros de la Iglesia somos misioneros desde nuestro bautismo. Mientras vivimos en el mundo, la Iglesia va contagiando al mundo los valores del reino de verdad, libertad, justicia, amor, solidaridad, etc. La Iglesia está en el tiempo para sacramentalizar, proclamar, celebrar y compartir el gozo del Evangelio de la alegría. Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios (EG 176).
Desde hace algunos años, escuchamos mucho hablar de una «nueva evangelización». Del 7 al 28 de octubre de 2012 se celebró la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre este tema de la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Allí se recordaba que la nueva evangelización convoca a todos y se realiza fundamentalmente en tres ámbitos; Primeramente el ámbito de la pastoral ordinaria, «animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del Pan de vida eterna». En segundo lugar, el ámbito de «las personas bautizadas que no viven las exigencias del Bautismo», que no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no experimentan el consuelo de la fe y, finalmente, el ámbito de quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado (cf EG 14).
La Iglesia, nos recuerda el Papa Francisco en Evangelii Gaudium, no crece por proselitismo sino «por atracción» (EG 14) y por eso, en esta nueva evangelización, es invitada a utilizar nuevos métodos y nuevas expresiones, en un nuevo ardor, para llevar a Cristo a todos. Para llevar a cabo esta nueva evangelización, la Iglesia tiene que transformarse a sí misma en el horizonte del reino. Solamente una comunidad evangelizada, tiene el vigor de la nueva evangelización. En la medida en que sea Iglesia seguidora de Jesús, puede ser sacramento de la salvación del mundo. Siendo Iglesia viva, se hace entonces Iglesia evangelizadora. «La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente evangelizar» (EG 174).
La evangelización será nueva si tiene en cuenta —tratando de sacar provecho— las consecuencias de la nueva situación histórica del pueblo de Dios en el horizonte del reino. El necesario ardor y las nuevas expresiones del misterio de la fe, no podrán ignorar las nuevas perspectivas, los nuevos horizontes y la invitación que hace el llamado del mismo pueblo de Dios a repensar, afrontar, analizar y reconstruir temas como estos: La reforma de la Iglesia en salida misionera, las tentaciones de los agentes de pastoral, la Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza, la homilía y su preparación, la inclusión social de los pobres, la paz y el diálogo social y las motivaciones espirituales que llevan a la tarea misionera (EG 17). Si la nueva evangelización logra articular estos horizontes en programas pastorales operativos y movilizadores, estará siendo realmente nueva; si logra convertirse en idea fuerza para las iglesias locales y despertar la conciencia y potencial evangelizador de las personas, las instituciones, los grupos... estará siempre nueva.
Hay que recordar que antes que evangelizadora, la Iglesia es evangelizada; antes que docente, la Iglesia entera es discente; antes que maestra es discípula. Sólo siendo oyente y discípula de la Palabra, el Pueblo de Dios puede irradiar la alegría del Evangelio y hacer discípulos. Claro está que, en términos de proceso, también la inversa es verdadera: Haciendo discípulos es como la Iglesia escucha el Evangelio; irradiando el amor a Cristo, lo acoge; evangelizando es evangelizada. La Iglesia es evangelizada y evangelizadora.
La Iglesia evangelizada es una Iglesia de testigos: Han visto al invisible (Heb 11,27). Han sido alcanzados por la vida del Resucitado a través del testimonio de los primeros a quienes se ha hecho visible el Resucitado (Jn 20,18.25). Una Iglesia que se sabe siempre portadora de buenas noticias (Hch 4,20). Una Iglesia sana, una comunidad. Una Iglesia que no tiene permanentemente cara de funeral (EG 10). Una Iglesia que está en estado permanente de evangelización y que recomienza su nueva evangelización por transformarse a sí misma en una comunidad viva para poder ser «Buena Noticia» de vida, de libertad, de amor. El Concilio Vaticano II, hablando de la Iglesia, nos habló de una apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo para ser siempre esta portadora del mensaje de salvación (Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 6). Nos dice el Concilio que toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación y que Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad (cf EG 26). Sin una reforma interior de la Iglesia, de su vida, de sus instituciones y estructuras, no será nueva transparencia de la Palabra y del Espíritu que la habita.
La capacidad evangelizadora de la Iglesia en nuestra sociedad pluralista y secular, se juega en la credibilidad social de la misma. Uno de los desafíos del pueblo de Dios en la nueva situación histórica de nuestros tiempos consiste en alcanzar nuevas formas de presencia pública en los medios de comunicación y en las redes sociales, que son las que en la época actual, mueven al mundo. Yo mismo he tenido la experiencia de dialogar en Linkedin o en Whatsapp con personas que no saben o no valoran lo que es la Iglesia y es más, con gente de Iglesia que no sabe lo que es la nueva evangelización y por medio de estas conversaciones va abriendo sus horizontes.
Hoy necesitamos presentar al mundo y a los mismos miembros del Pueblo de Dios —con nuestro testimonio evangelizador y dejándonos evangelizar— una Iglesia creíble que sea «espacio de unidad y comunión» (EG 73), con más sentido de pertenencia y menos fragmentaciones, con más diálogo y comunicación. Una Iglesia «en salida», una Iglesia de «puertas abiertas» (EG 46 y 47), que sale hacia los demás para llegar a las periferias humanas sin que eso implique correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Una Iglesia «casa de todos» intelectualmente habitable, donde la búsqueda de la verdad prevalezca sobre toda forma de oscurantismo o de imposición autoritaria (EG 146). Una Iglesia «hogar de libertad» (EG 170), capaz de mostrar que la aceptación del Dios de Jesucristo es fuente de liberación permanente en la existencia humana; capaz de recordar también que la libertad es lo más contrario a la desmoralización permisivista y a la tiranía del capricho. Una Iglesia «humanamente fecunda» especialmente para los jóvenes (EG 108), experta en humanidad y creadora de humanización. Una Iglesia «familia» donde los pobres sean los primeros (EG 48 y 49), en el corazón y en los presupuestos. Una Iglesia «misionera» de los hombres, de la sociedad, del mundo, siguiendo el ejemplo de Jesús, sin dejarse robar el entusiasmo misionero (EG 80).
La dinámica de la encarnación es el estilo de vida de evangelizar de Jesús (Mt 25,31-46). Cristo evangeliza desde la cercanía y desde la simpatía con nuestra condición humana. Su comunión con nosotros es el inicio y la forma de su liberación; desde la pobreza y la debilidad; desde el amor y la palabra limpia; desde la aceptación de cada persona y cada situación del hermano (EG 179). Esto marca el camino de la evangelización de la Iglesia. Anunciar evangélicamente a Jesucristo implica hacerlo con el testimonio cualificado del encuentro con el hermano pobre, necesitado, solo, deprimido, alejado, olvidado, descartado, allí donde éste se encuentra. A este nivel primario y decisivo de la comunicación de la fe por el testimonio, estamos llamados todos. Allí llego la beata María Inés Teresa cuando decía al Señor: «Que todos te conozcan y te amen, es la única recompensa que quiero... y para eso no tengo mas que mi miseria, puesta al servicio de tu misericordia».
La nueva evangelización está recuperando la fuerza de la experiencia, la «teología vivida» de los santos. La fe cristiana, que es básicamente relación personal con Dios Padre en Cristo por el Espíritu, se vive y se aprende también en la vida de los santos que han ayudado a construir, con su granito de arena y su expresión de la misericordia divina, la Iglesia (EG 263). La persona santa contagia, inquieta, suscita preguntas. Es un evangelio vivo: Buena noticia permanente, audible, legible, visible.
Hoy somos evangelizados y evangelizadores especialmente en pequeñas comunidades cristianas que siguen florecientes alrededor del mundo en muchísimas parroquias. Me viene recordar ahora el Santuario de la Virgen Inmaculada «Margarita Concepción» en Mazatán, Chiapas. Allí, gracias al proceso evangelizador de estas pequeñas comunidades, impulsado por los diversos párrocos que han pasado y la tarea titánica de nuestras hermanas Misioneras Clarisas, bajo la guía y acción del Espíritu santo, la Iglesia he entrado en este dinamismo y espíritu de nueva evangelización regalando vocaciones y espacios de vida cristiana para un pueblo en constante desarrollo. Lo mismo he visto en parroquias como Nuestra Señora del Rosario en San Nicolás de los Garza, N.L. a cargo de nuestro instituto misionero, en donde la evangelización llega a través de los 11 sectores que la conforman.
En estas pequeñas comunidades —llámense comunidades eclesiales de base, pequeñas comunidades, sectores o barrios— se escucha la Palabra, se ora, se comparte la misión, se forma en la fe. La Iglesia va recuperando la experiencia de la vida en fraternidad y la consiguiente presencia a partir de pequeñas comunidades que irradian la fe, al mismo tiempo que son evangelizadas. Recuperar la dimensión comunitaria es una tarea urgente en la nueva evangelización, sobre todo para una Iglesia que ha acentuado en el pasado los elementos institucionales y ha sufrido las consecuencias del individualismo de una fe sin comunidad por parte de grandes capas de nuestra población que han dejado de ser cristianos comprometidos.
Parece que por aquí apunta el futuro de la Iglesia y de la evangelización, nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en sus expresiones. En esta nueva dimensión, la parroquia de nuestros días, viene a ser —como se describe en el Capítulo V del Documento de Aparecida— un centro en el que se encuentran todas estas pequeñas comunidades como la gran familia de los hijos de Dios. ¿No fue así como comenzó la evangelización hace más de dos mil años? ¿No era la transparencia y la belleza de las fraternidades apostólicas en el seguimiento de Cristo lo que contagió con su entusiasmo las bases del imperio?
La nueva evangelización —iniciada desde tiempos de san Juan Pablo II— será realmente nueva en el ardor y la eficacia si parte de la unidad del pueblo de Dios, si es la evangelización de todos, no solo del Papa Francisco y de los obispos. Será la obra de la colaboración de todos: Consagrados y fieles laicos, todos en una constante tarea de ser evangelizados y evangelizadores para llegar a ser expresión del Evangelio de la Alegría.
¿Nos damos realmente cuenta de las exigencias todavía pendientes? ¿Sufrimos el individualismo y la desconexión de los evangelizadores? ¿Nos duele y nos preocupa la cantidad de energías que se pierden a causa de nuestras inadecuadas actitudes y estructuras de participación y colaboración? ¿Sentimos, de verdad, los miembros de las diversas instituciones eclesiales, como nuestra, la obra de la evangelización o nos caben en la cabeza y el corazón solamente nuestras pequeñas parcelas y olvidamos que nuestros carismas pertenecen al pueblo de Dios? ¿Somos capaces de coordinar los institutos evangelizadores, los misioneros, los educadores, para potenciar el avance y el alcance en la eficacia evangelizadora y no sólo para una gestión más de urgencias? ¿No nos estaremos contentando en demasiadas ocasiones con que nuestras obras sigan funcionando en lugar de poner nuestros mejores desvelaos en que sean realmente evangelizadoras?
¿Qué pasa con las grandes tareas de las Iglesias locales? ¿Estamos respondiendo a la clara invitación que nos lanza el Papa Francisco? Hay que revisarnos constantemente, hay que suplicarle al Espíritu Santo que, como a María, nos cubra con su sombra, para dar a luz a Cristo a todas las naciones sintiendo con ansias, como san Pablo, dolores como de parto con el anhelo de que Cristo sea conocido y amado por todos. María, la mujer de la alegría perenne no perdió el tiempo, siempre tuvo ardor por los intereses de su Hijo, se lanzó presurosa a llevar la Buena Nueva a Isabel (Lc 1,39), hizo que la gente hiciera lo que si Hijo indicaba (Jn 2,5), recibió el encargo de cuidar de los apóstoles al morir su Hijo(Jn 19,25), acompañó en la evangelización primera a los discípulos de su Hijo (Hch 1,14) y con ellos esperó la llegada del Espíritu que vino a dar un nuevo ardor, una nueva expresión, un nuevo método que llevó la evangelización hasta donde estamos el día de hoy (Hch 2,1ss).
«A la Madre del Evangelio viviente le pedimos que interceda para que esta invitación a una nueva etapa evangelizadora sea acogida por toda la comunidad eclesial» (EG 287).
Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.
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