Ser maestro, profesor, docente, catedrático, mentor, catequista, formador... ayer, hoy y en el futuro ha sido, es y será una enorme responsabilidad la que, a la vez, es un privilegio singular que todos los que ejercemos la docencia conocemos. La posibilidad de contribuir a la formación de personas es, sin duda, una tarea ardua y, por qué no decirlo, envidiable, que hoy, gracias a la magia del Internet, tiene posibilidades reales de tener un alcance global.
Hay un sin fin de preguntas que en el día del maestro, quienes viven con gozo esta misión, se pueden hacer, lo mismo que quienes son alumnos, formandos o dirigidos: Estas son algunas de ellas: ¿Qué siente un maestro cuando le dicen maestro? ¿Qué es ser un buen maestro? ¿Por qué este mundo precisa maestros? ¿Vale la pena ser educador hoy? ¿Qué necesita un maestro para trabajar en una escuela? ¿Qué es la experiencia? ¿Cómo es que una vida puede convertirse en maestra?
Para llegar a ser maestro hace falta mucho empeño, trabajo, dedicación, estudio y experiencia entre otras cosas. El maestro es alguien que sabe más sobre algo en particular y está dispuesto a transmitirlo, a pasar sus conocimientos a otros. El maestro es la persona de quién, por medio de quién y con quién aprenden los alumnos.
Yo quiero hablar hoy del maestro cristiano, porque seguro entre mis cinco lectores habrá alguno o alguna que ejerza esta hermosa misión. El maestro cristiano es un bautizado que ha recibido por la fe a Jesucristo como Salvador, y se empeña en compartir de una manera convincente lo que sabe pero desde la fe que ha experimentado.
Quiero destacar algunas de las muchísimas cualidades que a lo largo de mis casi 50 años de vida he podido percibir en los maestros que tienen a Cristo como centro de su fe y de su vida y que con esas cualidades han dejado la huella de la obra de Dios en mi vida y seguro en muchas más.
a. Cualidades físicas: Los buenos maestros que han pasado por mi vida, al enseñarme o al contarme de su vocación de servicio y realización, se empeñaron por tener siempre una buena presentación, tener hasta lo posible buena salud, estar descansados para enseñarme con cordura y serenidad, fueron enérgicos y vigorosos, usaron una voz agradable ante la clase. Recuerdo perfectamente así siempre presentables a mis maestros de la formación inicial: a la Señorita Beatriz, la maestra de kinder, pues empecé a ir al colegio a los tres años y medio la recuerdo siempre arregladita y sonriente; pienso en el profesor Leonel, mi maestro de primer año y a los profesores de la Facultad cuando estaba en FACPYA con sus trajes impecables; la maestra Eréndira Pérez y la profesora Esperanza, mi maestra de tercer año de primaria. Recuerdo con carño a la profesora Manuelita Ortega Pinales, la directoria del colegio en donde estudié la primaria y a esa maravillosa Madre y Maestra de Vida: La Venerable Madre María Inés Teresa Arias.
b. Cualidades mentales: Los buenos maestros nuestran siempre interés constante en mejorar sus conocimientos, en saber los acontecimientos en el mundo actual y la situación de sus alumnos, procurarn pensar lógicamente y juzgar bien, sin prejuicios, podrá decidir, no son vacilantes, siempre miraran hacia el futuro, haciendo planes, proyectando actividades y llevan al alumno con ellos a amar el conocimiento de lo que enseñan. No puedo olvidar en este punto a la excepcional profesora Magda Yolanda Villarreal Fernández, mi queridísima maestra de matemáticas de secundaria con la que me une una amistad de años ya y a mi actual maestro de apreciación musical, Raúl Gutierrez, director artísico de la O.S.U.A.N.L. que nos apasiona en la música sacra. Recuerdo, por supuesto, a la profesora Jesusita en cuarto año de primaria o al profesor Solís en la secundaria.
c. Cualidades sociales: El buen maestro es siempre optimista, tiene simpatía y cultura, es paciente y tolerante, se muestra siempre entusiasta, mas que todo es sincero y digno de confianza. ¡Cómo olvidar al profesor Rubén y sus clases de guitarra cuando era yo un chiquillo de ocho o nueve años! o el profesor Rubén que nos enseñaba física en la secundaria. ¡Cuántas de las queridas hermanas Misioneras Clarisas que son maestras son así!, pienso también en Conchita, en Rosy, en el profe Mario, en el profe Miguel y en el maestro Mago. Y que decir de Nena, ¡siempre una misionera aplicando sus conocimientos sobre educación a la vida de tantas almas!
d. Cualidades Morales: El buen maestro tiene una vida moral intachable, presenta ante otras personas normas morales altas, es leal a la iglesia y a las enseñanzas del Papa, tiene un sentido de dignidad propia y de justicia. Pienso ahora en Juan Guajardo y la maravillosa labor que desarrolla o en mi tío Samuel y sus años y años de experiencia, porque, ya jubilado, sigue siendo un maestrazo. Recuerdo también al padre Enrique Flores, de feliz memoria, mi maestro de latín, griego y de algunas ciencias de filosofía y teología en el Seminario y pienso en los demás sacerdotes que en mis años de formación dieron su vida y su tiempo para formarme.
e. Cualidades Espirituales: El buen maestro hace una entrega completa de su corazón y de su vida de Dios, y tiene el concepto de que su trabajo como maestro es una misión que Dios le ha encomendado. Tiene una comprensión de la realidad, presencia y guía de Dios en su vida diaria. Está convencido de que Cristo es la única esperanza de la humanidad y enseña su materia combinándola con su testimonio de vida, deseoso de que otros encuentren el camino de salvación. Ama a Dios y ama a sus alumnos. Ora sin cesar. Tiene disposición de trabajar, de dar de su tiempo y esfuerzos, sin esperar recompensa sin reconocimientos. Tiene convicciones bíblicas y doctrinales firmes. Se esfuerza constantemente como cristiano. Viene a mi mante ese gran maestro al que tuve oportunidad de escuchar en tantísimas Audiencias allá en San Pedro cuando era novicio: el beato Juan Pablo II. ¡No puedo olvidar a las catequistas que en mis tareas pastorales me han apoyado tanto para enseñar a los niños el camino de la fe! Pienso en la profesora Santa Rita allá en San Felipe, en Morelia; al maestro Gabriel cuando trabajé en la Universidad de La Salle y en la Hna. Cristy de Verbum Dei y claro... ¡Claudia, nuestra querida Nina!, que, como vanclarista siempre fiel, da muestras, junto con sus hermanas miss Juanita la directora, miss Mónica y miss Blanca de que ser maestro hoy tiene un valor inestimable y ¡Vale la pena!
Seguro me faltarán, como siempre, muchos y muchos nombres de gente tan querida como doña Mary Fernández y su gran capacidad poética, los maestros que dan clases a los hermanos como los padres: Carlos, Pepe, Pedro y Anastacio de los Misioneros de Cristo y el padre Emigdio del clero diocesano, Cely mi prima nutrióloga y su caja de sorpresas con ese extenso material didáctico para enseñar todo con calridad; los padres Claretianos que fueron mis maestros en el noviciado, en especial el padre Ángel Pardilla y claro está, mis padrinos Mons. Esquerda y Mons. Juan José Hinojosa, cada uno en su estilo pero con una paciencia de excepción para dejar todo bien asentado cuando enseñan. Pienso en Arcadio como formador de los confirmandos allá en su parroquia en Guadalajara, o en Yoyina mi cuñada cuando ha dado clases en diversas universidades dejando una huella especialísima de fe profunda en sus ex-alumnos. Por otra parte tantos amigos y amigas maestros como Hilda, Amy, Iván y José. Doy gracias por mi fantástica maestra de Italiano, la Hna. Margarita Hernández, M.C.; en Claudio y sus clases de diseño en México, en Eleazar y su escuela virtual de 3D, en Letty Hernández y el maravilloso mundo de la literatura y en tantos y tantas más para quienes hay una gratitud muy especial en el corazón.
Estoy seguro que María, en este mes de mayo, ella, que fue Madre y Maestra en el silencio de la escuelita de la vida ordinaria, los protegerá a todos y... finalmente, le pido también que a mí, que no puedo adjudicarme el título de profe pero que comparto la misión de formar, me aliente a seguir adelante pensando que al enseñar, voy dejando las huellas de Cristo el Divino Maestro.
¡Feliz día del maestro!
ALfredo Delgado R., M.C.I.U.
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