Hace ocho días, en Roma, tuve la oportunidad de participar en la audiencia que el Santo Padre, el Papa Francisco, nos concedió a los participantes en el Congreso Internacional sobre la formación permanente de los sacerdotes con el tema:
«“Reaviva el don de Dios que has recibido” (2 Tm 1,6). La belleza de ser discípulos hoy. Una formación única, integral, comunitaria y misionera». El Papa nos dio tres direcciones para renovar ese don: la alegría del Evangelio, la pertenencia al pueblo y la generatividad del servicio. Nos dijo que estamos llamados a hacer resonar el anuncio gozoso del Evangelio de la alegría en el mundo, testimoniándolo con nuestra vida, para que todos descubran la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado (cf. Evangelii gaudium, 36). Recordemos lo que decía san Pablo VI: sean testigos antes que maestros (cf. Evangelii nuntiandi, 41), testigos del amor de Dios, que es lo único que importa.
En la formación permanente, nos recordó el Santo Padre, no debemos olvidar que somos siempre discípulos en camino y que esto constituye, en todo momento, lo más hermoso que nos haya sucedido, por gracia de Dios. El ser discípulo del Señor, nos recalcó el Papa, no es un disfraz religioso, sino que es una forma de vida, y por tanto requiere que cuidemos nuestra humanidad. El contrario de esto es el sacerdote «mundano», expresó, porque cuando la mundanidad entra en el corazón del sacerdote se arruina todo. Hacen falta sacerdotes plenamente humanos, que sean capaces de jugar con los niños y de acariciar a los ancianos, capaces de buenas relaciones, maduros para afrontar los retos del ministerio, para que el consuelo del Evangelio llegue al pueblo de Dios a través de su humanidad transformada por el Espíritu de Jesús. ¡Un sacerdote agrio, un sacerdote que tiene el corazón amargado es un «solterón»! exclamó.
La Oración Colecta de la Misa de hoy, me ha hecho ir a ese jueves pasado y revivir ese encuentro con el Vicario de Cristo en la tierra. Es que esta oración pide al Señor que inspire, con su gracia, todas nuestras acciones y las acompañe con su ayuda para que todas nuestras obras tengan en Él su principio y lleguen, por Él a buen término. ¿Qué quiere decir esto para mí como sacerdote?... Que mi vida, bajo el cuidado de María Santísima, no sea la vida de un «solterón» como dijo el Papa, sino la vida de un discípulo–misionero que ha sido llamado a ser sacerdote para vivir la alegría del Evangelio e impregnar de esta felicidad, de este gozo, de este júbilo al mundo entero. Oro al amanecer de este nuevo día y me quedo con esas tres palabras clave del Santo Padre: «La alegría del Evangelio que es la base de nuestra vida, la pertenencia a un pueblo que nos custodia y sostiene al santo pueblo fiel de Dios, y la generatividad del servicio que nos hace padres y pastores». ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.